terça-feira, 21 de agosto de 2012

Trelew, 22 de agosto de 1972: 40 años atrás

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Capítulo cuarenta y uno

En la página 98, casi en la mitad del grueso cuaderno “Laprida”, el tema vuelve a ser la política; los demonios se mezclan en la vida cotidiana del país que avanza aceleradamente hacia lo que parece una situación típicamente prerrevolucionaria. 
Es una crisis grave, que puede desembocar en una insurrección popular armada contra los militares en el poder, o acabar en la catástrofe de una dictadura aún más feroz; leo:

 Córdoba, 22 de agosto de 1972  y diciembre de 2006

Mi vieja estaba preocupada con lo que podía pasar esa tarde. Había oído en la radio que en Trelew habían fusilado a trece militantes de las organizaciones armadas que eran unas de las tantas expresiones de los que luchábamos contra la dictadura de Lanusse. 
Doña Tina sabía que yo me había pasado la mañana en asambleas en los talleres del Ministerio de Obras Públicas, y que al mediodía habíamos tomado el comedor universitario. 
Sabía que si me fuera más tarde a la asamblea de arquitectura lo mejor iba a ser dejar a Sebastián en su casa para evitar peligros. 
Mamá ya había ido algunas veces a las manifestaciones, y unos años más tarde me acompañaría a los funerales de los militantes muertos por las 3A. Pero ahora que había nacido mi hijo mayor, a ella le parecía mejor quedarse a cuidarlo.

Entra despacio en mi habitación de la clínica en la que estoy internado en coma. No quiere despertarme, pero me dice bajito que piensa que es mejor que no vaya a arquitectura esa tarde, que pueden llevarme preso y que Sebastián es muy chiquito. Sabe que no puedo oírla, pero insiste en su pedido y, antes de salir, deja un libro sobre la mesa de luz. Mi mujer vendrá más tarde y quiere que tenga algo para leerme y entretenerse un poco hasta que lleguen los chicos y mis hermanas.

Luciano y Hernando llegan antes y se ponen a hojear el libro; con poco entusiasmo, pero sabiendo que la lectura es un estímulo que puede ayudarme a salir más rápido del coma, empiezan a alternarse con el texto sobre Liborio Justo.

Pero yo sigo pensando en las sensaciones de cuando nos llevaron presos a los mil quinientos alumnos y militantes que nos habíamos concentrado en la facultad de arquitectura para protestar contra los fusilamientos en Trelew; la policía de Córdoba nos había metido de a cincuenta en unos carros de asalto en los que quizá no cabrían, en otras circunstancias, ni veinte personas de pie. 
La sensación de tener el cuerpo separado en varias partes me había recordado de inmediato “La Hora 25” de Virgil Gheorghiu, cuando el personaje cuenta que, al ser transportado con otros prisioneros, en condiciones idénticas a las mías, se había sentido como en un cuadro cubista de Picasso, con los brazos desconectados del tronco, las piernas y la cabeza.

Trecho de “Crónica de Utopías y de Amores”. J.V. São Paulo, 2006.

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