AVENTURAS EN
YUCATÁN, MÉJICO
Colección Contando
Cuentos
—¡Pero, loco (1), al
final vos querés (a) siempre la chancha y los
veinte!— levantaba la voz y gesticulaba el Chango (2) López.
—¡Ya te dije mil veces que te dejo en Once, y vos
insistís (a) en que te acerque a Caballito!, no
tengo nafta (3), viejo (2)... Mirá (a), ayer
paré en la estación de servicio (4) y le
puse sólo 5 pesos al “fitito”(5)—,
insistía el Chango.
—Dale, Chango, te cambio la gauchada de largarme en
Caballito por dos entradas para el clásico Boca-River del domingo que viene—,
argumentaba Lucho, en un intento desesperado de convencer al Chango, y llegar a
la casa de la novia más temprano.
—¡Ni loco, yo...!—, pero el Chango no pudo continuar,
porque en ese momento la puerta se abrió, como rebentada por un huracán (6), y entró la figura maciza de mi jefe, la “Chancha”.
¿Saben?, ese sobrenombre –”Chancha”– viene de la época
en que los pibes (7) agarraban (8) el “bondi” (9) sin
pagar el boleto (10). Al rato aparecía el
inspector para controlar al chofer (11), o
correr a los que entraban sin pagar.
Entonces, cuando el inspector los echaba a los pibes,
ellos, desde la vereda (12) le
gritaban a coro:
—¡Chancha, chanchaa!
Bueno, parece que a los choferes les gustó el apodo.
Primero se lo fueron pasando a los inspectores, y luego a los jefes en general.
El caso es que, al abrirse la puerta y aparecer el jefe,
el Chango López se quedó frío de miedo, parado (13) en el
medio de la oficina, pensando que el “capo” (14) había
escuchado su frase sobre “la chancha y los veinte”.
Pero el jefe ni notó su presencia. Se vino al humo (15), derechito a mi escritorio.
—Mirá (a),
Villanueva, ¡te vas ya mismo a Ezeiza, ché (16)!
¡Agarrá (a) el primer avión para Méjico!—, me
espetó.
—¡Ah!, y lo llevás (a) al
Chango, si es que lo encontrás (a) por
ahí. Tomá (a), aquí tenés (a) el
sobre con las instrucciones, plata (17) en
efectivo, a ver si te las arreglás (a) por
una semana—, agregó, generoso.
Como el jefe no lo vio, López tuvo tiempo justo para
agarrar la Cannon ,
y la valijita (18) que
siempre dejamos a mano, para que estén más disponibles para las locuras
repentinas de la “Chancha”.
—¡Uf! ¡Qué susto, Javier!, pensé que la “Chancha” se
iba a poner furioso otra vez—, suspiraba aliviado el Chango, mientras
verificaba el contenido de la valijita: medias, calzoncillos, remeras, pulóver...
—¿llevo un saco, o te parece que mejor no?—, el Chango vive con la madre y
todavía es muy dependiente para las situaciones imprevistas.
—¿Javier?, por favor, vení (a) y agarrá (a) la carpetita
roja con las instrucciones que te dejó el jefe, ¿eh?—, me dice Pochita por el
teléfono interno.
Según ella me contó, parece que el jefe se enteró de
unos ilícitos que se estaban cometiendo contra una comunidad indígena en
Yucatán.
—¿Oíste hablar de Yucatán (b), Javier? ¿Sabés? Es la región de Méjico donde floreció
la civilización maya (c)— me aclara Pochita con
sus amplios conocimientos del Billiken (d).
Una hora después salíamos corriendo de la agencia de
viajes de mi amiga Cuca, en la calle Florida. En Maipú y Lavalle (19) agarramos un taxi que se metió en un embotellamiento (20) fenomenal (21) y casi
nos hace perder el vuelo de Aerolíneas Argentinas.
—¡A Ezeiza, por favor!
—¿Lo llevo por la General Paz o por la Autopista?—
siempre lo mismo; algunos choferes de taxi parecen incapaces de hacer su
trabajo sin la ayuda de los pasajeros.
—Perdone, jefe, ¿no tiene más chico? –outra pregunta
típica del taxista a la hora de pagar.– Es que no tengo cambio para darle el
vuelto.
—Está bien, quedate con el vuelto— le concedo, más por
el apuro que teníamos que por generosidad.
Sobre las nubes
Menos de veinticuatro horas después ya estábamos, el
Chango y yo, en la segunda parte de esta nueva chifladura periodística del
“capo”.
En México D.F. (d) se nos
sumó Pedro, un fotógrafo mejicano que la “Chancha” siempre me recomienda.Y de
ahí seguimos vuelo hacia el sur.
El Chango y Pedro no se conocían:
—Encantado, soy Chango, reportero, ¿y vos?
—Pedro Sánchez, un servidor—, le responde muy formal el
fotógrafo, mientras le extiende una tarjeta con su dirección, y agrega:
—Su casa, cuando desee visitarme.
El viaje fue muy corto. Aterrizamos al sureste de Veracruz,
en donde el río Coatzacoalcos desemboca en el Golfo de México (e).
—Los mejicanos decimos que el sur es outro México, que
no se puede dejar de conocer—, dice Pedro, después que se le pasa el susto del
aterrizaje.
—Algunos comentan que tal vez las diferencias entre el
mejicano del norte y el del sur, son las mismas que había entre el azteca (f) y el maya— sigue explicando Pedro, siempre muy formal.
—El azteca era guerrero, pesimista y trágico, y el
maya, más imaginativo, naturalista y sensual—, agrega nuestro fotógrafo.
Eran las tres de la tarde, y llegábamos después de dos
vuelos muy cansadores (22).
—¿Sabes, Javier? La ciudad de Coatzacoalcos, queda en
medio de un territorio de clima tropical, y tiene lluvias casi todo el año,
–continúa Pedro, ahora ya tuteándome–. Y hace mucho calor—, completa.
Caímos en la estación de las lluvias, pero igual me
reconfortaba saber que iba a encontrarme palmeras, mangos (23) y aguacates, esas frutas que en Argentina se llaman
“paltas”.
—Un paisaje tropical, con frutas y alimentos coloridos
y muy perfumados, es algo que mi alma de trotamundos siempre añora—, comento en
voz alta, y los dos me miran.
Como se trata de una ciudad de puerto, nos alojamos a
pocas cuadras de la playa, en la colônia (24) Allende,
del otro lado del río.
Los presupuestos ajustados de “ProHispam”, la revista
cultural para la cual trabajamos el Chango y yo, al servicio de la “Chancha”,
nunca nos permiten mucha excentricidad en materia de hoteles.
—¡Esta vez la “Chancha” se pasó con la tacañería (25)!— se quejaba el Chango, al descubrir que nos teníamos
que instalar en una pensión de cuarta (26), en
la que él nos iba a contactar cada dos o tres días.
La pensión tiene pisos de baldosas frescas y un patio
central sombreado. Hay un aljibe en el medio, con bastante agua, heladita.
—En la comida se sirven tacos (27), chiladas, y muchos platos a base de maíz y papas (28). Les va a gustar—, nos trata de convencer Pedro,
calmándolo
a Chango.
Más tarde, ¡al trabajo!
En una colonia alejada, en la región de las dunas, vive
el señor Peniche, natural de Yucatán.
Hasta hace poco tiempo, don Peniche fue obrero de
Cordemex. Esta es una gran fábrica, que transforma la fibra de henequén (29) en cordeles, alfombras, costales (30), tapetes y otros productos.
El Sr. Peniche alquila una casita humilde porque,
como él comenta:
—En las colonias más céntricas, la renta (31) no es tan moderada como aquí, entre las arenas de las
dunas.
Este modesto trabajador era el contacto que la “Chancha”
nos recomendó para empezar nuestra pesquisa.
Ahora, este señor está con un serio problema de conciencia:
—Es que mi patrón, con el que trabajé por más de doce
años, un señor muy influyente, dueño de um palacete en la colonia más elegante
de la ciudad, anda robando fondos públicos en una institución de caridad de los
indios del Yucatán—, nos contó, avergonzado.
Don Peniche, un paisano honestísimo, descubrió sin
querer que el Licenciado Peña Flores desviaba las donaciones efectuadas a las
comunidades aborígenes más pobres.
Parecía que luego las guardaba en los galpones de uno
de sus supermercaditos, la “Estrella Azul de Coatzacalcos”.
El viejo trabajador se sentía indignado com semejante
descubrimiento, después de tenerlo al Licenciado casi como a un padre durante
tantos años.
Pero la decepción, sin embargo, no lo animaba aún a
denunciarlo. La imagen del “botón” (32), –o
del “soplón” (32), como dicen los
mejicanos–, le impedia ir a la comisaría y contar el secreto que ló atormentaba.
Y justamente era ésa la tarea que el “capo” nos encajó (33) al Chango y a mí.
Teníamos que convencerlo a don Peniche para “abrir el
pico”.
En todo caso, queríamos obtener su autorización para
contar la historia, con todos los datos y lujos de detalles, aunque sin
mencionar su nombre.
No nos parecía nada fácil, pero las ideas de la “Chancha”
no se discuten, se cumplen.
Al fin y al cabo esa simple fórmula de “subordinación
y valor” seguía siendo la manera más barata que encontre de viajar y
conocer el mundo.
—Pedro y Chango, miren, creo que ante todo, mejor nos
vamos a Yucatán, a ver si por allá podemos encontrar alguna punta para ayudar a
desenredar el
ovillo—, les sugerí a mis compañeros.
Yucatán es una zona plana, sin montañas, y por lo tanto
con poca agua.
—Ya ves, por casi todo Méjico se ven ríos y lagos, pero
aquí el agua es escasa a causa del suelo, muy esponjoso—, nos ilustra Pedro.
—El agua no se queda en la superficie, se va para las
rocas del subsuelo y forma unos depósitos llamados “cenotes”—, nos asombra con
sus conocimientos el fotógrafo.
—El único cultivo importante del estado de Yucatán es
el henequén. También hay caña, maíz, frijoles (34),
cocoteros, mangos y papayas (35)—, completa.
Un tiempo después me enteré leyendo el Billiken (o “El Libro
Gordo de Petete”, no recuerdo bien) que, unos cuantos años atrás, el henequén
era el monocultivo que le daba riquezas al estado.
Después llegó el nylon y la demanda de cuerdas (36), costales y bolsas, hechos con la fibra natural, disminuyó.
En el centro de Mérida (g), la
ciudad más importante de la región, vive un hijo de don Peniche. Se llama
Álvaro.
A él le ha llegado, de manos supuestamente anónimas, y
en un sobre lacrado, un resumen del estado de las cuentas bancarias del
Licenciado.
—Y, miren, también me han acercado, de um modo
misterioso, las fotocopias de unos microfilmes con los cheques que debían ser
depositados en la cuenta corriente de la Asociación Pro-Indio
de Yucatán—, mostraba Álvaro.
—Bueno, ¿no tenemos ya en nuestras manos la forma más
rápida de publicar las denuncias y empezar a desenmascarar al corrupto?—,
sugirió Pedro.
—Mirá (a),
Álvaro, vos tenés (a) que ayudarnos a convencer
a tu papá. Hay que denunciar al Licenciado, porque puede borrar las pruebas y
dejarnos sin pistas–, le reforcé los argumentos de Pedro.
—Pero, si con un nadita, un tantito así de plática tú
lo convences, Álvaro, ándale—, le insistía mi colega Pedro a su compatriota (37).
Las cosas, sin embargo, acabaron ocurriendo de otro
modo:
En una colonia de Mérida, la policía ha dado uma batida
(38). Y resulta que entre los timberos
(39) que se han llevado durante los
allanamientos hay un contador. Al revisar su casa, fueron hallados uma computadora
y unos programas muy extraños.
Al día
siguiente:
—Mira hermanito, en la primera plana de casi todos los
diarios dice que a un señor de la alta sociedad, un Licenciado dueño de varios
conocidos comercios, le han sacado unos trapitos al sol—, lee Álvaro.
—Sí, y parece que le saltó algo muy, pero muy turbio,
relacionado con juegos prohibidos de azar—, agrega Chango, leyendo de ojito.
Volvemos a lo de Álvaro, el hijo de don Peniche. Está
conversando con Rodolfo, que es mejicano también y estudiante de periodismo.
Nos muestra otro sobre que le entregaron esa tarde,
también anónimamente.
—¡Échale un vistazo, cuate (37)! Es la mera (37) copia
de uno de los diskets que le han hallado al contador
en el allanamiento—.
—¡Ándale (37),
ponlo en la computadora, a ver si nos enteramos de algo interesante para el
artículo sobre el Licenciado Peña Flores!—, se entusiasmaban entre sí mis
cumpas (37) mejicanos.
Con cuatro o cinco tecleos (40) empezaron a aparecer en la pantalla de mi computadora
portátil una serie de extrañas claves.
Los primeros garabatos parecían indescifrables. Pero
sólo a primera vista, hasta que se destacó una especie de fórmula, a la que el
autor le debía dar particular importancia:
Luna@ABAB
arcos@Toos
Primo* RosA
a m i s t osas
zapato***559
Álvaro y Rodolfo se perdieron unas buenas dos horas y
media estudiando el jeroglífico.
Como no parecían avanzar demasiado, el Chango y yo nos
volvimos a la pensión.
A los tres cuartos de hora, suena el teléfono. Larga
distancia, la “Chancha”.
—¿Y, qué descubrieron, ché?—, nos apretaba el jefe.
—Bueno, este... no demasiado hasta ahora.
Algunas puntas, ¡qué sé yo...!—, no sabía qué verso hacerle
para evitar sus famosos enojos.
—Decíle (a) que
mañana lo llamás (a), que hay líneas
ligadas—, sugiere el Chango para salir del paso.
A la mañanita, muy temprano, volvimos a lo de Álvaro.
—¡Qué! ¿Todavía siguen en la computadora, sin
dormir?—, dije, sorprendido.
Hasta que al fin Rodolfo dio el grito de Eureka:
—¡Ni modo de perdértelo, cuate (37)! Sígueme el razonamiento: las iniciales, en columna,
¿ves? Dan “La Paz ”,
y las letras terminales, también en columna, dan “Bs.As.”, o sea, tu ciudad,
Buenos Aires. ¿Y cómo la ves? (37)
—Mirá (a), –le
respondí– ¿y cómo vamos a saber ahora por dónde seguirla, por Buenos Aires o
por La Paz?, aunque...—, me rasqué la cabeza y a mi también se me prendió la
lamparita:
—¡Ya sé, mirá (a)!: “La Paz ” no es la ciudad, la capital
de Bolivia. “La Paz ”,
aquí, es un bar, el famoso bar de la calle Corrientes, en Buenos Aires. ¿Quétal?—,
completé.
—Pues claro, cuate, y los números son “cinco de mayo, a
las 9” . Es
eso mismo. ¡Es una cita, pues!—, saltó Álvaro.
Mientras festejábamos el descubrimiento de la clave de
acceso a una cita importante, la naturaleza preparaba un cambio de escenario.
Una tormenta de grandes proporciones se formaba, recién
llegada del Golfo de Méjico, sobrenuestras cabezas.
En pocos instantes el tejado de la casa de Álvaro se
estremecía hasta parecer que no iba a resistir ni un minuto más en su lugar.
Un sopor inaguantable y una terrible pesadez del ambiente,
casi instantánea, se adelantaron a uma lluvia plomiza y un viento aterrador.
Pero así como el tifón (41) nos
cortó la charla sobre el disket, sus claves ocultas y su conexión con el
Licenciado, del mismo modo ocurrió con la entrada intempestiva de cuatro
policías de civil.
La orden de arresto nos hizo olvidar de inmediato la
lluvia y el viento, cayendo sobre nuestras cabezas como una culminación teatral
de la tormenta.
El comisario Amayo, al frente de los detectives, nos
ordenó, en voz tan alta que tapaba el ruido del viento sobre las tejas:
—Ustedes, compadres, tienen algo que nos interesa...¡y
horita (37) nomás me lo van dando de vuelta!
—Me imagino que se trata del disket—, dije con voz
firme.
—Pues pásamelo, ahorita—, gritó el comisario.
Entonces, en un rápido afán de colaboración que nos
podía ayudar a entender el rollo de las fechorías del Licenciado, le respondí:
—Por supuesto, señor comisario, ¡aquí tiene Ud.!
Y además le tenemos una información valiosa. ¿Puedo comunicarme
con mi jefe en Buenos Aires, por favor?
—Ándele amigo, échele una llamada a su jefe.
Ahí tiene el teléfono, pues—, dejó de tutearme el policía,
ya más tranquilo.
Claro que, apenas entramos a la comisaría en el centro
de Mérida, llegó la llamada de larga distancia de la “Chancha”, y yo logré
explicarme y aclarar nuestra participación, un tanto confusa, en todo el episodio.
Saliendo
de la comisaría
—Pedro, Chango... Álvaro ¿qué les parece si nos tomamos
algo antes de la despedida?—, les propuse, generoso, y ya saboreándome de
antemano la recompensa de mi jefe.
—Flaco,¡mirá!—, dice el Chango, parado en la vereda,
delante de la vidriera de una agencia de turismo. Entramos.
—Señorita, puede informarnos los precios y los horarios
para Islas Mujeres, por favor?
Al día siguiente
Ahora estamos en Islas Mujeres, un paraíso en la otra
punta de la península de Yucatán, cerquita de Cancún, descansando de los sustos
que la misión me hizo pasar.
Leo con atención la crónica de Rodolfo en la revista de
ProHispam, y me entero de que nuestro pálpito no estaba equivocado.
—¿Leíste, Héctor? un grupo de la Federal argentina, en
combinación con agentes de la Interpol mejicana, bla, bla... se apostaron
durante una hora en el café La Paz ,
de la avenida Corrientes, en Buenos Aires...
—Seguí, seguí...—, lo empujo al Chango.
—Y, exactamente a las 9 de la noche, sorprendieron a
dos mejicanos y a un argentino, en el momento en que se pasaban una valija con un
millón y pico de dólares norteamericanos, ¿Qué tal?
—Y entonces... bla, bla, –continúa irritante el Chango–,
...el dinero, según se supo al día siguiente, no podía venir de otro lado: los
fondos ilegales que el Licenciado Peña Flores desviaba de la Asociación Pro-Indio
estaban a salvo.
Después venía una mención de agradecimiento al señor
Peniche y a su hijo Álvaro, a su honradez, su integridad, y etc, etc.
Cierro la revista y me adormezco bajo el sol suave del
fin de la tarde.
Antes de quedarme dormido del todo, un pensamiento me
cruza por la cabeza: ¡Isla Mujeres queda tan cerquita de Honduras y Guatemala!
—Decíme, Chango, ¿por qué no se le ocurrirá a la
“Chancha” alguna vez mandarnos a que nos internemos en las selvas donde
floreció la civilización de los Mayas, eh? ¡Ay, mi alma de gitano!
Fin
Javier Villanueva, São Paulo 2005.
Aventura en Yucatán Méjico. Série Librería
Española Hispanoamericana - Casa del Lector
Coleção Contando Cuentos. Javier, el Periodista Trotamundos. Equipe
editorial Casa del Libro e Companhia Editora nacional.
Notas Culturales y
Glosario de “Aventura en Yucatán, Méjico”:
1. Loco/viejo: (Arg) forma familiar/afectuosa
de tratamiento.
2. Chango: (Arg/Bol) muchacho,
chico.
3. Nafta: (Arg) gasolina, bencina.
4. Estación de servicio:
gasolinera.
5. “Fitito”: coche pequeño, marca
Fiat.
6. Huracán: (Amer) ciclón, tifón,
viento de gran violencia.
7. Pibe: (Arg/Urug) forma familiar
para chiquillo, muchacho.
8. Agarrar: tomar, coger.
9. “Bondi”: (Arg) tranvía
eléctrico.
10. Boleto: billete para usar un
transporte.
11. Chofer: (Arg/Urug) conductor. Se
pronuncia con acento grave o
agudo.
12. Vereda: (Amer) acera.
13. Parado: (Amer) de pie.
14. Capo: (italianismo) el jefe.
15. “Venirse al humo”: rápido, sin
reflexión.
16. ¡Ché!: (Arg/Urug/Bol) vocativo
familiar que generalmente acompaña
el voseo.
17. Plata: (Amer) dinero.
18. Valijita: (Arg/Urug/Par/Chile)
maleta. El diminutivo, en América no
se vincula, necesariamente al tamaño. Es una forma suave y
cariñosa
de expresión.
19. Maipú y Corrientes: esquina muy
céntrica de Bs.As.
20. Embotellamiento: (Amer) atasco
del tránsito.
21. Fenomenal: (Arg) muy grande,
fabuloso.
22. Cansador: que fatiga.
23. Mango/manga: fruto tropical de
América, acorazonado, sabor muy
dulce; varía del verde al anaranjado.
24. Colonia: (Méj) barrio, distrito.
25. Tacañería: avaricia, hábito de
gastar menos de lo que se necesita.
26. Pensión de cuarta: de mala
calidad o categoría.
27. Tacos:(Méj) tortilla de maíz
enrollada, con rellenos diversos.
28. Papas:(quéchua) nombre
primitivo, usado en América, de la patata.
29. Henequén: (Méj) variedad del
agave o sizal, cuyas fibras se utilizan
para hacer cuerdas, sacos, etc.
30. Costales: sacos grandes.
31. Renta: (Méj, Chile) alquiler.
32. Botón: (Arg) agente de policía;
vulgar: que acusa en secreto y con
cautela.
33. Encajar: dar, meter.
34. Poroto: (quéchua) frijol (Méj) o
habichuela.
35. Papaya: mamón, fruto de la América tropical,
amarillo, ovalado, de
cáscara gruesa y pulpa dulce.
36. Cuerdas: Soga, pita (Antillas).
37. Mejicanismos más usados:
Nadita: casi nada.
Tantito: poco.
Plática: conversación.
Ándale: forma imperativa enfática (vamos).
Cuate: compañero, compinche.
Mera/o: simple, pura/o (uso enfático).
Cumpa: amigo, compadre.
“¡Ni modo de perdértelo!”: ¡No te lo puedes perder! (enfático).
“¿Cómo la vés?”: ¿Qué te parece? o ¿Qué tal?
Ahorita/Horita: Ya mismo (el diminutivo denota exageración).
Ándele, héchele: ver “Ándale”.
38. Batida: visita sorpresiva de la
policía para inspección, allanamiento.
39. Timbero: (Arg) persona que
frecuenta las casas de juego.
40. Tecleo: tocar las teclas de la
máquina de escribir o computadora/
ordenador.
41. Tifón: temporal, huracán,
tormenta fuerte.
42. Increpar: reprender severamente.
43. Llamada de larga distancia:
internacional.
44. La Federal : la policía
federal argentina.
45. Entuerto: situación confusa.
Notas Culturales:
*. México o ¿Méjico?: la primera forma, más antiga, es preferida
por los
habitantes del país. Así se
denomina oficialmente el país y su capital,
el Distrito Federal.
a. voseo: se practica sobre todo en el
habla del Río de la Plata
(Argentina,
Uruguay y Paraguay) y parcialmente
en otras regiones de América
Central y Sudamérica.
Se usa “vos” en lugar de “tú”, en
la forma familiar, informal. El verbo
adopta una forma particular, que
se logra eliminando el diptongo de la
2a persona del plural (vosotros). Ej: Vos sós, cantás, estudiás,
etc.
En el imperativo se obtiene
eliminando la “d” final de la 2a persona del
plural.
Ej: Vení para acá; Mirá como
bailo.
Observación: No existe el
imperativo del verbo “ir” en el voseo, que se
reemplaza por el verbo “andar”.
Ej: Andá a llamar a papá.
b. Civilización Maya: En América
Central en la región que actualmente
ocupan Guatemala, Honduras, El
Salvador, y la Península
de Yucatán
en Méjico, floreció esta notable
civilización indígena. Adelantada tanto
en el campo de las ciencias y
artes como en la organización política,
social y religiosa. Fue una
civilización agrícola y pacífica.
c. Billiken: Tradicional revista infantil de
recreación y de educación. El
comentario es irónico, pues
significa que Pochita tiene una cultura
superficial o enciclopédica.
d. México D.F.: Distrito Federal de los
Estados Unidos Mejicanos, donde
se encuentra la capital de la
república.
e. Golfo de Méjico: Situado al Sureste de
los E.E. U.U. y al Este de
Méjico, se comunica con el Oceáno
Atlántico por el Estrecho de Florida,
y con el Mar de las Antillas por
el Estrecho de Yucatán. Sus mayores
riquezas son la pesca, el petróleo
y el gas natural.
f. Aztecas: Pueblo indígena que desarrolló en Méjico una brillante
civilización e Imperio del siglo
XIV hasta la conquista española. Los
Aztecas invadieron el Valle de
Méjico y fundaron la ciudad de Tenochtitlán,
capital del poderoso Imperio
Azteca y futura Ciudad de Méjico. Eran
gobernados por una monarquía. La
base de su economía era la
agricultura: cultivaban maíz,
frijol, cacao y maguey. Su religión era
tiránica: ofrecían sacrificios
humanos a sus divinidades. Poseían dos
calendarios: uno astronómico y
otro litúrgico; su escritura era jeroglífica.
Se destacaron en el arte de la
escultura, joyería, pintura, arquitectura,
música y danza.
g. Mérida: Ciudad mejicana, capital del estado de Yucatán, situada en la
Península del mismo nombre. Fue
fundada en 1542 en el sitio donde
existía la ciudad Maya de T’ho.
Esta serie que cuenta las aventuras y correrias de
Javier Villanueva, el periodista trotamundos, por varios países de
Hispanoamérica, trae abundante léxico regional y muchas referencias culturales
de Latinoamérica y del mundo hispano, siempre en contraste con el habla
rioplatense de Javier.
Compárala con la Colección “El Reino de Cervantes”, donde en tres
recopilaciones clásicas españolas se explota un vocabulario más cercano al
peninsular actual.
“Los Cuentos del Coyote y el Conejo” y “El Ángel Caído”,
también hispanomericanos, cierran la colección de los clásicos, “El reino de
Cervantes” de Companhia Editora Nacional y Librería Española e
Hispanoamericana.
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