domingo, 26 de julho de 2015

Aventuras en Yucatán, Méjico



Aventuras en Yucatán, Méjico

AVENTURAS EN
YUCATÁN, MÉJICO
Colección Contando Cuentos


—¡Pero, loco (1), al final vos querés (a) siempre la chancha y los veinte!— levantaba la voz y gesticulaba el Chango (2) López.

—¡Ya te dije mil veces que te dejo en Once, y vos insistís (a) en que te acerque a Caballito!, no tengo nafta (3), viejo (2)... Mirá (a), ayer paré en la estación de servicio (4) y le puse sólo 5 pesos al “fitito”(5)—, insistía el Chango.

—Dale, Chango, te cambio la gauchada de largarme en Caballito por dos entradas para el clásico Boca-River del domingo que viene—, argumentaba Lucho, en un intento desesperado de convencer al Chango, y llegar a la casa de la novia más temprano.

—¡Ni loco, yo...!—, pero el Chango no pudo continuar, porque en ese momento la puerta se abrió, como rebentada por un huracán (6), y entró la figura maciza de mi jefe, la “Chancha”.

¿Saben?, ese sobrenombre –”Chancha”– viene de la época en que los pibes (7) agarraban (8) el “bondi” (9) sin pagar el boleto (10). Al rato aparecía el inspector para controlar al chofer (11), o correr a los que entraban sin pagar.

Entonces, cuando el inspector los echaba a los pibes, ellos, desde la vereda (12) le gritaban a coro:

—¡Chancha, chanchaa!

Bueno, parece que a los choferes les gustó el apodo. Primero se lo fueron pasando a los inspectores, y luego a los jefes en general.

El caso es que, al abrirse la puerta y aparecer el jefe, el Chango López se quedó frío de miedo, parado (13) en el medio de la oficina, pensando que el “capo” (14) había escuchado su frase sobre “la chancha y los veinte”.

Pero el jefe ni notó su presencia. Se vino al humo (15), derechito a mi escritorio.

—Mirá (a), Villanueva, ¡te vas ya mismo a Ezeiza, ché (16)! ¡Agarrá (a) el primer avión para Méjico!—, me espetó.

—¡Ah!, y lo llevás (a) al Chango, si es que lo encontrás (a) por ahí. Tomá (a), aquí tenés (a) el sobre con las instrucciones, plata (17) en efectivo, a ver si te las arreglás (a) por una semana—, agregó, generoso.

Como el jefe no lo vio, López tuvo tiempo justo para agarrar la Cannon, y la valijita (18) que siempre dejamos a mano, para que estén más disponibles para las locuras repentinas de la “Chancha”.

—¡Uf! ¡Qué susto, Javier!, pensé que la “Chancha” se iba a poner furioso otra vez—, suspiraba aliviado el Chango, mientras verificaba el contenido de la valijita: medias, calzoncillos, remeras, pulóver... —¿llevo un saco, o te parece que mejor no?—, el Chango vive con la madre y todavía es muy dependiente para las situaciones imprevistas.

—¿Javier?, por favor, vení (a) y agarrá (a) la carpetita roja con las instrucciones que te dejó el jefe, ¿eh?—, me dice Pochita por el teléfono interno.

Según ella me contó, parece que el jefe se enteró de unos ilícitos que se estaban cometiendo contra una comunidad indígena en Yucatán.

—¿Oíste hablar de Yucatán (b), Javier? ¿Sabés? Es la región de Méjico donde floreció la civilización maya (c)— me aclara Pochita con sus amplios conocimientos del Billiken (d).

Una hora después salíamos corriendo de la agencia de viajes de mi amiga Cuca, en la calle Florida. En Maipú y Lavalle (19) agarramos un taxi que se metió en un embotellamiento (20) fenomenal (21) y casi nos hace perder el vuelo de Aerolíneas Argentinas.

—¡A Ezeiza, por favor!
—¿Lo llevo por la General Paz o por la Autopista?— siempre lo mismo; algunos choferes de taxi parecen incapaces de hacer su trabajo sin la ayuda de los pasajeros.

—Perdone, jefe, ¿no tiene más chico? –outra pregunta típica del taxista a la hora de pagar.– Es que no tengo cambio para darle el vuelto.

—Está bien, quedate con el vuelto— le concedo, más por el apuro que teníamos que por generosidad.

Sobre las nubes

Menos de veinticuatro horas después ya estábamos, el Chango y yo, en la segunda parte de esta nueva chifladura periodística del “capo”.

En México D.F. (d) se nos sumó Pedro, un fotógrafo mejicano que la “Chancha” siempre me recomienda.Y de ahí seguimos vuelo hacia el sur.

El Chango y Pedro no se conocían:

—Encantado, soy Chango, reportero, ¿y vos?
—Pedro Sánchez, un servidor—, le responde muy formal el fotógrafo, mientras le extiende una tarjeta con su dirección, y agrega:
—Su casa, cuando desee visitarme.
El viaje fue muy corto. Aterrizamos al sureste de Veracruz, en donde el río Coatzacoalcos desemboca en el Golfo de México (e).

—Los mejicanos decimos que el sur es outro México, que no se puede dejar de conocer—, dice Pedro, después que se le pasa el susto del aterrizaje.

—Algunos comentan que tal vez las diferencias entre el mejicano del norte y el del sur, son las mismas que había entre el azteca (f) y el maya— sigue explicando Pedro, siempre muy formal.

—El azteca era guerrero, pesimista y trágico, y el maya, más imaginativo, naturalista y sensual—, agrega nuestro fotógrafo.

Eran las tres de la tarde, y llegábamos después de dos vuelos muy cansadores (22).
—¿Sabes, Javier? La ciudad de Coatzacoalcos, queda en medio de un territorio de clima tropical, y tiene lluvias casi todo el año, –continúa Pedro, ahora ya tuteándome–. Y hace mucho calor—, completa.

Caímos en la estación de las lluvias, pero igual me reconfortaba saber que iba a encontrarme palmeras, mangos (23) y aguacates, esas frutas que en Argentina se llaman “paltas”.

—Un paisaje tropical, con frutas y alimentos coloridos y muy perfumados, es algo que mi alma de trotamundos siempre añora—, comento en voz alta, y los dos me miran.

Como se trata de una ciudad de puerto, nos alojamos a pocas cuadras de la playa, en la colônia (24) Allende, del otro lado del río.

Los presupuestos ajustados de “ProHispam”, la revista cultural para la cual trabajamos el Chango y yo, al servicio de la “Chancha”, nunca nos permiten mucha excentricidad en materia de hoteles.

—¡Esta vez la “Chancha” se pasó con la tacañería (25)!— se quejaba el Chango, al descubrir que nos teníamos que instalar en una pensión de cuarta (26), en la que él nos iba a contactar cada dos o tres días.

La pensión tiene pisos de baldosas frescas y un patio central sombreado. Hay un aljibe en el medio, con bastante agua, heladita.

—En la comida se sirven tacos (27), chiladas, y muchos platos a base de maíz y papas (28). Les va a gustar—, nos trata de convencer Pedro, calmándolo
a Chango.


Más tarde, ¡al trabajo!

En una colonia alejada, en la región de las dunas, vive el señor Peniche, natural de Yucatán.
Hasta hace poco tiempo, don Peniche fue obrero de Cordemex. Esta es una gran fábrica, que transforma la fibra de henequén (29) en cordeles, alfombras, costales (30), tapetes y otros productos.

El Sr. Peniche alquila una casita humilde porque,
como él comenta:

—En las colonias más céntricas, la renta (31) no es tan moderada como aquí, entre las arenas de las dunas.
Este modesto trabajador era el contacto que la “Chancha” nos recomendó para empezar nuestra pesquisa.

Ahora, este señor está con un serio problema de conciencia:

—Es que mi patrón, con el que trabajé por más de doce años, un señor muy influyente, dueño de um palacete en la colonia más elegante de la ciudad, anda robando fondos públicos en una institución de caridad de los indios del Yucatán—, nos contó, avergonzado.

Don Peniche, un paisano honestísimo, descubrió sin querer que el Licenciado Peña Flores desviaba las donaciones efectuadas a las comunidades aborígenes más pobres.
Parecía que luego las guardaba en los galpones de uno de sus supermercaditos, la “Estrella Azul de Coatzacalcos”.

El viejo trabajador se sentía indignado com semejante descubrimiento, después de tenerlo al Licenciado casi como a un padre durante tantos años.

Pero la decepción, sin embargo, no lo animaba aún a denunciarlo. La imagen del “botón” (32), –o del “soplón” (32), como dicen los mejicanos–, le impedia ir a la comisaría y contar el secreto que ló atormentaba.

Y justamente era ésa la tarea que el “capo” nos encajó (33) al Chango y a mí.
Teníamos que convencerlo a don Peniche para “abrir el pico”.

En todo caso, queríamos obtener su autorización para contar la historia, con todos los datos y lujos de detalles, aunque sin mencionar su nombre.
No nos parecía nada fácil, pero las ideas de la “Chancha” no se discuten, se cumplen.

Al fin y al cabo esa simple fórmula de “subordinación y valor” seguía siendo la manera más barata que encontre de viajar y conocer el mundo.

—Pedro y Chango, miren, creo que ante todo, mejor nos vamos a Yucatán, a ver si por allá podemos encontrar alguna punta para ayudar a desenredar el
ovillo—, les sugerí a mis compañeros.

Yucatán es una zona plana, sin montañas, y por lo tanto con poca agua.

—Ya ves, por casi todo Méjico se ven ríos y lagos, pero aquí el agua es escasa a causa del suelo, muy esponjoso—, nos ilustra Pedro.

—El agua no se queda en la superficie, se va para las rocas del subsuelo y forma unos depósitos llamados “cenotes”—, nos asombra con sus conocimientos el fotógrafo.

—El único cultivo importante del estado de Yucatán es el henequén. También hay caña, maíz, frijoles (34), cocoteros, mangos y papayas (35)—, completa.

Un tiempo después me enteré leyendo el Billiken (o “El Libro Gordo de Petete”, no recuerdo bien) que, unos cuantos años atrás, el henequén era el monocultivo que le daba riquezas al estado.
Después llegó el nylon y la demanda de cuerdas (36), costales y bolsas, hechos con la fibra natural, disminuyó.

En el centro de Mérida (g), la ciudad más importante de la región, vive un hijo de don Peniche. Se llama Álvaro.

A él le ha llegado, de manos supuestamente anónimas, y en un sobre lacrado, un resumen del estado de las cuentas bancarias del Licenciado.

—Y, miren, también me han acercado, de um modo misterioso, las fotocopias de unos microfilmes con los cheques que debían ser depositados en la cuenta corriente de la Asociación Pro-Indio de Yucatán—, mostraba Álvaro.

—Bueno, ¿no tenemos ya en nuestras manos la forma más rápida de publicar las denuncias y empezar a desenmascarar al corrupto?—, sugirió Pedro.

—Mirá (a), Álvaro, vos tenés (a) que ayudarnos a convencer a tu papá. Hay que denunciar al Licenciado, porque puede borrar las pruebas y dejarnos sin pistas–, le reforcé los argumentos de Pedro.
—Pero, si con un nadita, un tantito así de plática tú lo convences, Álvaro, ándale—, le insistía mi colega Pedro a su compatriota (37).

Las cosas, sin embargo, acabaron ocurriendo de otro modo:

En una colonia de Mérida, la policía ha dado uma batida (38). Y resulta que entre los timberos (39) que se han llevado durante los allanamientos hay un contador. Al revisar su casa, fueron hallados uma computadora y unos programas muy extraños.

Al día siguiente:

—Mira hermanito, en la primera plana de casi todos los diarios dice que a un señor de la alta sociedad, un Licenciado dueño de varios conocidos comercios, le han sacado unos trapitos al sol—, lee Álvaro.

—Sí, y parece que le saltó algo muy, pero muy turbio, relacionado con juegos prohibidos de azar—, agrega Chango, leyendo de ojito.

Volvemos a lo de Álvaro, el hijo de don Peniche. Está conversando con Rodolfo, que es mejicano también y estudiante de periodismo.
Nos muestra otro sobre que le entregaron esa tarde, también anónimamente.

—¡Échale un vistazo, cuate (37)! Es la mera (37) copia de uno de los diskets que le han hallado al contador en el allanamiento—.

—¡Ándale (37), ponlo en la computadora, a ver si nos enteramos de algo interesante para el artículo sobre el Licenciado Peña Flores!—, se entusiasmaban entre sí mis cumpas (37) mejicanos.

Con cuatro o cinco tecleos (40) empezaron a aparecer en la pantalla de mi computadora portátil una serie de extrañas claves.
Los primeros garabatos parecían indescifrables. Pero sólo a primera vista, hasta que se destacó una especie de fórmula, a la que el autor le debía dar particular importancia:

Luna@ABAB
arcos@Toos
Primo* RosA
a m i s t osas
zapato***559

Álvaro y Rodolfo se perdieron unas buenas dos horas y media estudiando el jeroglífico.
Como no parecían avanzar demasiado, el Chango y yo nos volvimos a la pensión.

A los tres cuartos de hora, suena el teléfono. Larga distancia, la “Chancha”.

—¿Y, qué descubrieron, ché?—, nos apretaba el jefe.
—Bueno, este... no demasiado hasta ahora.

Algunas puntas, ¡qué sé yo...!—, no sabía qué verso hacerle para evitar sus famosos enojos.

—Decíle (a) que mañana lo llamás (a), que hay líneas ligadas—, sugiere el Chango para salir del paso.

A la mañanita, muy temprano, volvimos a lo de Álvaro.

—¡Qué! ¿Todavía siguen en la computadora, sin
dormir?—, dije, sorprendido.

Hasta que al fin Rodolfo dio el grito de Eureka:

—¡Ni modo de perdértelo, cuate (37)! Sígueme el razonamiento: las iniciales, en columna, ¿ves? Dan “La Paz”, y las letras terminales, también en columna, dan “Bs.As.”, o sea, tu ciudad, Buenos Aires. ¿Y cómo la ves? (37)

—Mirá (a), –le respondí– ¿y cómo vamos a saber ahora por dónde seguirla, por Buenos Aires o por La Paz?, aunque...—, me rasqué la cabeza y a mi también se me prendió la lamparita:

—¡Ya sé, mirá (a)!: “La Paz” no es la ciudad, la capital de Bolivia. “La Paz”, aquí, es un bar, el famoso bar de la calle Corrientes, en Buenos Aires. ¿Quétal?—, completé.
—Pues claro, cuate, y los números son “cinco de mayo, a las 9”. Es eso mismo. ¡Es una cita, pues!—, saltó Álvaro.

Mientras festejábamos el descubrimiento de la clave de acceso a una cita importante, la naturaleza preparaba un cambio de escenario.
Una tormenta de grandes proporciones se formaba, recién llegada del Golfo de Méjico, sobrenuestras cabezas.
En pocos instantes el tejado de la casa de Álvaro se estremecía hasta parecer que no iba a resistir ni un minuto más en su lugar.
Un sopor inaguantable y una terrible pesadez del ambiente, casi instantánea, se adelantaron a uma lluvia plomiza y un viento aterrador.

Pero así como el tifón (41) nos cortó la charla sobre el disket, sus claves ocultas y su conexión con el Licenciado, del mismo modo ocurrió con la entrada intempestiva de cuatro policías de civil.

La orden de arresto nos hizo olvidar de inmediato la lluvia y el viento, cayendo sobre nuestras cabezas como una culminación teatral de la tormenta.

El comisario Amayo, al frente de los detectives, nos ordenó, en voz tan alta que tapaba el ruido del viento sobre las tejas:

—Ustedes, compadres, tienen algo que nos interesa...¡y horita (37) nomás me lo van dando de vuelta!
—Me imagino que se trata del disket—, dije con voz firme.

—Pues pásamelo, ahorita—, gritó el comisario.

Entonces, en un rápido afán de colaboración que nos podía ayudar a entender el rollo de las fechorías del Licenciado, le respondí:

—Por supuesto, señor comisario, ¡aquí tiene Ud.!

Y además le tenemos una información valiosa. ¿Puedo comunicarme con mi jefe en Buenos Aires, por favor?

—Ándele amigo, échele una llamada a su jefe.
Ahí tiene el teléfono, pues—, dejó de tutearme el policía, ya más tranquilo.

Claro que, apenas entramos a la comisaría en el centro de Mérida, llegó la llamada de larga distancia de la “Chancha”, y yo logré explicarme y aclarar nuestra participación, un tanto confusa, en todo el episodio.

Saliendo de la comisaría

—Pedro, Chango... Álvaro ¿qué les parece si nos tomamos algo antes de la despedida?—, les propuse, generoso, y ya saboreándome de antemano la recompensa de mi jefe.

—Flaco,¡mirá!—, dice el Chango, parado en la vereda, delante de la vidriera de una agencia de turismo. Entramos.

—Señorita, puede informarnos los precios y los horarios para Islas Mujeres, por favor?

Al día siguiente

Ahora estamos en Islas Mujeres, un paraíso en la otra punta de la península de Yucatán, cerquita de Cancún, descansando de los sustos que la misión me hizo pasar.
Leo con atención la crónica de Rodolfo en la revista de ProHispam, y me entero de que nuestro pálpito no estaba equivocado.

—¿Leíste, Héctor? un grupo de la Federal argentina, en combinación con agentes de la Interpol mejicana, bla, bla... se apostaron durante una hora en el café La Paz, de la avenida Corrientes, en Buenos Aires...

—Seguí, seguí...—, lo empujo al Chango.

—Y, exactamente a las 9 de la noche, sorprendieron a dos mejicanos y a un argentino, en el momento en que se pasaban una valija con un millón y pico de dólares norteamericanos, ¿Qué tal?

—Y entonces... bla, bla, –continúa irritante el Chango–, ...el dinero, según se supo al día siguiente, no podía venir de otro lado: los fondos ilegales que el Licenciado Peña Flores desviaba de la Asociación Pro-Indio estaban a salvo.

Después venía una mención de agradecimiento al señor Peniche y a su hijo Álvaro, a su honradez, su integridad, y etc, etc.
Cierro la revista y me adormezco bajo el sol suave del fin de la tarde.
Antes de quedarme dormido del todo, un pensamiento me cruza por la cabeza: ¡Isla Mujeres queda tan cerquita de Honduras y Guatemala!

—Decíme, Chango, ¿por qué no se le ocurrirá a la “Chancha” alguna vez mandarnos a que nos internemos en las selvas donde floreció la civilización de los Mayas, eh? ¡Ay, mi alma de gitano!

Fin

Javier Villanueva, São Paulo 2005. Aventura en Yucatán Méjico. Série Librería Española Hispanoamericana - Casa del Lector
Coleção Contando Cuentos. Javier, el Periodista Trotamundos. Equipe editorial Casa del Libro e Companhia Editora nacional.



Notas Culturales y Glosario de “Aventura en Yucatán, Méjico”:

1. Loco/viejo: (Arg) forma familiar/afectuosa de tratamiento.
2. Chango: (Arg/Bol) muchacho, chico.
3. Nafta: (Arg) gasolina, bencina.
4. Estación de servicio: gasolinera.
5. “Fitito”: coche pequeño, marca Fiat.
6. Huracán: (Amer) ciclón, tifón, viento de gran violencia.
7. Pibe: (Arg/Urug) forma familiar para chiquillo, muchacho.
8. Agarrar: tomar, coger.
9. “Bondi”: (Arg) tranvía eléctrico.
10. Boleto: billete para usar un transporte.
11. Chofer: (Arg/Urug) conductor. Se pronuncia con acento grave o
agudo.
12. Vereda: (Amer) acera.
13. Parado: (Amer) de pie.
14. Capo: (italianismo) el jefe.
15. “Venirse al humo”: rápido, sin reflexión.
16. ¡Ché!: (Arg/Urug/Bol) vocativo familiar que generalmente acompaña
el voseo.
17. Plata: (Amer) dinero.
18. Valijita: (Arg/Urug/Par/Chile) maleta. El diminutivo, en América no
se vincula, necesariamente al tamaño. Es una forma suave y cariñosa
de expresión.
19. Maipú y Corrientes: esquina muy céntrica de Bs.As.
20. Embotellamiento: (Amer) atasco del tránsito.
21. Fenomenal: (Arg) muy grande, fabuloso.
22. Cansador: que fatiga.
23. Mango/manga: fruto tropical de América, acorazonado, sabor muy
dulce; varía del verde al anaranjado.
24. Colonia: (Méj) barrio, distrito.
25. Tacañería: avaricia, hábito de gastar menos de lo que se necesita.
26. Pensión de cuarta: de mala calidad o categoría.
27. Tacos:(Méj) tortilla de maíz enrollada, con rellenos diversos.
28. Papas:(quéchua) nombre primitivo, usado en América, de la patata.
29. Henequén: (Méj) variedad del agave o sizal, cuyas fibras se utilizan
para hacer cuerdas, sacos, etc.
30. Costales: sacos grandes.
31. Renta: (Méj, Chile) alquiler.
32. Botón: (Arg) agente de policía; vulgar: que acusa en secreto y con
cautela.
33. Encajar: dar, meter.
34. Poroto: (quéchua) frijol (Méj) o habichuela.
35. Papaya: mamón, fruto de la América tropical, amarillo, ovalado, de
cáscara gruesa y pulpa dulce.
36. Cuerdas: Soga, pita (Antillas).
37. Mejicanismos más usados:
Nadita: casi nada.
Tantito: poco.
Plática: conversación.
Ándale: forma imperativa enfática (vamos).
Cuate: compañero, compinche.
Mera/o: simple, pura/o (uso enfático).
Cumpa: amigo, compadre.
“¡Ni modo de perdértelo!”: ¡No te lo puedes perder! (enfático).
“¿Cómo la vés?”: ¿Qué te parece? o ¿Qué tal?
Ahorita/Horita: Ya mismo (el diminutivo denota exageración).
Ándele, héchele: ver “Ándale”.
38. Batida: visita sorpresiva de la policía para inspección, allanamiento.
39. Timbero: (Arg) persona que frecuenta las casas de juego.
40. Tecleo: tocar las teclas de la máquina de escribir o computadora/
ordenador.
41. Tifón: temporal, huracán, tormenta fuerte.
42. Increpar: reprender severamente.
43. Llamada de larga distancia: internacional.
44. La Federal: la policía federal argentina.
45. Entuerto: situación confusa.

Notas Culturales:

*. México o ¿Méjico?: la primera forma, más antiga, es preferida por los
habitantes del país. Así se denomina oficialmente el país y su capital,
el Distrito Federal.
a. voseo: se practica sobre todo en el habla del Río de la Plata (Argentina,
Uruguay y Paraguay) y parcialmente en otras regiones de América
Central y Sudamérica.
Se usa “vos” en lugar de “tú”, en la forma familiar, informal. El verbo
adopta una forma particular, que se logra eliminando el diptongo de la
2a persona del plural (vosotros). Ej: Vos sós, cantás, estudiás, etc.
En el imperativo se obtiene eliminando la “d” final de la 2a persona del
plural.
Ej: Vení para acá; Mirá como bailo.
Observación: No existe el imperativo del verbo “ir” en el voseo, que se
reemplaza por el verbo “andar”. Ej: Andá a llamar a papá.
b. Civilización Maya: En América Central en la región que actualmente
ocupan Guatemala, Honduras, El Salvador, y la Península de Yucatán
en Méjico, floreció esta notable civilización indígena. Adelantada tanto
en el campo de las ciencias y artes como en la organización política,
social y religiosa. Fue una civilización agrícola y pacífica.
c. Billiken: Tradicional revista infantil de recreación y de educación. El
comentario es irónico, pues significa que Pochita tiene una cultura
superficial o enciclopédica.
d. México D.F.: Distrito Federal de los Estados Unidos Mejicanos, donde
se encuentra la capital de la república.
e. Golfo de Méjico: Situado al Sureste de los E.E. U.U. y al Este de
Méjico, se comunica con el Oceáno Atlántico por el Estrecho de Florida,
y con el Mar de las Antillas por el Estrecho de Yucatán. Sus mayores
riquezas son la pesca, el petróleo y el gas natural.
f. Aztecas: Pueblo indígena que desarrolló en Méjico una brillante
civilización e Imperio del siglo XIV hasta la conquista española. Los
Aztecas invadieron el Valle de Méjico y fundaron la ciudad de Tenochtitlán,
capital del poderoso Imperio Azteca y futura Ciudad de Méjico. Eran
gobernados por una monarquía. La base de su economía era la
agricultura: cultivaban maíz, frijol, cacao y maguey. Su religión era
tiránica: ofrecían sacrificios humanos a sus divinidades. Poseían dos
calendarios: uno astronómico y otro litúrgico; su escritura era jeroglífica.
Se destacaron en el arte de la escultura, joyería, pintura, arquitectura,
música y danza.
g. Mérida: Ciudad mejicana, capital del estado de Yucatán, situada en la
Península del mismo nombre. Fue fundada en 1542 en el sitio donde
existía la ciudad Maya de T’ho.


Esta serie que cuenta las aventuras y correrias de Javier Villanueva, el periodista trotamundos, por varios países de Hispanoamérica, trae abundante léxico regional y muchas referencias culturales de Latinoamérica y del mundo hispano, siempre en contraste con el habla rioplatense de Javier.

Compárala con la Colección “El Reino de Cervantes”, donde en tres recopilaciones clásicas españolas se explota un vocabulario más cercano al
peninsular actual.

“Los Cuentos del Coyote y el Conejo” y “El Ángel Caído”, también hispanomericanos, cierran la colección de los clásicos, “El reino de Cervantes” de Companhia Editora Nacional y Librería Española e Hispanoamericana.

Nenhum comentário:

Postar um comentário