O presidente da China, Xi Jinping, pediu nesta terça-feira passada em Davos, que os líderes mundiais digam "não ao protecionismo" e fiquem comprometidos com o desenvolvimento, a promoção do livre comércio, o investimento e com a liberalização e facilitação da atividade comercial através da abertura de mercado.
O chinês - exemplo vivo do capitalismo de estado que vem se desenvolvendo na China, debaixo das velhas bandeiras estalinistas-maoistas do "socialismo em um único país" - avança no seu caminho inexorável de potência imperialista de um novo tipo, apoiada nas baionetas e tanques para dentro das fronteiras, e nas relações ultra-liberais que regem sua indústria, seu comercio e as finanças fronteiras afora.
"Temos que permanecer comprometidos com o desenvolvimento do livre comércio e o investimento, para promover o comércio e o investimento, a liberalização e a facilitação (do comércio) através da abertura e dizer não ao protecionismo", afirmou Xi em seu discurso de inauguração do Fórum Econômico Mundial, realizado em Davos. "Seguir o protecionismo é como se fechar em um quarto escuro onde o vento e a chuva podem ficar de fora, mas também não há luz e ar."
E além de esbofetear com luva de pelica o presidente Trump, herói do "Tea Party" norte-americano e do fundamentalismo das direitas do mundo, Xi Jinping marcou território na combalida noção de "globalização".
Pensei, e meditei em escrever algo sobre o tema; mas eis que o amigo Luis Mattini - experto em temas da política e na evolução das relações de força entre o capitalismo e as lutas sociais no mundo- sai ao passo com um post em Facebook que me evita o trabalho de seguir pensando. China se vende ao capitalismo neo-liberal decadente da Argentina como uma nova opção, e Luis nos conta os por quês e como, e de passagem nos fala um pouco da história da riqueza na Buenos Aires que num passado não tão distante se transformaba em “La Reina del Plata”. (JV)
Humor inglés o cuento chino.
Por Luis Mattini
Recuerdo en 1961 a un peronista que luchaba por el regreso del líder y comentaba asombrado el avance del comunismo en el mundo. Exaltado exclamaba: “los chinos ya son comunistas, Cuba va en camino, los intelectuales, los hombres de ciencia, los artistas, muchos trabajadores...hasta los grandes capitales se están haciendo comunistas”. Y todos nos reímos de lo que creímos un chiste.
La ciudad de Buenos Aires se construyó en apenas tres décadas con unos cimientos que hacían pensar en la eternidad. Para asombro del mundo, de “la gran aldea” pasó a la “opulenta ciudad de Buenos Aires”, la Reina del Plata. Los palacios privados y edificios públicos se mandaban a hacer por encargo directamente en Europa y se “armaban” aquí.
En algunos casos, como en el del Palacio de Tribunales, los arquitectos ni siquiera sabían dónde sería emplazado el edificio. Los petit hotel albergaban a una escasa pero próspera y real clase media comercial y profesional. Las casa chorizo de los italianos resultaron mejores que los actuales engendros para condena popular de nuestros urbanistas.
La red de tranvías llegó a ser una de las más extensas del mundo. Sanitarios previstos para el fin de los tiempos a punto tal que aún hoy resisten. El teatro Colón es uno de los doce en el planeta. Después vendrían los trenes subterráneos, los primeros de América Latina, joyas de la técnica de la época y verdaderas obras de arte.
El buen gusto de un pequeño sector de la oligarquía se mezclaba con los “delirios de grandeza de origen español” y la vulgaridad de los nuevos ricos. Los dandys argentinos viajaban a Europa y mostraban una obscena rumbosidad tirando literalmente manteca al techo en una práctica similar a la de los actuales jeques petroleros, mientras a pocos kilómetros de esta cabezona reina, se multiplicaban los ranchos de chorizo y en el interior profundo se incubaba el “grito de Alcorta”.
La red ferroviaria del país llegó a tener cuarenta y cinco mil km. en forma de embudo hacia el puerto porteño, para asegurar el traslado de los productos agrarios. Pese a todo, esa orgullosa oligarquía liberal-conservadora, casada con los ingleses a los que les metía los cuernos con los franceses, fue más o menos fiel a su época y a su clase y echó las bases materiales y jurídicas de un Estado Nacional, más prusiano que liberal y con aspiraciones hegemónicas en la región, que se expresó en su tenaz oposición a la Doctrina Monroe.
No siempre se recuerda que hasta la Revolución “Libertadora”, con gobiernos conservadores, radicales y el peronismo, la Nación Argentina fue la abanderada del anti panamericanismo (Instrumento estadounidense para la aplicación de la Doctrina Monroe) en figuras como las José María Drago u Honorio Puyrredón, no por espíritu independiente sino por intereses ligados al mercado europeo.
Pero, volviendo a la riqueza que se acumulaba sobre todo en Buenos Aires ¿De dónde salió la “plata” para llevar a cabo semejante portento? Porque, a pesar de la leyenda que dio nombre a nuestro país, aquí no había argento.
La respuesta Ud. la conoce, se la da cualquier pretendido economista: salió de la lana, las carnes y otros productos de nuestros campos. De las ventajas relativas de la tierra extraídas y producidas con la explotación a nuestros trabajadores rurales.
Pero esa es la mitad de la verdad. Porque –a diferencia de los economistas un ingeniero puede calibrar el trabajo socialmente necesario que contiene una obra a puro ojo de buen cubero– y se pregunta: ¿Cómo fue posible que lanas, cueros y otras yerbas, casi sin manufacturar, se podían intercambiar por obras de alta elaboración, como boasseries y pisos de roble de Eslavonia, ebanistería con cedros del Líbano, eternos y artísticos puentes de hierro de las laminadoras británicas, fina mecánica alemana, carruajes de última generación, ornamentadas columnas de alumbrado de hierro fundido, cuando no de bronce, eficaces calentadores primus suecos, tijeras de las fraguas de Toledo o mayólicas españolas, griferías italianas, porcelanas chinas, relojes franceses etc.? ¿Cuántos kilos de lana virgen por un kilo de hierro forjado o madera tallada? indagará el criterio cuantitativo.
Es posible pensar que eso fue posible porque quienes producían esos artículos sofisticados estaban tan explotados como nuestros trabajadores rurales. Porque el capitalismo, mediante la organización industrial, les había expropiado junto con la fuerza de trabajo el conocimiento. El excedente de mano de obra especializada actuaba como acicate de la explotación, porque aquellos trabajadores, en aquel tiempo, sufrían mayor amenaza de desocupación que los nuestros.
Buenos Aires, entonces, se hizo tanto con plusvalía de peones argentinos como con plusvalía producida por obreros y campesinos ingleses, franceses, italianos, etc.
Determinar cuál fue el mayor aporte es tarea de contadores y no me interesa aquí; por lo demás, nunca me gustó hacer chovinismo de látigo como cuando chilenos y argentinos disputaban quién sufría peor dictadura. Pero sí es importante apuntar que la sola existencia de ese fenómeno llamado Buenos Aires, con su esplendor y su miseria, indica que las clases dominantes de este país recibieron –y reciben– algo más que “un plato de lentejas” del festín capitalista-imperialista.
Recuerde cuál era la situación de la clase obrera europea a la sazón. Si le resultan pesados los textos de Engels (La situación de la clase obrera en Inglaterra) puede ir a ver el filme Germinal o leer la formidable novela de Vargas Llosa sobre la vida de Flora Tristán. Mejor aún, porque este escritor peruano está vacunado contra toda sospecha de marxista o nacional y popular.
Por lo tanto, sería saludable cuestionar la trillada afirmación que la clase obrera europea, al menos en el siglo XIX, usufructuó de la expoliación del imperialismo a sus colonias. Se puede suponer que la tremenda explotación de aquella clase obrera permitía mantener un bajo salario “internacional”, el que, como tal, incidía también en el ingreso de nuestros trabajadores. Bajos salarios y largas jornadas hacían posible –entre otros factores de la dinámica del capital y la teoría del valor, por supuesto– que un producto con mucho mayor “valor agregado”, o por mejor hablar, un producto que contenía mucho mayor esfuerzo manual e intelectual, se intercambiara por productos primarios, dejando fabulosas ganancias a las clases dominantes europeas y argentinas.
El economista me lo explica con esa cosa de la oferta y la demanda, variables, coordenadas, que indican que el kilo de hierro vale tanto de lana, etc. pero yo, como el ingeniero, no analizo números sobre papeles sino esfuerzo humano.
Esta “paridad” en la explotación tuvo sus consecuencias de inmediato; a medida que nuestro país se convertía en el “granero del mundo” y Buenos Aires se transformaba en “La Reina del Plata”, las masas trabajadoras empeoraban su situación, (si señor, empeoraba, íbamos para atrás, no para adelante, como suponen los progresistas) cada progreso técnico significaba un nuevo ajuste al yugo, cuestión esta que las hizo, más rápido que despacio, organizarse en asociaciones de trabajadores rurales y urbanas, siguiendo el ejemplo de sus hermanos de clase del otro lado del mar. Cuando el país empezó a producir en forma industrial, el salario ya estaba condicionado por esa relación establecida por el mercado internacional.
Téngase también en cuenta que la situación de la clase obrera europea y la argentina, con décadas de lucha, no mejoró substancialmente hasta después de la II guerra mundial. Y ello merece otro análisis, que no me propongo hacer aquí. Por ahora sólo retengamos memoria de aquello. Puede resultarnos útil a la hora de buscar verdaderas alternativas.
Lo que nos interesa aquí es: ¿De qué nos sirve esta breve y provocadora reseña? Porque las analogías, no las similitudes, la analogía con el presente nos puede ayudar a examinar las perspectivas que se presentan en el horizonte inmediato y que entusiasman a quienes parecen ignorar que China, como Brasil se encuentran entre las potencias más desigualitarias de la tierra. Dije bien, no dije “más pobres”, dije desigualitarias. Además China es un imperialismo en potencia, por tradición histórica y por lógica capitalista. ¿O ahora van a esperar que se caiga la muralla china para rasgarse las vestiduras comunistas diciendo “yo no sabía, cuando yo estuve no vi nada”, como decía gente que había vivido años en la URSS, después de la caída del muro de Berlín? ¿O los crímenes de Bush, salvan la responsabilidad de los “comunistas”? ¿O la invasión a Irak nos debe de hacer olvidar la invasión de China a Vietnam? ¿Y los cubanos en Angola que encontraban en sus miras telescópicas tropas chinas? ¿O la ocupación de París por los nazis disculpa la represión francesa en Argelia?
Mi hipótesis, mi sospecha, es que, tal como está planteado, el acercamiento de Argentina a China, como supuesta “alternativa” al imperialismo norteamericano, tiene analogía con la relación de nuestro país con Inglaterra en el siglo XIX.
Los empresarios chinos se llevarán productos agrícolas producidos con alta tecnología (siembra directa, biotecnología, etc.) que ocupan sólo un puñado de personas; y nos remitirán productos industriales de valor agregado. (Incluida esa propia alta tecnología, maquinarias, agroquímicos, quizás hasta semillas modificadas “compitiendo” o por inversiones de Monsanto, etc.)
Pero, además –y esto no suele verse– además insisto, producidos por trabajadores en condiciones de extrema explotación en su país. Sí, en la China dirigida por gente que se dice comunista. Condiciones que contribuyen a mantener el “valor globalizado” de la mano de obra.
Por algo la delegación China ha condicionado los negocios a que se los reconozca como “economía de mercado”. En esa línea invertirán en Argentina, como cualquier empresa extranjera y con las reglas del mercado. Esto quiere decir que los empresarios chinos (los que entre sus capitales cuentan con las inversiones extranjeras en su propio país) intentarán pagar al menos los mismos salarios que pagan en su país. Y como si esto fuera poca comparación con los ingleses, construirán líneas férreas cuyo trazado fundamental se adecue al transporte de forraje y cereales para su país.
Y, por supuesto, con ese intercambio y con estas inversiones se potenciará la economía nacional y probablemente quedarán márgenes enormes a favor de “nuestro país”. Y si es cierto que, como suele decirse, la historia se repite, una vez como tragedia y otra como farsa, aquí empieza a agotarse la analogía, porque con esos ingresos no se construirán ya nuevas Buenos Aires, sino que, de acuerdo a estos tiempos de capitalismo volátil, de precariedad y especulación, esos ingresos servirán para levantar adefesios arquitectónicos tipo torres de Puerto Madero, multiplicar obscenos núcleos urbanos como Cariló, adquirir camionetas cuatro por cuatro blindadas, barrios amurallados con ejércitos de custodios, bien equipados con uniformes logotipo, garrotes y celulares y mal pagados; todo ello para brindar seguridad a los empresarios nacionales tradicionales, que remitirán sus ganancias a los paraísos fiscales.
O para regocijo de esa camada de ruidosos nuevos ricos en las calles de la ahora “próspera” Rosario, los sojeros, y de otros sectores sociales que reciban las extensiones del negocio (importadores, transportistas, acopiadores, consultores, contadores, abogados, funcionarios públicos, etc.) Y esto más allá de los deseos y la buena voluntad de los gobernantes; es la dinámica de hierro de la economía de mercado a la que aspiran los “comunistas” chinos y parecen aprobar también los comunistas argentinos.
Y aquí se acabó la analogía: una diferencia substancial con la “época de los ingleses” es que ahora existe una población inmensamente más numerosa, que suele ser memoriosa del Estado de Bienestar peronista, protestona e inconforme. Frente a ello, una parte de esos ingresos, retenida y administrada por el Estado, servirá para intentar mantener en forma estructural planes de asistencia social para “los que perdieron”. Y “los que perdieron” son y serán muchos, más de la mitad de los argentinos.
La memoria nos dice que recostarse sobre otro centro de poder no es alternativa. La memoria nos recuerda que estuvimos bien cuando apuntamos hacia adentro y no hacia afuera. Por la vía del mercado mundial la perspectiva es que los trabajadores argentinos completen su paso de “proletariado industrial” a proletariado romano.
Luis Mattini, enero de 2017.
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