sexta-feira, 10 de fevereiro de 2017

El Diablo Mundo, o ese infierno llamado amor

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Siempre trayendo hasta este Blog a los buenos autores que se expresan en lengua española y portuguesa, les regalo otra vez con las letras de la amiga Susana Díez De La Cortina. 
A disfrutarlo. (JV)
http://www.rondahuesca.es/2017/02/10/el-diablo-mundo-o-ese-infierno-llamado-amor/

El Diablo Mundo, o ese infierno llamado amor


Cuando, en medio de un temporal de mil demonios, venía yo en un tren con varias horas de retraso pensando en cómo los elementos pueden de improviso ponerse a bailar con el diablo para desbaratar los engreídos planes de los humanos, comprendí que lo que me había estado robando el sueño días atrás no era el nerviosismo de participar en el congreso “Voces de Mulleres”, que era el motivo de mi viaje, sino la inquietante relación entre el sanguinario pirata gallego Benito Soto Aboal, los trágicos amores del poeta romántico José Espronceda con Teresa Mancha y la deslumbrante poesía de “Los Diablos” del también gallego Salvador Mira: tres hombres rebeldes, de espíritu libérrimo, y una mujer que, seguramente, también lo fue, pero mereció únicamente ser tildada de casquivana por la sociedad de la época. Ni libre, ni liberal, sino casquivana, ya ven: las cosas de ser mujer… 
Pero volviendo a nuestros poetas: resulta que, pese a ser Espronceda uno de los mayores representantes del Romanticismo a nivel mundial por “El Diablo Mundo” (obra en la que está incluido el desgarrado “Canto a Teresa” del que ahora les hablaré), en nuestro país es sobre todo conocido por ese himno a la libertad que es su “Canción del pirata”, inspirada , según dicen, en la vida del desalmado Benito Soto , y cuyo estribillo seguramente recordarán ustedes haber recitado en la escuela:
Que es mi barco mi tesoro, 
que es mi Dios la libertad; 
mi ley, la fuerza y el viento; 
mi única patria, la mar.

A bordo de su navío “La Burla Negra”, el pirata nacido en Pontevedra en 1805 está considerado como el último demonio que asoló el Atlántico, con cuyo más famoso lema, «gato muerto no maúlla», fue siempre consecuente, por lo que, tras asesinar a tres de sus compañeros, se hizo de oro vendiendo las mercancías de sus abordajes en La Coruña, para ser finalmente, con sólo 24 años, apresado y ajusticiado en 1830 en Gibraltar, donde, tras proferir como último grito un estentóreo «¡Adiós a todos, la función ha terminado!», cuentan que le ahorcaron con tan poco tino, que le llegaban los pies al suelo, y tuvieron que cavar debajo para que muriera. Ya ven: las cosas de la justicia… 
En fin, tantos diablos en medio de una climatología endemoniada, con dos libros abiertos sobre la mesita del Alvia cuyos títulos eran “Los Diablos” y “El Diablo Mundo”, pues… da que pensar. Y a mí, ya ven, me dio por pensar en el amor: el de Espronceda y Teresa, que se habían conocido siendo miembros, ambos, del exilio liberal en Londres; que se habían enamorado sin remedio y que, algo más tarde, estando ya Teresa casada con un ricachón, se habían vuelto a encontrar en el otro exilio de París; y allí Espronceda, dejando a un par de amigos de centinelas, se las arregló para penetrar en la vivienda de su adorada Teresa, a quien creía perdida. 
Tras el rapto, episodio romántico por excelencia, el poeta se vio obligado a huir de nuevo, y se pierde un poco la pista de los amantes hasta que en 1832 reaparecen viviendo juntos de nuevo en París: él tenía 24 años por aquel entonces, y ella 19. En Madrid, vivieron en un piso cercano a la madre del poeta, quien volvió a ser desterrado en otras dos ocasiones. Tras el nacimiento en1834 de su hija Blanca, surgieron las primeras desavenencias, por las ausencias de Espronceda y sus actividades políticas, y Teresa, al parecer, terminó fugándose con un tal Don Alfonso a Valladolid, y aunque después Espronceda y Teresa se reconciliaron, vivieron un periodo tumultuoso, hasta que finalmente ella muere en 1939 de tuberculosis, antes de cumplir los 28 años.
El testimonio de testigos y biógrafos señala que Espronceda quiso estar junto al cadáver de su amada, pero no le quedó más remedio que acompañarla a través de la reja de la casa donde la velaban, y allí estuvo toda la noche, con la frente apoyada en los hierros. El entierro fue de caridad: tal suele ser el castigo de las casquivanas, por muy amadas que hayan sido en vida.
Espronceda no la olvidó, en los tres años que aun la sobrevivió; un año antes de fallecer por el garrotillo, le dedicó su “Canto a Teresa”, II de “El Diablo Mundo”, dolorido aprendizaje de su relación con ella y desahogo para su corazón, que está considerado la obra cumbre del romanticismo español, europeo e incluso universal. Mira, que es un escritor rabiosamente actual tanto en los temas como en los aspectos formales, me recuerda a mí mucho el espíritu desgarrado, fieramente independiente y apasionado hasta alcanzar temperaturas infernales de aquellos primeros escritores románticos, como Espronceda. Aquí van algunas estrofas del “Canto a Teresa” de este último, que del primero prometo contarles más en otro momento:
CANTO A TERESADescansa en paz
¡Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno!
Como de Dios al fin obra maestra,
por todas partes de delicias lleno,
de que Dios ama al hombre hermosa muestra;
¡paz a los hombres! ¡Gloria en las alturas!
¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!
¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón sólo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan.
(…)
Mujer que amor en su ilusión figura,
mujer que nada dice a los sentidos,
ensueño de suavísima ternura,
eco que regaló nuestros oídos;
de amor la llama generosa y pura,
los goces dulces del amor cumplidos,
que engalana la rica fantasía,
goces que avaro el corazón ansía.
¡Ay!, aquella mujer, tan solo aquella,
tanto delirio a realizar alcanza,
y una mujer tan cándida y tan bella
es mentida ilusión de la esperanza:
es el alma que vívida destella
su luz al mundo cuando en él se lanza,
y el mundo con su magia y galanura
es espejo no más de su hermosura: 
es el amor que al mismo amor adora,
el que creó las Sílfides y Ondinas,
la sacra ninfa que bordando mora
debajo de las aguas cristalinas:
es el amor que recordando llora
las arboledas del edén divinas:
amor de allí arrancado, allí nacido,
que busca en vano aquí su bien perdido.
(…)
Aun parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.
(…)
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron,
las dulces esperanzas que trajeron
con sus blancos ensueños se llevaron,
y el porvenir de oscuridad vistieron:
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria,
sólo quedó una tumba, una memoria.
(…)
¡Oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!…¡ay!, yo entretanto
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto:
yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón pedazos hecho. 
Gocemos, sí; la cristalina esfera
gira bañada en luz:¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
los campos pinta en la estación florida:
truéquese en risa mi dolor profundo…
que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?


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