segunda-feira, 4 de junho de 2018

El Espejo Enterrado. Carlos Fuentes. 1ª parte.


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EL ESPEJO ENTERRADO

Colón, mas que oro, le ofreció a Europa una visión de la Edad de Oro restaurada: “estas serán las tierras de Utopía, el tiempo feliz del hombre natural”. Colón había descubierto el paraíso terrenal y el buen salvaje que lo habitaba. ¿Por qué, entonces, se vio obligado a negar inmediatamente su propio descubrimiento, atacar a los hombres a los cuales acababa de describir como “muy mansos y sin saber que sea mal, ni matar a otros, ni prender y sin armas”; y a darles caza, esclavizarlos y aun enviarlos a España encadenados?

Al principio Colón dio un paso hacia la edad dorada. Pero pronto, a través de sus propios actos, el paraíso terrenal fue destruido y los buenos salvajes de la víspera fueron vistos como “buenos para les mandar y les hazer trabajar y sembrar y hazer todo lo otro que fuera menester”.

Desde entonces, el Continente Americano ha vivido entre el sueño y la realidad, ha vivido el divorcio entre la buena sociedad que deseamos y la sociedad imperfecta en la que realmente vivimos. Hemos persistido en la esperanza utópica porque fuimos fundados por la utopía, porque la memoria de la sociedad feliz está en el origen mismo de América, y también al final del camino, como meta y realización de nuestras esperanzas.

La crisis que nos empobreció también puso en nuestras manos la riqueza de la cultura, y nos obligó a darnos cuenta de que no existe un solo latinoamericano, desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, que no sea heredero legitimo de todos y cada uno de los aspectos de nuestra tradición cultural. Esta tradición que se extiende de las piedras de Chichen Itza y Machu Pichu a las modernas influencias indígenas; y de la pintura y la arquitectura del Barroco Colonial a la Literatura Contemporánea de Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez; y de la múltiple presencia europea en el hemisferio – Ibérica, y a través de Iberia, mediterránea, romana, griega y también árabe y judía – a la singular y sufriente presencia negra africana. De las cuevas de Altamira a los grafitos de Los Ángeles. Y de los primerísimo inmigrantes a través del Estrecho de Beríng, al más reciente trabajador indocumentado que anoche cruzó la frontera entre México y los Estados Unidos.

LA VIRGEN Y EL TORO

A través de España, las Américas recibieron en toda su fuerza la tradición mediterránea. Porque si España es no sólo cristiana, sino árabe y judía, también es griega, cartaginesa, romana, y tanto gótica como gitana. Quizás tengamos una tradición indígena más poderosa en México, Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, o una presencia europea más fuerte en el Caribe, en Venezuela y en Colombia, que en México o Paraguay. Pero España nos abraza a todos; es, en cierta manera, nuestro “lugar común”. España, la madre patria, es una proposición doblemente genitiva, madre y padre fundidos en uno solo, dándonos su calor a veces opresivo, sofocantemente familiar, meciendo la cuna en la cual descansan, como regalos de bautizo, las herencias del mundo mediterráneo, la lengua española, la religión católica, la tradición política autoritaria – pero también las posibilidades de identificar una tradición democrática que pueda ser genuinamente nuestra, y no un simple derivado de los modelos franceses o angloamericanos.

Varios traumas marcan la relación entre España y la América española. El primero, desde luego, fue la conquista del Nuevo Mundo, origen de un conocimiento terrible, el que nace al estar presentes en el momento mismo de nuestra creación, observadores de nuestra propia violación, pero también testigos de las crueldades y ternuras contradictorias que formaron parte de nuestra concepción. Los hispanoamericanos no podemos ser entendidos sin esta conciencia intensa del momento en que fuimos concebidos, hijos de una madre anónima, nosotros mismos desprovistos de nombre, pero totalmente conscientes del nombre de nuestro padre. Un dolor magnífico funda la relación de Iberia con el Nuevo Mundo: un parto que ocurre con el conocimiento de todo aquello que hubo de morir para que nosotros naciésemos: el esplendor de las antiguas culturas indígenas.

En nuestras mentes hay muchas “Españas”. Existe la España de la “leyenda negra”: inquisición, intolerancia y contrarreforma, una visión promovida por la alianza de la modernidad con el protestantismo, fundidos a su vez en oposición secular a España y todas las cosas españolas. En seguida, existe la España de los viajeros ingleses y de los románticos franceses, la España de los toros, Carmen y el Flamenco. Y existe también la madre España vista por su descendencia colonial en las Américas, la España ambigua del cruel conquistador y del santo misionero, tal y como nos los ofrece, en sus murales, el pintor mexicano Diego Rivera.

El problema con los estereotipos nacionales, claro está, es que contienen un grano de verdad, aunque la repetición constante lo haya enterrado. ¿Ha de morir el grano para que la planta germine? El texto es lo que está claro y ruidoso a veces; pero el contexto ha desaparecido.

El mapa de Iberia se asemeja a la piel de un toro, tirante como un tambor, recorrida por los senderos dejados por hombres y mujeres cuyas voces y rostros, nosotros, en la América española, percibimos débilmente. Pero el mensaje es claro: la identidad de España es múltiple. El rostro de España ha sido esculpido por muchas manos: ibéricos y celtas, griegos y fenicios, cartagineses, romanos y godos, árabes y judíos.

Dos hechos llaman la atención cuando visito Altamira. Uno es que la bóveda donde están pintados los bisontes estaba sellada ya en la oscuridad durante el Alto Paleolítico. El otro es que esta cueva solo haya sido descubierta en 1879, por una niña de cinco años, llamada Maria de Santuola, que jugaba cerca de la entrada. Pero de la oscuridad sin tiempo de Altamira, lo que emerge es el toro español que enseguida se posesiona, hasta este día, de la tierra. Su representación se extiende desde los toros yacientes de Osuna, que datan de la época ibérica y los siglos IV y III A.C., a la espléndida representación celta de los toros guardianes de Guisando, que pudieron ser firmados por Brancusi, al toro Negro en los anuncios que hoy se encuentran en todos los caminos de España, invitando a consumir el brandy de Osborne. Pero la representación moderna del toro español acaso culmine con la cabeza trágica del animal que preside la noche humana de la Guernica de Pablo Picasso.

LA CONQUISTA DE ESPAñA
UNA CIUDAD ASEDIADA

Particularismo, Guerra de guerrillas, individualismo. Plutarco escribe que los comandantes españoles se rodeaban de un grupo de leales llamados “solidarios”, quienes consagraban sus vidas a la del jefe, muriendo con este. Pero, al descubrir que los iberos rehusaban la federación, que sentían lealtad solo hacia su tierra y sus jefes, los romanos fueron capaces de derrotarlos de una manera semejante a la que habrían de usar para derrotar al Azteca y al Inca: gracias a la tecnología superior, desde luego, pero gracias también a recursos superiores de información. Al darse cuenta de que los pueblos mexicanos eran un mosaico de particularismos sin alianzas más amplias que la fidelidad a la localidad y al jefe, Cortés derroto a los aztecas de la misma manera que Roma derrotó a los iberos.

LA ESPAñA ROMANA

Se ha dicho que el genio de Roma en España fue que nunca impuso un esquema absolutista, totalitario, sino que promovió el cambio, la apertura, la mezcla y la circulación. Los acueductos llevaron el agua de los valles fluviales a las áridas mesetas, de la misma manera en que la ley y la lengua auspiciaron un creciente sentido de comunidad.

LA RECONQUISTA DE ESPANA
LAS TRES CULTURAS

Aquí yace, también, el santo que, en su lecho agónico, recibió la hostia hincado, con una soga atada al cuello a fin de significar su humildad ante Dios y la profunda conciencia de sus propios pecados. Y aquí yace el humanista que apeló al Papa para proteger a los judíos españoles y salvarles de la obligación de usar estigmatas degradantes en sus ropas.

La tumba de San Fernando ostenta inscripciones en las cuatro lenguas de la continuidad cultural de España: el latín, el español, el árabe y el hebreo, esto es, las lenguas de los tres monoteísmos: el Cristianismo, el Islam y el Judaísmo. A Fernando le gustaba ser llamado el soberano de las tres religiones, igualmente respetuoso de todos los “pueblos del libro”, los Testamentos, el Corán y el Talmud. De esta forma, aunque la practica política le impulsaba a combatir a los moros, su misión espiritual fue la de reconocer la singularidad europea de España como la única nación donde judíos, cristianos y moros convivían.

Pero la coexistencia cultural, en tanto política explicita de un monarca español, alcanzó su verdadero apogeo durante el reino del hijo de San Fernando, Alfonso X De Castilla, quien en 1254 le otorgó su cedula a la mayor universidad de España en Salamanca y creó su biblioteca, convirtiéndola en la primera biblioteca de Estado con un bibliotecario pagado por el gobierno. De tal manera, la universidad y la biblioteca de Salamanca son el digno símbolo de un rey que en su propio tiempo fue llamado El Sabio.

El rey Alfonso trajo a su corte a un grupo de intelectuales judíos, así como traductores árabes y trovadores franceses. A sus pensadores árabes y judíos encargó traducir la Biblia al español así como el Corán, la Cábala, el Talmud y los cuentos indostánicos. Con los intelectuales judíos escribió la monumental “Summa” de le Edad Media española que incluye la compilación legislativa, “Las siete partidas”, el tratado judicial, “El fuero real”, los tratados de Astronomía y las dos grandes historias de España y del mundo. La corte tricultural de Alfonso incluso tuvo tiempo de escribir el primer libro occidental sobre un juego árabe, el ajedrez, (cuyo movimiento mas definitivo, el jaque mate, es una traducción del árabe, “Shah’kakh maat”, “matad al Shah”.

El propósito de esta extraordinaria hazaña de la inteligencia medieval fue consignar todo el conocimiento accesible en ese tiempo. En este sentido, fue una continuación de la labor previa emprendida en Sevilla por San Isidro. El resultado fue una suerte de enciclopedia antes de las enciclopedias que tan de moda se pusieron en el siglo XVIII. Pero el hecho más llamativo es que el rey de Castilla tuvo que llamar a la inteligencia judía y árabe para cumplir esta tarea. Y no es menos elocuente que los escritores judíos hayan sido quienes insistieron en que las obras se escribiesen en español y no, como era entonces la costumbre académica, en latín, porque el latín era la lengua de la cristiandad. Los judíos de España querían un conocimiento diseminado en la lengua común a todos los españoles: cristianos, judíos y conversos. La futura prosa de España proviene de la corte de Alfonso y es, en esencia, el lenguaje de las tres culturas. Dos siglos después del rey sabio, los judíos continuaban usando la lengua vulgar para leer las escrituras, comentarlas, escribir la filosofía y estudiar astronomía. Puede decirse que los judíos fijaron y circularon el uso de la lengua española en España.

1492 EL AñO CRUCIAL

LA EXPULSI ÓN DE LOS JUDIOS

Las consideraciones que guiaron a la política de Isabel y Fernando no sólo fueron religiosas. Su interés incluía aumentar el caudal de la monarquía con la expropiación de la riqueza de las más industriosas castas de España. Es verdaderamente irónico que los beneficios inmediatos que la Corona unida recibió fueran apenas una pitanza comparados con lo que, mediata e inmediatamente, perdió. En 1492, de una población total de siete millones, sólo había en España medio millón de judíos y conversos. Sin embargo, una tercera parte de la población urbana estaba formada por descendientes de judíos. El resultado fue que un año después del edicto de expulsión, las rentas municipales de Sevilla descendieron 50 por ciento y que Barcelona conoció la bancarrota municipal.

TODO ES POSIBLE

“Todo es posible”, escribió el humanista italiano Marsilio Ficino, “Nada debe ser desechado. Nada es increíble. Nada es imposible. Las posibilidades que negamos son tan sólo las posibilidades que ignoramos”.

Aun más significante, acaso, es la tragicomedia La Celestina, escrita por Fernando de Rojas después de la expulsión de los judíos. Rojas, descendiente de judíos conversos, escribió su obra maestra siendo un estudiante y desde la Universidad de Salamanca. Es la historia de una vieja trota conventos, sus pupilos, dos jóvenes amantes y los criados de ambos. Es una obra itinerante, situada en las calles de una ciudad moderna desamparada, sin muros, puentes levadizos o fosas de defensa, una ciudad moderna protegida, vista por Rojas como la coladera de la realidad histórica, donde los vicios y virtudes ejemplares de la moralidad medieval son derrotadas por los intereses, el dinero, la pasión y el sexo. Todos los personajes de La Celestina gastan inmensas energías en idas y venidas, en misiones y embajadas relacionadas con esas pasiones. Pero toda esta energía termina en la inmovilidad absurda de la muerte.

La Celestina es producto de la Universidad de Salamanca, el centro de enseñanza más grande de España, que se concibió a si misma como una alternativa humanística a la creciente ortodoxia e intolerancia de la Corona. Cuando el 1499 y después de múltiples dudas, Rojas finalmente decidió publicar su libro, poseía una conciencia aguda del duro destino de sus hermanos judíos. El mundo es el cambio, proclama La Celestina, nada sino cambio, pero junto al azar, el cambio lleva a todos a un final amargo y desastroso. Este es el libro que, de acuerdo con Ramiro de Maeztu, le enseñó al pueblo español a vivir sin ideales. El Arcipreste y Fernando de Rojas son humanistas que se atreven a soñar y a advertir, celebrando la acción humana, pero también señalando claramente sus peligros. La expansión de Europa, primero hacia el Oriente y enseguida hacia el Occidente, fue, en cierto modo, una hazaña de la imaginación renacentista.

Fue también el triunfo de la hipótesis sobre la percepción de la imaginación sobre la tradición.

VIDA Y MUERTE DEL MUNDO INDÍGENA

El estado sucesor de los toltecas, y la Nación final del antiguo mundo mesoamericano, fue el de los aztecas. La larga marcha de los aztecas desde los desiertos de Norteamérica, desde Arizona y Chihuahua hasta el centro de México, se fijó en la visión de un águila devorando a una serpiente sobre un nopal en una isla en un lago. Los aztecas fueron conducidos hasta este lugar por su feroz dios de la Guerra, Huitzilopochtli, cuyo nombre significa “El Mago Colibrí”, y por su sacerdote, Tenoch. Cuando llegaron al sitio predestinado, fundaron su ciudad, Tenochtitlan, sobre las islas y pantanos de los lagos, en el año 1325. A la ciudad le añadieron un prefijo, “México”, que significa “el ombligo de la Luna”. Es la más Antigua ciudad viva de las Américas. De acuerdo con las crónicas, los aztecas eran despreciados por los habitantes previos del valle central, descendientes de los Toltecas, quienes llamaron a los aztecas “el último pueblo en llegar”, “todos los persiguieron”, “nadie quería recibirlos”, “carecían de rostro”.

Y, sin embargo, por debajo y por encima, pululando cerca de los dioses, los sacerdotes y los guerreros, existía en Meso América toda una sociedad, vivaz y sensible, circulando alrededor de las pirámides y creando los valores de la continuidad cultural de las Américas. Esta tradición habría de convertirse en una de las más fuertes realidades con las que estas sociedades darían respuesta al encuentro con Europa.

Quetzalcoatl fue el principio dador de vida de la sociedad azteca, en oposición a Huitzilopochtli, artífice de la Guerra y de la muerte. Tan importante para el mundo indígena como Prometeo o Ulises para el mundo mediterráneo, o Moisés para la cultura judeocristiana, Quetzalcoatl también fue un exiliado, un viajero, un héroe que se fue y prometió regresar. Como los otros, su mito vive a través de múltiples versiones y metamorfosis, pero trascendiéndolas y enriqueciéndolas todas.

Los grandes festivales del mundo azteca no eran sino la expresión externa, ceremonial, de un tiempo en el que la naturaleza y el destino se daban la mano, eran vividos como mito y, como mito, no solo representados sino vitalmente creídos. Ningún ejemplo mejor que el de una de las versiones de la leyenda de Quetzalcoatl, transmitida al padre Bernardino de Sahagún en México por sus informantes indígenas. De acuerdo con esta versión del mito, uno de los dioses menores del panteón indígena, un ser oscuro y eternamente joven llamado Tezcatlipoca, cuyo nombre significa “El Espejo Humeante”, les dijo a los otros demonios: “Visitemos a Quetzalcoatl, y llevémosle un regalo.” Se dirigieron al palacio del dios en la ciudad de Tula y le entregaron el regalo, envuelto en algodón. “¿Qué es?”, preguntó Quetzalcoatl mientras desenvolvía el obsequio. Era un espejo. El dios se vió reflejado y gritó. Creía que, siendo un dios, carecía de rostro. Ahora, reflejado en el espejo enterrado, vio su propio rostro. Era, después de todo, la cara de un hombre, la cara de la criatura del dios. Así, Quetzalcoatl se dio cuenta de que al tener un rostro humano, debía, también, tener un destino humano.

Los demonios nocturnos desaparecieron vociferando alegremente y Quetzalcoatl, esa noche, bebió hasta el estupor y fornicó con su hermana. Al día siguiente, lleno de vergüenza, se embarcó en una balsa de serpientes navegando hacia el Oriente. Prometió que regresaría en una fecha fija, Ce Acatl, el día de la caña en el calendario azteca.

Cuando los tiempos del destino y la naturaleza coincidían bajo un símbolo de pavor, el universo indígena era sacudido hasta las raíces y el mundo entero temía perder su alma. Esto es exactamente lo que ocurrió cuando, después de una espantosa serie de augurios, el capitán español Hernán Cortes desembarcó en la costa del Golfo de México, el Jueves Santo de 1519.

EL REGRESO DE QUETZALCOATL

Llegó en el tiempo previsto: Ce Acatl, el año Uno Cania, precedido por un año de portentos en el mundo azteca. Las aguas del lago sobre el cual estaba construida la ciudad de Tenochtitlan, se agitaron formando inmensas olas, derrumbando casas y torres. Los cometas recorrieron durante largas horas los cielos. Los espejos reflejaron un cielo lleno de estrellas en pleno mediodia. Extrañas mujeres deambularon por las calles a la medianoche, lamentando la muerte de sus hijos en la perdida del mundo. Aun los aliados más cercanos del emperador azteca Moctezuma, después de observar el firmamento noche tras noche, admitieron que las profecías estaban a punto de cumplirse, que el mar, la Montana y el aire mismo temblaron con premoniciones. Quetzalcoatl iba a regresar.

La profecía del dios rubio y barbado iba a convertirse en realidad. Tan seguro estaba de ello el rey de Texcoco, que abandonó su reino, despidió a sus ejércitos y le recomendó a sus súbditos disfrutar del poco tiempo que les quedaba. Y el emperador Moctezuma, que rara vez repetía el uso de su ropa y era atendido por una multitud de doncellas, inició una larga penitencia barriendo su palacio con una escoba y vestido sólo con taparrabos, mientras los augurios del desastre se acumulaban sobre la ciudad aterrada. ¿Estaba acaso terminando el tiempo del Quinto Sol?

La angustia de Moctezuma tuvo un alivio pasajero cuando un mensajero llegó desde la costa y le dijo al rey que desde el oriente se habían acercado casas flotantes, y en ellas se veían hombres vestidos de oro y plata, y montados sobre bestias con cuatro patas. Estos hombres eran blancos, barbados, algunos de ello incluso rubios y de ojos azules. Moctezuma suspiró. Había terminado el tiempo de la angustia. Los dioses habían regresado. La profecía se había cumplido.

MI LENGUA

Pero Hernán Cortes no se veía a si mismo como un dios. El era un hombre y su voluntad de acción le movía a actuar de manera humana, empleando hasta el extremo su sagacidad y su información. En la primavera de 1519 Cortes había zarpado de Cuba con una expedición de 11 navíos. A bordo viajaban 508 soldados, 16 caballos y varias piezas de artillería. El Jueves Santo, ancló sus barcos frente a la costa del Golfo y fundó la ciudad de Veracruz, en nombre del emperador Carlos V. Pocos días más tarde, otro emperador, Moctezuma, recibió las noticias de la costa. ¿Quién era este capitán español, que repentinamente se vió tratado como un dios?

Al principio, hubo escaramuzas constantes con las tribus de la costa. Sus caciques pronto se dieron cuenta de que los extranjeros, quienes quiera que fueran, no eran fáciles de derrotar en el campo de batalla. Venían armados de relámpagos, mandaron decir los informadores indios, y escupían fuego. Los caciques les entregaron regalos de oro y otros objetos preciosos para contentarlos. Pero un día, le fue presentado a Cortes un tributo bien distinto: un obsequio de 20 esclavas llego hasta el campamento español y entre ellas, Cortes escogió a una.

Descrita por el cronista de la expedición, Bernal Díaz del Castillo, como mujer de “buen parecer y entremetida y desenvuelta”, el nombre indígena de esta mujer era Malintzin, indicativo de que había nacido bajo signos de contienda y desventura. Sus padres la vendieron como esclava; los españoles la llamaron Dona Marina, pero su pueblo la llamo La Malinche, la mujer del conquistador, la traidora a los indios. Pero con cualquiera de estos nombres, la mujer conoció un extraordinario destino. Se convirtió en “mi lengua”, pues Cortés la hizo su intérprete y amante, la lengua que habría de guiarle a lo largo y alto del imperio azteca, demostrando que algo estaba podrido en el reino de Moctezuma, que en efecto existía gran descontento y que el imperio tenia pies de barro.

Entre sus deberes como soldado de la cristiandad y la ilusión indígena de que Cortes era un dios, el capitán español hubo de afirmar, finalmente, su identidad verdadera. Pero si su imagen divina comenzó a desteñirse, su habilidad militar se reafirmó en las batallas contra las fuerzas de Tlaxcala, en las afueras de la Ciudad de México. Los valientes tlaxcaltecas, ferozmente independientes del poder de Tenochtitlan, no querían cambiar una dominación por otra. Desafiaron a Cortés pero fueron aplastados una vez más, a pesar de su número superior, por la avanzada tecnología de los europeos.

CORTÉS Y MOCTEZUMA

Rara vez se ha dado un encuentro de personalidades tan contrastantes en la historia. Fue el encuentro entre un hombre que lo tenía todo y un hombre que nada tenía. Un emperador comparado con el Sol, cuyo rostro estaba vedado a sus súbditos, y poseedor del título de Tlatoani, que significa “el de la gran voz”. Y un soldado sin tesoro más grande que su ingenio y su voluntad. Pero a Moctezuma lo gobernaba su propia voluntad. El español alcanzaría sus metas en contra de todos los obstáculos.

Pronto descubrió que Moctezuma tenía recamaras en su palacio donde hasta las paredes eran de oro. Cortés pagó la hospitalidad del monarca indígena tomándolo prisionero y derritiendo el oro. En todas partes mandó destruir los ídolos y en su lugar erigió altares cristianos. Y su lugarteniente, Pedro de Alvarado, después de hacerle trampas a Moctezuma en el juego de dados, perpetró la matanza de una población desarmada y desnuda en el festival religioso de Tlatelolco.

¿Eran estos realmente dioses? Finalmente, el pueblo mexicano dijo que no. Eran invasores extranjeros crueles y codiciosos y podían ser derrotados. Durante la Batalla de la Noche Triste, la insurrección indígena, encabezada por el sobrino de Moctezuma, Cuauhtemoc, arrojó a los españoles afuera de Tenochtitlan. Muchos se ahogaron en los canales tratando de escapar con las bolsas llenas de oro. El propio Cortes se sentó el pie de un árbol y lloró. Pero construyó barcos en el lago para reiniciar el ataque y regresó, convencido de que la ecuación de información más tecnología superior acabaría por garantizar el triunfo europeo.

Después de un sangriento sitio, en 1521, Cortés finalmente sometió a la capital azteca. Fue, en palabras de Hugh Thomas, una de las grandes batallas de la historia. Pues no sólo destruyo el más grande centro del poder indígena y religioso en Norteamérica hasta aquel tiempo. También escenificó, en las figuras de Cortés y Moctezuma, uno de los grandes choques entre civilizaciones opuestas que el mundo jamás haya visto.

La conquista de México fue algo más que el asombroso éxito de una banda de menos de 600 soldados europeos frente a un imperio teocrático. Fue la victoria de los otros indios en contra del soberano azteca. Fue la victoria del mundo indígena contra si mismo, puesto que los resultados de la conquista significaron para la mayor parte de los indígenas, exterminio y esclavitud. Pero también fue, como habremos de ver, una derrota del propio conquistador. ¿Se entenderá algún día la conquista de México como una derrota del vencedor y del vencido, a fin de poderla considerar, al cabo, como una victoria de ambos?

Cuando Moctezuma y su imperio se hundieron en las aguas sangrientas de la laguna, el mundo indígena desapareció para siempre, sus ídolos rotos y sus tesoros olvidados, enterrados todos bajo las iglesias barrocas cristianas y los palacios virreinales, pero por encima de este drama se pueden escuchar, como murmullo en la historia, las voces de conquistadores y conquistados.

Todas las sociedades indígenas de las Américas, a pesar de sus múltiples fallas, eran civilizaciones jóvenes y creativas. La conquista española detuvo su movimiento, interrumpió su crecimiento y las dejo con un legado de tristeza, elocuente en las visiones de los vencidos, recopiladas por Miguel León-Portilla.

La tristeza de los acontecimientos fue cantada por los poetas del mundo indígena derrotado:

¿A donde iremos ahora, amigos míos?

El humo se levanta, la niebla se extiende.

Llorad, mis amigos.

Las aguas están rojas.

Llorad, oh, llorad, pues hemos perdido a la nación azteca.

El tiempo del Quinto Sol había terminado. Acaso los propios conquistadores podían hacerse eco de estas palabras, pues lo que primero habían admirado, enseguida lo habían destruido. Pero cuando todo había terminado, cuando el emperador Moctezuma había sido silenciado por su propio pueblo, cuando el propio conquistador Hernán Cortes, había sido silenciado por la Corona de España que le negó poder político en recompensa a sus hazañas militares, quizás sólo la voz de la Malinche permaneció. La intérprete, pero también amante, la mujer de Cortés, La Malinche estableció el hecho central de nuestra civilización multirracial, mezclando el sexo con el lenguaje. Ella fue la madre del hijo del conquistador, simbólicamente el primer mestizo. Madre del primer mexicano, del primer novo hispano de sangre española e indígena. Y La Malinche parió hablando esta nueva lengua que aprendió de Cortés, la lengua española, lengua de la rebelión y la esperanza, de la vida y la muerte, que habría de convertirse en la liga más fuerte entre los descendientes de indios, europeos y negros en el hemisferio americano.

LA CONQUISTA Y LA RECONQUISTA

DEL NUEVO MUNDO

Los españoles salieron corriendo de las casas donde se habían escondido. La acompañante india, sorprendida, trato de proteger al Inca. Los españoles les cortaron las manos mientras sostenían la litera de Atahualpa. Ni un sólo soldado español fue matado o herido. Como en la conquista de México, una doble enajenación – la información divina y la falta de tecnología avanzada – habrían de derrotar a la nación quechua. Noticias divinas: en su lecho de muerte, el padre de Atahualpa, el inca Huayna Capac, había profetizado que un día llegarían por el mar hombres barbados a destruir el mundo de los Incas.

Estos hombres serian mensajeros de la deidad indígena central, Viracocha, quien, como Quetzalcoatl, creó a la humanidad y luego navegó hacia el Occidente, prometiendo regresar. La falta de tecnología determinó aun más el destino de los incas. En las palabras del historiador británico contemporáneo, John Heming, los ejércitos indígenas del Perú “nunca pudieron producir un arma que pudiese matar a un jinete español montado y armado”.

Para rescatar su libertad, el emperador capturado ofreció a Pizarro oro suficiente para llenar una gran sala, hasta la altura de un hombre. Cuando el oro llegó, los conquistadores lo derritieron. En cuanto a Atahualpa, la promesa de Pizarro no fue cumplida. Prisionero, al Inca le fue dada, simplemente, la oportunidad de escoger entre ser quemado vivo como pagano, o convertirse al cristianismo antes de ser estrangulado. Escogió el bautizo. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Mi nombre es Juan. Ese es mi nombre para morir”.

UNA MAGIA ORGANIZADA

La conquista del Perú fue sumamente paradójica. Fulminante como una guerra relámpago moderna, dio la impresión de terminar en el instante en que comenzó, con la captura y ejecución de Atahualpa por Pizarro en 1532, seguida por el rápido avance español sobre un país comunicado por un esplendido sistema de caminos. Pero el hecho es que a pesar de sus éxitos iniciales, la conquista del Perú fue un acontecimiento prolongado, mucho más largo que la conquista de México. Prolongado, en primer termino, por la oposición indígena. Organizándose lentamente tras la muerte de Atahualpa, la resistencia floreció entre 1536 y 1544, atosigando constantemente a los españoles hasta la muerte del jefe indígena, Manco Inca, y reanudada por sus descendientes hasta que uno de ellos, Tupac Amaru, fue decapitado por los españoles en 1572, 40 años después de la emboscada de Pizarro al inca Atahualpa en Cajamarca.

Pero quizás el mayor enigma de esta cultura fue conocido en nuestro propio tiempo y gracias al aeroplano. Pues sólo desde el aire puede el ojo humano distinguir las líneas de Nazca, el colosal diseño geométrico que nos envía su misterioso mensaje desde las profundidades del tiempo. Las líneas de Nazca, inscritas en los valles del sur del Perú, constituyen un misterioso telegrama acerca de la vida y la muerte de la antigüedad peruana, y como las líneas del destino en una palma humana, continúan velándonos las verdades sobre esa tierra. Sin embargo, su propio enigma nos desafía a proporcionarle un sentido a una cultura que, basada en la magia y la cosmovisión, al mismo tiempo podía proponer y renovar la relación de los seres humanos en la sociedad con semejante precisión y aun, a veces, éxito.

BAJO EL SIGNO DE LA UTOPIA

Para Vespucio, Utopía no es el lugar que no existe. Utopía es una sociedad y sus habitantes viven en comunidad y desprecian el oro: “Los pueblos viven de acuerdo con la naturaleza”, escribe en su Mundus Novus de 1503. “No poseen propiedad; en cambio, todas las cosas se gozan en comunidad.” Y si no tienen propiedad, no necesitan gobierno. “Viven si rey y sin ninguna forma de autoridad y cada uno es su propio amo”, concluyó Américo, confirmando la perfecta Utopía anarquista del Nuevo Mundo para su audiencia renacentista europea.

Los trabajos forzados, las enfermedades europeas y el simple y brutal choque cultural, destruyeron a la población indígena del Caribe. Algunas estimaciones de la población India en el México central calculan números tan grandes como 25 millones en vísperas de la conquista, sólo la mitad 50 años más tarde, “y solo algo más de un millón en 1605”, de acuerdo con Bárbara y Stanley Stein, en su libro “La herencia colonial de la América Latina”.

LAS INDIAS ESTAN SIENDO DESTRUIDAS

Los conquistadores y sus descendientes, muy a propósito, fueron situados por la Corona en la posición jurídica de usurpadores. Y de las Leyes de Indias se dijo que semejaban la red de la araña, que captura a los criminales menores, pero permite que los grandes escapen libremente.

UNA RED DE CIUDADES

Las ciudades se transformaron también en centros de una nueva cultura. La primera universidad del Nuevo Mundo, se fundo en Santo Domingo en 1538, y las universidades de Lima y la Ciudad de México en 1551, mucho antes que la primera universidad en las colonias inglesas de América, Harvard College, fundado en 1636. La primera imprenta de las Américas fue instalada en la Ciudad de México por el tipógrafo italiano Giovanni Paoli (Juan Pablos) en 1539, en tanto que la primera imprenta angloamericana fue inaugurada por Stephen Daye en Cambridge, Massachussets, en 1638.

Esta filosofía fue determinante para la cultura política de la América Latina, en virtud de que durante 300 años, todos, de México a la Argentina, asistieron a la escuela política de Santo Tomás. Y en ella aprendieron, de una vez por todas, que el propósito de la política, su valor supremo, superior a cualquier valor individual, era el bien común. Para alcanzarlo se requería la unidad; el pluralismo era un estorbo. Y la unidad sería alcanzada de manera superior gracias al gobierno de un solo individuo, no a través del capricho de múltiples electores. En una de las once capillas de la iglesia de Santo Domingo en Oaxaca, Santo Tomás de Aquino preside desde el cielo las verdades políticas básicas destiladas en el corazón de la América española.

Pero la insistencia en que el bien común es otorgado desde arriba mediante la concesión autoritaria, aseguró que esta filosofía política sólo podría ser modificada desde abajo a través de la revolución violenta. Nuevamente, los principios y las prácticas de la democracia fueron pospuestos.

No obstante, la Corona era capaz de tomar iniciativas sumamente ilustradas, tales como la temprana creación de escuelas para los indígenas mas dotados, que eran miembros de la aristocracia de las naciones derrotadas. En el Colegio de Tlatelolco en México, por ejemplo, los jóvenes indígenas aprendían español, latín y griego, demostrando la excelencia de sus estudios.

Pero, al cabo, el experimento fracasó, primero porque irritaba a los conquistadores tener súbditos indios que sabían más que ellos, pero sobre todo, porque los conquistadores no querían indios que tradujesen a Virgilio, sino indios que trabajasen para ellos como mano de obra barata en las minas y en las haciendas.

¿CUALES CREES QUE FUERON LAS ACONSECUENCIAS DE INTERRUMPIR LA EDUCACION SUPERIOR DE LOS INDIGENAS EN LA COLONIA? (LLAMADO A LA ACCIÓN)

PADRE Y MADRE

La maravillosa capilla de Tonantzintla cerca de Cholula, en México, es una de las más llamativas confirmaciones del sincretismo como elemento dinámico de la cultura de la contraconquista. Lo que aquí ocurrió se repitió a lo largo y ancho de la América Latina. Los artesanos indígenas recibieron grabados de los santos y otros motivos religiosos de manos de los evangelizadores cristianos, quienes les pidieron reproducirlos dentro de las iglesias. Pero los antiguos albañiles y artesanos de los templos indígenas querían hacer algo más que copiar. Deseaban celebrar a sus dioses viejos, al lado de los nuevos dioses, pero esta intención hubo de enmascararse mediante una mezcla del elogio de la naturaleza con el elogio del cielo, fundiéndolos de manera indistinguible.

Tonantzintla es, en efecto, una recreación indígena del paraíso indígena, blanca y dorada, la capilla es una cornucopia de la abundancia en la que todas las frutas y flores del trópico ascienden hacia la cúpula, hacia el sueño de la abundancia infinita. El sincretismo religioso triunfó y, con él, de alguna manera, los conquistadores fueron conquistados.

En Tonantzintla, los indígenas se pintan a si mismos como ángeles inocentes rumbo al paraíso, en tanto que los conquistadores españoles son descritos como diablos feroces, bífidos y pelirrojos. El paraíso, después de todo, puede ser recobrado.

EL SIGLO DE ORO

Cervantes inventa una pareja dispareja, un hidalgo pobretón que se imagina como un caballero errante de los tiempos antiguos, acompañado por un pícaro, su escudero Sancho Panza: entre ambos tiende un Puente entre los extremos de España, lo picaresco y lo místico; el realismo de la supervivencia y el sueño imperial.

EL HOMBRE DE LA MANCHA

Con su libro Don Quijote de la Mancha, Cervantes funda la novela moderna en la nación que con más ahínco rechaza la modernidad. Pues si la España de la Inquisición impuso un punto de vista único, dogmático y ortodoxo del mundo, Cervantes, esencialmente, imagina un mundo de múltiples puntos de vista, y lo hace mediante una sátira en apariencia inocente de las novelas de caballería. Es más: si la modernidad se basa en múltiples puntos de vista, estos, a su vez, se basan en un principio de incertidumbre. Don Quijote, desde luego, es un hombre de fe, no de dudas, no de incertidumbres, y su certeza proviene de sus lecturas. Su fe se encuentra en sus libros, en sus “palabras, palabras, palabras”.

Cuando Don Quijote abandona su aldea y parte a los campos de La Mancha, deja detrás de él sus libros, su biblioteca: su refugio. Don Quijote es un lector de libros de caballería y cree en la lectura; para Don Quijote, es su locura. Para él, los molinos son gigantes, porque así lo dicen sus libros.

Cuando Don Quijote se levanta derrotado y sale nuevamente a dar batalla, cuando abandonó su aldea, también dejo atrás el mundo bien ordenado de la Edad Media, sólido como un castillo, donde todo tenía un lugar reconocible, e ingresa al valiente mundo Nuevo del Renacimiento, agitado por los vientos de la ambigüedad y el cambio, donde todo está en duda. Don Quijote regresa a su aldea y recupera la razón, pero para él, esto es una locura. Don Quijote, convertido de nuevo en Alonso Quijada, muere.

LAS MENINAS

No estamos solos. Estamos rodeados por los otros. Leemos, somos leídos. No hemos terminado nuestra aventura. No la terminaremos, Sancho, mientras exista un lector dispuesto a abrir nuestro libro y, así, devolvernos la vida. Somos el resultado del punto de vista de múltiples lectores, pasados, presentes y futuros.

Nos otorgan la libertad de entrar y salir de la pintura. Somos libres para ver la pintura, y por extensión, al mundo, de maneras múltiples, no sólo de una manera dogmática y ortodoxa.

Nosotros mismos somos seres que no podemos ser declarados acabados, encerrados dentro de fronteras finitas y ciertas, sino seres incompletos; contribuimos a la creación de un pasado que nuestros descendientes deben mantener vivo si ellos mismos quieren tener un futuro. Lo que imaginamos es tanto posible como real.

LA MANCHA

Todos nos enfrentamos a exigencias abstractas y tratamos de reducirlas a tamaño irónico mediante el absurdo. Todos quisiéramos vivir en un mundo razonable donde la justicia es concreta. Todos somos, a veces, personajes épicos como Don Quijote, pero la mayor parte del tiempo vivimos vidas picarescas como Sancho Panza. Todos quisiéramos significar más de lo que somos. Pero nos ata a la Tierra la servidumbre de comer, digerir, dormir, movernos. San Juan desea trascender todo silencio, mientras Santa Teresa dice: “entre los pucheros anda el Señor”.

Todos somos hombres y mujeres de La Mancha. Y cuando comprendemos que ninguno de nosotros es puro, que todos somos reales e ideales, heroicos y absurdos, hechos por partes iguales de deseo y de imaginación, tanto como de carne y hueso, y que cada uno de nosotros es en parte cristiano, en parte judío, con algo de moro, mucho de caucásico, de Negro, de indio, sin tener que sacrificar ninguno de nuestros componentes, sólo entonces entenderemos en verdad tanto la grandeza como la servidumbre de España, su imperio, su Edad de Oro y su inevitable decadencia.

Nosotros, no vivimos capturados entre el mundo indígena destruido y un nuevo universo, tanto europeo como americano. La Mancha, en verdad, adquirió todo su sentido en las Américas.

EL BARROCO DEL NUEVO MUNDO

UN ESPEJO EN EL QUE CONSTANTEMENTE PODEMOS VER NUESTRA IDENTIDAD MUTANTE

MÚSICA

La rebelión y el lenguaje son parte del continuo de la cultura afro americana, y a ellos se añadió la identidad, espléndidamente persistente, de las conductas rítmicas, los movimientos corpóreos, la estética del cuerpo, la gramática de la música y de la danza. Desde el principio, la música negra autorizó un ritmo privado, autónomo, libre e incluso rebelde, de parte de la audiencia o del danzante, en vez de sujetarles a un esquema dominante, previsible o preescrito, como tradicionalmente era el caso con la música occidental. La música afroamericana, también desde sus orígenes, predijo y practicó las formas de la música moderna en las cuales un centro de referencia tonal termina por quebrarse en múltiples centros, cada uno generando respuestas diversas de quienes escuchan. La polifonía musical fue enriquecida aun más por la imaginación bailable de las culturas negras de las Américas: el baile como representación y el baile como celebración se volvieron indistinguibles el uno del otro. Y a lo largo de toda esta continuidad, el propio cuerpo alcanzó una sensación de realidad, belleza y movimiento, ausentes de los mandamientos restrictivos de la cultura católica, criolla y mestiza del cuerpo.

La gozosa celebración del cuerpo, la creación incesante del lenguaje, la belleza del movimiento y el espíritu rebelde, se suman en un hecho político central señalado por el sociólogo norteamericano Frank Tannenmbaum: la cultura negra, dijo, se había instalado para todos los tiempos en las Américas. Y, sin duda, nada ha identificado tanto a los Estados Unidos y a la América Latina como la imaginación, el habla y los ritmos de nuestra cuenca común de negritud: el Sur de los Estados Unidos y el Caribe, la comunidad cultural que se extendió del Orinoco y el Amazonas hasta el Mississippi, a través de las islas.

Pues ninguna de las culturas del Nuevo Mundo nació en medio de tanto sufrimiento y dolor como la de los hombres, mujeres y niños negros que llegaron al Nuevo Mundo en los barcos de la esclavitud. Aun antes de embarcarse, mucho de ellos trataron de suicidarse.

Y como nadie era más silencioso en la sociedad colonial que las mujeres, quizás sólo una mujer pudo darle voz a esa sociedad, sin dejar de admitir, lúdicamente, las divisiones de su cabeza y de su corazón: “En dos partes dividida/ tengo el alma en confusión: / una, esclava a la pasión, / y otra, a la razón medida”.

Al cabo, su celda monástica no fue capaz de protegerla contra la autoridad masculina y rígidamente ortodoxa, personificada en su perseguidor, el arzobispo de México, Aguiar y Seixas. A los 40 años de edad, se le privó de su biblioteca, sus instrumentos musicales, sus plumas y sus tinteros. Fue arrojada de vuelta al silencio y murió, a la edad de 43 años, en 1695.

Pero había otro elemento de “regresión” y “barbarie” en el campo. Llamados charros en México, guasos en Chile y gauchos en la Argentina, generaron un lenguaje y una imagen que le dio voz y ojos a una cultura aparte de la cultura urbana. Figuras próximas a la naturaleza, machos, fuera de la ley, bandidos a caballo, hombres independientes y solitarios en un paisaje ciego y solitario también nunca lejos de la violencia de la vida social. Sus biografías siempre andan cerca de alguna usurpación de tierras, una violación, una choza en llamas o el pronunciamiento de un caudillo local, sin faltar una o dos intervenciones extranjeras, de manera que el charro y el gaucho están siempre al borde del precipicio de la guerrilla, mirando siempre, a veces ciegamente, hacia el abismo de la revolución. Tradicionalmente, el charro, igual que el gaucho, contaron sus historias mediante canciones. La canción del charro se llama el corrido. Es una derivación del romance medieval y renacentista español, un poema noticioso en octosílabos inserto dentro de una tradición oral constantemente modificada y enriquecida.

El charro, como el gaucho, son los Héctores y Aquiles de la epopeya agraria latinoamericana, una Segunda historia que se afirma, de palabra y de hecho, lejos de las formas convencionales de la civilización y el progreso. El gaucho, como el charro, canta su propia historia. Los payadores de las pampas, al cantar, nos hacen sentir que poseen un poder otorgado por la ausencia de cualquier otro medio de comunicación. Uno de los temas de los payadores es que el gaucho comienza a cantar en el vientre de su madre; nace cantando y muere cantando. Y lo que canta, por supuesto, son sus penas. Sólo una canción puede consolarlas. La canción de los payadores fue el periódico de las pampas. Es el único libro de historia de los gauchos y, finalmente, es la fuente de la más grande obra literaria del siglo XIX en Hispanoamérica, el poema de Martín Fierro, escrito por José Hernández.

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