sábado, 6 de abril de 2019

Carta a Mercedes Sosa. Por Samuel Medina

Al amigo Samuel Rodríguez Medina se le dio por escribirle a Mercedes Sosa que, como todos saben, igual que Carlitos Gardel, vive y cada día canta mejor. Tal vez, seguramente, Samuel ande con ese ánimo con el que andamos en Argentina y en Brasil, y le hagan falta la música y los versos de los inmortales. Tal vez esté recargándose las pilas de nuevas energías vitales. Sea como sea, le salió muy bien, y como todo lo que cae en la red es pescado, acá me aparezco yo, con este buen texto compartido y tan sentido. (JV)

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Carta a Mercedes Sosa


Te confieso, Mercedes, que fue una semana demoledora. Algo hiere el espíritu, algo flota sobre el agua turbia de la tierra.
No sé por qué me ha dado por escribirte. Fue quizá esa canción que escuché en la radio en donde le das al mundo razones para vivir, y tu voz de uva madura quemaba la garganta de la tarde para que la gente de la calle entendiera el sonido del atardecer.
La vida hoy día, querida Mercedes, se parece a aquella larga cortina de lamentos que recorrió la mirada de tu Argentina triste, y tú no dejaste de cantar; la vida hoy se parece a ese llanto que llegaba hasta el mar en ese Buenos Aires tenebroso y tú no dejaste de cantar; la vida hoy se parece a una noche sin fin como esa dictadura que acabó con todo lo que pudo y tú no dejaste nunca de cantar.
Estos días que nos golpean por todos lados me llevan directamente a tu voz. Alguna vez dijiste que cambia, todo cambia, y yo te creí, y es que tu voz tiene esa verdad incontenible que nos lanza a una rebelión tan urgente que duele en las entrañas. Siempre me pregunté qué había en tu voz, de qué se componía ese torrente de miel oscura que baja de la mañana para hacernos amigos del instante. Hoy entiendo que tu voz es un escudo y una lanza que se enfrentan a los fantasmas del día. Y aquí me tienes, Mercedes, combatiendo al mundo desde el sueño de tus palabras. Debo ser muy ingenuo, o quizá es que escucharte es una sutil aceptación del heroísmo. Escuchar cómo cantas La Maza, cómo tu voz de alguna manera orada a la música misma, cómo la potencia de tu impulso asfixia a los demonios de la tierra, cómo ese vibrato imposible hace estremecer la piel de los dioses del ocaso, es darle motivos a la vida para seguir su marcha, pero para seguir dignamente, andando igual que un poeta que encuentra sus palabras en medio de la noche atroz. 
Cuando nos se dejamos tomar por la música y somos la cigarra sobreviviente y nos salvamos de todas las veces que nos han matado, seguimos cantando al sol así hayamos pasado varios años debajo de la tierra. Cuando uno de verdad se deja arrastrar por la música aprende a dar gracias a la tragedia porque nos mató tan mal. Estas palabras hacen eco en mi vida, y de pronto las cosas se redimen, igual que mis recuerdos, igual que el pájaro en la rama, igual que las tardes muertas del pasado y que el sonido del viento enamorando a la ventana. Enséñanos todos los días a cantar tendidos al sol, Mercedes, a recoger los restos de nuestro naufragio personal y así emprender la reconquista de los sitios que por derecho nos corresponden. 
Es cierto que el dolor nos inunda: vivimos en países rotos, desconsolados, hartos de poder y sedientos de respuestas, pero en esos momentos aparecen las notas vivas de Alfonsina y el mar. Ese ritmo delirante le roba segundos a la muerte, entonces danzamos con las lámparas de esta ciega esperanza que se resiste a morir del todo iluminando los secretos caminos de nuestro corazón coraza. No te moriste, Mercedes, fuiste a buscar poemas. 
Hace días escuché a un par de chicos cantar en la calle, su voz se enredaba en el viento como un pequeño sol en busca de su planeta azul. Te vi en ellos, Mercedes, algo tuyo habita en quien resiste a los influjos de nuestra era; esta era que revienta de banalidad, esta era que no hace más que tragar a sus hijos como un Saturno insaciable. Algo de héroes tienen esos chicos. Estaban ahí, cantando para nadie, abriendo las puertas del aire, salvándonos de la opresión diaria. Y lo logran, logran arrancarnos de la pesadez del día. Entonces la música es elevación y misterio, entonces la música es vida y vitalidad.
No se cómo despedirme de ti. Pessoa dijo que es ridículo escribir una carta de amor, pero que es más ridículo no escribir nunca una carta de amor. Así, esta carta navega en las aguas de lo imposible e intenta romper el paso del tiempo y disolver la distancia trascendental que nos separa. Pero el triunfo de la muerte es sólo una apariencia, porque, como dice Benedetti, tu ausencia es una falsa ausencia, tu música está donde menos lo esperamos: en la voz de esos jóvenes perdidos en el fin del mundo, en la noche azul del que lucha por la libertad, en el agua que da de beber a los trabajadores del campo, en el que sueña con alegrar el espíritu con una canción recién nacida.
Duerme, duerme, Mercedes, que andamos en el campo; duerme, duerme Mercedes. Hoy cantaré con tu voz.

Samuel Rodríguez

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