Luego del golpe de estado contra Hipólito Yrigoyen, en septiembre de 1930, los radicales “intransigentes” o “personalistas”, seguidores del ya fallecido “peludo”, estaban convencidos de que el gobierno fraudulento del general Agustín P. Justo iba a entregar al país a los intereses británicos. Por ello, decidieron que no podían dejar al país en sus manos.
Primero, un pequeño grupo de oficiales y suboficiales impulsados por el teniente coronel Atilio Catáneo, intentó una revolución cívico-militar, en conjunción con dirigentes radicales, a pesar de la oposición del sector alvearista. Pero los varios alzamientos planificados se frustraron una semana antes del momento fijado, diciembre de 1932. Pocas semanas más tarde, un intento de levantar un regimiento en Concordia también se malogró.
Fue entonces que, con tiempo, se preparó una nueva rebelión para la noche del 28 de diciembre de 1933, momento en que se celebraría en Santa Fe la convención nacional de la UCR. Pero el movimiento estaba cantado. Las autoridades conocían las nuevas intenciones rebeldes, en parte tras haber infiltrado con “camareros” el barco que llevaba a los convencionales radicales porteños a Santa Fe.
Los rebeldes se dividieron en varios grupos. Algunos atacarían en Santa Fe y Rosario. Otros en algunas localidades bonaerenses. Otro grupo numeroso se preparaba en Brasil, para avanzar sobre Corrientes. Al frente de esta última columna, de 150 hombres, se encontraba el teniente coronel Roberto Bosch. Entre sus “soldados”, estaba Arturo Jauretche.
El 29 por la mañana, en ediciones extra, los matutinos informaron del rápidamente sofocado levantamiento, que no encontró eco entre la población ni en las Fuerzas Armadas. Días antes, algunos importantes dirigentes rebeldes, como el general Gregorio Pomar, habían sido detenidos. El presidente Justo proclamó el estado de sitio en todo el país y aprovechó para lanzar una persecución contra todo el partido radical. El conservador diario santafesino El Orden publicaba el comunicado número 1 del gobierno nacional: “Durante la noche de ayer y la madrugada de hoy, en diversas localidades de la provincia de Santa Fe y en algunas otras regiones del país se han producido tentativas de alteración del orden público, las cuales en el momento de darse a publicidad este comunicado han sido sofocadas totalmente y sin mayor esfuerzo”.
Los enfrentamientos y la represión dejaron varias víctimas. Algunas de ellas, “degolladas sobre el campo”, según se relatara. Otros fueron apresados, como Arturo Jauretche, quien debió cumplir cuatro meses de reclusión. Allí, desde la cárcel, conoció a otros rebeldes con los que formaría en poco tiempo el grupo FORJA. Pero también, tendría oportunidad de escribir un largo poema dedicado a la rebelión. Para recordar la fecha de este alzamiento, traemos algunos fragmentos del texto escrito por Jauretche: “Paso de los Libres”.
Fuente: Arturo Jauretche, El Paso de los Libres, Ediciones Coyoacán, 1960, p. 34.
“Así anda el pueblo de pobre / como milico en derrota / le dicen que sea patriota / que no se baje del pingo / pero ellos con oro gringo / se están poniendo las botas (…) Esos negocios los hacen / con capital extranjero / ellos son los aparceros / y aunque administran la estancia / casi toda la ganancia / la llevan los forasteros (…) A la Patria se la llevan /con yanquis y con ingleses / al pueblo mal le parece / pero se hacen los que no oyen / desde que falta Yrigoyen / la han sacado de sus trece…
Arturo Jauretche
Jorge Luis Borges: Prólogo a "El Paso de los Libres" de Arturo Jauretche
La patriada (que no se debe confundir con el cuartelazo, prudente operación comercial de éxito seguro) es uno de los pocos rasgos decentes de la odiosa historia de América. Si fracasa, le dicen chirinada —y casi nunca deja de fracasar. En el benigno ayer, el estanciero le prestaba sus peones (y alguna vez su vida o la de sus hijos) con esperanza razonable de triunfo, o sino de olvido y postergación; ahora el ferrocarril, los aeroplanos, el chismoso telégrafo* y la ametralladora versátil, aseguran el pronto desempeño de la expedición punitiva y la vindicación del Orden. En la patriada actual, cabe decir que está descontado el fracaso: un fracaso amargado por la irrisión. Sus hombres corren el albur de la muerte, de una muerte que será decretada insignificante. La muerte, siéndolo todo, es nada: también los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura y el régimen carcelario. Afrontarlos, demanda un coraje particular. El fracaso previsto y verosímil borra los contactos de la patriada con las operaciones militares de orden común, sólo atentas a la victoria, y la aproxima al duelo, que excluye enteramente las ideas de ganar o perder —sin que ello importe tolerar la menor negligencia, o escatimar coraje—. Ya lo dice Jauretche, en una de sus estrofas más firmes:
En cambio murió Ramón
jugando a risa la herida:
siendo grande la ocasión
lo de menos es la vida.
Recordemos que ese Ramón Hernández murió de veras y que el poeta que labró más tarde la estrofa compartió con el hombre que murió esa madrugada y esa batalla. El hecho, en sí, es patético. Yo pienso en los corteses cantores de Islandia y de Noruega, diestros en artes de piratería también; yo pienso en el capitán Hilario Ascasubi "cantando y combatiendo los tiranos del Río de la Plata".
No en vano he mencionado ese nombre. El Paso de los libres está en la tradición de Ascasubi —y del también conspirador José Hernández. La adecuación de la manera de esos poetas al episodio actual es tan feliz que no delata el menor esfuerzo. La tradición, que para muchos es una traba, ha sido un instrumento venturoso para Jauretche. Le ha permitido realizar obra viva, obra que el tiempo cuidará de no preterir, obra que merecerá —yo lo creo— la amistad de las guitarras y de los hombres.
Salto Oriental, noviembre 22 de 1934.
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