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Compartilhado com Público
Lo tomé hoy de la página de Isabel Marazina y me acordé de un texto de nuestra amiga y compañera común, Alicia Stolkiner, cuando dice que "en cada encuentro de camaradas, amigos revolucionarios, o de la misma pareja, tratábamos de suspender el tiempo y olvidarnos de lo inmediato, porque era una jugada deslumbrante, con una intensidad máxima".
Quería decir que a la mañana siguiente, o poco después del amor, podíamos ser secuestrados y muertos, laceradas nuestras carnes y rotos todos los vínculos, a no ser que sobreviviéramos en la cárcel y allí creáramos nuevos lazos de camaradería.
"El deseo sexual, si es recíproco, origina un complot de dos personas que hace frente al resto de los complots que hay en el mundo. Es una conspiración de dos. El plan es ofrecer al otro un respiro ante el dolor del mundo. No la felicidad sino un descanso físico ante la enorme responsabilidad de los cuerpos hacia el dolor.
En todo deseo hay tanta compasión como apetito. Sea cual sea la proporción, las dos cosas se ensartan juntas. El deseo es inconcebible sin una herida. Si hubiera alguien sin heridas en este mundo, viviría sin deseo.
El deseo anhela proteger al cuerpo deseado de la tragedia que encarna y, lo que es más, se cree capaz. La conspiración consiste en crear juntos un espacio, un lugar, necesariamente temporal, para eximirse de la herida incurable de la carne. Ese lugar es el interior del otro cuerpo. La conspiración consiste en deslizarse al interior del otro, allí donde no se les pueda encontrar. El deseo es un intercambio de escondites".
John Berger. Ensayo ESA BELLEZA, 2005.
Imagen: En la cama, el beso, Henri De Toulouse-Lautrec, 1892.
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