sábado, 8 de outubro de 2011

Las Invasiones Inglesas, El Graf Spee, y los amores imposibles


La Batalla del Río de la Plata y el buque Graff Spee

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Capítulo veinticinco


“Pablo llegó ayer de la Patagonia para encontrarse con Graciela y hacer unos trámites en la universidad; viene a verme y se queda impresionado con mi buen estado general; mi sobrino es médico y su comentario me deja un poco más tranquilo:


—Se lo ve mejor que a otros pacientes en coma de los muchos que he visto— dice. —Además, parece que hubiera rejuvenecido, como si estuviera descansando, sin sufrimientos o dolores físicos o espirituales, ¿no te parece?—. Mi sobrino llegó en los días del festejo de 200 años de la tentativa inglesa de tomar el territorio que hoy es argentino. Oír el tema de las invasiones es como un gatillo que me dispara la memoria; y de recuerdo en recuerdo, me voy durmiendo y soñando:


—El ejército y la armada ingleses invadieron Buenos Aires en 1806, y en 1807— declaraba cada año, ceremoniosa, la directora de la Escuela Nº 2, “República de Méjico”, de la ciudad bonaerense de San Martín, en el acto de la Reconquista de la ciudad. —Y con ello, queriéndolo o no, Inglaterra ayudó a apurar la independecia del más joven virreinato americano de España, el Río de la Plata— completaba su discurso la docente.


—La flota inglesa partió hacia el Plata con 1.600 soldados de desembarco, comandados por William Beresford, un militar que había luchado en la batalla de Bailén contra Napoleón, igual que San Martín. Al llegar a Montevideo, en junio de 1806, y ver los muros fortificados que protegían la ciudad, el Comodoro Popham optó por copar Buenos Aires, que tenía entonces unos 50 mil habitantes— nos dicta, con voz pausada, silabeada y melodiosa, para que nosotros lo copiemos en nuestros cuadernos Lancero, de tapa azul, la maestra del 5º grado “B”, señorita Cristina Gonzaga.

—El 25 de junio de 1806, los ingleses desembarcaron cerca de Buenos Aires, en el pueblo de Quilmes, próximo a donde 200 años antes, la nación india que le dio el nombre –Kilmes– había llegado a pie desde Catamarca, castigada con el destierro por su rebeldía contra los españoles. El Marqués de Sobremonte, Virrey del Río de la Plata, al saber de la invasión huyó hacia Córdoba con las arcas del Tesoro— recita mi compañero Flores, activista de la Comisión Interna de los metalúrgicos de Córdoba, en el acto patrio que el gremio organizó para los hijos de los obreros que están en la olla popular del Smata y el Sitrac-Sitram, días antes del Viborazo.

—Los patriotas defendieron la ciudad, rechazaron a los invasores, fusilaron al marqués y se pusieron a pensar en serio en separarse de España y crear una Patria de los criollos— declama Julián, hijo del coronel Gutiérrez, en la obra de teatro que las esposas de los oficiales con mando de tropa del Operativo Independencia organizaron para despedirlos de sus familias antes que marchen hacia Tucuman, a cercar y aniquilar la guerrilla socialista del ERP.

—Pero si pocos desconocen estos hechos históricos, más son los que ignoran que los ingleses, vencidos por los criollos en dos tentativas de invasión, dejaron en Buenos Aires decenas de jóvenes prisioneros, muchos oficiales, rubios, altos, extremamente atractivos para las niñas criollas, en cuyas fincas y estancias fueron internados— les cuenta el Gringo Juarez a sus hijos, que estudian con un grupo de argentinos y chilenos, exiliados en Higienópolis, cerca del centro de São Paulo, donde la Curia Metropolitana les presta auxilio.


—Diversas pasiones nacieron, amores incomprendidos y frustrados algunos, aunque muchos otros terminaron en exitosos matrimonios, gestando estirpes mestizas, en las que la vertiente criolla, a través de las niñas enamoradas, aportaba el poder agrícola y ganadero y la fuerza política de la aristocracia pampeana. Mientras el recién llegado, preso por haber participado en la frustrada tentativa de invasión inglesa, ponía su gallardía albiónica, sus ardientes deseos de progreso, de rápido enriquecimiento, y de un seguro acceso a las dulzuras del poder en las extensas pampas subtropicales— preparaba su clase del día siguiente la señorita Cristina Gonzaga, mi maestra del 5º grado en la Escuela Nº 2.


—En los municipios del sur del Gran Buenos Aires, en varios parajes cerca de la zona del primer desembarco británico de 1806, un grupo de familias proviene de los prisioneros, capturados durante las invasiones, y que decidieron no volver a Inglaterra y quedarse en el país. Los fundadores de la familia Bartlon, por ejemplo, habían llegado con las tropas invasoras; compraron tierras en 1815, en las que plantaron ciruelas y damascos. Otros prisioneros ingleses, luego de ser liberados, se dedicaron al comercio, afincándose en la Capital, donde se casaron con mujeres de tradicionales familias criollas. Así, por ejemplo, Jorge Bartlon se casó con Federica Etchague y se radicaron en los campos de Quilmes— cuenta el coronel Hugo Bezerra, jefe de los oficiales del III Cuerpo de Ejército, con sede en Córdoba, que se disponen a invadir a cualquier momento Santiago de Chile a las órdenes del general Luciano Benjamin Menéndez, en 1978.


—La hija de Jorge Bartlon fundó en Rivadavia una escuela rural, mientras que la familia de los Kidd-Robertson se estableció en San Vicente, y doña Eufemia Kidd, casada con Mr. Wilde, tuvo nietos y bisnietos que se radicaron en Burzaco, como los Smith. Uno de los Robertson, viajero y comerciante, llegó hasta el Paraguay en sus andanzas, e incluso lo conoció a Artigas en su paso por Corrientes— relata la directora del curso para los hijos de exiliados políticos uruguayos y argentinos, que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados mantiene en Campinas, a cien km de São Paulo.

—No hay que olvidarse de la familia de los Loraylson, que empiezan a ser propietarios rurales en 1824, también en la actual localidad bonaerense de Burzaco— completa Victoriano la lectura de la larga lista de apellidos de los ingleses que se afincaron, después de que hubieron sido derrotados y aprisionados por los criollos en la Reconquista de Buenos Aires, en 1806.


La aventura del Graff Spee


—Pero si muy poca gente, fuera de Uruguay o Argentina, conoce esta gesta de principios del siglo XIX, menos son los que han oído hablar de otro hecho bastante original en las muchas guerras de la vieja Argentina— agrega teatralmente Raúl, que llega al sanatorio y entra a mi habitación en el mismo instante en que mi hermana termina su lectura.


—Me refiero, claro, a aquella gesta que cuenta otra batalla de los ingleses en el Plata, pero ésta vez en pleno siglo XX, y no contra argentinos, sino contra los marinos alemanes que luchaban a las órdenes del Alto Mando de Hitler— lee desde lo alto de su púlpito el párroco castrense, Rdo. Domingo Sabio, capellán militar de Campo de Mayo, un poco antes de bendecirles las armas a los oficiales que se preparan para tenderles la emboscada mortal y definitiva a los guerrilleros del ERP que van a tratar, pocas horas más tarde, de tomar el cuartel Viejo Bueno, de Monte Chingolo, en diciembre de 1975.


—El Graf Spee era un minúsculo acorazado alemán que, allá por los años de 1939, se dedicó a hacerles la vida un infierno a las flotas aliadas que patrullaban las aguas del sur, antes y durante la 2ª guerra, atacando incluso a las naves brasileñas, cuyo gobierno no se definía de qué lado del conflico estaba— gesticula, se expande en amplios gestos y cuenta, Raúl.


—Fue perseguido y acorralado por los ingleses después de la batalla del Río de la Plata en aguas uruguayas, país que tampoco quería entrar en la guerra, manteniéndose totalmente neutral. Por obra de la presión de los aliados EEUU y Gran Bretaña, Uruguay se negaba a autorizar los arreglos que el acorazado tenía que realizar en Montevideo después del combate; las reparaciones llevarían unas dos semanas según calculaba el capitán alemán; mientras, por otro lado, se sucedían las presiones de la embajada del gobierno de Hitler para que se le permitiera una tregua, para hacer lo que era necesario— les dicta, pausado y monocorde, el profesor Von Dietrich a sus alumnos, gremialistas peronistas que participan en el curso de dirigentes de la UOCRA, que están becados en la escuela de la AFL-CIO de los EEUU.


—Reparado el Graf Spee, por fin, pudieron huir en rápida fuga hacia aguas fluviales en las que suponían que estarían a salvo, o al menos más protegidos, ya en territorio de Argentina, país también neutral como Uruguay, pero con gobernantes sabidamente más favorables a los hombres de Hitler. No nos olvidemos que quién dirigía los destinos del país era en ése entonces el G.O.U., grupo militar simpatizante de Mussolini y del Eje, el mismo que, algunos años más tarde, y tras un nuevo cuartelazo, terminaría controlado por el ambicioso coronel Juan Perón— declama, entusiasmado con la atenta compenetración de su audiencia familiar, mi primo Raúl.


—Luego de ser recogidos de las aguas frías del Plata por barcos de la prefectura naval argentina, el grueso de los marineros y oficiales alemanes fue llevado, muy pronto y en sigilo, a un pueblito serrano de Córdoba. Muchos otros de ellos fueron concentrados en diversas fincas en las sierras de la provincia mediterránea, la mayoría en Villa General Belgrano, y algunos otros en el Valle de Punilla, La Cumbre y La Falda, ubicadas en la misma provincia, más de 740 km al norte de Buenos Aires–– les informa a su grupo de caza nazis el delegado de Simón Wiesenthal, que viajó a Buenos Aires para coordinar la búsqueda del prófugo Menguele, al que el Mosad supone protegido por la Policía Federal, que lo ha provisto incluso de una nueva identidad.

—¿Esto significa acaso que los que viven en nuestra querida Villa General Belgrano son todos nazis, aunque se hayan integrado en la vida de la comunidad, trabajando y conviviendo con las personas que ya estaban radicadas en el local?–– les preguntaba, desolado, el intendente de la pequeña población serrana a los trabajadores de la prensa.

—Bueno, en los años 20 y 30 ya había planes de los nazis alemanes para separar la Patagonia y crear una nación pro germánica; y luego de la caída de Hitler, muchos huyeron a Argentina, sobre todo a las sierras de Córdoba y hasta más al sur de Bariloche, en la zona andina de lagos como el Nahuel Huapi, en donde descubrieron al ex-oficial de las SS, Erich Priebke, que fue extraditado en 1995 para Itália, juzgado y condenado por la matanza de las Fosas Ardeatinas, en Roma, al final de la 2ª Guerra— comenta el profesor Humberto Unzaga, exiliado político de los años 70, que se radicó en el estado de Ceará, en Brasil, y ahora dicta sus clases particulares de historia moderna y contemporánea en la ciudad de Fortaleza.



—Varios amores crecieron entre los marineros u oficiales alemanes internados en las sierras, y las niñas cordobesas tal como había ocurrido, 140 años antes, con los británicos capturados durante las invasiones. Muchos de ésos romances terminaron bien, creándose nuevas familias e inaugurando estirpes al gusto germánico, más arianas y menos criollas, que pudieron florecer además, alejadas del infierno de la guerra europea; sobre todo, salvándose de los horrores y las infinitas miserias en las que millares de jóvenes perdieron sus mejores años, como soldados y oficiales, o como prisioneros en la gesta sin gloria de Hitler— cierra el libro y se saca los anteojos de lectura mi abuelo Victoriano, luego de haber hojeado, al azar, varios trechos del tomo de Historia de la Enciclopedia Salvat que le llevé en mi último viaje a Catamarca.


No logro conciliar más el sueño después que Pablo y Raúl salen del cuarto del sanatorio; es difícil imaginarse cómo puede ser el descanso de un enfermo en coma; a veces, el soñar y el pensar se confunden y se completan, como en una secuencia; por eso pienso -y me imagino- cómo se habrá sentido el comandante del Graf Spee después que los jefes alemanes le dieron la orden de hundir su nave. 
Sueño, pienso o me imagino, no lo sé, cómo sería para ese oficial entregarse a su enemigo, o morir, a tan enorme distancia de su país; pienso, y me llega el sueño, y ahora sí, me duermo”.


Javier Villanueva. São Paulo, 2006. "Crónicas de Utopías y de Amores" 

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