sexta-feira, 7 de outubro de 2011

¿Cómo mueren los héroes?




Por Angélica Vázquez del Mercado
 
Es bien sabido que Benito Juárez es uno de los protagonistas de la historia patria. Su participación en la vida política del país durante el siglo XIX es, sin más, trascendental, pues cada uno de sus actos tuvieron consecuencias en el devenir histórico de la nación. De él sabemos lo que todo mexicano debe saber: que es el principal promotor –y autor– de algunas de la leyes de Reforma, que dirigió la resistencia durante la invasión francesa y el imperio de Maximiliano; que trabajó durante años por instaurar un gobierno liberal, estable, capaz de llevar al país al progreso material anhelado. El Estado mexicano le debe buena parte de su definición.

Es cierto que logró muchos de sus objetivos. De su lealtad, amor y compromiso con México dejó muchos ejemplos; vivió coherente con sus principios y fue un político honesto. Como suele suceder con los grandes hombres, su vida es parte de la historia del país; difícilmente podemos conocer su biografía sin mirar al México moderno: leer a Juárez es leer uno de los capítulos fundacionales del país como nación independiente. Y un largo etcétera.

Pero, es curioso: con tanta historia como vida, con tanta biografía, a Benito Juárez no lo identificamos como héroe. Es un prócer, quizá EL prócer, por excelencia. Benemérito: digno de galardón, guardián de la patria y de las ideas liberales más elementales… Como los héroes, se asemeja en las virtudes, la entrega al prójimo y a los ideales; pero en sus días no habita la violencia, el sacrificio sangriento que funda al mito. Imposible verlo entre el hombre y el dios. Su ser es demasiado terrenal, es un pragmático, su pensamiento se traduce en la ley que modera, que templa a la acción.

A don Benito la historia de bronce le ha hecho justicia. Por todo el país su nombre y su efigie se erigen a muy alto nivel: hemiciclos, bustos, esculturas, escuelas, bibliotecas, plazas, calles, colonias, universidades. Como con el héroe su nombre se relaciona con aquello que construye, que educa y dignifica. La memoria colectiva lo guarda con la misma solemnidad del orden y la disciplina que representa. Pero, no es un héroe; careció de gesta heroica que lo ensalzara y de la muerte bella que distingue al que perece en el fragor de la batalla o a causa de ella. La muerte bella es romántica, como la vida y la muerte del héroe.

La intervención del prócer en la historia mexicana abarcó un amplio espacio temporal del siglo xix, aunque la trascendencia de su parecer llega hasta nuestros días. El héroe, por ejemplo, que fue Miguel Hidalgo y Costilla tuvo, por el contrario, una breve actuación; un año de acción ininterrumpida fue más que suficiente para que su nombre quedara inscrito con letras de oro en la historiografía nacional y su estatura como la del “padre de la patria”. El prócer tuvo que ser metódico, el héroe estallar al instante; Juárez construyó paso a paso e Hidalgo deconstruyó a su paso –quizá sin estar plenamente conciente de que al derrumbar la estructura, los elementos se revolucionaban, se transformaban. Hidalgo fue el huracán, Juárez la calma chicha.

Ambos debieron mancharse las manos de sangre, dar la orden de acabar con el enemigo. Pero los héroes también se equivocan y a Hidalgo no le tembló la voz cuando mandó pasar por las armas a los españoles de Guadalajara, “creo que fueron más de trescientos”, dijo. Y el prócer tampoco dudó cuando negó el indulto a Maximiliano.

(Entonces, la muerte del héroe, la muerte del prócer, ¿fue directamente proporcional a su vida?)

A Hidalgo lo persiguieron por medio país, lo encarcelaron, lo sometieron a juicio y lo encontraron culpable. La degradación y la sentencia irrevocable de morir frente al paredón; se salvó de la humillación de ser muerto por la espalda, como los traidores. Se dice que el verdugo de Hidalgo narró en una carta el momento fatal:

Con arreglo a lo que previne le hizo fuego la primera fila; tres de las balas le dieron en el vientre y la otra en un brazo que le quebró. El dolor lo hizo torcerse un poco el cuerpo, por lo que se zafó la venda de la cabeza y nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía; en tal estado hice descargar la segunda fila, que le dio toda en el vientre, estando prevenidos que le apuntasen al corazón; poco extremo hizo, sólo sí se le rodaron unas lágrimas muy gruesas; aún se mantenía sin siquiera desmerecer en nada aquella hermosa vista, por lo que le hizo fuego la tercera fila que volvió a errar, no sacando más fruto que haberle hecho pedazos el vientre y la espalda, quizá sería porque los soldados temblaban como unos azogados...

Catorce balas terminaron con la vida del héroe. El cuerpo fue mutilado, la cabeza exhibida para escarmiento de los insurgentes, y el resto del cuerpo enterrado.

Y el prócer, murió en su cama. Era todavía presidente de la República, vivía a un lado de sus oficinas en Palacio Nacional: Cuando comienzan los dolores y se manifiestan los síntomas, el doctor diagnostica angina de pecho; hasta el siglo xx se sabe con toda precisión que la enfermedad que lo atacó fue un infarto del miocardio. No fue un mal diagnóstico ya que la sintomatología es semejante: dolor pronunciado atrás del esternón, sensación de opresión y angustia prolongada, palpitaciones, sudor, falta de aire. Don Benito siente como el dolor se prolonga del pecho al hombro izquierdo, recorre el cuello y llega a la mandíbula. La muerte lo atrapa opresiva, sofocante, quemante… Hay dolor, de ese que enmudece, de ese que humilla.

¿Cuánto tiempo se prolonga el dolor del héroe mientras las balas cumplen su cometido? ¿cuánto el del prócer con el corazón irremediablemente dañado? ¿Son más largos los minutos de agonía de Hidalgo que los de Juárez, mientras uno espera en prisión a que se cumpla la sentencia y otro en el lecho mortal?

Sabemos que no es el hecho de su muerte lo que los inscribe en la historia patria, sino sus actos en vida; y sin embargo, hay una línea muy delgada que separa al héroe del prócer y que tiene que ver con la propia sangre derramada. Benito Juárez murió el 18 de julio de 1872, rodeado de su familia y amigos.

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