No es novedad decir que los reyes y emperadores, aunque parezcan muy vivos y se aprovechen bien de su situación, son una estirpe de tontos sin salvación. Sus hijas, yernos y entenados hacen negocios, y a ellos solo les sobra la caza de elefantes en tierras lejanas.
Algunos se meten hasta con la lingüística, como Don Pedro I, para solaz del viajero Juan Valera.
(JV, São Paulo, abril de 2013)
Carta de Juan
Valera a Serafín Estébanez Calderón.
[Pg.
195] Río Janeiro 4 de Agosto de 1853.
Comenzando por hablar de cosas literarias, diré á usted
francamente que nunca he leído á Salinas, á quien asegura me parezco algo y á
quien por ser, si no me engaña la memoria, grande amigo de Fray Luis de León,
coloco entre los varones ilustres y entre los egregios poetas por la fama que
usted le da. Agradezco el elogio que hace usted de mis versos Amor del
cielo, y, como critica aquello de "Entre las flores de tu huerto
adorno", debo aclarar una cosa que no pensé yo fuese obscura ni diese
lugar á anfibologías. Adorno no es epíteto de huerto,
sino sustantivo. Como si dijéramos en prosa: "entre las flores que adornan
ó son adorno de tu huerto, porque en el huerto tuyo hay también calabazas y
otras mil porquerías, que ni le adornan ni hermosean". Esto quise decir, y
si no lo dije, lo siento; pero nunca, por buscar consonantes difíciles, iré
hasta lo absurdo. Los consonantes difíciles me agradan cuando se ajustan bien
al sentido; cuando no, prefiero los más triviales.
Como prueba y fruto de mi afición á la poesía, envío á usted
ahora otra composición que días pasados escribí en el álbum de una señorita. Y
como prueba más curiosa y fruto más deleitable y sazonado del ingenio poético
del Emperador Don Pedro II [Pg. 201] he sacado de dicho álbum la
adjunta copia de unos versos autógrafos imperiales. En ellos Su Majestad se
compara al sol, y habla de su justicia, etcétera,sin pedir á nadie que se lo
agradezca, porque lo hace en cumplimiento de su deber. Ya usted comprenderá que
quien tales sublimidades escribe en el álbum de una muchacha, ha de creerse un
Marco Aurelio y ha de escribir un TAN ÉIS ÉAYTÓN mucho menos
modesto. No dirá el brasileño, como el romano, que todo se lo debe á sus
maestros y amigos; ni dará gracias á los dioses por haberle concedido amigos y
maestros tan buenos y hasta una nueva Lucrecia en su esposa Faustina. Y esto
último, cuando no lo demás, bien pudiera decirlo con verdad y no engañado como
lo dijo el otro. La Emperatriz del Brasil es tan virtuosa como fea. Don Pedro
II, á pesar de su mucha sabiduría, le es infiel á menudo. Y como el teatro de
estas infidelidades suele ser la Biblioteca de Palacio, resulta de aquí que las
damas se instruyen y se transforman en Aspasias y en Corinas. Entretanto, las
menos afortunadas y hermosas, que no han ido ni van á la Biblioteca, conservan
la corteza primitiva; y si por acaso se quieren encumbrar alguna vez y darlo de
doctoras, y redichas, inmediatamente se precipitan en el abismo de la
ignorancia. Sea ejemplo de esto (aunque antiguo ya, muy ilustre) la señora
Vizcondesa de [Pg. 202] Olinda, que, siendo su marido Regente del
Imperio, solía quejarse de que no la dejaban en paz ni un momento. Estas eran
sus palabras: "para nada tengo tiempo desde que soy mujer pública; las
visitas menudean que es una peste". A otro ejemplo más reciente dieron
ocasión mis versos en el álbum; pues, como allí hablo del amor sin nombrarle y
le pinto como un magnetizador portentoso é insigne poeta, la señorita quiso
saber, y me preguntó quién era, y hasta llegó á sospechar si sería Adadus
Calpe. De aquí saqué yo dos consecuencias. Primera, la virtud de la señorita,
que de seguro no había estado aún en la Biblioteca, y segunda, la verdad de
aquella sentencia evangélica aun aplicada á los negocios mundanos: non
mittatis margaritas vestras ante porcos.
El señor don Pedro es también muy purista y doctísimo
filólogo. Sus cortesanos tratan de imitarle, ocupándose de la lengua y
procurando menearla con maestría. Dos de estos cortesanos tuvieron ha poco una
profunda discusión filológica en presencia de S. M. Sostenía el uno que se
decía proguntar y el otro aseguraba que preguntar era
como se decía. El Emperador los estuvo escuchando largo rato, y al cabo,
señalándoles sucesivamente con el dedo, les dijo: "ni pro ni pre",
y les volvió las espaldas muy enojado. Aturdidos ellos con esto, empezaron á
indagar cómo habían [Pg. 203] de decir en adelante y, después de
varias consultas, vinieron á descubrir que en portugués se dice perguntar.
Por este orden se va aquí adoctrinando la gente poco á poco.
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