quarta-feira, 17 de abril de 2013

George Orwell, John dos Passos y Mika Etchebéhère, luchadores en España, pero con ópticas diferentes.





George Orwell, John dos Passos y Mika Etchebéhère, luchadores en España, pero con ópticas diferentes.

Las críticas extrañas y los archivos ocultos.


Volví a leer “Luchando en España, recuerdos de la guerra civil”, de George Orwell, y sentí lo mismo que cuando abrí el libro por primera vez, recién llegado de Córdoba e instalado en Buenos Aires, en febrero de 1975, muy impresionado con la invasión de tropas a Tucumán y por los avances de las bandas fascistas de López Rega; los paramilitares luego formarían la Triple A, y el Comando de Libertadores de Córdoba, que había presionado a tantos militantes populares a dejar la ciudad del interior.
Leía entonces a Orwell tratando de entender mejor los peligros del fascismo y las respuestas del partido socialista y popular que me parecía ser el más correcto por su línea revolucionaria, -el POUM- por sus acuerdos clasistas con el anarquismo, su consequencia y sacrificio en la lucha, y por su oposición al estalinismo.

Y otra vez ahora, después de 38 años, o como cuando las releí en 1980 -a principios del exilio que luego se volvió inmigración- las memorias del autor de "1984" me parecieron bien intencionadas, pero ingenuas.

Sí, de buena fe, e ingenuas, porque parten de un hombre que luchó en las filas del POUM, y no sabe si el partido era trotskista o no, y si era más correcto impulsar la revolución junto con la guerra al fascismo, u olvidarse de la revolución y armar un ejército convencional, como quería -y lo consiguió, aunque se perdiera la guerra- el PCE.
Poco parece haber llevado Orwell del Londres de entre guerras en su bagaje de simpatizante de la revolución bolchevique por la óptica del PCUS dominado por Stalin. Y menos aún se llevó de España cuando salió de la decepción de la guerra interna -la sub-guerra civil del PCE contra la izquierda, representada por el POUM y los anarquistas- y volvió a las "democracias occidentales" que dejaron al pueblo español y su república, morir en manos del franquismo y sus aliados nazi-fascistas.

Por eso, cuando leo un comentário -irrelevante, es verdad- como el de Hugo Fontana, de El País de Montevideo, me pregunto si los críticos tienen suficiente información y formación política e histórica para abordar temas complejos como el del POUM y la guerra civil española de 1936 a 1939. Escribir sobre el papel del partido en la guerra civil y sobre los miles de revolucionarios, sobre todos los extranjeros -como Mika Etchebéhère o el propio Orwell- llegados con expectativas y puntos de vistas tan diversos, exige muchas fuentes. No quiero ocupar el lugar de un historiador, pero he leído sobre el tema, y conversado con militantes -ya fallecidos- aunque no he visto documentos auténticos.

La obra de Elsa Osorio, “La Capitana”, o “Mika”, según la edición, bucea en fuentes muy confiables, como la documentación ofrecida a la autora para estudio por Guy Prévan, a quien Mika Etchebéhère le había confiado sus cuadernos, y diversas anotaciones de puño y letra.
Horacio Tarcus, al exhibir algunos ejemplares de la revista Insurrexit, de 1920 a 1921, no parece haber leído e interpretado correctamente los documentos auténticos que Guy Prévan le prestara a Elsa Osorio, una vez que solo menciona rápidamente a Mika, diciendo apenas que se desempeñó como “enfermera en el frente” de guerra, cerca de Madrid.

El centro de documentación más avanzado sobre la historia del partido, sin embargo, cuenta que Mika fue capitana, y que participó en diversas batallas “al mando de una columna del POUM que resistió en la sierra madrileña los embates fascistas”, según se lee en la entrevista a Elsa Osorio por Alberto Ojeda en El Cultural, al que se puede llegar a través de un enlace recomendado por la Fundación Andreu Nin.

También dice Tarcus que a Mika la tomó prisionera una patrulla franquista, cuando está muy documentado que estuvo presa por los republicanos vinculados al PCE y la cheka enviada a España por el PC de la Unión Soviética al mando de Stalin. Elsa Osorio relata con lujo de detalles todo el proceso de seducción fracasada primero, y luego de abierta agresión, con que el agente Andrei-Jan Well del PCUS aborda a Mika mientras permanece prisionera de la cheka. Los testimonios sobre casos semejantes abundan, y los relatan, entre los autores más conocidos universalmente, George Orwell y John Dos Passos. Dice Tarcus también que Mika combatió en la columna de Mera, en la que ella no estuvo. Mika combatió en diversos frentes: Singënza, Pineda de Húmera, Atienza, Moncloa y Cerro de Ávila, pero nunca bajo las ordenes de Cipriano Mera. Todo esto se detalla muy bien, tanto en “Ma guerre d’Espagne a moi” de Plaza & janés Editores, 1976, como en “Mika”, de Elsa Osoria, Seix Barral, 2012.

En el centro de documentación Andreu Nin, por otro lado, hay enlaces a textos muy documentados, como los de Luis Portela, “Mika Etchebéhère: una heroica y desconocida combatiente de nuestra guerra civil”; de la propia Mika, “Hipólito Etchebéhère, un jefe militar del POUM”; de Pepe Gutiérrez-Álvarez,, “Mika Etchebéhère (alias de Mica Feldman): Capitana, mi capitana”; de El País, “La capitana sobrevive al olvido”; Mica en Siguenza, de Antonio Cruz.
Y hasta hay una “Historia de una pasión revolucionaria: Hipólito Etchebéhère y Mika Feldman”, por el proprio Horacio Tarcus, y extrañamente no se dice allí que la vida de “La capitana” se hubiera reducido a meras tareas de enfermería. Al contrario, en dos párrafos que empiezan justamente con el título “Mika capitana”, dice Tarcus: “Muerto Hipólito, Mika decide continuar combatiendo y pasa a ocupar en la columna del POUM un rol cada vez más destacado. Por toda herencia, ha recibido su capote, su pistola y su fusil, símbolos de su jefatura. De la compañera del jefe, pasa a ser jefe ella misma. Una vez desplazadas las fuerzas de la columna a Sigüenza, Mika entiende que “se terminó mi ocupación de casera de guerra. La organización del cuartel no plantea problemas. “Igual que los demás, montó guardia en los cerros.” (M. Etchebéhère, 1976:39). La experiencia de la guerra ha transformado a Mika, sorprendida, no ya de la igualdad que ha conquistado frente a los varones de la columna, sino incluso del ascendiente que tiene sobre ellos”.

Y volviendo a la pobre crítica en El País de Montevideo, firmada por Hugo Fontana, veo comentarios que no parecen ser de quién leyó una novela –con base histórica, pero novela al fin- como por ejemplo, cuando critica las escenas de amor y sexo, que el crítico considera “avasalladas por el más rotundo kitsch”.  No entiendo por qué motivo sería “kitsch” describir momentos de pasión y de sexo. El sexo es bastante común entre los humanos, aún en situaciones de guerra, y cada escritor busca un modo de expresarlo en el papel. En el caso del libro en cuestión, la autora describe primero, con todos los cuidados de pudor y recato, de pasión y de entrega, lo que era claramente um acto romántico, idealizado al extremo por ambos, mujer y hombre.

Otro momento, imposible de confundir con el primero, es en el trecho que el crítico considera “el colmo de lo imposible”; supongo que se refiere a cuando la autora describe una tentativa de violación por parte de Andrei; un momento de terror de Mika, cuando han secuestrado a su compañero Hipólito, y el agente estalinista Andrei la confunde primero, fingiendo que la protege, para luego tratar de atacarla sexualmente. O podrá ser en la segunda y última ocasión en que el agente soviético trata de violarla, estando Mika secuestrada y presa en la “cheka”, la cárcel secreta en que los estalinistas y el PCE recluían a sus enemigos políticos. No me resulta nada imposible imaginar a un hombre desesperado, y de un deseo enfermizo, atacando a una mujer a cuatro manos, sea en la primera ocasión -en la escalera en la que la había acorralado, fingiendo que la protegía de los nazis- o más tarde, cuando era su prisionera política en la “cheka”.

Tampoco entiendo cuál es la preocupación del crítico de El País cuando la autora de “Mika” cuenta que Hipólito tuvo un encuentro con la Pasionaria, y no se critica al PCE, ni a Trostsky, ni a los anarquistas. Para mí queda claro, desde el inicio de la novela –y en esto Elsa tampoco se aparta ni un milímetro de la verdad histórica- que la línea política de Mika e Hipólito durante la guerra civil española fue la de dejar siempre en segundo plano las profundas diferencias entre el PCE –un pequeño grupo que solo creció después del envío de tanques por parte de la URSS-, y los socialistas, por un lado, y el anarquismo y el POUM -en el cual se habían enrolado- por el otro. Mika e Hipólito eran comunistas anti-estalinistas, esto está claro desde que son expulsados del PCA y cuando buscan vínculos con el comunismo de oposición en Francia. Y la autora de “Mika” lo repite varias veces: el personaje real de su novela no era trotskista, si bien admiraba a Trotsky por su lucha contra el despotismo burocrático de Stalin. Criticaba a los socialdemocratas en Alemania por atacar al Partido Comunista, sin ver el peligro nazi a la vuelta de la esquina; y criticaba al PC alemán por no hacer el frente único con los socialistas para detener a Hitler.

Sobre el tema de los cuidados médicos intensivos, no veo en ninguna parte del texto que se mencione a una UTI en los moldes de las de hoy en día. Sabemos, sin embargo, que los cuidados intensivos tuvieron inicio con la ventilación mecánica a través del llamado “pulmón de acero”, y el primero en ser usado ampliamente fue inventado por Drinker & Shaw en 1928, y fue producido industrialmente por la empresa de J.H. Emerson. Se trataba de un cilindro metálico hermético, cerrado hasta el cuello que aislaba el resto del cuerpo. Fue usado de preferencia con pacientes que necesitaban cuidados intensivos, tanto para los agudos como en casos crónicos durante 1931. Pero solo se extendió a toda la medicina de terapia intensiva en 1950 y 51. O sea, La terapia intensiva ya existia, aunque la autora no diga que se trata de tal avance técnico, y si de um especial cuidado terapêutico, com aislamiento del paciente.
Pero, después de tanto detalle, y volviendo a George Orwell, no tengo dudas al afirmar que cada autor ve a la guerra civil española –aún dentro del campo de los republicanos y revolucionarios- desde una óptica distinta, de sentimientos y ángulos políticos diversos. La visión de Orwell, asqueado con la prepotencia estalinista y sin entenderla, lo llevó al repudio a todo tipo de tiranía, culminando en su famoso “1984”.

Elsa Osorio observa y describe a Mika desde varios puntos de vista, que incluyen a la mujer apasionada y maternal, que no deja de tener miedo cuando toma un fusil y va a la batalla –igual que nos ocurre a la mayoría de los hombres, dígase de paso- y que combina la rudeza esperada de un capitán (no olvidarse de Orwell cuando arrastra a un miliciano que se niega a hacer guardia en un lugar de alto riesgo) con la ternura de una madre que se preocupa por la comida y la lectura de la tropa -y recordar que Líster, el general comunista de la batalla del Ebro, también tenía por costumbre montar bibliotecas ambulantes en el frente de guerra.

Otro decepcionado por los manejos letales del estalinismo es John Dos Passos. Ni bien llegó a España, dispuesto a combatir por la República atacada por el fascismo, “Dos” se fue a buscar a su amigo Robles,  para enterarse que, según todo lo indicaba, había sido fusilado por los agentes soviéticos vinculados  al general Vladimir Gorev, para quien Robles trabajaba de intérprete y responsable de la dirección de la defensa de Madrid. Sabemos hoy que la mayoría de los responsables soviéticos en la guerra civil española fueron ejecutado por los lacayos de Stalin al volver a la URSS después del triunfo de Franco. Aquel incidente en el marco extremo de la guerra contra el fascismo que fusilaba a la gente del pueblo en gran escala, lo perturbó. Descubría el norteamericano que los soviéticos y sus agentes del PCE daban “dos tiros contra los franquistas y uno a la izquierda republicana”, e indignado, se empeñó hasta que logró la implicación de John Hopkins,  obligando a las autoridades a darle una explicación. Le dijeron que la muerte de su amigo “había sido un error”, sin más datos sobre cómo había sido su ejecución.  Según cuenta Wilebaldo Solano, el POUM, a instancias de Jordi Arquer, creó uma comisión de investigación, pero ni hubo tiempo de investigar demasiado, porque el caso Robles fue un prólogo de la prisión y el desaparecimiento de Nin y de la campaña de persecusiones estalinistas contra el POUM, que finalmente lo llevó a la clandestinidad, situación que duraría hasta después de la muerte de Franco, en 1975.
A las historias de Mika Etchévère, John Dos Passos, George Orwell y varios miles de anónimos, habría que agregarle otras tantas, como la de los escandalosos procesos de Moscú, en los que la burocracia estalinista aniquiló a la vieja guardia bolchevique y abrió camino para el pacto germano-soviético que permitió a Rusia dividir en dos y repartirse con Hitler una Polonia sometida; y habría más historias, como la invasión de Finlandia por las tropas soviéticas.

Pero la crisis posterior de John Dos Passos –diametralmente diferente de la acción revolucionaria de Mika- corre en paralelo con la de otros norteamericanos radicales, como los que se congregaban en la revista Partisan Review, los amigos del POUM y miembros del Trotsky Defense Committee, que empezarán a dar un giro cada vez más hacia la derecha. La trayectoria de Orwell hacia su desprecio a toda y cualquier dictadura, no es muy diferente de la del filósofo John Dewey, y es la misma de tantos escritores e intelectuales que se habían comprometido con España y pueblan las páginas de las biografías de Zélia Gattai, compañera de Jorge Amado, o del más conocido “Confieso que he vivido”, de Neruda: Upton Sinclair, Max Eastman, James Burham, Lionel Trilling, Daniel Bell, John Steinbeck, y una enorme lista de desencantados por el estalinismo y que repitió el mito del “hijo pródigo”. John Dos Passos terminó aborreciendo el voto femenino y el reclamo por las ocho horas de jornada laboral. El hijo pródigo abandona el internacionalismo proletario por el nacionalismo, desconoce a la clase obrera amansada por el New Deal y su literatura larga todo lo experimental para volver al clasicismo. Después de España, todo suena a arrepentimiento entre estos hombres de las letras norteamericanas. No es para nada el caso de Mika.

En fin, para cerrar el largo comentario sobre un tema tan complejo, recuerdo que después de años conversando con el Viejo Pedro Milesi -antiguo luchador argentino que, como Mika, militó en el grupo Insurrexis, anduvo por la Patagonia Trágica y vivió hasta morir, clandestino, con más de 90 años- quise documentarme mejor para escribir algo más que cuentos sueltos sobre su vida. No pude hacerlo. Los archivos están en manos particulares –de una conocida biblioteca en un Centro de Documentación de la Izquierda, en Buenos Aires- y no logré tener acceso. Al Viejo Pedro lo conocí, como tantos jóvenes de los años de 1970, en las ollas populares de Sitrac-Sitram, y en las barricadas obreras del Vivorazo y el Rodrigazo. Me hubiera gustado ver sus antiguos escritos en Insurrexit, tal vez algo más de lo que la querida Susana Fiorito pudo juntar en la biblioteca popular que lleva su nombre en Córdoba. Algún día ese archivo particular deberá abrirse al público. Sería lo más justo en una democracia, sobretodo cuando se guardan allí pedazos de vidas de los muchos –como Mika y Milesi- que lucharon hasta el fin de sus largas vidas por un mundo mejor, sin explotadores ni explotados.

PD: 
A propósito, y para no dejarme nada en el tintero, quisiera comentarle al crítico Hugo Fontana, de El País de Montevideo, que aún hoy -34 años después de empezar mi exilio en tierras tropicales, cuando alguien me pregunta “¿Te cebo un mate?”, jamás vacilo en contestar: “Dale”.

Javier Villanueva, São Paulo, abril de 2013.

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