George Orwell, John dos Passos y Mika
Etchebéhère, luchadores en España, pero con ópticas diferentes.
Las críticas extrañas y los archivos ocultos.
Volví a leer “Luchando en España, recuerdos de la guerra
civil”, de George Orwell, y sentí lo mismo que cuando abrí el libro por
primera vez, recién llegado de Córdoba e instalado en Buenos Aires, en febrero
de 1975, muy impresionado con la invasión de tropas a Tucumán y por los avances
de las bandas fascistas de López Rega; los paramilitares luego formarían la
Triple A, y el Comando de Libertadores de Córdoba, que había presionado a
tantos militantes populares a dejar la ciudad del interior.
Leía entonces a Orwell
tratando de entender mejor los peligros del fascismo y las respuestas del
partido socialista y popular que me parecía ser el más correcto por su línea
revolucionaria, -el POUM- por sus acuerdos clasistas con el anarquismo, su
consequencia y sacrificio en la lucha, y por su oposición al estalinismo.
Y otra vez ahora,
después de 38 años, o como cuando las releí en 1980 -a principios del exilio
que luego se volvió inmigración- las memorias del autor de "1984" me
parecieron bien intencionadas, pero ingenuas.
Sí, de buena fe, e
ingenuas, porque parten de un hombre que luchó en las filas del POUM, y no sabe
si el partido era trotskista o no, y si era más correcto impulsar la revolución
junto con la guerra al fascismo, u olvidarse de la revolución y armar un
ejército convencional, como quería -y lo consiguió, aunque se perdiera la
guerra- el PCE.
Poco parece haber
llevado Orwell del Londres de entre guerras en su bagaje de simpatizante de la
revolución bolchevique por la óptica del PCUS dominado por Stalin. Y menos aún
se llevó de España cuando salió de la decepción de la guerra interna -la
sub-guerra civil del PCE contra la izquierda, representada por el POUM y los
anarquistas- y volvió a las "democracias occidentales" que dejaron al
pueblo español y su república, morir en manos del franquismo y sus aliados
nazi-fascistas.
Por eso, cuando leo un
comentário -irrelevante, es verdad- como el de Hugo Fontana, de El País de
Montevideo, me pregunto si los críticos tienen suficiente información y
formación política e histórica para abordar temas complejos como el del POUM y la
guerra civil española de 1936 a 1939. Escribir sobre el papel del partido en la
guerra civil y sobre los miles de revolucionarios, sobre todos los extranjeros -como
Mika Etchebéhère o el propio Orwell- llegados con expectativas y puntos de
vistas tan diversos, exige muchas fuentes. No quiero ocupar el lugar de un historiador,
pero he leído sobre el tema, y conversado con militantes -ya fallecidos- aunque
no he visto documentos auténticos.
La obra de Elsa
Osorio, “La Capitana”, o “Mika”, según la edición, bucea en
fuentes muy confiables, como la documentación ofrecida a la autora para estudio
por Guy Prévan, a quien Mika Etchebéhère le había confiado sus cuadernos, y
diversas anotaciones de puño y letra.
Horacio Tarcus, al
exhibir algunos ejemplares de la revista Insurrexit, de 1920 a 1921, no parece
haber leído e interpretado correctamente los documentos auténticos que Guy
Prévan le prestara a Elsa Osorio, una vez que solo menciona rápidamente a Mika,
diciendo apenas que se desempeñó como “enfermera en el frente” de guerra, cerca
de Madrid.
El centro de
documentación más avanzado sobre la historia del partido, sin embargo, cuenta
que Mika fue capitana, y que participó en diversas batallas “al mando de una
columna del POUM que resistió en la sierra madrileña los embates fascistas”,
según se lee en la entrevista a Elsa Osorio por Alberto Ojeda en El Cultural,
al que se puede llegar a través de un enlace recomendado por la Fundación
Andreu Nin.
También dice Tarcus
que a Mika la tomó prisionera una patrulla franquista, cuando está muy
documentado que estuvo presa por los republicanos vinculados al PCE y la cheka
enviada a España por el PC de la Unión Soviética al mando de Stalin. Elsa
Osorio relata con lujo de detalles todo el proceso de seducción fracasada
primero, y luego de abierta agresión, con que el agente Andrei-Jan Well
del PCUS aborda a Mika mientras permanece prisionera de la cheka. Los
testimonios sobre casos semejantes abundan, y los relatan, entre los autores
más conocidos universalmente, George Orwell y John Dos Passos. Dice Tarcus
también que Mika combatió en la columna de Mera, en la que ella no estuvo. Mika
combatió en diversos frentes: Singënza, Pineda de Húmera, Atienza, Moncloa y Cerro
de Ávila, pero nunca bajo las ordenes de Cipriano Mera. Todo esto se detalla muy
bien, tanto en “Ma guerre d’Espagne a moi”
de Plaza & janés Editores, 1976, como en “Mika”, de Elsa Osoria, Seix Barral, 2012.
En el centro de
documentación Andreu Nin, por otro lado, hay enlaces a textos muy documentados,
como los de Luis Portela, “Mika
Etchebéhère: una heroica y desconocida combatiente de nuestra guerra civil”;
de la propia Mika, “Hipólito Etchebéhère,
un jefe militar del POUM”; de Pepe Gutiérrez-Álvarez,, “Mika Etchebéhère (alias de Mica Feldman):
Capitana, mi capitana”; de El País, “La
capitana sobrevive al olvido”; Mica en Siguenza, de Antonio Cruz.
Y hasta hay una “Historia
de una pasión revolucionaria: Hipólito Etchebéhère y Mika Feldman”, por el proprio
Horacio Tarcus, y extrañamente no se dice allí que la vida de “La capitana” se
hubiera reducido a meras tareas de enfermería. Al contrario, en dos párrafos
que empiezan justamente con el título “Mika capitana”, dice Tarcus: “Muerto Hipólito, Mika decide continuar
combatiendo y pasa a ocupar en la columna del POUM un rol cada vez más
destacado. Por toda herencia, ha recibido su capote, su pistola y su fusil,
símbolos de su jefatura. De la compañera del jefe, pasa a ser jefe ella misma.
Una vez desplazadas las fuerzas de la columna a Sigüenza, Mika entiende que “se
terminó mi ocupación de casera de guerra. La organización del cuartel no
plantea problemas. “Igual que los demás, montó guardia en los cerros.” (M.
Etchebéhère, 1976:39). La experiencia de la guerra ha transformado a Mika,
sorprendida, no ya de la igualdad que ha conquistado frente a los varones de la
columna, sino incluso del ascendiente que tiene sobre ellos”.
Y
volviendo a la pobre crítica en El País de Montevideo, firmada por Hugo
Fontana, veo comentarios que no parecen ser de quién leyó una novela –con base
histórica, pero novela al fin- como por ejemplo, cuando critica las escenas de
amor y sexo, que el crítico considera “avasalladas por el más rotundo kitsch”. No entiendo por qué motivo sería “kitsch”
describir momentos de pasión y de sexo. El sexo es bastante común entre los
humanos, aún en situaciones de guerra, y cada escritor busca un modo de
expresarlo en el papel. En el caso del libro en cuestión, la autora describe
primero, con todos los cuidados de pudor y recato, de pasión y de entrega, lo
que era claramente um acto romántico, idealizado al extremo por ambos, mujer y
hombre.
Otro
momento, imposible de confundir con el primero, es en el trecho que el crítico
considera “el colmo de lo imposible”; supongo que se refiere a cuando la autora
describe una tentativa de violación por parte de Andrei; un momento de terror
de Mika, cuando han secuestrado a su compañero Hipólito, y el agente
estalinista Andrei la confunde primero, fingiendo que la protege, para luego tratar
de atacarla sexualmente. O podrá ser en la segunda y última ocasión en que el
agente soviético trata de violarla, estando Mika secuestrada y presa en la
“cheka”, la cárcel secreta en que los estalinistas y el PCE recluían a sus
enemigos políticos. No me resulta nada imposible imaginar a un hombre
desesperado, y de un deseo enfermizo, atacando a una mujer a cuatro manos, sea
en la primera ocasión -en la escalera en la que la había acorralado, fingiendo
que la protegía de los nazis- o más tarde, cuando era su prisionera política en
la “cheka”.
Tampoco
entiendo cuál es la preocupación del crítico de El País cuando la autora de
“Mika” cuenta que Hipólito tuvo un encuentro con la Pasionaria, y no se critica
al PCE, ni a Trostsky, ni a los anarquistas. Para mí queda claro, desde el
inicio de la novela –y en esto Elsa tampoco se aparta ni un milímetro de la
verdad histórica- que la línea política de Mika e Hipólito durante la guerra
civil española fue la de dejar siempre en segundo plano las profundas
diferencias entre el PCE –un pequeño grupo que solo creció después del envío de
tanques por parte de la URSS-, y los socialistas, por un lado, y el anarquismo
y el POUM -en el cual se habían enrolado- por el otro. Mika e Hipólito eran comunistas
anti-estalinistas, esto está claro desde que son expulsados del PCA y cuando
buscan vínculos con el comunismo de oposición en Francia. Y la autora de “Mika” lo repite varias veces: el
personaje real de su novela no era trotskista, si bien admiraba a Trotsky por
su lucha contra el despotismo burocrático de Stalin. Criticaba a los
socialdemocratas en Alemania por atacar al Partido Comunista, sin ver el
peligro nazi a la vuelta de la esquina; y criticaba al PC alemán por no hacer
el frente único con los socialistas para detener a Hitler.
Sobre
el tema de los cuidados médicos intensivos, no veo en ninguna parte del texto
que se mencione a una UTI en los moldes de las de hoy en día. Sabemos, sin
embargo, que los cuidados intensivos tuvieron inicio con la ventilación
mecánica a través del llamado “pulmón de acero”, y el primero en ser usado
ampliamente fue inventado por Drinker & Shaw en 1928, y fue producido industrialmente
por la empresa de J.H. Emerson. Se trataba de un cilindro metálico hermético,
cerrado hasta el cuello que aislaba el resto del cuerpo. Fue usado de
preferencia con pacientes que necesitaban cuidados intensivos, tanto para los agudos
como en casos crónicos durante 1931. Pero solo se extendió a toda la medicina
de terapia intensiva en 1950 y 51. O sea, La terapia intensiva ya existia,
aunque la autora no diga que se trata de tal avance técnico, y si de um
especial cuidado terapêutico, com aislamiento del paciente.
Pero,
después de tanto detalle, y volviendo a George Orwell, no tengo dudas al
afirmar que cada autor ve a la guerra civil española –aún dentro del campo de
los republicanos y revolucionarios- desde una óptica distinta, de sentimientos
y ángulos políticos diversos. La visión de Orwell, asqueado con la prepotencia
estalinista y sin entenderla, lo llevó al repudio a todo tipo de tiranía,
culminando en su famoso “1984”.
Elsa
Osorio observa y describe a Mika desde varios puntos de vista, que incluyen a
la mujer apasionada y maternal, que no deja de tener miedo cuando toma un fusil
y va a la batalla –igual que nos ocurre a la mayoría de los hombres, dígase de
paso- y que combina la rudeza esperada de un capitán (no olvidarse de Orwell
cuando arrastra a un miliciano que se niega a hacer guardia en un lugar de alto
riesgo) con la ternura de una madre que se preocupa por la comida y la lectura
de la tropa -y recordar que Líster, el general comunista de la batalla del
Ebro, también tenía por costumbre montar bibliotecas ambulantes en el frente de
guerra.
Otro
decepcionado por los manejos letales del estalinismo es John Dos Passos. Ni
bien llegó a España, dispuesto a combatir por la República atacada por el fascismo,
“Dos” se fue a buscar a su amigo Robles, para enterarse que, según todo
lo indicaba, había sido fusilado por los agentes soviéticos vinculados al
general Vladimir Gorev, para quien Robles trabajaba de intérprete y responsable
de la dirección de la defensa de Madrid. Sabemos hoy que la mayoría de los
responsables soviéticos en la guerra civil española fueron ejecutado por los lacayos
de Stalin al volver a la URSS después del triunfo de Franco. Aquel incidente en
el marco extremo de la guerra contra el fascismo que fusilaba a la gente del
pueblo en gran escala, lo perturbó. Descubría el norteamericano que los soviéticos
y sus agentes del PCE daban “dos tiros contra los franquistas y uno a la izquierda
republicana”, e indignado, se empeñó hasta que logró la implicación de John
Hopkins, obligando a las autoridades a
darle una explicación. Le dijeron que la muerte de su amigo “había sido un
error”, sin más datos sobre cómo había sido su ejecución. Según cuenta
Wilebaldo Solano, el POUM, a instancias de Jordi Arquer, creó uma comisión de
investigación, pero ni hubo tiempo de investigar demasiado, porque el caso
Robles fue un prólogo de la prisión y el desaparecimiento de Nin y de la
campaña de persecusiones estalinistas contra el POUM, que finalmente lo llevó a
la clandestinidad, situación que duraría hasta después de la muerte de Franco, en 1975.
A
las historias de Mika Etchévère, John Dos Passos, George Orwell y varios miles de
anónimos, habría que agregarle otras tantas, como la de los escandalosos
procesos de Moscú, en los que la burocracia estalinista aniquiló a la vieja guardia
bolchevique y abrió camino para el pacto germano-soviético que permitió a Rusia
dividir en dos y repartirse con Hitler una Polonia sometida; y habría más
historias, como la invasión de Finlandia por las tropas soviéticas.
Pero
la crisis posterior de John Dos Passos –diametralmente diferente de la acción
revolucionaria de Mika- corre en paralelo con la de otros norteamericanos radicales,
como los que se congregaban en la revista Partisan Review, los amigos
del POUM y miembros del Trotsky Defense Committee, que empezarán a dar un giro cada
vez más hacia la derecha. La trayectoria de Orwell hacia su desprecio a toda y
cualquier dictadura, no es muy diferente de la del filósofo John Dewey, y es la
misma de tantos escritores e intelectuales que se habían comprometido con España
y pueblan las páginas de las biografías de Zélia Gattai, compañera de Jorge
Amado, o del más conocido “Confieso que he vivido”, de Neruda: Upton Sinclair,
Max Eastman, James Burham, Lionel Trilling, Daniel Bell, John Steinbeck, y una enorme
lista de desencantados por el estalinismo y que repitió el mito del “hijo
pródigo”. John Dos Passos terminó aborreciendo el voto femenino y el reclamo por
las ocho horas de jornada laboral. El hijo pródigo abandona el
internacionalismo proletario por el nacionalismo, desconoce a la clase obrera amansada
por el New Deal y su literatura larga todo lo experimental para volver al
clasicismo. Después de España, todo suena a arrepentimiento entre estos hombres
de las letras norteamericanas. No es para nada el caso de Mika.
En
fin, para cerrar el largo comentario sobre un tema tan complejo, recuerdo que
después de años conversando con el Viejo Pedro Milesi -antiguo luchador
argentino que, como Mika, militó en el grupo Insurrexis, anduvo por la
Patagonia Trágica y vivió hasta morir, clandestino, con más de 90 años- quise
documentarme mejor para escribir algo más que cuentos sueltos sobre su vida. No
pude hacerlo. Los archivos están en manos particulares –de una conocida
biblioteca en un Centro de Documentación de la Izquierda, en Buenos Aires- y no
logré tener acceso. Al Viejo Pedro lo conocí, como tantos jóvenes de los años
de 1970, en las ollas populares de Sitrac-Sitram, y en las barricadas obreras
del Vivorazo y el Rodrigazo. Me hubiera gustado ver sus antiguos escritos en
Insurrexit, tal vez algo más de lo que la querida Susana Fiorito pudo juntar en
la biblioteca popular que lleva su nombre en Córdoba. Algún día ese archivo
particular deberá abrirse al público. Sería lo más justo en una democracia,
sobretodo cuando se guardan allí pedazos de vidas de los muchos –como Mika y
Milesi- que lucharon hasta el fin de sus largas vidas por un mundo mejor, sin
explotadores ni explotados.
PD:
A propósito, y para no dejarme nada en el tintero, quisiera comentarle al crítico Hugo Fontana, de El País de Montevideo, que aún hoy -34 años después de empezar mi exilio en tierras tropicales, cuando alguien me pregunta “¿Te cebo un mate?”, jamás vacilo en contestar: “Dale”.
A propósito, y para no dejarme nada en el tintero, quisiera comentarle al crítico Hugo Fontana, de El País de Montevideo, que aún hoy -34 años después de empezar mi exilio en tierras tropicales, cuando alguien me pregunta “¿Te cebo un mate?”, jamás vacilo en contestar: “Dale”.
Javier Villanueva, São Paulo, abril de
2013.
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