5ª parte.
Según me contaba el viejo Pedro Milesi, un día en que de pura
casualidad nos lo encontramos al Negro Flores del Sitrac-Sitram en la entrada
de la estación de Morón, en muchos de los grupos ahora descoordinados y
dispersos de 1978 y 79, se recordaban y releían las enseñanzas dejadas por el
Encuentro Nacional de Obreros Revolucionarios. Ese congreso había sido
convocado por los gremios clasistas de las fábricas Fiat cordobesas en 1971, y
decía Flores que en los grupos de resistencia posteriores al 77
se descutía mucho el por qué y cómo fue que se levantó el debate que culminó,
todavía en plena dictadura de Levingston, con una declaración a favor de la
revolución socialista. Era una manifestación que, además, tomaba como suyas
todas las luchas históricas del movimiento obrero argentino, desde los primeros
anarquistas de finales del siglo XIX, hasta el 17 de octubre peronista de 1945,
y antes, con las batallas de la Patagonia Rebelde y la huelga de los talleres
Vassena de inicios del siglo XX.
Se estudiaba en aquellos grupos pequeños y desconectados
entre sí, cómo después del triunfo de Cámpora, en 1973, se vivía una situación
de equilibrio casi apocalíptico, con un movimiento obrero y popular pujante,
pero sin fuerzas suficientes como para ganar la hegemonía política y
sobreponerse al avance de la derecha, al mismo tiempo que los grandes grupos
económicos y políticos del poder se recomponían rápidamente.
En la Mesa de Gremios en Lucha de Córdoba, que había sido el
antecedente directo de las Coordinadoras de 1974 y 75, también se había llegado
a visualizar una concepción cada vez más aberta y abarcadora, menos
inflexiblemente clasista y más política. Y en aquellos grupos de resistencia
dispersos de 1978 y 79, se reconocía que esa nueva conciencia obrera del año de
1975 había sido causada por una necesidad que era vital -aunque tardía- de huir
del aislamiento que empezaba a sentir el movimiento de los trabajadores.
En muchos de estos nuevos grupos de resistencia de los años
78 y 79, se consideraba que hubo una continuidad entre el clasismo y el
sindicalismo combativo, y las coordinadoras. Esas coordinadoras de 1975 habían
sido la síntesis del ideal democrático obrero y popular del momento que se
vivía. Y ya no proponían tan solo cuestiones de tipo reivindicativo, sino que
las coordinadoras de 1975 se habían convertido en una conducción obrera y
popular, que había sabido incorporar sabiamente, en sus propuestas, las luchas
por las libertades democráticas.
Lo más interesante es que las cúpulas dispersas o exiliadas
de las organizaciones revolucionarias previas a la debacle de 1976 a 78
conocían muy poco, o casi no sabían siquiera sobre la existencia de este nuevo
universo oculto de los años 78 y 79, en el que se habían juntado varios
centenares de militantes y simpatizantes sobrevivientes a la hecatombe posterior
al golpe -todos mezclados y en un creativo desorden organizativo-. Y la verdad
es que entre estos minúsculos grupos remanentes había algunos militantes ya
veteranos y otros, simpatizantes sumamente jóvenes, incorporados en la última
etapa, que por causa de la forzada clandestinidad no habían llegado a tener ningún
contacto personal con los militantes más antiguos, los cuadros históricos. Pero
aún así, se habían fogueado en las últimas luchas sindicales y estudiantiles
del 74 y 75, en las que habían ganado bastante representatividad y
reconocimiento político.
Entre estos grupos pequeños y dispersos, había una clara
convicción de que las condiciones habían cambiado irreversiblemente; sabían que
-así como entre julio de 1975 y marzo del 76 la posibilidad de parar el golpe había
quedado ya prácticamente fuera del alcance real de las organizaciones
revolucionarias; y comprendían también
que, enseguida, y como una culminación del reflujo de las masas, los sectores obreros y populares que habían
sido el núcleo dinámico durante el período anterior empezaban a aislarse; esos militantes
de los nuevos grupos de resistência de los años 78 y 79 sabían también que esse
reflujo em las luchas había ocorrido proporcionalmente y al mismo tiempo que
las organizaciones revolucionarias se empeñaban más y más en redoblar la apuesta
del enfrentamiento. Un enfrentamiento directo con el hueso duro del estado que
cada vez se volvía más policial y militarizado. Y gran parte de los militantes
y simpatizantes remanentes en 1978 y 79 reconocían que el camino de la
revolución ya era ya un callejón sin salida a finales de 1975, en un momento en
que los dirigentes del PRT y Montoneros todavía se empeñaban en ver una
situación revolucionaria em desarrollo.
Muchos de los militantes y simpatizantes remanentes entre
1978 y 79 le criticaban amargamente al PRT el haber retirado cuadros
valiosísimos de las coordinadoras para llevarlos al combate de la lucha armada.
Hay que recordar que hacia fines de 1974 la Compañía Ramón Rosa Jiménez del ERP,
ya estaba formada por 100 combatientes, entre hombres y mujeres, organizados en
4 pelotones. Gran parte de los militantes veteranos que sobrevivían en los
pequeños y desconectados grupos de resistencia en 1978 y 79, entre ellos varios
de los dirigentes gremiales que habían militado en algún grupo político entre
1969 y 75, vivieron en la propia carne la contradicción entre la espontaneidad
del movimiento obrero y su desorden natural, por un lado, y las propuestas
políticas de su grupo partidario, por el otro, que casi siempre se movía al
borde de lo burocrático y autoritario; era algo que aislaba a esos militantes,
y a veces los enfrentaba con sus compañeros de base o delegados de comisión
interna, con los que tenían una vivencia más íntima.
Algunos de los miembros de esos reagrupamientos espontáneos y
aislados entre sí, venían de las antiguas FAL, las Fuerzas Argentinas de
Liberación. Un par de aquellos grupitos pequeños y desconectados de 1978 y 79,
provenían de los comandos de "América en Armas", que habían sido un
desprendimiento del antiguo aparato militar del PC y que se habían mantenido en
la construcción de una corriente clasista en Buenos Aires. Una parte de la
gente que formó los primeros grupos de resistencia en la Capital Federal y en
la provincia, entre 1978 y 79, traían una concepción casi foquista y
ultrasindicalista, pero fueron la gente que entre enero del 78 y junio de 1979
realizaron algunas acciones incruentas de financiamiento que permitieron a
muchos, sobrevivir en los momentos más negros de la clandestinidad.
Esos militantes sueltos, pero muy experimentados, a
diferencias de los de las otras organizaciones, no se habían considerado en
guerra abierta contra el gobierno y sus fuerzas armadas, y por lo tanto, al
incorporarse a la resistencia sorda de 1978 y 79, tuvieron una buena
dosificación en el uso de la violencia. Así como al inicio de 1970 habían
decidido -y cumplido- que la primera etapa de su crecimiento revolucionario iba
a limitarse a una acumulación, capacitación y trabajo social muy medidos, del
mismo modo, ocho o nueve años después, los diversos individuos y pequeñas
fracciones de las FAL 22 de Agosto, FAL América en Armas, FAL Inti Peredo,
fueron extremamente sigilosos y eficaces entre los nuevos grupos
espontáneamente formados a fines de los 70, aunque ya no hubiera ninguna
conexión entre ellos.
En julio de 1978, por ejemplo, el GOR -Grupo Obrero
Revolucionario, que se había separado del PRT- El Combatiente en la crisis de
1970- realizó una operación llamada de “guante blanco” en conjunto con Fuerza
Obrera Comunista (FOC), que era la fracción más militarista de Orientación
Socialista. OS, con dirigentes del mismo origen que GOR, fue la organización
que polarizó al sector de la Izquierda Socialista que no fue hacia Poder Obrero
en 1973, y que se fortaleció incluso con la militancia proveniente de la
Fracción de El Obrero de Córdoba.
Con el propósito de obtener nuevos recursos financieros que
le permitieran enfrentar la situación de absoluta clandestinidad que se vivía
desde 1976, GOR y FOC desarrollaron un operativo minucioso, realizado con éxito
gracias a la labor de inteligencia del FOC, y que partía de un conocimiento muy
profundo de la estructura de las operaciones bancarias, y se concretizó con el
uso de talonarios de giros sustraídos al Banco de la Nación Argentina y
cobrados en otras entidades bancarias. El operativo, con el que ambas
organizaciones lograron retirar del Banco de la Nación Argentina un total de
más de 250 millones de pesos, permitió costear la salida al exterior de la
mayoría de los militantes en situaciónes de riesgo, y mantener una estructura
mínima y más segura en el interior del país.
Cinco antiguos grupos barriales del PRT en la región de Lomas
del Mirador, y dos de la Villa Las Antenas en la Matanza, Gran Buenos Aires, y
otros seis agrupamientos con decenas de trabajadores metalúrgicos y de la
construcción, así como gráficos, enfermeros, del chacinado, y muchos
visitadores médicos y empleados estatales -en los que se mezclaban gente que
venía de las FAL, el Peronismo de Base-FAP, anarquistas y tupamaros escapados
de la dictadura de Bordaberry en Uruguay- actuaban, descoordinados y
desconocidos entre sí, tan solo entre la zona oeste de la Capital Federal y el
enorme triángulo formado por González Catán, Morón y la Tablada en la
provincia.
6ª parte
La verdad es que al
pasar los meses y los años, la linda treintañera que el viejo general mantenía
como amante ya se estaba cansando de don Benito. La mujer del
general-presidente, doña Ana, además de sacarle al viejo el largo viaje por
media Europa, se las había ingeniado para sobornar a uno de los tenientes de la
seguridad personal del marido; y este la había llevado al departamento en pleno
Palermo que el amante fogoso había comprado para su amiguita. Y conversando con
astucia, doña Ana había logrado llenarle la cabeza a la niña con prejuicios
contra su viejo protector. La convenció que, más tarde o más temprano, la
tortilla del poder se iría a dar vuelta y ella -la joven amante- quedaría en Pampa
y las vías, sola y desamparada.
La niña -Roberta, por
si me olvidé de decirlo antes- fue llenándose de rencor cada vez que veía los
dos Ford Falcon de la custodia del viejo Benito parar en cada esquina de la
José León Pagano, su calle, y espiaba por entre las cortinas las caras
amedrentadas de los vecinos que sabían quién estaba llegando y para qué se
armaba tremendo circo de armas y jóvenes de traje oscuro, anteojos y
walky-talkies.
Pero mucho más se
resintió y le subió como bilis la indignación cuando Manuelita -la chica
correntina que don Benito le había puesto para ayudarla en las tareas
domésticas- le contó que en su barrio de Lomas del Mirador, cerca de las
callejuelas de Las Antenas, la villa miseria en que vivía, no pasaba semana sin
que se llevaran a la fuerza a algún vecino, que nunca más volvía a aparecer.
El odio creciente de
Roberta, sin embargo, llegó a su culminación cuando supo -por medio del hermano
de Manuelita, que había venido a llevarle un dinero para su madre- los detalles
sobre el secuestro de una trabajadora de Insul, la fábrica que se había
mobilizado años antes por causa de la enfermedad del saturnismo causada por el
uso de plomo en la producción.
Se trataba una joven
tucumana, linda y rubia, embarazada de ocho meses; los soldados cercaron la
villa y dos grupos de civiles en Ford Falcon la arrastraron a uno de los
camiones militares; y los vecinos solo volvieron a verla cuando regresó, dos
meses después, a pie, demacrada y flaca. Sin barriga y sin el bebé, que había
nacido mientras estaba presa e incomunicada, en el sector de la aviación de
Campo de Mayo. Le habían robado el bebé. Un coronel había llegado y se lo había
arrancado de los brazos, unas tres semanas después del parto. Iba a ser bien
cuidado por una familia rica y cristiana, de buenas costumbres, que no podía
tener hijos, le dijo el militar.
La rubita tucumana, que
había sido detenida y torturada por puro error burocrático de los militares,
tenía el mismo apellido de otra obrera de Insud, esta sí militante y activista
del gremio. Pura casualidade: ambas eran tucumanas, de apellido alemán
-descendientes de los muchos huídos de Baviera y la Floresta Negra que fueron a
La Cocha después de la guerra- y los milicos se habían confundido. Cuando
finalmente capturaron a la otra, a la verdadera Shiffer que buscaban,
simplemente la soltaron y ella volvió a su villa miseria. A pie y sin su bebé.
Pero aunque la rubita
tucumana ya estaba conformada con la “adopción” de su hijo por la familia amiga
del coronel de Campo de Mayo -al final, ella era pobre, madre soltera,
trabajadora sin escuela y con bajísimo sueldo, y no sabía si podría mantenerlo
y educarlo, decía-, a la que no le disminuía la indignación era a Roberta,
amante cada vez más arrepentida del viejo Benito.
Por eso, el día en que
el Negro Tony, hermano de Manuelita, su empleada doméstica, le propuso visitar
la Villa Las Antenas, Roberta concentró toda su inteligencia e imaginación al
servicio de un plan que no le salía de la cabeza: escaparse del control de los
custodios que el viejo le mandaba un par de veces por semanas, en fechas
aleatorias, para que la vigilaran con la excusa de protegerla "de los
terroristas". Quería verse libre de nuevo, sacarse
de su vida ese monstruo que cada día que pasaba le molestaba más, y ahora sabía
por qué, y sobre todo, sabía cómo librarse de él.
Aprovecharon un día en
que Manuelita salió a hacer las compras y vio que no había coches Ford Falcon
ni peatones sospechosos. Salieron, tomaron el colectivo 60 hasta la avenida
General Paz y siguieron hasta el cruce de La Tablada. Se bajaron en Jabón
Federal y caminaron en zig-zag por las calles laterales de Lomas del Mirador
hasta llegar a Villa Las Antenas. Nadie los había seguido.
El Negro Tony las
recibió a la entrada de la casilla pobre de madera de la familia y una vecina que
hablaba um castellano mesclado con palabras en guaraní les trajo un atadito
redondo en un repasador. Era una sopa paraguaya que comieron en pedacitos
mientras tomaban mate y lo esperaban a Juancito.
Roberta no sabía, ni se
imaginaba en lo que se estaba metiendo, pero presentía que era algo prohibido y
peligroso, pero que probablemente la iba a librar del acoso del viejo Benito y
sus custodios, uno de los cuales no dejaba de mirarla de arriba abajo cada vez
que se volvía de espaldas; Manuelita, a su vez y desde su ingenuidad de chica
provinciana, se había ido enterando de todo lo que pasaba en el país y odiaba a
la dictadura y al viejo Benito, amante de su patrona, pero sabía que Roberta
tenía un corazón enorme y estaba harta de la situación en que vivía, y se
dispuso a ayudarla.
Cuando Juancito entró,
por la otra punta de la callejuela de la villa, y después de andar más de veinte
minutos entre San Justo y Lomas del Mirador, sabía que el riesgo era medido y
estaba bajo control. No lo habían seguido, ni había autos o peatones que le
levantaran ninguna sospecha. Entró a la casilla de la familia del Negro Tony y
Manuelita lleno de entusiasmo y buenos presentimientos.
7ª parte.
Cuando nos encontramos
con el Negro Flores del Sitrac-Sitram en la entrada de la estación de trenes de
Morón, de pura casualidad, al Viejo Pedro Milesi y al Juancito se le juntaron
las ideas como en un juego de rompe-cabezas imantado, de esos en los que, de
repente y en el momento menos pensado, las piezas se encajan y todo queda
clarísimo.
Juancito le contó al
Viejo Pedro una historia que había oído de boca de su hijo de 8 años en una de
las visitas a Encausados. Decía Martincito que un hombre muy ocupado, un
investigador científico, tenía que resolver un problema. "Como arreglar el
mundo", se llamaba la investigación que el científico quería terminar de
escribir. Pero su hijo no lo dejaba concentrarse, porque quería jugar y le hacía
infinitas preguntas a todo momento, propias de un chico, claro. El científico
tomó un mapamundi colorido de su cuaderno Laprida, de aquellos que antes venían
en la última página y lo arrancó con cuidado; con una tijera lo recortó, de tal
modo de parecer un rompe-cabezas y se lo dió al hijito, esperando que se
entretuviera por un buen tiempo. Pero, a los diez minutos, el chico vuelve con
el mapa armado, y con el improvisado rompe-cabezas correctamente resuelto.
¿Cómo hiciste, nene? le pregunta el padre, admiradísimo. Fácil, papi, le dice
el nene, como estaba muy difícil armar el mapa, di vuelta la hoja y me di
cuenta que del otro lado había un cuerpo humano. Ese sí que fue facil de armar.
Y el Viejo Pedro,
cuando se lo llevó al Negro Flores a su casa, le contó la historia del mapa
rompe-cabezas como quién saca una moraleja: si no podemos arreglar el mundo,
vamos a tratar de arreglar a la persona, al ser humano. Charlando con Juancito
al día siguiente, juntaron las piezas y llegaron a la conclusión de que el
único modo de salir del impasse histórico de la dictadura de don Benito, era
ayudar a la propia historia, dándole un empujón para ver si las cosas se volvían
un poco más fáciles.
Las primeras tres
semanas que se necesitaron para contactar cada uno de los siete grupos originales quedaron a a cargo
del Negro Tony, que fue llevándolo a Juancito algunas veces y al Viejo Pedro
otras, hasta armar un grupo de coordinación, al que se sumaron, en la 5ª semana
otros tres representantes de comités de resistencia del Gran Buenos Aires. Dos semanas
después llegaron dos cordobeses y un rosarino, representando otros seis grupos
en total.
Ninguno de los obreros,
estudiantes y villeros reunidos en esos pequeños núcleos sabía sobre la
existencia de los otros, ni se habían visto nunca antes del golpe, a no ser en
el caso del tucumano Farías, que venía de Córdoba, y en el micro de la
Chevallier reconoció al Turco Muḥammad, con el que había estado preso en
Catamarca, en la época del copamiento del Regimiento 17º. No se hablaron en el
ómnibus, pero sí se saludaron cuando se volvieron a encontrar encima de la
General Paz, yendo ambos a pie hacia la cita con Pedro Milesi.
Y tampoco se supo que
alguno de los miembros de esos grupos desconectados y dispersos de la
resistencia de aquella época supiera que sus organizaciones habían sido
destruidas por la represión, o que se habían autodisuelto; mucho menos que
todas, o casi todas, estuvieran fraccionadas o dividias en tendencias
irreconciliables, la mayor parte en el exterior, y muy pocas en el interior del
país.
En realidad, y como ya
había ocurrido en otros casos históricos, esa pequeña multitud silenciosa de
militantes y simpatizantes, obreros, estudiantes y villeros, estaban casi igual
que los combatientes japoneses perdidos en islas en las que resistían después
del final de la guerra y no llegaron ni a enterarse de que Japón se había
rendido.
Continuará
Javier Villanueva. São Paulo, 26 de abril de 1989
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