segunda-feira, 4 de julho de 2016

La vida de luchas de Durruti. 2ª parte.





La vida de luchas de Durruti

Revolucionario anarquista español, figura de gran destaque del movimiento libertario ibérico y de sua organización sindical, la CNT, em 1924, luego de años de lucha gremial y social, y encorralado por la represión, Durruti y su camarada Ascaso, decidieron irse de España rumbo a América, dispuestos a recaudar fondos para la revolución. Dos años antes, en Barcelona, como respuesta a la represión y al pistoleirismo patronal, había formado con Francisco Ascaso, Ricardo Sanz, Joan García Oliver y otros compañeros, aquel que sería uno de los grupos de acción directa más conocido dentro del anarquismo español: "Los Solidarios".

Primero llegaron a La Habana, donde trabajaron como estibadores en el puerto y participaron activamente en la organización del sindicato. Por causa de esta militancia, empezaron a ser perseguidos por la policía local. Con un compañero cubano se fueron a trabajar como macheteros en los cañaverales donde, indignados ante la tortura de un militante gremialista, tomaron venganza y outra vez fueron perseguidos por la represión patronal.

En 1925, llegaron a México donde se juntaron a Gregorio Jóver, para dar un golpe expropiatorio, con lo que pudieron destinar buena parte del dinero obtenido para costear una escuela racionalista para los pobres del país y el resto para financiar una biblioteca en París.

Durruti escribió a sus camaradas franceses en una carta: "Estos pesos los tomé de la burguesía, pues no era lógico que me los diesen por simple acuerdo". Desde México se dirigieron a América del Sur.

Luego de una permanencia corta en Perú, el grupo que ahora se autodenominaba “Los Errantes” tomó rumbo hacia Chile y a la Argentina, en donde realizaron algunos asaltos a bancos con el objetivo de recaudar dinero para la lucha contra la dictadura fascista de Primo de Rivera en España.

Durante el mismo año pasaron por Chile y protagonizaron allí el primer asalto a un banco ocorrido en la historia del país.

En 1926, se refugiaron en Montevideo y en Buenos Aires entre los grupos de compañeros anarquistas. Luego volvieron a España, donde retomaron la lucha, la cárcel y el exilio. Fueron quince meses de intensa batalla, de acciones de expropiaciones muy notables, persecuciones dignas de una película y fugas espectaculares; todo lo cual hizo que sus hazañas heroicas y sus nombres se convirtieran en una verdadera leyenda del anarquismo expropiador.

Durante su nuevo exilio, ahora en Francia, Durruti trabaja como mecánico en la fábrica Renault, mientras su amigo y camarada  Ascaso, asume las labores de camarero. Hasta que, finalmente, ambos fueron detenidos después que llegara un pedido de extradición desde España y otro de Argentina, donde ya estaban condenados a muerte. Su detención provocó un intenso repudio por parte de la sociedad francesa que de inmediato logró movilizar a los sectores más combativos del espectro antifascista.

Mientras estaban en Francia, los compañeros conocieron a dos jóvenes lugareños, quienes a partir de entonces los acompañarán en nuevas acciones revolucionarias.

Buenaventura Durruti y la que más tarde sería su compañera para toda la vida, la revolucionaria Emilienne Morin, se enamoraron en el exilio y pelearon juntos en el frente de batalla durante la guerra civil, cuando Emilienne se alistó en la Columna Durruti. Los anarquistas no creen en el casamiento tradicional por considerarlo una institución burguesa, pero sí creen en el amor y en la amistad, que a las que consideran una y la misma cosa, imposibles de separar. Los lazos que une a los compañeros anarquistas no está consagrado por la iglesia o por el gobierno. Ese vínculo está sostenido solamente por el propio amor que los protagonistas sienten uno por el otro y es basado en la libertad de ambas partes. Emilienne fue la que mas lloró la muerte de su amigo del alma, con un dolor inmenso, igual que su amor por él, y siguió luchando hasta su propia muerte por el ideal anarquista por el que murió Durruti y muchos otros de sus compañeros.

La misma muerte de Durruti permanece, aun hoy, como un tema muy discutido. Existen tres hipótesis sobre cuál sería la procedencia de la bala fatal que terminó con su vida. Algunos dicen que fueron los comunistas del PCE, partidarios de la UGT; otros sostienen que fueron sus propios compañeros anarquistas, y una tercera hipótesis afirma que fue un simple accidente. 

La situación en la que se debatía España en los días de la muerte de Durruti era dramática. La guerra estaba a un punto de perderse por parte de los republicanos; los fascistas ya llegaban a las periferias de Madrid. Entonces, todos, sin ninguna distinción de partidos o de grupos, le pidieron a Durruti que se llevara una buena parte de sus tropas desde Aragón a Madrid. Pero aunque ni García Oliver en Madrid, ni Buenaventura Durrut en Aragón, estaban muy convencidos, entendieron por fin que, si no se salvaba Madrid, se desmoronaría el frente antifranquista y era ese el fin de la república. 
Por fin, Durruti se trasladó con una parte de sus tropas sin desmantelar totalmente el frente de Aragón.

El avance fascista se detuvo, pero el costo fue muy alto. Durruti murió. Su entierro en Barcelona fue multitudinario. Kaminski lo describe así: 

"El cadáver llegó a Barcelona tarde por la noche (...) En la casa de los anarquistas, que antes de la revolución había sido la sede de la Cámara de Industria y Comercio, los preparativos ya habían comenzado el día anterior. (...) La ornamentación era simple, sin pompa ni detalles artísticos. De las paredes colgaban paños rojos y negros, un baldaquín del mismo color, algunos candelabros, flores y coronas: eso era todo.

Durruti era un amigo. Tenía muchos amigos. Se había convertido en el ídolo de todo un pueblo. Era muy querido, y de corazón. Todos los allí presentes en esa hora lamentaban su pérdida y le ofrendaban su afecto. Y sin embargo, aparte de su compañera, una francesa, sólo vi llorar a una persona: una vieja criada que había trabajado en esa casa cuando todavía iban y venían por allí los industriales, y que probablemente nunca lo había conocido personalmente. Los demás sentían su muerte como una pérdida atroz e irreparable, pero expresaban sus sentimientos con sencillez.

Callarse, quitarse la gorra y apagar los cigarrillos, era para ellos tan extraordinario como santiguarse o echar agua bendita. Miles de personas desfilaron ante el ataúd de Durruti durante la noche. Esperaron bajo la lluvia, en largas filas. Su amigo y su líder había muerto. (...)

El entierro se llevó a cabo al día siguiente por la mañana. Desde el principio fue evidente que la bala que había matado a Durruti había alcanzado también el corazón de Barcelona. Se calcula que uno de cada cuatro habitantes de la ciudad había acompañado su féretro, sin contar las masas que flanqueaban las calles, miraban por las ventanas y ocupaban los tejados e incluso los árboles de las Ramblas.

Todos los partidos y organizaciones sindicales sin distinción habían convocado a sus miembros. Al lado de las banderas de los anarquistas flameaban sobre la multitud los colores de todos los grupos antifascistas de España. Era un espectáculo grandioso, imponente y extravagante; nadie había guiado, organizado ni ordenado a esas masas.

Nada salía de acuerdo a lo planeado. Reinaba un caos inaudito. El comienzo del funeral había sido fijado para las diez. Ya una hora antes era imposible acercarse a la casa del Comité Regional Anarquista. (...) Los obreros de todas las fábricas de Barcelona se habían congregado, se entreveraban y se impedían mutuamente el paso. (...) A las diez y media, el ataúd de Durruti, cubierto con una bandera rojinegra, salió de la casa de los anarquistas llevado en hombros por los milicianos de su columna. Las masas dieron el último saludo con el puño en alto.
Entonaron el himno anarquista "Hijos del pueblo". 

Se despertó una gran emoción. (...) Las motocicletas rugían, los coches tocaban la bocina, los oficiales de las milicias hacían señales con sus silbatos, y los portadores del féretro no podían avanzar. (...) Los puños seguían en alto. Por último cesó la música, descendieron los puños y se volvió a escuchar el estruendo de la muchedumbre en cuyo seno, sobre los hombros de sus compañeros, reposaba Durruti. Pasó por lo menos media hora antes que se despejara la calle para que la comitiva pudiera iniciar su marcha.

Transcurrieron varias horas hasta que llegó a la plaza Cataluña, situada sólo a unos centenares de metros de allí. Los jinetes del escuadrón se abrieron paso, cada uno por su lado. (...) Los coches cargados de coronas dieron un rodeo por las calles laterales para incorporarse por cualquier parte al cortejo fúnebre. Todos gritaban a más no poder.

No, no eran las exequias de un rey, era un sepelio organizado por el pueblo. Nadie daba órdenes, todo ocurría espontáneamente. Reinaba lo imprevisible. Era simplemente un funeral anarquista, y allí residía su majestad. Tenía aspectos extravagantes, pero nunca perdía su grandeza extraña y lúgubre. Los discursos fúnebres se pronunciaron al pie de la columna de Colón, no muy lejos del sitio donde una vez había luchado y caído a su lado el mejor amigo de Durruti.

García Oliver, el único sobreviviente de los tres compañeros, habló como amigo, como anarquista y como ministro de Justicia de la República española. (...) Se había dispuesto que la comitiva fúnebre se disolviera después de los discursos. Sólo algunos amigos de Durruti debían acompañar el coche fúnebre al cementerio. Pero este programa no pudo cumplirse.

Las masas no se movieron de su sitio; ya habían ocupado el cementerio, y el camino hacia la tumba estaba bloqueado. Era difícil avanzar, pues, para colmo, miles de coronas habían vuelto intransitables las alamedas del cementerio.
Caía la noche. Comenzó a llover otra vez. Pronto la lluvia se hizo torrencial y el cementerio se convirtió en un pantano donde se ahogaban las coronas. A último momento se decidió postergar el sepelio. Los portadores del féretro regresaron de la tumba y condujeron su carga a la capilla ardiente. Durruti fue enterrado al día siguiente".



Pero volvamos otra vez a Osvaldo Bayer

"El 19 de mayo de 1919 tuvo lugar el primer asalto con fines políticos en nuestro país. Y por la fecha y el ambiente en que se vivía no pudo haber sido organizado sino por rusos. Así es: el mundo social vivía atormentado por la Revolución Maximalista de Petrogrado y Moscú. En nuestro país, las filas anarquistas contaban con una profusión de apellidos eslavos que salían a relucir en los tiroteos frente a los sindicatos o en los atentados con bombas. Radowitzky, Karaschin y Romanov habían perturbado la tranquilidad de los porteños. 

Por eso, cuando los diarios dieron los autores del primer asalto político, los lectores deben de haber exclamado moviendo la cabeza. ¡No podía ser de otra manera, tenían que ser rusos!

Es que en este primer asalto todo es insólito, pero aún más lo son sus protagonistas. Tal vez el relato de un mero cronista no llegue a dar el matiz justo en la descripción de estos personajes, del ambiente conspirativo, de la mística nihilista y de la aceptación religiosa del destino de sufrimiento que rodea a los dos desesperados políticos que rompieron a tiros la tranquilidad del barrio de Chacarita en ese atardecer de mayo de 1919. 

Son personajes exclusivos para un Dostoievsky. O tal vez también para la melancólica ironía de un Chéjov. El asalto bien de época, por otra parte- comienza en tranvía. Había miedo en Buenos Aires. Hacía muy pocas semanas que a Hipólito Yrigoyen se le había ido la cosa de las manos y todo había terminado en la matanza de los talleres Vasena. El proletariado se había quedado con la sangre en el ojo. El “Peludo” tendrá que aguantarse 367 huelgas en ese año, dos más que todos los días juntos del año. 

Y mientras los intelectuales anarquistas siguen discutiendo entre sí la forma en que se desarrollará la vida cuando no halla más gobiernos, los anarcoindividualistas aplican la acción directa y queman tranvías o hacen saltar panaderías por el aire. Ya para ese entonces se había producido un nuevo desgarramiento en las izquierdas, que iba a repercutir en la vida sindical de la Argentina: una parte de anarquismo apoyará la Revolución Rusa, es decir, a los maximalistas (bolcheviques). Pero el resto del comunismo anárquico casi la mayoría- atacará tanto al capitalismo como al gobierno de Lenin por ser para ellos dictaduras iguales con formas distintas. 

La polémica era durísima. Los anarquistas “prácticos” que apoyan a la Revolución Rusa- defienden su criterio desde las columnas de “Bandera Roja”, mientras que los anarquistas comunistas, los anarquistas expropiadores intransigentes, los llaman oportunistas y traidores desde “La Protesta”, “El Libertario” y “Tribuna Proletaria”. 

De las filas del grupo anarquista que apoyaba a la Revolución Rusa salieron los dos personajes que serán protagonistas del asalto de mayo de 1919. Pero no lo harán por “oportunistas” sino por rusos: el fin de ellos era obtener dinero para sacar un periódico en idioma ruso y explicar a sus connacionales en la Argentina lo que estaba ocurriendo en la lejana “madrecita” Rusia. El matrimonio Perazzo es joven y los negocios van bien. Tienen una agencia de cambios en Rivadavia 347, en el antiguo local de la Bolsa de Comercio. Cierran el local a las 19, arreglan sus cosas y regresan juntos a su casa, en el barrio de Chacarita. Para ello toman el tranvía 13 en el centro, que los deja a pocos metros de donde viven. 
Pedro A. Perazzo suele llevar, cuando se retira del trabajo, un maletín. En los primeros días de la segunda quincena de mayo, la señora de Perazzo ha notado en el negocio que a través de la vidriera la miran extraños ojos de extranjero. Primero uno, más bien rubio, con cara de polaco, y luego otro, de ojos negros, brillantes. Se lo hace notar al marido quien no da importancia al hecho. Esa noche del 19 de mayo el matrimonio Perazzo sale a las 19:30 del local y toma el obligado tranvía 13 rumbo a casa.

Él lleva el acostumbrado maletín. Durante el trayecto, la señora está inquieta. Esta segura que el pasajero sentado detrás de ellos es el desconocido con cara de polaco que los ha estado espiando últimamente. Se lo dice a su marido que la tranquiliza aunque no deja de estar alerta porque él ha notado otra cosa extraña: el tranvía es seguido por un automóvil que varias veces se ha aproximado y uno de sus dos ocupantes ha lanzado miradas hacia ellos. Llegan a destino. Perazzo se tranquiliza. En esa esquina de Jorge Newbery y Lemos hay mucha iluminación y tránsito. Dos vías de tranvía cruzan por allí y a poco más de 50 metros pasa la concurrida calle Triunvirato. Pero al bajar, su señora le tira de la manga del saco y se queda paralizada. El pasajero de cara de polaco ha bajado también en esa esquina. 
El tranvía sigue su marcha. El auto misterioso para allí mismo y de él baja el de los ojos negros y brillantes. El cara de polaco se abalanza sobre Perazzo con un revólver en la mano. La mujer sale corriendo a los gritos. Perazzo se ha quedado tan paralizado que retiene aún más el maletín. El cara de polaco le pega dos o tres tirones pero no logra quedarse con el bulto. Entonces pierde la calma y empieza a tirar tiros a todos lados. En eso llega un tranvía 87 con un bagaje definitivo para los asaltantes: dos agentes de policía en la plataforma. Al ver el insólito espectáculo y oír los tiros, los uniformados sacan sus armas y atacan al auto y al hombre rubio que ha disparado los tiros y que (ahora sí) ya ha logrado arrancar el maletín. 
El otro asaltante, que ha bajado del auto, vuelve al mismo al ver que la cosa se pone fea y le grita al que acaba de arrancar el maletín a Perazzo que suba enseguida al vehículo. Pero este no lo oye; está tan nervioso que huye a pie mientras sigue tirando a cualquier lado. Uno de los balazos va a dar en el pecho del guarda del tranvía 87 quien cae (pero no le pasó nada; luego, el gallego contará a los cronistas que lo que le salvó la vida fue el hecho de haberse puesto dos camisetas gruesas de frisa ya que el balazo luego de rebotar en el suelo le atravesó la chaquetilla, la primera camiseta y no tuvo fuerza ya para perforar la segunda). 
Otro de los balazos del enloquecido asaltante hiere en un pie a uno de los agentes. El de los ojos penetrantes y el chofer del misterioso automóvil han huido ante la imposibilidad de recoger a su compañero, quien perseguido por el otro agente toma por la calle Lemos, dobla por Leones y va hacia el norte por esa calle que es de tierra y oscura como boca de lobo. De allí desemboca en la calle Fraga pero, decididamente tiene mala suerte. En el numero 225 de esa calle viven dos agentes de policía, quienes al oír los tiros han salido a la calle con sus respectivas armas. 
Al ver venir al asaltante que ya ha arrojado el maletín en cualquier parte- se parapetan detrás de los árboles y le hacen fuego graneado. El asunto ya se pone serio: una de las balas le rompe el brazo izquierdo al asaltante, quien enfurecido, va a buscar detrás del árbol donde se esconde el vigilante y le descerraja un mortal tiro en el pecho. Es el último tiro porque ya no le quedan más balas y se mete en un corralón de carbonería. El carbonero, curioso, había salido al portón a mirar y recibe un balazo en un ojo que dispara uno de los agentes perseguidores. 

El asaltante, sin balas y mal herido se refugia detrás de unas macetas con malvones y helechos y allí caerá exhausto y será prendido Los anarquistas expropiadores por sus perseguidores. Todo había terminado mal. Un verdadero “zafarrancho”. Un agente muerto, el carbonero y el asaltante heridos graves -este último por la pérdida de sangre -, y el matrimonio Perazzo y un vigilante heridos leves. Total, para nada. ¿Quiénes eran los asaltantes?"

(Texto parcial de Los anarquistas expropiadores, de Osvaldo Bayer)

Continuará

Javier Villanueva. Córdoba, 2 de julio de 2016

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