Más tarde, otra hora y cuarenta de espera en el aeropuerto de Puerto Iguazú, lleno de turistas queriendo volver a Buenos Aires, y con pocos vuelos. Desde la capital llegaban noticias de una crisis financiera brutal, y sobre la imposibilidad de sacar dinero en efectivo de los millones de depósitos en plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro.
Era el "Corralito", que provocaría la renuncia a la presidencia de Fernando de la Rúa al día siguiente, el 20 de diciembre de 2001, justo cuando yo llegaba a Aeroparque y el país entero se derretía: acefalía presidencial y miles de personas, sobre todo jóvenes, en la calle, en protestas autoconvocadas, que no respondían a los partidos políticos ni a ningún movimiento social concreto. "¡Que se vayan todos!" gritaban. Nadie parecía querer a ninguno de los polítcos representantes del status democrático. En los combates callejeros de esos días, lo supe después, murieron 39 personas bajo las balas de las fuerzas policiales, incluso 9 menores de edad.
Estaba cansadísimo y quería dormir un poco antes de tomar el ómnibus para Córdoba, al día siguiente. Pero a las cuatro y cuarto de la tarde pasó Yuyo por el hotel, con una cacerola y una cuchara grande. No entendí mucho, pero me llevó hasta los ventanales y vi que no era el único con esos instrumentos de percusión en manos. Fuimos a la calle. Cerca de Avenida de Mayo había miles de personas queriendo llegar a la Casa Rosada. Gente con martillos y barras de hierro con los que golpeaban los mármoles de cada banco que encontraban en el camino. Y que se dirigían al centro financiero, la City.
Era gente común, gente cansada y harta, la que se había juntado en grupos en Plaza de mayo a luchar por un país mejor, encontrando sólo represión, una de las mas violentas de los últimos tiempos. Después supe que ya desde el 17 de diciembre llegaban noticias de saqueos en el interior del país, y el 19 se propagaban por todo el conurbano de Buenos Aires y Rosario. La gente salía a la calle a retirar alimentos de los supermercados también en la Capital Federal.
La tarde cae, gris, amenazadora; el país sigue los acontecimientos por la televisión, algunos protestan desde los balcones, otros llenan las veredas, las calles y las plazas. Hasta que anuncian por la radio y la televisión el estado de sitio. El clima de tensión se mezcla, en un país que se desploma, se liqüidifica, como derretido por las altas temperaturas del verano. Algunos comerciantes y vecinos se reunen en las veredas y comentan, mientras los medios de comunicación muestran cómo se multiplica la desesperación de la gente.
Volvemos con Yuyo para mi hotel, comemos un par de empanadas y tomamos sin muchas ganas un café con leche. El dueño del hotelito nos cuenta que, a pesar de la acción de la policía, que detuvo a varias personas por violar el estado de sitio, a cada hora pasan y se concentran más y más manifestantes. En Callao y Corrientes los automovilistas se suman a la protesta y ensordecen a los manifestantes con los bocinazos. Mientras, la policía de la capital federal, cada vez en mayor número, iba tratando de cortar las calles aledañas a la Casa de Gobierno y alejando a las personas. Entre la gente que se acerca, se mezclan los dirigentes de los organismos de los derechos humanos, a los que se sumaban las mujeres más conocidas de Argentina: las Madres de Plaza de Mayo.
Vuelvo al hotel; Yuyo me acompaña hasta Retiro a tomar el colectivo que me deja en Córdoba al día siguiente. Me acuerdo del Cordobazo, de las barricadas contra un enemigo de uniforme y botas que había arrancado del pueblo, una vez más, toda y cualquier forma de libertad y democracia. No sabía entonces - en el lejano mayo del 69, en un remoto siglo XX - que diez años después tendría que irme del país porque una nueva dictadura, demencialmente asesina, impediría cualquier forma de resistencia y oposición. Mucho menos podría imaginarme por entonces que, una vez salidos de la noche de las botas y las desapariciones, la democracia conquistada sería tan frágil que daría lugar a locos megalomaníacos que soñaban hacer de la Argentina un país "moderno" a costa de cavar más el abismo entre pobres y ricos. Y - quién podría tener tanta imaginación - menos podría soñar que esos delirios de grandeza del señor Menem y sus débiles sucesores, iría a terminar en el "¡Que se vayan todos!" que ahora estaba presenciando al vivo.
Córdoba no era la misma del Cordobazo, igual que el pueblo, desilusionado y una vez más traicionado, ya no era el mismo que había pasado por dos dictaduras y una guerra.
Volví a São Paulo tres días después, otra vez a la vorágine del trabajo, a lidiar con reuniones con gente llegada de Marte, al norte o al sur de los Pirineos, ¡qué más da! incapaces de entender lo que pasaba y se gestaba por aquellos días en América Latina, aterrorizados con el "peligro Lula" que amenazaba al capital europeo. Gente que - como los directores de bancos españoles o franceses, que giraron los millones de dólares del "Corralito" que nunca volvieron para los correntistas argentinos - no entendía qué era lo que les ocurría y por qué alborotaba tanto esa gente oscura. Gente que no entendió cuando Argentina pidió al FMI -y le fue negado - un préstamo de emergencia que hoy se les concede una y otra vez a los países más frágiles del sistema europeo en crisis, curiosamente por los mismos motivos de la debacle argentina de hace diez años.
Un helicóptero despegando rápido de la terraza de la Casa Rosada con un ex-presidente a cuesta, en medio de la crisis y de las batallas callejeras de un pueblo. Diferente, pero imposible no recordar el otro helicóptero, el que se llevó presa a Isabelita, al empezar la dictadura feroz de Videla. Dos imágenes que no me salen de la memoria, es lo único que me traje de ese viaje a Argentina en el diciembre tórrido de 2001.
JV. São Paulo, 2002
Gracias Raquel! ya corregí el "estava" por "estaba"...cosas del portuñol!
ResponderExcluir