- La Utopía está en el horizonte; tal vez nunca la alcance, pero me sirve para seguir andando - pensaba Javier, y se acordaba de Galeano, mientras soñaba con la novela que nunca escribió. Se le había puesto que iba a escribir unos cuentos; y que los cuentos irían a sumarse, encimándose, como en una torre de Babel, subiendo un cuento arriba del otro, hasta llegar a la novela. Y siempre le ocurría como a la torre famosa: cuando ya estaba casi llegando, se le caía todo, y lo que le sobraba no se entendía.
Salió triste de su casita, Javier. Triste o aburrido, no lo sabía bien. Entró en una librería de usados; miró un poco, anotó cosas en dos o tres fichas que siempre llevaba en el bolsillo..."para mi novela" las rotuló. Compró cuatro libros viejos; dos de ellos eran repetidos, ya los tenía, pero no los encontraba en sus estantes hacía tiempo. Los compró por las dudas; eran temas históricos, cuentos de gente desconocida, gente de pueblo. O de pueblito; siempre le atrajo la historia chiquita, la de la viejita con la que conversaba la abuela Eufemia, y que siempre le preguntaba lo mismo: - ¿Cuyo es este niño? - donde "cuyo" quería decir " ¿de quién es este chico?". O se acordaba Javier de Don Gabino, que le contaba el tío Luis que había vivido 110 ó 130 años... ¿quién podía jurar que no era invención del Negro Unzaga, o del tío Carlos?.
Deja Javier la librería "de viejo", como le dicen en España, o el "sebo", como le llaman en Brasil. Sale feliz con los cuatro nuevos libros usados. Piensa en los que hace 35 ó 40 años le regalaba Cacho Fuenzalida, siempre con un sellito muy prolijo en la página de frontispicio; en esa primera o segunda hoja que repite la tapa del libro y agrega un par de créditos, Cacho siempre ponía un sello personal, y la fecha: "Diciembre de 1967", o "Junio de 1959".
"La psicopatología en el arte", con sellito de Cacho Fuenzalida. Lo encontró en la biblioteca del tío Luis, olvidado en alguna mudanza de Cachito. Nunca lo leyó entero, pero lo hojeó con ansiedad. Ya tendría unos quince años, y se debatía en la duda: ¿ser médico o químico? ¿estudiar artes o arquitectura? La Psicopatología en el Arte era un título que parecía juntar y hacer compatibles el arte y la medicina, o la cura y la enfermedad que genera el arte. Javier tenía quince años y estaba en el quarto año del bachillerato. Dos años después estaría estudiando arquitectura y las barricadas del Cordobazo lo atraerían más que el Bauhaus o el cuervo Le Corbusier.
Se baja Javier del tren en la estación de Ramos Mejía, cruza las vías por los túneles, siempre en guardia, sabiendo que esos túneles son una de las muchas entradas a las Salamancas que llevan al infierno. Sale del túnel, gira a la derecha, anda cien metros y entra al bar de Rubirosa, o el Rubí Rosa, como le decían los amigos de antaño, que sabían que por ser judío siempre había querido tener una joyería, en fin, cosas de los muchachos del barrio.
Se lo encuentra a Juancito tomando un café con leche y medialunas con el Negro Dardo. Hablan de política, o de filosofía: - La Utopía está en el horizonte; es un punto en una línea que tal vez nunca se alcance, pero que sirve para seguir andando - dice Juancito y a Javier le parece que ya lo oyó en otra parte. - El peronismo es un movimiento popular, y la izquierda tiene que estar donde está el pueblo, aunque sea en el peronismo - le escucha decir al Chacho Rubio, que entró hace unos minutos, y le extraña un poco, pero bueno, los tiempos cambian. - Sí, los tiempos cambian Javier - dice el pelado Rafa, pero ni siquiera lo mira, es una verdad tan absoluta que no vale la pena discutirlo, ¿no?
Sale Javier del bar , medio aturdido, y se toma el tren hasta Retiro. Compra un pasaje de Ablo y en cuarenta minutos ya está en el Acceso Norte, saliendo para Córdoba. Se despierta siete horas después, la ruta 9 está cortada. Un control policial a cien metros, y a otros doscientos, barreras y vallas del ejército. Los obreros de la IKA-Renault están desparramados por todo lo ancho de la ruta. La historia se repite, piensa Javier. Los tiempos cambian, sí, pero la historia se repite, y tanto que al final se vuelve Historia, con H mayúscula. Y se acuerda de los Indignados de Madrid, y de la Imaginación al Poder, en Mayo de 1968, y del Cordobazo, de 1969. Y piensa en el Rodrigazo, que casi tumba a Isabelita en 1975, y en el 19 de diciembre de 2001, cuando De la Rúa y otros varios presidentes salieron como ratas por tirante a los gritos de "¡Que se vayan todos!".
Javier se baja del colectivo de la Ablo y sale andando por las calles internas del barrio de Ferreyra. Se lo encuentra al Chacho Rubio otra vez, pero ahora está con la Negrita Cristina, volanteando unos panfletos contra el Gran Acuerdo Nacional, a favor de la huelga que preparan los mecánicos, y por una sociedad más justa, sin explotadores ni explotados.
"Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir", le dice Chacho, adelantándose 40 años a los Indignados. "Yo sé muy bien que la Utopía está en el horizonte y tal vez nunca la alcanzaremos...la Utopía nos sirve para caminar", le da una palmadita en los hombros, y se alejan la Negrita y el Chacho, dejándolo a Javier un poco menos confuso.
JV. São Paulo, 12 de septiembre de 2011.
JV. São Paulo, 12 de septiembre de 2011.
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