sábado, 31 de março de 2012

Cidinha, doña Tina y las premoniciones de hace 25 años


Cidinha, doña Tina y las premoniciones de hace 25 años

Cristina dio un salto hacia atrás, sin soltar el tubo del teléfono. Estaba hablando con Salete, de pie en la biblioteca, cuando vio las dos reglas salir volando, casi flotando, en un movimiento horizontal y luego cayendo a plomo, desde el estante hacia el piso.

- Salete, ¡no sabe lo que ocurrió ahora, en este instante!: ¡dos reglas que estaban apoyadas en un estante de la biblioteca salieron volando! ¡no, no se cayeron, salieron en línea recta, horizontal! - casi no le salían las palabras, de tan asustada que estaba.

- Hija, alguien debe estar muriéndose, y te pide ayuda - le contestó Salete, y Cristina tuvo que sentarse para no sufrir un desmayo.

A la misma hora, a 14 km de allí, en el H.C. de São Paulo, para ser más exactos, en la sala de cirugía de la unidad de gastro, doña Tina flotaba en el aire, a no más de un metro de altura por encima de la mesa del quirófano, y escuchaba a los médicos diciendo "se nos va, se nos va, vamos, ¡resucitador, urgente!". 

Pero Tina no se preocupaba: calma, confiada y serena, miraba su propio cuerpo desde arriba, pálido y cubierto de sábanas blancas, y a la media docena de doctores y asistentes, casi corriendo, aplicando toda su ciencia para que dejara de flotar y bajara a la mesa quirúrgica antes que fuera demasiado tarde.

Cristina todavía no había terminado de rezar y, a la misma hora, en los corredores del hospital, el hijo de Tina le preguntaba por cuarta o quinta vez a Sebastián y a Alfredo los detalles de la internación, y cómo había sido antes, la salida a las carreras en coche hasta el H.C. cuando el "bip" tocó y todos se miraron asustados. Al final ya sabíamos qué significaba el toque del aparatito: hay un hígado disponible para doña Tina, corran, tienen nada más que dos horas para operar.

Tina seguía flotando y los médicos se desesperaban; pensaba Tina en Cidinha, jovencita, menos de veinticinco años, muerta en un accidente, y en el coraje y la entereza de su familia, decidida a donar sus órganos: corneas, corazón, hígado y riñones a quién los necesitase.

Y entonces Tina bajó despacito, suavemente, y los aparatos del quirófano se calmaron, los indicadores volvieron rápidamente a la normalidad y los médicos se miraron aliviados, transpirados en pleno inicio del frío otoñal paulistano.

Ave fénix, ¿quimera?, gato félix, ¿qui lo sa? Doña Tina heredó de Victoriano el don más precioso que la inmigración vasca llevó a los valles y montañas de Catamarca: la persistencia; la insistencia y la tozudez permanente en hacer lo que sabe que tiene que ser hecho. Doña Eufemia, la dulce, la de la lealtad a los suyos, de la que tomó los ojos verdes grisáceos, la debe haber estado animando en aquellos larguísimos segundos -¿o minutos?- en que flotaba entre la vida y la eternidad: vamos m'hija, no se desanime, la vida es dura, pero a Ud. todavía le falta un largo camino.

Y los que estábamos cerca, y los que estaban lejos, llorábamos de alegría y le agradecíamos a Maria Aparecida, Cidinha, desconocida y casi anónima.



J. Villanueva, São Paulo. Marzo de 2012, en letra grande, para que pueda leerlo doña Tina.

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