El
hombrecito estaba ahí, sentado junto a la mesa más alejada de la puerta
del boliche, con un cierto desasosiego, un mirar distante, un cuaderno y
una birome en la mano, garabateando más en el aire que sobre el papel, con un
gesto de indecisión.
Pasé
y me miró como si de pronto reconociese a alguien al que no veía hace mucho
tiempo. Aparté la mirada; sé que soy un especialista en generar confianza en
los locos solitarios, en los tímidos e indecisos.
Qué se yo por qué, pero tengo como un imán para los tipos que están de vicio, al cohete en los bares o por las calles. Tal vez yo les inspire confianza, o simplemente será porque tengo la cara del típico tonto que oye callado y ni siquiera arriesga un consejo o un pálpito.
Me
quedé sentado de espaldas al mostrador, sólo para evitar que el loco me
sacase de ese momento de falsa soledad que cultivo de vez en cuando en
los bares -un cafecito chico, una lágrima le dicen ahora, en un vasito de
vidrio por favor, y una porción de pizza solo de mozzarella; una espiadita
rápida al programa del loro ventrílocuo, ese de Ana Maria Braga. Falsa soledad,
con mucha gente a la vuelta y un bullicio suburbano que por algunos momentos
llega a ser ensordecedor.
No
vino hacia mí, como me había temido. Pero creo que eso fue peor todavía, porque
cuando salí vi que ya no estaba más en la mesa, pero se había olvidado el
cuaderno. Y no pude dejar de agarrarlo y salir corriendo atrás del misterioso
escritor; un fracasado y abúlico, con toda seguridad.
No
lo encontré ese día, y me volví al bar. Allí nadie lo conocía. Viene de vez en
cuando, dice el Gallego Alcañíz, pero nadie sabe de dónde, ni qué es lo que
escribe.
–
Dejáme el cuaderno, si vuelve yo se lo devuelvo – me dice.
–
No gracias, Gallego – me voy, me levanto las solapas del saco; llueve finito y
no voy a perderme esta tremenda ocasión de curiosearle el cuaderno al loco.
- La
Utopía está en el horizonte; tal vez nunca la alcance, pero me sirve para
seguir andando - pensaba yo, y me acordaba de Galeano, mientras
repasaba mentalmente trechos de la novela que nunca escribí. Por aquélla época
se me había puesto que iba a escribir unos cuentos; y que los cuentos irían a
sumarse, encimándose, como en una especie de torre de Babel, subiendo un cuento
arriba del otro, hasta llegar a la novela. Pero casi siempre me ocurría igual
que a la torre famosa: cuando ya estaba casi llegando a la cima, se me caía
todo, y de lo que me sobraba en pie, poco y nada se entendía.
Esa
mañana salí medio triste de la casita de Lomas del Mirador. Triste o aburrido,
no lo sabía bien. Entré en la librería de usados cerca de la fábrica del Jabón
Federal; miré un poco, anoté un par de cosas en las fichas que siempre llevo en
el bolsillo..."para mi novela", como las rotule hace varios
años. Compré tres libros viejos; dos repetidos, ya los tenía, pero no los
encontraba en los estantes hacía tiempo. Los compré por las dudas; eran temas
históricos, cuentos de gente desconocida, gente de pueblo.
O
gente de pueblito; siempre me atrajo la historia chica, como la de la viejita
que conversaba con la abuela Eufemia, y siempre se preguntaban lo mismo:
– ¿Cuyo
es este niño? – en donde "cuyo" quería decir "¿de quién
es este chico?". O me acordaba de Don Gabino, que me contaba el tío
Luis que había vivido 110 ó 130 años...¿quién podía jurar que no era otra
invención del Negro Unzaga, o del tío Carlos?
Salgo
de la librería, o el "sebo", como le dicen en Brasil. Voy
feliz con los tres nuevos libros usados. Pienso en los que hace 35 ó 40 años me
regalaba Cacho Fuenzalida, siempre con un sellito muy prolijo en la página de
frontispicio; en esa segunda hoja que repite la tapa del libro, Cacho ponía un
sello personal, y la fecha: "Diciembre de 1967", o "Junio
de 1959, Freddi Fuenzalida".
"La
psicopatología en el arte", con sellito de Cacho Fuenzalida. Lo
encontré en la biblioteca del tío Luis, olvidado en alguna mudanza de Cachito.
Nunca lo leí entero, pero lo hojeé con ansiedad. Yo tendría unos quince años, y
me debatía en la duda: ¿medicina o química? ¿artes o arquitectura? La
Psicopatología en el Arte era un título que parecía hacer compatibles el arte y
la medicina, o la cura y la enfermedad que genera más arte. Tenía quince
años y no sabía que dos años después estaría estudiando arquitectura y las
barricadas del Cordobazo me atraerían más que el Bauhaus o el cuervo Le
Corbusier.
Me
bajo del tren en la estación de Ramos Mejía; un gringo pasa y grita:questo
paese e un paese di merda!; cruzo por debajo de las vías en guardia,
sabiendo que esos túneles son una de las muchas entradas a las Salamancas que
llevan al infierno. Salgo del túnel, giro a la derecha, ando cien metros y
entro al bar de Rubirosa, o El Rubí Rosa, como le decían los amigos
de antaño, que sabían que por ser judío siempre había querido tener una
joyería, en fin, cosas de los muchachos del barrio.
Me
lo encuentro a Juancito tomando un café con leche y medialunas con el Negro
Dardo. Hablan de política, o de filosofía:
– La
Utopía está en el horizonte; es un punto en una línea que tal vez nunca se
alcance, pero que sirve para seguir andando – dice Juancito y a mí me
parece que ya lo oí en otra parte.
– El
peronismo es un movimiento popular, y la izquierda tiene que estar donde está
el pueblo, aunque sea en el peronismo – le escucho decir al Chacho
Rubio, que entró hace unos minutos, y me extraña un poco, pero bueno, los
tiempos cambian.
– Sí,
los tiempos cambian Javier - dice el pelado Rafa, pero ni siquiera me
mira, es una verdad tan absoluta que no vale la pena discutirlo, ¿no?
Salgo
del bar, medio aturdido, y me tomo el tren hasta Retiro. Compro un pasaje en la
Ablo y cuarenta minutos después ya estoy en el Acceso Norte, saliendo para
Córdoba.
Me
despierto siete horas después, la ruta 9 está cortada. Un control policial a
cien metros, y a otros doscientos; barreras y vallas del ejército. Los obreros
de la IKA-Renault están desparramados por todo lo ancho de la ruta. La historia
se repite, pienso. Los tiempos cambian, sí, Rafa, pero la historia se repite
tanto que al final se vuelve Historia, con la H mayúscula.
Y
me acuerdo de los Indignados de Madrid, y de la Imaginación al Poder, en Mayo
de 1968, y del Cordobazo, de 1969. Y pienso en el Rodrigazo, que casi la tumba
a Isabelita en 1975; y en el 19 de diciembre de 2001, cuando De la Rúa y otros
varios presidentes salieron como ratas por tirante a los gritos de "¡Que
se vayan todos!".
Me
bajo del micro de la Ablo y salgo andando por las calles internas del barrio de
Ferreyra. Me lo encuentro al Chacho Rubio otra vez, pero ahora está con la
Negrita Cristina, volanteando unos panfletos contra el Gran Acuerdo Nacional, a
favor de la huelga que preparan los mecánicos, y por una sociedad más justa,
sin explotadores ni explotados.
"Si
no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir",
me dice Chacho, adelantándose 40 años a los Indignados. "Yo
sé muy bien que la Utopía está en el horizonte y tal vez nunca la
alcanzaremos...la Utopía nos sirve para caminar", me da una palmadita
en los hombros, y se alejan la Negrita y el Chacho, dejándome un poco menos
confuso.
2.
Volví
por el bar del Gallego Alcañíz unos dos o tres meses después; me lo encontré al
Lucho, escribiendo y mirando -al mismo tiempo - una pelea en el Luna Park de
dos pesos gallo. Lo conozco a Luciano Barrionuevo hace casi cuatro décadas, y
sabía que el cuaderno del loco, que nunca más había pisado por el boliche, le
iba a interesar.
–¿Sabés
que había en el cuaderno?– le pregunto, picándole la curiosidad.
–
No, viejales, lo ignoro – ¿de dónde sacó eso de "viejales"?, recién
empecé a entrar en la edad de la razón, y me siento como un pibe.
–
Mirá, parece que el chifladito no lo era tanto – le cuento. –Oíme bien: hay un
diálogo largo, una polémica parece. A ver, te la leo:
“Pepe:
¿Me dices que era una democracia la 2ª república española?
Yo:
¿Y acaso fue una buena solución el levante militar fascista, una casi entrada
de España en la segunda guerra a favor del EJE, y una guerra civil de tres años
de duración? ¡discúlpame, me quedo con la democracia renga y tuerta!
Pepe:
Sí, los militares aquellos eran, en su mayoría, ultraconservadores e, incluso,
simpatizantes de Mussolini, que en aquella época todavía tenía bastante buena
prensa en todo el mundo... pero fueron los últimos en alzarse contra la
república. Antes ya se habían alzado en armas los anarquistas, socialistas,
comunistas e independentistas.
Pepe:
Aquello no era una democracia, no me vengas con arrogancias. Léete a Ortega,
por citarte a un republicano convencido, o incluso, las memorias del general
Tagüeña, comunista de pro. O las memorias de Alcalá Zamora, conspirador contra
el rey depuesto, o los discursos de Largo Caballero...
Yo:
Perfecto, ¿y los mineros y obreros asturianos -sobre todo ellos, en el extremo
opuesto de los señores de botas y uniformes- que se levantaron contra la
República y fueron ferozmente aplastados por el mismo general que después
iniciaría y daría soporte ideológico al levante, antes de Franco incluso? ¿Que
también se sublevaron los socialistas y comunistas? no sé a cuál alzamiento te
refieres, antes del golpe franquista; porque incluso las insurrecciones en Barcelona
fueron absolutamente populares y obreras en su base. Eso mostraba el germen de
la guerra civil que se avecinaba, sí, pero nada lleva a justificar a Franco y
sus asesinos.
Pepe:
El golpe de estado fallido de 1934, porque el encargado de darlo en Madrid se
quedó dormido.
Yo:
No entiendo lo que dices pero, arrogancias aparte: república y democracia se
llama, técnicamente, cuando no hay ni rey ni señores feudales, y sí
presidencialismo o parlamentarismo, apoyado en elecciones generales. Eso es lo
que había en España hasta 1936. Lo que siguió se llama golpe militar.
Pepe:
Antes de seguir. Defíneme la ley de protección de la república del año 1931. ¿A
que no sabes ni a qué me estoy refiriendo? ¡Léete a Ortega, o a Alcalá Zamora!
Yo:
Ortega, igual que Unamuno, eran demócratas de derecha y conservadores, pero
Unamuno, bien que entendió lo que era la bestia fascista, aún él que tenía
protección nada menos que de doña Franco.
Yo:
Bueno, pero si no me dices con palabras menos arrogantes, qué era esa ley que
mencionas, capaz que hasta descubras que no soy adivino, ¿a quién te refieres?
¿a algún "rojo" come-niños? A ver, tú -el que no es arrogante- no
necesito ser un enciclopédico de las leyes españolas para saber que el golpe
fascista de Franco derribó un proyecto republicano, con grandes defectos, y
bombardeado a derecha e izquierda, incluso por los que luego se batieron por la
república. A ver, cuéntame todo lo que sabes
Pepe:
No es este el foro para eso. Pero eres tú el que se ha metido en el tema sin
tener ni idea. En España, a eso se le llama ser un "bocazas" o un
"metepatas". Así que, yendo como vas de enterado, por supuesto, el
arrogante eres tú. No empieces ahora como los niños peques acusicas "y tú
más, y tú más"; no me seas patético, encima.
Yo:
¡Ah, bueno! ¡qué poco arrogante te noto! ¿de dónde sacas que no tengo idea? lo
de los adjetivos es bueno para un foro de estudiantes. Hablábamos de historia y
no te escapes: cuéntame por qué la ley de protección de la república de 31
era... ¿qué? no lo has dicho.
Pepe:
Perdona, soy yo quien te ha hecho la pregunta; respóndela tú. Parafraseándote:
"No te escapes"
Yo:
Por otro lado, en vez de ofenderte dímelo claro: ¿defiendes a Franco, o a
sus nietitos del PP? ¡vale! pero dilo claro. No me insultes porque levante públicamente
la defensa de la República, que figuras históricas como Pablo Neruda, centenas
de exiliados españoles -Falla, por sólo mencionar a uno- lo han hecho ya. ¿Y
quién a defendido a Franco y a los bombardeos de Guernica? ¡ah! sí, la derecha
peronista. Evita hasta llevó unos barcos con papas, trigo y maíz, pero no para
los sediciosos, eran para el pueblo que se moría de hambre gracias a la guerra
desatada. Dime, ¿eres franquista niño?
Yo:
Y sobre la ley de protección de la 2ª República, no sé, no soy historiador,
pero si me la cuentas -tú que no eres arrogante- la discutimos. No corro riesgo
de llevar un tiro en la nuca ni ser enterrado en fosa común como NN, ¿no?
(silencio)
Yo: No me escapo, sigo acá, esperando; yo no sé qué es esa ley, ¡cuéntamelo tú!
te espero, abre el google y cuéntame, quién sabe haya en google algún
articulista nostálgico del Caudillo
Pepe:
A ver si lo entiendo. No tienes ni idea acerca de lo que te he preguntado, pero
opinas al respecto y posicionándote claramente. Pero el arrogante soy yo. Y
como tengo la osadía de cuestionarte -pero eso sí, el arrogante no eres tú,
¿eh?- entonces me acusas de ser poco menos que un asesino y un fascista
criminal. Veo lo demócrata y respetuoso que eres. Te lo diré claramente, no
tienes clase, eres un tipejo. No sabes debatir educadamente. Eres tan fascista
como esos que criticas. No me interesas, eres sólo un pobre hombre. Pero lo de
compararme con una panda de criminales no te lo perdono. Eres como reza el
dicho: "Cree el ladrón que todos son de su condición".
Yo:
bueno…y acá me quedé esperando tu respuesta; yo no sé ahora mismo lo que es la
tal ley que me preguntas. Como profesor mi respuesta sería: no lo sé, puedo
averiguarlo y lo conversamos en la próxima clase. Pero tampoco me dices si eres
fascista o del Opus Dei. Sin prejuicios; se puede conversar con un fascista,
siempre que se mantenga la calma y no empieces con los insultos.
Pero
lo que queda claro: la 2ª República era una democracia, y como todas, tenía sus
fallas. Ni Franco y su pandilla estaban dentro de la ley al atacarla
militarmente y lanzar la guerra civil y luego su dictadura de más de tres
décadas, así como Pinochet fue un sedicioso al destruir la democracia –llena de
fallas y defectos- de Salvador Allende; y lo mismo el asesino Videla, al
imponerle las desapariciones, la tortura y la cárcel a la democracia fracasada
del nefasto gobierno de Isabel Perón”.
–
¿Entendés entonces por qué el escribidor loquito no volvió más a buscar el
cuaderno? – le pregunto a Lucho. – Porque lo que había en el cuaderno era muy
comprometedor, y seguro que el loquito tuvo miedo que el OD o algún otro grupo
sectario lo atacara por haberse arriesgado a discutirle públicamente a ese tal
Pepe. ¿Vos viste cómo lo insultó gratuitamente? El loquito ni siquiera le soltó
un pío que se pareciera a un insulto; tal vez una fina ironía, sí; quizás se
asustase con la agresividad del Pepe, por eso le largó lo del tiro en la nuca y
las fosas comunes con NN. Era una práctica corriente durante la guerra, y
siguió con la dictadura de Franco –.
Salgo
del restobar del Gallego Alcañíz cuando ya empieza a oscurecer. Lucho se va a
dar unas clases de inglés y yo enderezo para la entrada del túnel por debajo de
las vías.
Al
llegar a la estación me entero que una huelga de trenes había empezado
hacía una hora, y que los taxistas y choferes de los ómnibus locales habían
adherido, desatando sin piedad el paro de todos los transportes en el
Gran Buenos Aires.
Decido
ponerme a caminar, ya que no hay más remedio, y así pasé más de dos largas
horas, durante una tarde triste de finales del otoño. Tarde oscura,
silenciosa, y con pesadas nubes flotando en los cielos, mientras iba
cruzando a pie, a través de una extensión monótona de calles y algunos potreros
baldíos, los catorce quilómetros que van desde Ramos Mejía hasta la capital
federal.
De
vez en cuando me daba vuelta y miraba hacia atrás, con la esperanza de que
en algún momento aparecería un coche, una bici, o quizás una moto
que pudiera acercarme un poco. Giré la cabeza unas seis o siete veces en los
primeros tres kilómetros; pero nada ni nadie se movía sobre la Avenida Rivadavia,
que cada vez me parecía más un camino estrecho y pintoresco.
Cuando ya
faltaban menos de mil metros para llegar a los límites, en la General
Paz, me di vuelta de repente y vi algo que se movía rápido por
detrás de unos arbustos. Empezaba a oscurecer y sentí un escalofrío,
aunque no me pasase por la mente ninguna sensación de miedo. Me detuve, porque
sólo había descansado un par de veces en casi dos horas de caminata. Sentado en
una verja de piedras, miré hacia atrás. Parecía, o por lo menos así lo sentía
yo, que había alguien observándome. Me levanté de una vez y corrí rápido
al lugar en el que el bulto se había movido. Pero más rápido todavía
desapareció la sombra, atrás de árboles frondosos y oscuros. Entonces
retomé muy de prisa el camino y llegué casi corriendo al otro lado de la
General Paz, en menos de cinco minutos.
Por
fin reconocí que estaba cerca; ya empezaban a caer las últimas sombras de
la noche, y entré a la derecha, en una esquina oscura de Liniers, unas dos
cuadras antes de Lisandro de la Torre, y me encontré cara a cara ante la vista
lúgubre de la melancólica sede del OD. Un joven desconocido, con acento español
-me dijo que se llamaba Pepe- me esperaba allí, con caras de pocos amigos, tal
vez para exigirme que le devolviera el cuaderno viejo del loquito del bar.
JV. Febrero de 2012, São Paulo, Brasil.
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