segunda-feira, 5 de março de 2012

El escribidor en el restobar de Ramos

Archivo:Estación Ramos Mejía 02.JPG



El hombrecito estaba ahí, sentado junto a la mesa más alejada de la puerta del boliche, con un cierto desasosiego, un mirar distante, un cuaderno y una birome en la mano, garabateando más en el aire que sobre el papel, con un gesto de indecisión.

Pasé y me miró como si de pronto reconociese a alguien al que no veía hace mucho tiempo. Aparté la mirada; sé que soy un especialista en generar confianza en los locos solitarios, en los tímidos e indecisos. 

Qué se yo por qué, pero tengo como un imán para los tipos que están de vicio, al cohete en los bares o por las calles. Tal vez yo les inspire confianza, o simplemente será porque tengo la cara del típico tonto que oye callado y ni siquiera arriesga un consejo o un pálpito.

Me quedé sentado de espaldas al mostrador, sólo para evitar que el loco me sacase de ese momento de falsa soledad que cultivo de vez en cuando en  los bares -un cafecito chico, una lágrima le dicen ahora, en un vasito de vidrio por favor, y una porción de pizza solo de mozzarella; una espiadita rápida al programa del loro ventrílocuo, ese de Ana Maria Braga. Falsa soledad, con mucha gente a la vuelta y un bullicio suburbano que por algunos momentos llega a ser ensordecedor.

No vino hacia mí, como me había temido. Pero creo que eso fue peor todavía, porque cuando salí vi que ya no estaba más en la mesa, pero se había olvidado el cuaderno. Y no pude dejar de agarrarlo y salir corriendo atrás del misterioso escritor; un fracasado y abúlico, con toda seguridad.

No lo encontré ese día, y me volví al bar. Allí nadie lo conocía. Viene de vez en cuando, dice el Gallego Alcañíz, pero nadie sabe de dónde, ni qué es lo que escribe.
– Dejáme el cuaderno, si vuelve yo se lo devuelvo – me dice.
– No gracias, Gallego – me voy, me levanto las solapas del saco; llueve finito y no voy a perderme esta tremenda ocasión de curiosearle el cuaderno al loco.

La Utopía está en el horizonte; tal vez nunca la alcance, pero me sirve para seguir andando - pensaba yo, y me acordaba de Galeano, mientras repasaba mentalmente trechos de la novela que nunca escribí. Por aquélla época se me había puesto que iba a escribir unos cuentos; y que los cuentos irían a sumarse, encimándose, como en una especie de torre de Babel, subiendo un cuento arriba del otro, hasta llegar a la novela. Pero casi siempre me ocurría igual que a la torre famosa: cuando ya estaba casi llegando a la cima, se me caía todo, y de lo que me sobraba en pie, poco y nada se entendía. 

Esa mañana salí medio triste de la casita de Lomas del Mirador. Triste o aburrido, no lo sabía bien. Entré en la librería de usados cerca de la fábrica del Jabón Federal; miré un poco, anoté un par de cosas en las fichas que siempre llevo en el bolsillo..."para mi novela", como las rotule hace varios años. Compré tres libros viejos; dos repetidos, ya los tenía, pero no los encontraba en los estantes hacía tiempo. Los compré por las dudas; eran temas históricos, cuentos de gente desconocida, gente de pueblo.
O gente de pueblito; siempre me atrajo la historia chica, como la de la viejita que conversaba con la abuela Eufemia, y siempre se preguntaban lo mismo:

– ¿Cuyo es este niño? – en donde "cuyo" quería decir "¿de quién es este chico?". O me acordaba de Don Gabino, que me contaba el tío Luis que había vivido 110 ó 130 años...¿quién podía jurar que no era otra invención del Negro Unzaga, o del tío Carlos?

Salgo de la librería, o el "sebo", como le dicen en Brasil. Voy feliz con los tres nuevos libros usados. Pienso en los que hace 35 ó 40 años me regalaba Cacho Fuenzalida, siempre con un sellito muy prolijo en la página de frontispicio; en esa segunda hoja que repite la tapa del libro, Cacho ponía un sello personal, y la fecha: "Diciembre de 1967", o "Junio de 1959, Freddi Fuenzalida". 

"La psicopatología en el arte", con sellito de Cacho Fuenzalida. Lo encontré en la biblioteca del tío Luis, olvidado en alguna mudanza de Cachito. Nunca lo leí entero, pero lo hojeé con ansiedad. Yo tendría unos quince años, y me debatía en la duda: ¿medicina o química? ¿artes o arquitectura? La Psicopatología en el Arte era un título que parecía hacer compatibles el arte y la medicina, o la cura y la enfermedad que genera más arte. Tenía quince años y no sabía que dos años después estaría estudiando arquitectura y las barricadas del Cordobazo me atraerían más que el Bauhaus o el cuervo Le Corbusier.

Me bajo del tren en la estación de Ramos Mejía; un gringo pasa y grita:questo paese e un paese di merda!; cruzo por debajo de las vías en guardia, sabiendo que esos túneles son una de las muchas entradas a las Salamancas que llevan al infierno. Salgo del túnel, giro a la derecha, ando cien metros y entro al bar de Rubirosa, o El Rubí Rosa, como le decían los amigos de antaño, que sabían que por ser judío siempre había querido tener una joyería, en fin, cosas de los muchachos del barrio. 

Me lo encuentro a Juancito tomando un café con leche y medialunas con el Negro Dardo. Hablan de política, o de filosofía:
– La Utopía está en el horizonte; es un punto en una línea que tal vez nunca se alcance, pero que sirve para seguir andando – dice Juancito y a mí me parece que ya lo oí en otra parte.
– El peronismo es un movimiento popular, y la izquierda tiene que estar donde está el pueblo, aunque sea en el peronismo – le escucho decir al Chacho Rubio, que entró hace unos minutos, y me extraña un poco, pero bueno, los tiempos cambian.
– Sí, los tiempos cambian Javier - dice el pelado Rafa, pero ni siquiera me mira, es una verdad tan absoluta que no vale la pena discutirlo, ¿no?
Salgo del bar, medio aturdido, y me tomo el tren hasta Retiro. Compro un pasaje en la Ablo y cuarenta minutos después ya estoy en el Acceso Norte, saliendo para Córdoba.
Me despierto siete horas después, la ruta 9 está cortada. Un control policial a cien metros, y a otros doscientos; barreras y vallas del ejército. Los obreros de la IKA-Renault están desparramados por todo lo ancho de la ruta. La historia se repite, pienso. Los tiempos cambian, sí, Rafa, pero la historia se repite tanto que al final se vuelve Historia, con la H mayúscula.
Y me acuerdo de los Indignados de Madrid, y de la Imaginación al Poder, en Mayo de 1968, y del Cordobazo, de 1969. Y pienso en el Rodrigazo, que casi la tumba a Isabelita en 1975; y en el 19 de diciembre de 2001, cuando De la Rúa y otros varios presidentes salieron como ratas por tirante a los gritos de "¡Que se vayan todos!".

Me bajo del micro de la Ablo y salgo andando por las calles internas del barrio de Ferreyra. Me lo encuentro al Chacho Rubio otra vez, pero ahora está con la Negrita Cristina, volanteando unos panfletos contra el Gran Acuerdo Nacional, a favor de la huelga que preparan los mecánicos, y por una sociedad más justa, sin explotadores ni explotados. 

"Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir", me dice  Chacho, adelantándose 40 años a los Indignados. "Yo sé muy bien que la Utopía está en el horizonte y tal vez nunca la alcanzaremos...la Utopía nos sirve para caminar", me da una palmadita en los hombros, y se alejan la Negrita y el Chacho, dejándome un poco menos confuso.

 2.

Volví por el bar del Gallego Alcañíz unos dos o tres meses después; me lo encontré al Lucho, escribiendo y mirando -al mismo tiempo - una pelea en el Luna Park de dos pesos gallo. Lo conozco a Luciano Barrionuevo hace casi cuatro décadas, y sabía que el cuaderno del loco, que nunca más había pisado por el boliche, le iba a interesar.
–¿Sabés que había en el cuaderno?– le pregunto, picándole la curiosidad.
– No, viejales, lo ignoro – ¿de dónde sacó eso de "viejales"?, recién empecé a entrar en la edad de la razón, y me siento como un pibe.
– Mirá, parece que el chifladito no lo era tanto – le cuento. –Oíme bien: hay un diálogo largo, una polémica parece. A ver, te la leo:

“Pepe: ¿Me dices que era una democracia la 2ª república española?
Yo: ¿Y acaso fue una buena solución el levante militar fascista, una casi entrada de España en la segunda guerra a favor del EJE, y una guerra civil de tres años de duración? ¡discúlpame, me quedo con la democracia renga y tuerta!
Pepe: Sí, los militares aquellos eran, en su mayoría, ultraconservadores e, incluso, simpatizantes de Mussolini, que en aquella época todavía tenía bastante buena prensa en todo el mundo... pero fueron los últimos en alzarse contra la república. Antes ya se habían alzado en armas los anarquistas, socialistas, comunistas e independentistas.
Pepe: Aquello no era una democracia, no me vengas con arrogancias. Léete a Ortega, por citarte a un republicano convencido, o incluso, las memorias del general Tagüeña, comunista de pro. O las memorias de Alcalá Zamora, conspirador contra el rey depuesto, o los discursos de Largo Caballero...
Yo: Perfecto, ¿y los mineros y obreros asturianos -sobre todo ellos, en el extremo opuesto de los señores de botas y uniformes- que se levantaron contra la República y fueron ferozmente aplastados por el mismo general que después iniciaría y daría soporte ideológico al levante, antes de Franco incluso? ¿Que también se sublevaron los socialistas y comunistas? no sé a cuál alzamiento te refieres, antes del golpe franquista; porque incluso las insurrecciones en Barcelona fueron absolutamente populares y obreras en su base. Eso mostraba el germen de la guerra civil que se avecinaba, sí, pero nada lleva a justificar a Franco y sus asesinos.
Pepe: El golpe de estado fallido de 1934, porque el encargado de darlo en Madrid se quedó dormido.
Yo: No entiendo lo que dices pero, arrogancias aparte: república y democracia se llama, técnicamente, cuando no hay ni rey ni señores feudales, y sí presidencialismo o parlamentarismo, apoyado en elecciones generales. Eso es lo que había en España hasta 1936. Lo que siguió se llama golpe militar.
Pepe: Antes de seguir. Defíneme la ley de protección de la república del año 1931. ¿A que no sabes ni a qué me estoy refiriendo? ¡Léete a Ortega, o a Alcalá Zamora!
Yo: Ortega, igual que Unamuno, eran demócratas de derecha y conservadores, pero Unamuno, bien que entendió lo que era la bestia fascista, aún él que tenía protección nada menos que de doña Franco.
Yo: Bueno, pero si no me dices con palabras menos arrogantes, qué era esa ley que mencionas, capaz que hasta descubras que no soy adivino, ¿a quién te refieres? ¿a algún "rojo" come-niños? A ver, tú -el que no es arrogante- no necesito ser un enciclopédico de las leyes españolas para saber que el golpe fascista de Franco derribó un proyecto republicano, con grandes defectos, y bombardeado a derecha e izquierda, incluso por los que luego se batieron por la república. A ver, cuéntame todo lo que sabes
Pepe: No es este el foro para eso. Pero eres tú el que se ha metido en el tema sin tener ni idea. En España, a eso se le llama ser un "bocazas" o un "metepatas". Así que, yendo como vas de enterado, por supuesto, el arrogante eres tú. No empieces ahora como los niños peques acusicas "y tú más, y tú más"; no me seas patético, encima.
Yo: ¡Ah, bueno! ¡qué poco arrogante te noto! ¿de dónde sacas que no tengo idea? lo de los adjetivos es bueno para un foro de estudiantes. Hablábamos de historia y no te escapes: cuéntame por qué la ley de protección de la república de 31 era... ¿qué? no lo has dicho.
Pepe: Perdona, soy yo quien te ha hecho la pregunta; respóndela tú. Parafraseándote: "No te escapes"
Yo: Por otro lado, en vez de ofenderte dímelo claro: ¿defiendes a Franco, o  a sus nietitos del PP? ¡vale! pero dilo claro. No me insultes porque levante públicamente la defensa de la República, que figuras históricas como Pablo Neruda, centenas de exiliados españoles -Falla, por sólo mencionar a uno- lo han hecho ya. ¿Y quién a defendido a Franco y a los bombardeos de Guernica? ¡ah! sí, la derecha peronista. Evita hasta llevó unos barcos con papas, trigo y maíz, pero no para los sediciosos, eran para el pueblo que se moría de hambre gracias a la guerra desatada. Dime, ¿eres franquista niño?
Yo: Y sobre la ley de protección de la 2ª República, no sé, no soy historiador, pero si me la cuentas -tú que no eres arrogante- la discutimos. No corro riesgo de llevar un tiro en la nuca ni ser enterrado en fosa común como NN, ¿no?
(silencio) Yo: No me escapo, sigo acá, esperando; yo no sé qué es esa ley, ¡cuéntamelo tú! te espero, abre el google y cuéntame, quién sabe haya en google algún articulista nostálgico del Caudillo
Pepe: A ver si lo entiendo. No tienes ni idea acerca de lo que te he preguntado, pero opinas al respecto y posicionándote claramente. Pero el arrogante soy yo. Y como tengo la osadía de cuestionarte -pero eso sí, el arrogante no eres tú, ¿eh?- entonces me acusas de ser poco menos que un asesino y un fascista criminal. Veo lo demócrata y respetuoso que eres. Te lo diré claramente, no tienes clase, eres un tipejo. No sabes debatir educadamente. Eres tan fascista como esos que criticas. No me interesas, eres sólo un pobre hombre. Pero lo de compararme con una panda de criminales no te lo perdono. Eres como reza el dicho: "Cree el ladrón que todos son de su condición".
Yo: bueno…y acá me quedé esperando tu respuesta; yo no sé ahora mismo lo que es la tal ley que me preguntas. Como profesor mi respuesta sería: no lo sé, puedo averiguarlo y lo conversamos en la próxima clase. Pero tampoco me dices si eres fascista o del Opus Dei. Sin prejuicios; se puede conversar con un fascista, siempre que se mantenga la calma y no empieces con los insultos.
Pero lo que queda claro: la 2ª República era una democracia, y como todas, tenía sus fallas. Ni Franco y su pandilla estaban dentro de la ley al atacarla militarmente y lanzar la guerra civil y luego su dictadura de más de tres décadas, así como Pinochet fue un sedicioso al destruir la democracia –llena de fallas y defectos- de Salvador Allende; y lo mismo el asesino Videla, al imponerle las desapariciones, la tortura y la cárcel a la democracia fracasada del nefasto gobierno de Isabel Perón”.

– ¿Entendés entonces por qué el escribidor loquito no volvió más a buscar el cuaderno? – le pregunto a Lucho. – Porque lo que había en el cuaderno era muy comprometedor, y seguro que el loquito tuvo miedo que el OD o algún otro grupo sectario lo atacara por haberse arriesgado a discutirle públicamente a ese tal Pepe. ¿Vos viste cómo lo insultó gratuitamente? El loquito ni siquiera le soltó un pío que se pareciera a un insulto; tal vez una fina ironía, sí; quizás se asustase con la agresividad del Pepe, por eso le largó lo del tiro en la nuca y las fosas comunes con NN. Era una práctica corriente durante la guerra, y siguió con la dictadura de Franco –.
Salgo del restobar del Gallego Alcañíz cuando ya empieza a oscurecer. Lucho se va a dar unas clases de inglés y yo enderezo para la entrada del túnel por debajo de las vías.
Al llegar a la estación me entero que una huelga  de trenes había empezado hacía una hora, y que los taxistas y choferes de los ómnibus locales habían adherido, desatando sin piedad el paro de todos los  transportes en el Gran Buenos Aires.
Decido ponerme a caminar, ya que no hay más remedio, y así pasé más de dos largas horas, durante una tarde triste de finales del otoño. Tarde oscura, silenciosa, y con pesadas nubes flotando en los cielos, mientras iba cruzando a pie, a través de una extensión monótona de calles y algunos potreros baldíos, los catorce quilómetros que van desde Ramos Mejía hasta la capital federal.
De vez en cuando me daba vuelta y miraba hacia atrás, con la esperanza de que en algún momento aparecería un coche,  una bici, o quizás una moto que pudiera acercarme un poco. Giré la cabeza unas seis o siete veces en los primeros tres kilómetros; pero nada ni nadie se movía sobre la Avenida Rivadavia, que cada vez me parecía más un camino estrecho y pintoresco.
Cuando ya faltaban menos de mil  metros para llegar a los límites, en la General Paz, me di vuelta de repente y vi algo que se movía rápido por detrás de unos arbustos. Empezaba a oscurecer y sentí un escalofrío, aunque no me pasase por la mente ninguna sensación de miedo. Me detuve, porque sólo había descansado un par de veces en casi dos horas de caminata. Sentado en una verja de piedras, miré hacia atrás. Parecía, o por lo menos así lo sentía yo, que había alguien observándome. Me levanté de una vez y corrí rápido al lugar en el que el bulto se había movido. Pero más rápido todavía desapareció la sombra, atrás de árboles frondosos  y oscuros. Entonces retomé muy de prisa el camino y llegué casi corriendo al otro lado de la General Paz, en menos de cinco minutos.
Por fin reconocí que estaba cerca; ya empezaban a caer las últimas sombras de la noche, y entré a la derecha, en una esquina oscura de Liniers, unas dos cuadras antes de Lisandro de la Torre, y me encontré cara a cara ante la vista lúgubre de la melancólica sede del OD. Un joven desconocido, con acento español -me dijo que se llamaba Pepe- me esperaba allí, con caras de pocos amigos, tal vez para exigirme que le devolviera el cuaderno viejo del loquito del bar.

JV. Febrero de 2012, São Paulo, Brasil.



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