quinta-feira, 6 de setembro de 2012

Me gustas cuando luchas *



*Enviado por el amigo Dardo Castro:

Lo que sigue es un fragmento del libro a punto de aparecer: 
"Los derechos políticos de la mujer", de Silvana Palermo, 
Colección Grandes Debates Parlamentarios, editado 
por la Universidad General Sarmiento. Argentina.

Antes de examinar los argumentos de la mayoría de la Comisión, conviene centrar la atención en la intervención de Francisco Uriburu (diputado por la provincia de Buenos Aires por el Partido Conservador entre 1922 y 1926 y entre 1932 y 1938), bien conocido por su trayectoria como director del diario opositor a H. Yrigoyen, La Fronda. Por primera vez, se articulaba una postura que tan claramente impugnaba al feminismo y rechazaba de plano la incorporación política de la mujer. Aunque minoritaria, la posición de este diputado documentaba la fuerte resistencia de algunos sectores conservadores a cualquier intento de equiparación legal entre los hombres y las mujeres. Aludiendo a lo que entendía era una constitución biológica peculiar, negaba que las mujeres contaran con las mínimas capacidades requeridas para el ejercicio de la política. Defensor de la ideología de la domesticidad, auguraba que la inclusión de las mujeres a la vida cívica atentaría contra su feminidad, la armonía y las jerarquías familiares. Se oponía a lo que consideraba la implantación acrítica de la legislación implementada en otros países y descalificaba al feminismo con alusiones irónicas. Numerosos diputados fustigaron su posición, pero es interesante notar que la refutación más sistemática a su discurso provino de un legislador de su misma coalición: José H. Martínez. Como puede verse, las fuerzas conservadoras –tanto como el radicalismo- cobijaban en su seno un arco amplio de posiciones, desde las fuertemente anti-sufragistas como las de F. Uriburu a las más moderadas como la del propio J. H. Martínez o J. M. Bustillo.

"Sr. Uriburu.- (…)
Este proyecto que se presenta no responde a ningún pedido colectivo. No conocemos la opinión de nuestras mujeres en ninguna de las provincias argentinas. El hecho de haber establecido el voto femenino en la provincia de San Juan, que podría haber encendido la chispa redentora, no ha tenido resultado alguno. (…)
No es tampoco una novedad el proyecto que se presenta. Los derechos de la mujer han sido sostenidos desde tiempos inmemoriales. Y voy a presentar al respecto a la Cámara dos ejemplos, uno antiguo y otro reciente.
El antiguo, es un ciudadano Cornelio Agrippa que en 1529 escribió en latín, en forma favorable a los derechos de la mujer, a sus libertades y a su intervención en la vida pública.
En los últimos años hemos asistido a la campaña violenta de la señora francesa madame Bessarobe, que ha ocupado la tribuna popular, la tribuna periodística y ha escrito innumerables libros, pero que asesinó al marido y lo partió en pedazos que fueron encontrados dentro de una maleta en la estación de Nancy. (Risas).   
El sufragio que discutimos es la coronación del feminismo. El feminismo es una doctrina con sus próceres y su pasado: es un sueño de mucho tiempo. Se ha llegado a sostener la unión libre, la suspensión de todas las medidas que tienden a mejorar las costumbres, y se ha llegado también a establecer la necesidad de que la esposa tenga un domicilio propio. Estas no son invenciones mías, son los votos del Congreso Feminista del año 1900.
El sufragio femenino ha sido implantado en veinte o veinticinco naciones, pero sus resultados no son visibles. Por el contrario, yo creo que es hora de poner fin a este afán de introducir legislaciones extranjeras en nuestra propia legislación sin tener en cuenta el clima social y moral en que se va a hacer esos ensayos.
(…)
Señor presidente: la mujer tiene un campo de acción más útil y más vasto que el terreno de la política: una alta misión que llenar en el hogar. Son las maestras, no las de escuelas, las que modelan el carácter y los sentimientos de los hijos, sino la acción de la madre con su vigilancia y dedicación, donde la ternura y la inteligencia van de la mano. La vida recia del hombre encuentra en su casa el calor de la familia, el lecho donde reposar de sus fatigas y el plato de sopa que le devuelve sus energías tanto en la casa del pobre como en la casa del rico.
Lejos de mi señor presidente, disminuir el rol de la mujer en la sociedad y someterla exclusivamente a menesteres domésticos. No, yo aspiro a que salga de ellos, a que lea, se instruya, sea útil a sus semejantes, posea todos sus derechos civiles, ejerza todas las profesiones liberales, que actúe en el país, pero creo que lanzarla a la vida política es por lo menos inoportuno. Hacerlo es fomentar la disolución de la familia con gérmenes de anarquía, es disminuir el poder marital ya socavado por la acción económica de la mujer: es propender a la disminución de los matrimonios, porque no seducirá al hombre constituir un hogar cuya dirección no le pertenece; sacrificará la mujer sus deberes, su sensibilidad femenina y olvidará que ella misma necesita abandonarse a la confianza protectora del hombre.
Considerar a la mujer igual al hombre en sus deberes y responsabilidad, implica la supresión del privilegio de su debilidad. En el terreno fisiológico, la constitución de la mujer es totalmente distinta de la del hombre. El sistema nervioso mucho más desenvuelto que el del hombre, ejerce acción preponderante sobre la formación de las ideas y de los sentimientos. La vida orgánica de la mujer, más intensa que la del hombre, se hace sentir sobre su mentalidad. Por eso la vida cerebral de la mujer sufre grandes variaciones y es propensa a todas las anemias y congestiones. Es más frágil, sufre ondas de emociones, vive en cierto estado de inquietud que exige la protección del hombre. Sus percepciones son más rápidas, más fugaces, pero fácilmente reemplazadas por otras, y de ahí proviene su falta de atención, su impresionabilidad. Domina mal sus reflejos y reacciones. (…)
Inteligente, pero llena de emotividad y de sensibilidad puede sufrir la influencia de un orador de voz cantante, que haga vibrar sus cuerdas y provocar la convicción.
Y esas circunstancias no la hacen apta para la política, porque la razón de gobernar esta subordinada al sentimiento que pueda inspirarle.
(…)
Señor Presidente: he dicho hace un momento que la mujer argentina es latina. Ella merece nuestro respeto por su abnegación, por su espíritu de sacrificio a través de la historia, por su virtud. ¿Para qué incorporarla a las luchas de la política?
¿Están seguros los señores diputados de salvar con su concurso las lagunas de nuestra democracia en pañales? ¿Conocemos, acaso, el promedio de la cultura femenina? ¿No agravaremos nuestros problemas sociales? ¿Podemos afirmar con conciencia que no llevaremos a la violencia de nuestras luchas políticas a mujeres indefensas, cuando todavía hay tantos hombres que no concurren al comicio porque tienen miedo? 
El voto femenino es un mal negocio para las mujeres. (Risas). Pierden la gran influencia que tienen sobre el hombre en la política. La gran influencia que tienen sobre sus maridos, sobre sus hermanos, sobre sus hijos y sobre sus amigos. Esa influencia femenina viene a través de la historia (…)

Sr. Martínez (J. H).- Con el voto, puede sacar lo mismo. (Risas).

Sr. Uriburu.- Pero el día que veamos a la mujer parada sobre una mesa en los comités desmantelados, el día que veamos a nuestras mujeres en la calle, detrás de las murgas sonoras de nuestras comparsas electorales… (risas), habrán perdido todo su encanto, habrán perdido todo su prestigio: serán las iguales al hombre, y estarán en muy malas condiciones. (Risas).
¡Para que diablos transformar los hogares en infiernos, donde la dueña de casa sea demócrata nacional, la cocinera socialista roja, la mucama socialista independiente… (risas)… la lavandera, radical antipersonalista… (risas) y la institutriz, demócrata progresista! (Hilaridad).
Señores diputados: rindamos el homenaje que merece la mujer argentina, evitándole que conozca y sufra las pequeñeces y las miserias de nuestras luchas políticas.
He dicho
(¡Muy bien!  ¡Muy bien! Aplausos).
  
En este clima se debatió el 13 y el 16 de septiembre de 1932 el proyecto elaborado por una comisión parlamentaria conformada por senadores y diputados del PS, del PSI, de la UCR y del Partido Demócrata Nacional (PDN). Esta propuesta postulaba reconocer los derechos políticos a las mujeres en completa igualdad con los garantizados a los hombres por la ley S. Peña. Entre los antecedentes a este despacho, se consignaba la propuesta presentada por M. Bravo así como la de la comisión presidida por J. M. Bustillo (h). Se incluía, además, un proyecto del socialista Silvio Ruggieri,[2] y otro de los socialistas independientes Fernando de Andreis,[3] Roberto Giusti,[4] Bernardo Sierra,[5] Carlos Manacorda,[6] Manuel González Maseda,[7]Roberto J. Noble,[8] Augusto Bunge,[9] Alfredo L. Spinetto[10] y Federico Pinedo (h).[11] Estos dos últimos coincidían con la propuesta de la mayoría de la Comisión interparlamentaria. Finalmente, se mencionaba el proyecto del diputado José H. Martínez del PDN, que establecía que podrían votar sólo aquellas mujeres con 22 años cumplidos que voluntariamente se inscribieran en el registro electoral. 

[1] Diputado por la provincia de Buenos Aires por el Partido Conservador entre 1922 y 1926. Por el mismo distrito, ocupo su banca por el PDN entre 1932 y 1938. 
[2] Perteneció al PS y fue elegido por la Capital Federal entre 1932 y 1936. Su mandato fue renovado hasta 1944.
[3] Entre 1924 y 1928 representó al PS por la Capital Federal. A partir de 1932, resultó elegido por el mismo distrito por el PSI. Ocupó su banca hasta 1938.
[4] Diputado del PSI por Capital Federal entre 1928-1930 y 1932-1934.
[5] Entre 1932 y 1934 se desempeñó como diputado por Capital Federal por el PSI.
[6] Diputado por Capital Federal, del PSI, entre 1932-1936.
[7] Representó al PSI, por Capital Federal. Su mandato se extendió entre 1932-1936.
[8] Se desempeñó entre 1932 y 1932, representando a la Capital Federal, por el PSI.
[9] Tras una larga trayectoria (1920-28) como diputado por la Capital Federal por el PS, ocupó la banca entre 1928-1930 y 1932-1936 por el PSI en el mismo distrito. 
[10] Fue diputado por el PS entre 1922-1930 por la Capital Federal. En el mismo distrito resultó elegido por el PSI entre 1932-1934.
[11] Entre 1920 y 1922 fue diputado por la Capital Federal por el PS. Por el mismo distrito, pero por el PSI ocupó su banca entre 1928-1930 y 1932-1936.

*Enviado por el amigo Dardo Castro:


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