El dos de mayo de 1808, Francisco de Goya.
São Paulo, junio de 2013, Córdoba, junio de 1968.
“Un grito, un
toque de clarín que interrumpe el tráfico callejero y obliga a levantar la
vista a los reunidos en la plaza. Como la sirena que anunciaba la cercanía de
aquellos bombarderos: una alerta para no bajar la guardia. Al principio sorprende.
¿Qué pasa? ¿De qué nos alertan? El mundo gira como cada día. Vivimos en
democracia, en el estado de bienestar de nuestra maravillosa civilización
occidental.
Aquí no hay guerra, no hay ocupación. (...) Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? ¿O hace tiempo que se ha evolucionado de otro modo?”
(...)
“¡INDIGNAOS! Luchad, para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial. Para distinguir entre opinión pública y opinión mediática, para no sucumbir al engaño propagandístico. “Los medios de comunicación están en manos de la gente pudiente”, señala Hessel. Y yo añado: ¿quién es la gente pudiente? Los que se han apoderado de lo que es de todos. Y como es de todos, es nuestro derecho y nuestro deber recuperarlo al servicio de nuestra libertad”.
Aquí no hay guerra, no hay ocupación. (...) Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? ¿O hace tiempo que se ha evolucionado de otro modo?”
(...)
“¡INDIGNAOS! Luchad, para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial. Para distinguir entre opinión pública y opinión mediática, para no sucumbir al engaño propagandístico. “Los medios de comunicación están en manos de la gente pudiente”, señala Hessel. Y yo añado: ¿quién es la gente pudiente? Los que se han apoderado de lo que es de todos. Y como es de todos, es nuestro derecho y nuestro deber recuperarlo al servicio de nuestra libertad”.
Trechos del prólogo escrito por el escritor y economista humanista español
José Luis Sampedro para el libro "¡INDIGNAOS!", de Stéphane Hessel.
Capítulo XVII
Salgo
del sueño y me despierto asustado; parece que la enfermera me levanta el brazo
para ponerme el termómetro; estoy bien, sin fiebre, pero no hay voces en el
cuarto del sanatorio. De pronto entran Muñeca y Raúl, se sientan al lado de mi
cama, cuchichean un poco y escucho que mi primo empieza una nueva historia:
“––Tuvo mucho miedo
la primera vez que salió a un acto callejero en Córdoba; era 1968, su
primer año de arquitectura, y las noticias del Mayo Francés le llegaban por la
boca de Marilén, jovencita de 19 años, militante del Comando de
Resistencia Santiago Pampillón. Y aunque hubiera querido impresionarla, Juan no
se había animado a llevarle las molotov que ella le había pedido, y la había
dejado esperando media hora en la esquina de Duarte Quirós y Velez Sársfield––
dice Raúl.
––El Chacho Rubio se
había pasado dos horas explicándole a Juan cómo se armaban las “molos”: que al romperse el vidrio la nafta se
desparrama, entra en contacto con el ácido y la potasa, y se incendia. Si
se usa aceite de motor, la nafta se agarra a cualquier tipo de
superficie, y además del efecto que causa el fuego, se agrega la
corrosión del ácido. Pero Juan se había asustado y la dejó a Marilén
esperándolo por mucho más que los cinco minutos de tolerancia que habían
acordado; hasta que los muchachos y chicas, que habían estado
disimulados, divididos en grupos de cuatro o cinco en las colas de los
ómnibus, se lanzaron a la calle, gritando consignas contra la dictadura. Y
Marilén no pudo llevar las molotovs porque Juan, muerto de miedo, la había
dejado esperando–– completa mi primo, se levanta, mira por la ventana del
sanatorio y comenta que todavía hay poca gente a esa hora en el paseo
Sobremonte.
––Fue así que Juan conoció su primera frustración
amorosa, porque el romance que tanto había planeado nunca ocurrió, no pasó de
un par de fantasías: Marilén era toda una mujer de 19, valiente y decidida, que
militaba en el Comando de Resistencia que llevaba el nombre del primer mártir
de la lucha estudiantil contra la dictadura de Onganía; y Juan era apenas un
muchachito de 17, acobardado por la contradicción de querer ser revolucionario
y morirse de miedo a la policía brava de Córdoba–– dice Raúl y se aparta de
la ventana.
“Fuiste
mía un verano, solamente un verano, aún recuerdo la playa, y aquél viejo cafe,
y aquél pájaro herido, que acunaste en tu mano...”
––La balada de Leonardo Favio más parecía un poema
recitado que una música cantada, y la voz gruesa del cineasta, que tenía más
éxito con los discos que en las pantallas, le traía a Juan una y otra vez el
recuerdo agridulce de Marilén; pero ahora ya no le tenía tanto miedo a las
bombas molotov. Incluso en aquella misma esquina en que la había dejado
plantada, un año y medio atrás, y justo delante del café en que ella le había
dicho después, muy seria, que “tenía que crecer, dejar de ser chiquilín y
asumir los desafíos de la vida”, Juan se había atrevido a avanzar contra un
grupo de policías de la tropa brava cordobesa y lanzarle a uno de ellos,
derecho contra el escudo, una molotov recién sacada del bolsito de gimnasia que
le habían dado en el sindicato de Luz y Fuerza. Por suerte le acertó al único
policía que en vez de un casco de acero llevaba un quepis de franela, y la
molotov se le había resbalado sin estallar–– cuenta Raúl.
––¿Se
hubiera aguantado Juan aquélla primera experiencia violenta de lucha callejera
si la “molo” hubiera estallado? No lo sabía, en el fondo seguía muerto de
miedo, pero ahora Marilén podría estar orgullosa de él: se había animado a
entrar en la militancia revolucionaria. Aunque ella ya no andaba por las calles
de Córdoba porque el Comando de Resistencia Santiago Pampillón había entrado a
la guerrilla de las FAR, y Marilén había caído entre los primeros presos
políticos después del Cordobazo–– termina mi primo su relato.
Y me vuelve el sueño, un cansancio supremo,
soberano, que me cierra los ojos y me vence; la enfermera de la tarde empieza a
darme los remedios, y yo pienso, o sueño:
––¿Juancito
no volvió? ¿Pero tampoco llamó? ¿Se le habrá terminado la batería del celular?
Las
sirenas de la PM paulistana aturden a los más de seis mil jóvenes que se
juntaron entre la avenida Consolação y el comienzo de la Ipiranga. Un grupo de
veinte policías de la tropa de choque avanza y tira los primeros cartuchos de
gas lacrimógeno contra los portones del Mackenzie. Una nueva batalla de la Rua Maria
Antonia va a empezar. Grupos de jóvenes gritan “Sem violencia! Sem violencia!”.
Pero el comandante de la tropa de choque recibió órdenes del jefe de la
operación, que fueron confirmadas por el secretario de seguridad pública, y por
el mismísimo gobernador del estado: “hay que reprimir duramente el vandalismo
de esa manifestación!”.
Jóvenes
pacíficos y algunos pocos hombres y mujeres mayores de edad se refugian en los
bares y entradas de edificios. En una de las pocas “lojas” que dejó sus puertas
abiertas, los manifestantes amparan a dos viejitos. Una periodista recibe en
pleno rostro una bala de goma. ¡Balas de goma apuntadas directamente a la
cabeza de jóvenes pacíficos que exigen transporte público gratuito! ¡Siete fotógrafos y repórteres de la Folha de S.Paulo heridos con cartuchos de gas o balas de goma!¡Casi 200 presos!
Juan
se asusta. Piensa en Juancito, que no puede salir de las oficinas del
Directorio Académico. Piensa en los miles de jóvenes que están allí mismo
ahora, cerca de su hijo, gritando, exigiendo las reivindicaciones tan lógicas y
justas, protestando contra la barbarie de la policía. Ve los combates de la Rua
Maria Antonia, cuatro décadas después, ahora en plena democracia, y se indigna,
y sueña con nuevas indignaciones, con jóvenes que largan la anestesia de los
cachivaches electrónicos y se entregan a ideales nuevos, a utopías antiguas, a
realizaciones modernas y humanistas.
Es
que, aunque Juan no lo vea claro todavía, el Viejo Topo de la historia sigue
con sus antiguas picardías: hace de cuenta que está adormecido, pero de pronto
se levanta, soberbio, juvenil siempre, invencible y audaz. Y avanza otra vez,
hasta romper las cadenas del conservadorismo, la hipocresía moral, los miedos
que impiden levantar la nariz contra la lógica de la deshumanización. Y otra
vez brotan los puños irreverentes, los aires de Paris de 1968, del Cordobazo de
1969, de las energías sanas que arrasaron con las dictaduras de tantos
generales que amedrentaron el continente al mando de los señores de la guerra
del Norte.
Juan
tiene miedo otra vez, pero ahora es diferente, se preocupa por Juancito. ¿Volverá
enseguida? ¿Habrán cerrado las entradas del metro de la Praça da República? ¿Llegará
sano y salvo? ¿Le calentamos la comida ahora, o mejor esperamos que llame?
JV,
São Paulo, 15 de junio de 2013.
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