sábado, 22 de fevereiro de 2014

Dos pedazos de la historia y un puente de fantasía para unirlos







El 1º de Mayo de 1974

Líster se había quedado en un restaurante chiquito de El Bajo, cerca de San Telmo; no quería arriesgarse a ser detenido. Miraba los acontecimientos por la televisión.
La pantallita en blanco y negro lo iba mostrando todo, pero era difícil creer lo que se veía y se oía. Los jóvenes peronistas habían ido al acto sin consciencia de que su relación con Perón ya estaba rota.

Era una crisis brutal, pero ellos parecían querer evitar un enfrentamiento abierto, en plena plaza pública y sin los tejes y manejes políticos en los que no sólo el viejo líder, sino también los dirigentes de los jóvenes peronistas eran tan habilidosos.
Pero fue exactamente eso lo que sucedió. Cuando Isabelita salió al balcón de la Casa Rosada y  anunció a López Rega, la gente  empezó a  gritar: 

—¡No queremos carnaval, asamblea popular!
Fue en ese momento  que empezó a gestarse una gran ruptura, un hecho político inédito en la historia argentina, que pocos hubieran podido siquiera imaginarse.

Jamás se había visto que a un  líder popular de la estatura de Perón  se le quedara vacía así, de pronto,  mitad de la Plaza de Mayo. Cuando por fin Perón tomó la palabra, se vio que los jefes montoneros de la JPestaban al lado de sus enemigos mortales, los parapoliciales del Comando de Organización, y empiezan a retrucar los primeros ataques con palos y piedras.

Los jóvenes accionan entonces al grupo de contención y, como están muy bien estructurados, logran impedir y frenar el primer hostigamiento.

— Es entonces cuando Perón les grita: ¡Imberbes! ¡Estúpidos!, ¡y la gente de la plaza se le va!, los jóvenes empiezan a retirarse, tristes y decepcionados, doloridos, confirmando con rabia las sospechas de muchos de ellos. 
Los jefes montoneros parecían tener en sus manos unos cartoncitos o tarjetas, una especie de carnecitos rojos, y los responsables de las columnas los levantan, agitándolos en el aire, y a mostrarlos para poder ponerse a la cabeza de cada grupo, mientras la Plazase va quedando casi vacía— me cuenta el Indio que en Poder Obrero habían decidido ir a la plaza, justamente para acompañar a los jóvenes peronistas en ése momento de decepción. 

Cuando Perón los insulta desde el balcón de la Casa Rosada, los montoneros tratan de volver a asumir el mando de su gente. A medida que se van alejando por Callao hacia la región del Bajo, detienen las columnas para que sus compañeros puedan sentir toda la magnitud, la melancólica grandeza muda de la enorme masa de gente joven que se estaba yendo— me decía también, un par de años después, Carlitos Fessia.

El general Enrique Líster mira la pantalla de la televisión  sin entender demasiado, sin poder impresionarse -por venir de otra época y de otras luchas- al ver que el peronismo se estaba fracturando en vivo y en directo, en Red Azul y Blanca de transmisión nacional, en frente a las cámaras de la televisión oficial. Y al mirar hacia la gente del gobierno, los mafiosos que llenan los balcones de la Rosada, se los ve muy contentos, sonriendo, como en una fiesta, en crudo contraste con la tristeza de la multitud.  Un hombre que mira la televisión a su lado, sin darse vuelta le dice a Líster:

 — Mirá, si esos hijos de puta del gobierno están contentos, es porque está todo muy jodido para los muchachos de la JP, ¡pobres!, ¡qué ingenuidad, che!, ¡qué maldad!  le comenta el parroquiano a Líster; el general gallego lo mira de reojo, y el hombre se calla, se le ensombrece el semblante, se entristece, se levanta despacio, acongojado, y sale del barcito. 

— Los montoneros parecían estar prevenidos, es como si tuvieran miedo de que los fachos todavía les armasen una emboscada frente a la Facultad de Derecho, que era el punto de concentración de todas las columnas de la Juventud Peronista que venían en ómnibus desde el interior del país cuenta el Chacho Rubio que, contrariado, había ido con sus compañeros a la plaza.

— Muchos años después, estando yo preso en los cuarteles del Regimiento 17 en Catamarca, me enteré que era realmente así, que las bandas fascistas de López Rega me cuenta Julito Ovejero, — las que enseguida pasarían a ser conocidas como las Tres A y el Comando de Organización, habían preparado un ataque armado masivo; y que incluso el que los paró y evitó una nueva matanza fue el propio Perón. Luego, un militante del partido de Oscar Alende, un catamarqueño amigo de Julito Ovejero con el que estábamos presos en el 17º, me cuenta que cuando Perón terminó su discurso, al entrar a la Casa Rosada, el “Bisonte” Alende le pregunta: 

Pero, General, ¿qué diablos fue lo que pasó con la juventud? 

Y bueno, le dice Perón, de vez en cuando hay que darles un tirón de orejas a los jóvenes, pero no es nada.  Y el Viejo maquiavelo lo agarra del brazo a López Rega y le dice, alto y claro:

 No quiero que ocurra absolutamente nada y Ud. es el responsable. Esto quiere decir que, si Perón no le hubiese exigido eso tan claro a López Rega, podría haber ocurrido una masacre, repitiéndose en la Facultad de Derecho la matanza de Ezeiza le dice Javier a Carlitos Fressia, y le pasa el mate, cuando ya empiezan a apagarse, una tras la otra, las luces en la Cárcel de Encausados de Córdoba.

— Bueno Juan, pero no te me vayas por las ramas: ¿qué pasó con Líster? ¿Cómo lo encontraste? —  le pregunto a Juancito.

— Mirá, me lo encontré cualdo él salía de un barcito, un restaurante del Bajo. Me contó que estaba preparando sus tropas de reclutas y los comandos de voluntarios internacionales –los de las Brigadas- para cruzar el río Ebro, cuando sintió un estruendo debajo de la tierra; como el temblor de un terremoto, ¿sabés?, y de pronto él y otros tres gallegos que estaban en un bote lleno de armas y de morteros, se hundieron en una grieta enorme y profunda, pero estrecha y baja de altura. Dice Líster que caminaron a oscuras unos diez minutos más o menos para hallar una salida hacia arriba; pero de pronto se les apareció una luz tenue, a unos sesenta metros; encontraron una cisterna y un aljibe, y se arrastraron por otros 200 metros de túneles, ahora cubiertos con bóvedas de ladrillos, de unos 4 metros de ancho y 2,5 de alto— trato de seguirle el hilo del relato a Juancito, y de no demostrarle inseguridad, pero apenas se detiene un poco en su descripción del encuentro con Líster, le pregunto detalles que no entendí bien todavía:

— ¿Pero decís que Líster se cayó en un hueco que se abrió en la tierra mientras preparaba el cruce del Ebro?  ¡Eso fue en 1938, Juan!— le digo, tratando de descubrirle en la mirada, o en el habla, qué se yo, un atisbo de lucidez, algo que me diera confianza en lo que me decía y pudiera creerle su historia asombrosa, que él me contaba con toda convicción y serenidad.

— Sí Javi, pero si ya te expliqué que en los momentos de crisis intensas –como ocurría entonces en la España de la Guerra Civil y, coincidentemente, también en la Argentina convulsionada por los enfrentamientos entre las alas populares del peronismo y sus sectores fascistas- pueden ocurrir quiebres físicos, rupturas geográficas, en las que el Tiempo se mezcla, las épocas pueden confundirse, dejando pasar gente, ideas, tropas enteras incluso, por entre las grietas de la tierra, ¿no?— sigue, imperturbable, convencido de sus teorias y su práxis científicas y revolucionarias, el camarada Juancito.

— Y dice Enrique Líster que, desde el túnel al que habían llegado al caer en la grieta abierta, siguieron arrastrándose hasta llegar a una zona anegadiza, por donde yo me imagino que corría antiguamente el Zanjón de Granados, que era el viejo límite sur de la primera ciudad de Buenos Aires; enseguida salieron, él y sus camaradas, hacia unas galerías subterráneas mal iluminadas, por las que recorrieron bajo tierra, sin saber ni siquiera dónde estaban, una parte del sector histórico, -justo en el lugar en que se preparaban las manifestaciones del 1º de Mayo de ese dia- . Y fueron a desembocar en un espacio abierto que los llevó hasta muy cerca de la Manzana de las Luces, el corazón histórico de Buenos Aires. Salieron a la superfície por una alcantarilla abierta, atás de la iglesia de San Ignacio— le escucho los detalles a Juan, pero todavía no sé si creerle o no. Tiene coherencia, pero suena demasiado fantasioso.

3.

— La batalla del Ebro fue la más grande de las muchas que se desarrollaron durante la Guerra Civil Española, y también fue la más sangrienta y larga de toda la contienda. Las tropas del general Rojo se concentraron en el cauce bajo del valle del Ebro, entre la zona oeste de la provincia de Tarragona, en Terra Alta, y en la zona del este de la provincia de Zaragoza, en Mequinenza. Tuvo lugar durante los meses de julio hasta noviembre de 1938— cambia de asunto otra vez Juan, y vuelve al escenario de la batalla histórica de los republicanos contra Franco.

— Fue el enfrentamiento decisivo de la guerra y en ese combate se jugó el destino de la Guerra Civil Española, paralela a  un escenario europeo ensombrecido por las amenazas de la crisis de los Sudetes, que estaba a un punto de estallar, detonando la Segunda Guerra, que se pegaría como una continuación al sangriento conflicto armado de España. Los ejércitos republicanos lograron una importante victoria al comienzo, pero la sangría de hombres y material bélico por parte del Ejército Popular de la República terminó en la derrota final del lado republicano y después de 4 meses de lucha las tropas republicanas volvieron a cruzar el río Ebro. Después de esta derrota, quedó marcado el destino de la 2ª República Española— se detiene Juancito en su relato, y yo aprovecho para volver a la carga con mis preguntas:

— Bueno Juan, ¿pero vos estás seguro que se trata de Líster y no de un impostor? — le largo de golpe.
— Seguro Javi. Me mostró el salvoconducto de la República, y hasta me habló de Pedro Milesi y su amistad con el viejo, su admiración por las luchas de los obreros rurales de la Patagonia. Es él, sin dudas— se entusiasma Juancito. 
— Y ahora necesita volver a España. Pero, mirá, yo tuve una idea— me asusta Juan con sus ocurrencias, siempre ingeniosas y exuberantes.

— A ver si me seguís, Javi: más o menos por donde lo encontré a Enrique Líster el día de la manifestación del 1º de Mayo, pordebajo del suelo, se encontró otro sistema de túneles que servían para la defensa de la ciudad porteña antigua, que fue construido por los jesuitas entre 1661 y 1767, cuando las autoridades españolas los expulsaron de la colonia. Es muy cerca de las barrancas del Zanjón de Granados, más o menos por donde se abrió la grieta en la que cayó Líster, y se junta al sitio de la primera fundación de Buenos Aires en 1536, la de Pedro de Mendoza. Algunos historiadores se basan en los testimonios de Ulrico Schmidl, un cronista alemán que lo acompañó en el viaje y fue el primer historiador del Río de la Plata— y se me va por las ramas de nuevo Juancito.

— La idea de Líster es que podemos aprovechar lo que ocurrió –la grieta creada en el tiempo-espacio- y enviar refuerzos a España para garantizar la victoria republicana en la batalla del Ebro— me zamarrea de nuevo Juancito. — Ya conversamos ayer con Santucho, y nos dijo que lo va a llevar al CC ampliado. Necesita una semana para juntar 200 guerrilleros bien entrenados. ¿Y nosotros?¿Podremos  mandar unos 50, o 100?. Ya hablé con el viejo Milesi y me dijo que él va— se entusiasma Juancito, pero no puedo dejar de llamarle la atención:

— ¿Qué?¿Milesi? Pero están locos, ¡el viejo tiene 89 años, Juan! — trato de ser lógico, en medio de un tema tan original, para no llamarlo fantasioso.
— Justamente Javi, ya no tiene nada que perder. Oíme, vamos a tratar de juntar lo mínimo unos 60 compañeros. ¿Vos te anotás? — me larga, así nomás, como si un viaje hacia atrás en el tiempo –poco menos de 40 años- fuera cosa de todos los días.


4.

Por la esquina de Chile y Defensa pasaba el arroyo Tercero del Sur, el que marcaba la división de la ciudad. En tiempos de Juan de Garay se lo conocía como Zanjón de Granados. Cuando fue fundada, en 1580, Buenos Aires estaba dividida por limites naturales marcados por zanjones muy grandes y arroyos.
El Zanjón del norte desembocaba en lo que hoy es la Recoleta. Y el Zanjón del medio desaguaba  directamente en el Río de la Plata, en la actual Plaza San Martín, en Retiro. 

El Zanjón del sur, que pasaba por Chile y Defensa, desembocaba también en el Río de la Plata, más o menos adonde ahora queda el Paseo Colón y Chile. La esquina de Defensa y Chile marca la última manzana de la ciudad fundada por Garay.
Y es por ahí que Juan y Robi empezaron a llevar en grupos de a tres o cuatro, y con intervalos de 15 minutos, la leva de combatientes mixtos que viajarían a la España de la Guerra Civil para ayudar a los generales Rojo y Líster a vencer la batalla del Ebro.

Cuando eran las 00:25 del dia 25 de Julio de 1938, en una noche sin luna, las unidades comandadas por Juancito y el Robi se sumaron a las columnas republicanas y empezaron a cruzar el Ebro.
Los comandos que dirigía el español Tagüeña incorporaron a los 169 hombres que Robi había traído de los cerros de Tucumán, con todo su armamento moderno, y atravesaron el río entre las poblaciones de Mequinenza y Asco.

Mientras tanto, Juancito y otros 72 combatientes de Córdoba y Buenos Aires, se sumaron a Líster y su Vº Cuerpo de Ejército y empezaron a cruzar el río por diecisiete puntos diferentes entre Benisanet y Amposta, a unos 45 kilómetros al sur de la zona principal del ataque.

Para la operación se habían reunido unos 120 barcos, ya contando los 19 botes inflables de goma que Juan y Robi habían conseguido llevar desde Córdoba a última hora y que, junto con las armas automáticas modernas, eran la sensación de la tropa española e internacional, que nunca había visto artefactos semejantes. Claro, eran saldos de la 2ª Guerra que, en el momento de las acciones del Ebro, todavía estaba a un año de su estallido formal.
En cada una de las barcas y botes inflables se transportaba de 10 a 12 hombres; además, una barcaza dirigida por dos combatientes de Córdoba, llevaban tres puentes de montaje rápido y otros doce más de un tipo más lento.

— ¿Sabés Javi? A esta fuerza inicial de asalto le seguían 22 tanques T-26 y cuatro compañías de carros blindados, para el apoyo de la infantería republicana—  me contaba el viejo Pedro Milesi más de tres décadas después, mientras esperábamos a la gente del Sitrac para empezar una reunión. 

— La primera unidad del cuerpo de ejército comandada por Enrique Líster que alcanzó la orilla enemiga fue el Batallón Hans Beimler de la XI Brigada Internacional, formada por alemanes, escandinavos, 58 argentinos de los grupos originales de Juancito y Robi, y catalanes— me dice el viejo mientras pone a calentar el agua para el mate.
— La División de número 46ª también cruzó el río; pero nos dimos cuenta que faltaba nada menos que el comandante, Valentín González, que nos dijo que estaba enfermo; fuimos a verlo con Líster, y vimos que en realidad le había entrado un ataque de miedo al cruzar el rio. Fue destituido del mando y nuestro camarada Carlitos Fessia, que había ido con Juan a última hora lo reemplazó en el comando de la división.

— Los primeros movimientos republicanos se estaban desarrollando según lo habían planeado y previsto los jefes comunistas y socialistas, sin demasiadas dificultades— me pasa el segundo mate el viejo Pedro.
— Sabíamos que la otra orilla del Ebro, controlada por los franquistas desde Mequinenza hasta el mar, estaba custodiada por el cuerpo de ejército de Marroquí al mando de nadie menos que el legendario Yagüe. 

— La 50ª División cuidaba gran parte del curso del Ebro que estaba siendo atacado por nuestras tropas populares; sabíamos que a lo largo de la orilla opuesta se hallaban concentradas unidades enemigas selectas, pero el alto mando republicano no había hecho caso a las advertencias del servicio de inteligencia, y cuando lanzamos el primer ataque se hizo en medio de la completa sorpresa de los defensores franquistas, que se retiraron en total desorganización.

— Las tropas moras parecían estar en una situación todavía menos favorable, porque la fama de sanguinarios que venían forjándose desde el comienzo de la guerra les garantizaba el fusilamiento inmediato en el caso de ser capturados. Pero los soldados españoles del ejército franquista que logramos capturar en el primer ataque comprueban enseguida que los “rojos” no somos la bestia negra que había hecho creer la propaganda fascista en la zona sublevada— dice Pedro Milesi y se despide, porque ya es tarde y Susana tiene que cerrar las puertas del sindicato

Según me contaba Juancito, a la vuelta de su aventura en tierras del Ebro, a las dos y media de la madrugada del dia del ataque, el coronel franquista Peñarredonda, que era el encargado del sector de Mora d'Ebre, le informó a su superior, el legendário general Yagüe, que los republicanos habían cruzado el Ebro en una invasión a gran escala. Algunos hombres bajo su mando escuchaban los tiroteos en la retaguardia, mientras él y el cuartel general de su división ya habían perdido todo contacto con los flancos.

— Es que, para distraer la atención de los franquistas, un comando mixto de la gente de Robi y la nuestra -en total, unos doce cordobeses y veinte tucumanos- organizó otras dos acciones menores. Una fue lanzada al norte del cruce principal del XVº Cuerpo de Ejército, a cargo de la 42ª División. Después de un ataque concentrado de cohetes –arma de largo alcance que ni los republicanos ni los franquistas conocían- los pequeños grupos guerrilleros argentinos abrieron el paso a los 9400 hombres de la división, que de inmediato cruzaron el río entre Mequinenza y Fayón, logrando armar una nueva cabecera de puente. En un avance fulminante, las tropas llegan hasta los Altos de Auts, capturando a un regimiento de infantería franquista que se rinde sin ofrecer lucha. Sin embargo, aunque logran cortar la ruta que va de Fayón a Mequinenza, la fuerte reacción de los nacionales en la zona y la casi total falta de apoyo artillero, que se reduce prácticamente a las tres docenas de lanzacohetes que hemos traído los argentinos, los republicanos no logran tomar ninguno de los dos pueblos y se paran en su avance— me relata Juancito en sus mínimos detalles.

— El otro grupo de argentinos, dividido el comando entre el Robi y Carlitos, con unos 112 hombres en total, se concentró y lanzó otro ataque relámpago de cohetes y obuses, en el sector de Amposta, a unos50 km. al sur de la acción principal. Las tropas de la XIVª Brigada Internacional, compuestas por voluntários franco-belgas, protegidos por la artillería del refuerzo argentino, cruzaron el río y se encontraron con las fuerzas de la aguerrida 105ª división comandada por el coronel franquista López Bravo. El ataque no tuvo éxito, aunque se lo consideraba un avance de poca importancia; pero, al haber sido prevista con atecedencia por los nacionales, hubo un gran número de bajas. Los combates se estiraron por más de 17 horas y los pocos grupos de combatientes republicanos que quedaron aguantando el fuego franquista, al final se retiraron en desorden, cruzando el río con los botes de goma que habían aportado los guerrilleros de Juan y Robi, y dejando unos 600 muertos y gran cantidad de material  . El jefe político de la Brigada, Henri Rol-Tanguy –el mismo que luego, durante la 2ª Guerra, sería el líder de la resistencia francesa en París- fue herido y aún así volvió nadando a la orilla republicana. Juancito y Robi Santucho no lograron embarcar hasta último momento, por lo que quedaron en medio del fuego cruzado durante más de dos horas; pero al final desembarcaron, aunque solo para  darle alguna cobertura a los pocos grupos que pudieron replegarse en orden, antes de la desbandada del grueso de la tropa belga, me aclara Pedro Milesi.

Continuará
J.Villanueva, São Paulo, 9 de abril de 2012.

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