sábado, 1 de agosto de 2015

Flora Tristán de Arequipa, Perú, y Paul Gauguin, su nieto

La Fiesta de Flora

    

Mario Vargas Llosa cuenta su pasión por los dos personajes centrales de su novela: Flora Tristán y Paul Gauguin, buscadores del Paraíso.

La novela de Mario Vargas Llosa, "El Paraíso en la otra esquina", cubre, como dice el propio escritor, toda la peripecia vital de dos personajes fascinantes: la peruana Flora Tristán, -hija del arequipeño Mariano de Tristán y Moscoso y de la francesa Anne Pierre Laisnay, feminista y socialista-, y Paul Gauguin, nieto de Flora y pintor que vivió en Lima algunos años de su infancia. 

Gauguin, hastiado de su ambiente europeo, sintió el llamado salvaje de tierras lejanas y de otras civilizaciones, que él consideraba más primitivas. Abandonó Europa y se marchó a Tahiti, donde su pintura empezó a adquirir otros colores. Pero dicen que, estando en las lejanas islas, un día comentó: "Mi abuela era una mujer curiosa". La verdad es que en sus memorias póstumas, "Antes y después", libro aparecido en 1918, se nota que el conocimiento que tenía de ella, Flora Tristán, no era tan profundo. Pero a ambos los unía un vínculo fuerte de la sangre, algo que seguramente se reflejó también en sus caracteres y temperamentos, convirtiéndolos -a cada uno a su modo- en dos seres fuera de lo común.

Sin duda que Flora Tristán fue mucho más que lo que entendemos por una personalidad excéntrica. En la historia del socialismo utópico del siglo XIX y en la del feminismo mundial, Flora Tristán ocupa, por lo menos, un lugar tan importante y destacado como el que su nieto tiene en la historia de la pintura de su época.

En este libro el escritor Vargas Llosa hace un contraste de dos personalidades y de los dos sueños respectivos. "Un sueño utópico social y un sueño utópico artístico". Además, la obra refleja los brillos y las tragedias del siglo XIX, una época de grandes construcciones utópicas que irían a eclosionar en el siglo XX.

Hay quien considere a Flora Tristán una de las precursoras del pensamiento de Marx y Engels, que le dieron al socialismo su carácter científico. Flora murió un poco antes, el 14 de noviembre de 1844, todavía joven, a los 41 años. 

Su féretro fue llevado hasta el cementerio de Burdeos por los obreros de la ciudad, que juntaron dinero para comprar un terreno donde levantarle un monumento. Fue inaugurado el mismo año de la publicación del Manifiesto Comunista, algunos meses después de la insurrección de 1848, y lleva grabada una inscripción simple: 

"A la memoria de la señora Flora Tristán, autora de la Unión Obrera, los trabajadores agradecidos. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad".

Como una coincidencia más, el pintor que más tarde largaría la vieja Europa para irse a vivir y pintar en la Polinesia, nació en ese mismo año de 1848. 
Paul Gauguin escuchaba a su madre Alina hablarle de su abuela como un personaje fabuloso, errabundo y original, que en aquella época hacía algo excepcional, como era viajar de un continente al otro, cruzando los mares, siempre dedicando su vida a luchar por el socialismo y por la causa de la mujer. 
Tal vez por eso mismo Gauguin llegó al Perú magnetizado por los pasos de su mítica abuela, una belleza de ojos enormes, mestiza vibrante de la vieja Europa y la joven América.

En 1838 Flora Tristán publicó en "Le Voleur", de París, algunas cartas íntimas de Bolívar a su madre, Teresa Laisney. Ambos se conocieron en Bilbao y siguieron viéndose en París, cuando estaba casada con Mariano Tristán. Era también una visita asidua en la casa el científico Bonpland, amante obsesivo del continente americano. 

Allí conversaba Bonpland con Bolívar, que tanto lo apreciaba que, cuando años después el sabio naturalista se encontraba preso en Paraguay, amenazó a Francia, "El Supremo", con marchar para libertar al "mejor de los hombres y al más célebre de los viajeros".

Flora Tristán viaja más tarde a Arequipa, entre 1833 y 1834 y lo narra con detalles alucinantes en su libro "Peregrinaciones de una paria", que aparece en dos tomos, en París en 1838. Un libro crudísimo sobre la Hispanoamérica de entonces. Era tanta la verdad áspera que el texto desnudaba que los pocos ejemplares recibidos en Arequipa -donde su tío que había sido el último Virrey seguía mandando- fueron quemados en la plaza pública. Ya transcurrió un siglo y medio desde su publicación y el lector contemporáneo puede leerlo con el mismo interés que muestra hoy, en muchos aspectos, un testimonio todavía fresco muy actual.

Desde su punto de vista conservador y atrasado, tenían muchos motivos para escandalizarse los que hicieron con esos licenciosos volúmenes, llegados de París, un auto de fe, al quemarlos en plaza pública. Era el amor propio herido, o el sentido de casta de una mentalidad colonial. Pero sobre todo lo que se condenaba en el texto era su veracidad, su ideología revolucionaria, que tenía sabor a pecado capital para la pacata aristocracia peruana de aquella época. Los espantó tanto o más de lo que hoy los horrorizaría el ya viejo fantasma del comunismo. (JV).

Veamos ahora la entrevista a Mario Vargas Llosa sobre el libro y sus personajes, por Teresina Muñoz-Najar:

¿Vamos a hablar sobre Flora o sobre Gauguin?, pregunta Mario Vargas Llosa. 
No me atrevo a decirle que me gustaría conversar especialmente sobre Flora. Son las 6 de la tarde y el escritor, como todos los días a esa hora, ha cerrado los libros, ha dejado a un lado las libretas de apuntes y ha apagado la computadora. 

El tema de su próxima novela El Paraíso en la otra esquina trata, justamente, sobre esos dos personajes: Flora Tristán y Paul Gauguin. Abuela y nieto. 
Es una novela de vidas paralelas, afirma Vargas Llosa. No obstante, el entusiasmo con el que desde el inicio habla del pintor obliga a sospechar que es él quien lo ha cautivado más y que tal vez le está robando protagonismo a Flora en su libro. 

Pero no es así: La novela -explica- iba a ser al principio exclusivamente sobre Flora Tristán pero leyendo sobre la familia, sobre la descendencia, de pronto descubrí que Gauguin había heredado de la abuela -aunque no la conoció porque nació cuatro años después de muerta ella- la personalidad. Era muy rebelde, muy soñador, incapaz de aceptar la realidad tal como es, siempre ilusionándose con un mundo diferente, como Flora. Ambos buscaron una utopía. Una especie de paraíso.

-¿La sociedad perfecta?

-Flora buscaba una sociedad justa, igualitaria, donde no hubiera discriminación, donde mujeres y hombres gozaran de absoluta igualdad. La de ella era una utopía justiciera.

-¿Y la de él?

-A él no le interesaba la justicia social. Él tenía una utopía de tipo artístico. El quería un mundo donde la belleza estuviera al alcance de todos. Gauguin pensaba que la civilización occidental había entrado en una inclinación violenta porque la belleza se había convertido en el patrimonio de una pequeña minoría, de artistas, críticos y coleccionistas, y que en las sociedades primitivas donde el arte se confundía con la religión era donde la belleza estaba al alcance de todos. Y eso es lo que él fue a buscar. Eran dos utopías inalcanzables, como son todas las utopías, pero la búsqueda de esa, digamos, sociedad ideal hizo que la vida de los dos fuera fascinante. Llena de aventura, de sufrimiento, de frustraciones.

-Gauguin, sin embargo, no se expresaba muy bien de su abuela, decía que Flora era una "marisabidilla socialista, anarquista", por ejemplo...

-En realidad él no sabía mucho de ella. Yo creo que ni siquiera leyó sus libros. La madre de Gauguin, por razones bastante comprensibles, no debía tener muy buen recuerdo de Flora. Aline vivió siempre muy abandonada, estuvo siempre en manos de nodrizas.

-¿Cómo va a reflejar esa relación de Flora y su hija?

-Pienso que Flora no tuvo un gran cariño por su hija. La niña se crió fuera de ella. Cuando se encariña mucho con una obrerita que fue una gran seguidora de ella -se llamaba Eleonore Blanc- le dice en una de sus cartas que la quiere más que a sus hijos. Unos hijos a los que no quiere, creo yo, también muy comprensiblemente, porque le recordaban el horror de su matrimonio. Para ella el matrimonio con André Chazal fue un horror. Flora quedó espantada, no sólo de la institución sino incluso, por buena parte de su vida, del sexo en razón de ese matrimonio.

-¿Por eso no pudo amar a Chabrié? (el capitán del buque que trae a Flora al Perú).

-Ella tuvo siempre un impedimento, que venía de ese trauma matrimonial, para tener una relación afectiva normal, entonces no tuvo ninguna salvo con una mujer. Eso es algo que se ha descubierto recientemente. Se llamaba Olympe Chovzko, una francesa casada con un polaco que fue uno de los héroes de la independencia de Polonia. Con ella, evidentemente, por la correspondencia encontrada -son cartas muy sintomáticas- tuvo una relación amorosa que parece haber sido muy buena y muy sana para Flora. Estoy haciendo muchas conjeturas pero me parece que ese romance le devolvió, si alguna vez lo tuvo, el amor al sexo, al cuerpo, al placer físico. Pero, y esto es muy interesante para conocer el carácter de Flora, cuando ella decide formar la Unión Obrera -esa institución que iba a hacer la gran revolución uniendo a las dos víctimas de la sociedad, las mujeres y los obreros- rompe con Olympe. Y rompe porque considera que su misión es incompatible con el egoísmo que significa el placer.

-Cuando Flora viene al Perú ¿lo hace únicamente para reclamar la herencia de su padre o también quiere saber de sus raíces, de su identidad?

-Ella viene huyendo de André Chazal. Flora estaba desesperada, no soportaba más esa vida parasitaria de objeto conyugal, entonces busca un pretexto, huye y desaparece. Hay un gran paréntesis de su vida en todos esos años porque nadie sabe dónde estuvo. Yo creo que estuvo en Inglaterra trabajando como sirvienta. Es allí donde aprendió inglés y, además, como trabajó como sirvienta, una experiencia durísima para ella, concibió ese odio por Inglaterra que está reflejado en ese libro tremendo que es Los Paseos por Londres. Luego, se le presentó la oportunidad de venir al Perú dónde tenía un tío, Pío Tristán. Seguramente tuvo la idea de que el tío se compadecería de ella, la admitiría como hija legítima y le reconocería derecho a la herencia. No obstante, yo creo que sobre todo vino huyendo de André Chazal.

-Pero finalmente, su experiencia en el Perú fue un tanto dramática pues el tío no le reconoció nada...

-Pero fue una experiencia definitiva. En esos momentos ella era una rebelde pero no una revolucionaria. Ella adquiere una conciencia social y política aquí. En Arequipa vive como en un laboratorio. Por una parte no pasa hambre y de ser una provinciana pasa a ser una niña mimada, privilegiada y cortejada, por otra, se da cuenta que ese es un mundo donde hay desigualdades sociales y económicas abismales. Y curiosamente, yo creo que un personaje que para ella es fundamental es la Mariscala. Cuando Flora descubre que en este país una mujer puede estar en los campos de batalla, luchando al lado de su marido, vestida de soldado y que en los años en que Gamarra fue presidente tuvo un poder acaso mayor que el del Presidente, queda muy pero muy impresionada. Cuando Flora se va del Perú, era otra persona. Y, afortunadamente, no le dieron la herencia. Se hubiera convertido en una burguesita con ínfulas aristocráticas y hubiera llevado esa vida parasitaria que luego ella desprecia tanto.

-¿En qué clase de persona se convierte?

-En una persona decidida a pelear, con una conciencia social, convencida que se puede dar una batalla, que se pueden reformar las leyes y la primera manifestación de eso es Peregrinaciones de una Paria, donde con un coraje extraordinario cuenta toda su vida, que había huido de su marido, llamándose a sí misma una paria, exponiéndose, bueno, a lo que se expuso. El libro tuvo mucho éxito y Flora salta de pronto a ser parte del mundo intelectual en París.

-En "Peregrinaciones..." Flora es muy crítica con el Perú, muy dura, ¿exagera?

-No exagera y, en cierta forma, el Perú no ha cambiado tanto. Sigue siendo un país de grandes contrastes, de una enorme frivolidad. Y a Flora, le fascina y le horroriza la frivolidad. Ella descubre en Arequipa, por ejemplo, que la gente de la "buena sociedad", sabía más de París que ella. Luego conoce a personajes como Clemente Althaus, absolutamente fascinante: el mercenario que ha cambiado 14 veces de bando en el tiempo que lleva en el Perú y que es el único que cree en la guerra porque para él la guerra es su manera de mantenerse. Ahí está su tío Pío Tristán, uno de los últimos virreyes del Perú y uno de los primeros presidentes de la república. O sea que, qué mejor símbolo del oportunismo con que se vivía en medio de las guerras civiles, las luchas de caudillos, las luchas de facciones. Flora es muy crítica de todo eso.

-Basadre, en el prólogo de la primera edición en español de "Peregrinaciones..." (1946), dice que Flora no se prodiga demasiado, que no revela todos sus sentimientos...

-Ella se vuelca mucho. Lo que ocurre es que cae muchas veces en convencionalismos pero eso es porque no es una mujer educada, es una escritora nata pero es una mujer sin educación. Nunca fue al colegio.

-¿Es cierto que tenía muy mala ortografía?

-Terrible ortografía. Fue su gran vergüenza toda su vida. Ella lo poco que aprendió lo aprendió en su casa. Por eso la educación de las mujeres fue uno de los leivmotivs en su lucha social. ¿Por qué a las mujeres se les niega una educación, una formación intelectual y científica?, preguntaba ella. Y Flora suplió todas esas carencias a base de empeño y de voluntad.

-¿Cómo describe usted a Flora?

-Se sabe que era más bien menuda, de cabellos muy negros y piel muy blanca. De ojos muy grandes y oscuros. Le decían la "andaluza". Los testimonios dicen que era muy atractiva porque era muy viva y desenvuelta y podía ser coqueta cuando quería. Al mismo tiempo, en su personalidad había algo que intimidaba a los hombres. Los hombres no estaban acostumbrados a una mujer que les hablara de igual a igual y que además podía ser violenta, tremendamente violenta, de arranques, de desplantes durísimos. Las cartas de Olympe, son cartas muy apasionadas y en las que hay grandes elogios a la belleza, la delicadeza y la ternura de Flora.



-¿El personaje más siniestro?

-André Chazal. Era realmente una bestia, una bestia. Violó a la hija. Violó a la madre de Gauguin cuando ésta tenía 14 años y nunca lo condenaron por eso. Si años más tarde no se le hubiera condenado a 20 años de prisión por pegarle un tiro a Flora Tristán, habría quedado impune.

-¿Ese balazo tuvo que ver con la muerte de Flora?

-El final de Flora fue muy dramático. Ella hace una gira por Francia promoviendo la Unión Obrera cuando en realidad ya se está muriendo a pedazos. Esos últimos ocho meses fueron terribles. Yo sospecho que fue un cáncer a los ovarios y claro, el balazo debió acelerar ese proceso porque la bala la tuvo siempre junto al corazón. Entonces, cuando le daban sus famosos colerones -había generado una personalidad díscola, irritable, peleadora-, sus terribles rabietas, ella sentía el metal de la bala en el corazón, era como un llamado de su propio cuerpo diciéndole cuidado, hasta aquí no más. Pero yo creo que fue el cáncer quien la devoró.

-Es un hecho que Flora Tristán es una pionera del feminismo, ¿es verdad también que se adelantó a Marx?

-Si alguien merece ser considerada como una pionera del feminismo es Flora, sin ninguna, pero sin ninguna duda. Ahora, ella muere cuatro años antes de que se publique el manifiesto comunista de Marx y el manifiesto borra todo lo de ella. Pero en realidad, la primera persona en el mundo que desarrolla la idea, la idea base del marxismo, de que la clase obrera, por ser la clase explotada, que sólo vende su fuerza de trabajo, que no tiene ningún interés por defender, es por lo tanto la única que puede librar a la humanidad de la injusticia, de la explotación e iniciar una revolución, no a escala nacional sino a escala mundial, que cree en un mundo de justicia, no es Marx sino Flora Tristán.

-Flaubert decía que él era Madame Bovary, ¿dirá usted más tarde lo mismo respecto a Flora?
-Sí; de alguna manera uno se vuelca en los personajes que inventa.

Javier Villanueva. 1º de agosto de 2015. Trecho final: entrevista de Teresina Muñoz-Najar a Mario Vargas Llosa.





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