Tapa de una de las muchas ediciones de su obra “Peregrinaciones de una paria” (1839 - 1840), memoria de su viaje a América y su estancia en Perú entre 1833 y 1834.
El paraíso en la otra esquina
Se trata de la novela de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de literatura 2010, publicada por primera vez en marzo de 2003 por Alfaguara, y que cuenta la vida de dos figuras históricas: Flora Tristán y su nieto, el pintor Paul Gauguin. Ambos -abuela y nieto- se desencontraron en la vida real, y la novela mantiene esa situación, aunque intercala en cada capítulo las dos historias, buceando en las búsquedas personales de cada uno de los dos personajes.
Por un lado, Vargas Llosa pinta un Gauguin que busca el paraíso, tanto en su Bretaña como más tarde en la lejana Tahití. Así el pintor se mete de cabeza en una búsqueda constante de la pureza total de la vida -sin ningún tipo de convenciones- que él la refleja en su arte y en su forma de ver la vida en la naturaleza y en su relación con la sociedad que lo rodea.
Y por otro lado, cuenta Mario V. Llosa la vida de Flora Tristán, que se lanza a una cruzada por toda Francia en pro de los derechos de la mujer y de los obreros.
Y por otro lado, cuenta Mario V. Llosa la vida de Flora Tristán, que se lanza a una cruzada por toda Francia en pro de los derechos de la mujer y de los obreros.
Dos vidas que, al parecer, son totalmente opuestas, pero que el autor las ve coincidir en una lucha por un mismo objetivo, la búsqueda de un ideal perfecto, la búsqueda de un paraíso perdido en el que el ser humano pueda vivir en plenitud.
La obra de Mario vargas Llosa encierra un profundo mensaje sobre la condición humana, que dice que la Utopía es propia de la estructura del ser humano, toda persona persigue su Utopía, su felicidad, su sueño, aunque muchas veces sea inconcluso, otras trunco, cuando no imposible. Pero pocos son los que, como Gauguin y su abuela Flora Tristán, son capaces de llevar esa búsqueda hasta tan lejos, hasta las últimas consecuencias.
La historia de Flora, desde el inicio
Cuando el padre de Flora Tristán murió, siendo muy joven aun, fue que empezaron las penurias de la familia. Flora se casa y muy pronto fracasa en su matrimonio. Es entonces que decide viajar a la Arequipa paterna y recurrir al hermano menor de su padre, el tío don Pío, que había sido el último virrey español del Perú, cuando el viejo imperio se derrumbaba en América y al que Bolívar, en la batalla final de Ayacucho, daría el golpe de gracia, completando la obra libertadora que San Martin había empezado por el sur y el oeste del subcontinente, liberando a las futuras naciones de Argentina, Chile y Perú.
La alucinante travesía atlántica de Flora Tristán, entre 1833 y 1834, duró casi seis meses, y como corolario del sufrimiento, tuvo que cruzar el frío cortante y los vientos contrarios del "espantoso Cabo de Hornos", como ella llamó al paso turbulento del océano Atlántico al Pacífico.
Flora pensó muchas veces que no llegaría a su destino en el Perú. Pero como era una escritora brillante, todo lo que vivió y sufrió en esas peripecias lo narra en detalles en su obra "Peregrinaciones de una paria", que aparece en París en dos tomos, en 1838. Se trata de un libro crudo sobre la Hispanoamérica de aquel entonces, y era tanta la verdad cruda que pintaba, que los pocos ejemplares recibidos en Arequipa, donde su tío, el antiguo Virrey, seguía mandoneando, fueron incinerados en plaza pública. Ya pasó un siglo y medio desde su publicación y el lector contemporáneo puede leerlo con el mismo interés con que leería hoy un testimonio más actualizado.
El padre de Flora, don Mariano de Tristán y Moscoso, había nacido en el antiguo virreinato del Perú. Él y la madre de Flora, francesa, viviendo ambos en París durante la época napoleónica, eran muy amigos de dos venezolanos que soñaban con proyectos que por aquel entonces sonaban insensatos.
Uno era pedagogo de oficio, y se hacía llamar Simón Robinson, aunque su nombre verdadero era Simón Rodríguez. También fue conocido en su exilio de la América española como Samuel Robinsón, un gran filósofo y educador venezolano. Lo acompañaba un seguidor flaquito, esmirriado y de ojos ardientes, que admiraba a su maestro y al que le diría, años después: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la grandeza, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló".
Era Simón Bolívar y a su maestro lo llamaba "el Sócrates de Caracas". El mismo Bolívar, en una carta al general Santander de 1824, decía que su maestro "enseñaba divirtiendo". Ese espíritu divertido, que intentaba romper con las rígidas costumbres educativas del colonialismo español, se reflejaría en toda la obra y el pensamiento de Simón Rodríguez. O Simón Robinson, como lo llamaban los padres de Flora Tristán en Francia.
La participación del Simón pedagogo en la Conspiración de Gual y España, en contra de la corona española en 1797 lo obliga a dejar el territorio venezolano. Y cuando se reencuentra con Bolívar en Francia realizan juntos un largo viaje por gran parte de Europa.
Es así que son testigos presenciales de la coronación de Napoleón Bonaparte en Milán, como Rey de Italia y de Roma. Y el maestro testimonia durante el viaje el famoso juramento de Bolívar sobre el Monte Sacro, en donde profetiza que liberaría a toda América de la corona española, y así lo registra para la historia.
Flora también haría suyos los principios bolivarianos. Su madre francesa, Teresa Laisney, tuvo amores muy apasionados con el entonces joven futuro libertador de América.
Simón Bolívar en un comienzo admiraba a Napoleón como "el héroe de la República, la brillante estrella de la gloria, el genio de la libertad". Pero en seguida Bolívar cambia su opinión: "Se hizo emperador y desde aquel día lo miré como un tirano hipócrita, oprobio de la libertad y obstáculo al progreso de la civilización".
Cuando Flora Tristán llega al Perú, cargada con este bagage de experiencia familiar, no critica a la sociedad arequipeña como lo haría un europeo. Al contrario, se dirige a "sus compatriotas y amigos, los peruanos", deseando a su pueblo todos los progresos, e imaginándose que "el porvenir es de América".
Y les dice, de todo corazón: "Deseo que el trabajo cese de ser considerado como patrimonio del esclavo y de las clases ínfimas de la población, todos harán méritos de él algún día, y la ociosidad lejos de ser un título a la consideración, no será ya mirada como un delito de la escoria de la sociedad".
Sus palabras, tan claras y estridentes, no podrían dejar de sonar como un insulto imperdonable para el parasitismo de la oligarquía acomodada criolla.
En sus "Peregrinaciones de un paria", Flora Tristán se disculpa por hablar de sí misma. "Me pinto con mis dolores, mis pensamientos y mis afectos", dice. Y habla como mujer en defensa de las otras mujeres, oprimidas, humilladas. Aunque también habla como escritora y recuerda la responsabilidad del oficio: "Todo escritor deber ser veraz" - dice - "La utilidad de sus escritos resultará de las verdades que contengan".
Y es así que Flora irrita a los señores feudales peruanos con su sinceridad áspera y directa: "Nombraré a los individuos pertenecientes a diversas clases de la sociedad con quienes las circunstancias me han puesto en contacto. Todos viven aún. Les haré por sus acciones y por sus palabras".
Pero, volvamos un instante a aquella angustiosa navegación de Flora Tristán desde el Atlántico al Pacífico, que no le ahorra los mareos y malestares. Escribe que, después de pasar 153 días a bordo, al bajar a tierra en Valparaíso, puerto principal de Chile, ya no lograba caminar.
En "Peregrinaciones de un paria", Flora no esconde las intrigas amorosas del viaje, pero se calla, discreta, y evita las escenas que hoy llamaríamos "eróticas", algo bastante imaginable durante una navegación tan prolongada, en la que ella era la única mujer, además, muy hermosa.
Cuenta un romance "verbal", y describe las inflamadas declaraciones de amor y las reiteradas propuestas de casamiento del capitán del barco, que ella rechaza.
Ya en el Perú paterno, Flora va a conocer la extravagancia de los terremotos, que apenas llega a tierra destruyen Tacna y Arica. Pero también sentirá el furor de los otros movimientos telúricos, los terremotos políticos, con los constantes pronunciamientos de los caudillos y "sus máquinas de hacer sufrir y de moler carne humana". No los mirará con ojos de sismólogo, puesto que le repugnan de entrada. Y se da cuenta enseguida que en su familia peruana, muchas raíces de su árbol genealógico se han visto comprometidas en esas aventuras caudillescas de la política local.
En "La República y los tres presidentes", el segundo capítulo de la segunda parte, Flora muestra un episodio en el que mezcla lo trágico y lo grotesco, y que representa un análisis radiográfico de los golpes promovidos por la ambición en América del Sur, dados por los jefes bárbaros de la oligarquía criolla, militares o no, movidos por el interés sórdido del oro y el poder.
Ella estuvo desde el principio en total discrepancia con ese ambiente corrupto de la elite peruana. Repudió de entrada todos sus modelos de creencias, de pensamientos y de ritualidades obligatorios. Los ejercicios mundanos de ese círculo ocioso y explotador se chocaban de frente con su inteligencia y contra su sentido profundo de la vida.
Flora no trata de ganarse las simpatías de su parentela peruana. Es natural entonces que la obra le resultara llena de imágenes ácidas, que valen por un reportaje vivo y temerario, en el que abundan las descripciones de una precisión meticulosa, como por ejemplo el combate de Cangallo, del 29 de octubre de 1820.
En "La República y los tres presidentes", Flora nos transporta a situaciones, hacia tiempos y hasta a algunos personajes que coinciden con la primera guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana y la batalla de Yungay. Esta batalla fue un enfrentamiento ocurrido en el marco de dicha guerra entre el Ejército Confederado Perú-Boliviano y el Ejército Unido Restaurador. Se desarrolló en Yungay, en territorio del Estado Nor-Peruano, a partir de las nueve de la mañana del 20 de enero de 1839.
Flora Tristán, que tenía un ojo aguzado y descubridor, desarrolló un estilo todo teñido de causticidad. Los diseños que traza de las bellezas malignas o de las matriarcas autoritarias, como son el retrato de la "mariscala" Francisca de Gamarra, son modelos en su género. Este último persone continúa siendo hasta hoy un elemento polémico. La conclusión final, molesta y desencantada de Flora Tristán es que "en el Perú la clase alta es profundamente corrompida y que su egoísmo la lleva, para satisfacer su afán de lucro, su amor al poder y sus otras pasiones, a las tentativas más antisociales".
Visionaria entre dos mundos
Ya de vuelta a Europa, Flora está decidida a no huir de si misma, y no va a escabullirse a las responsabilidades que se le presentan. Sintiéndose más madura por la experiencia vivida en Latinoamerica, parte para un rápido redescubrir de la vieja Europa. La vida -a su modo de entenderla- no debe ser eternamente una fatalidad del destino. Flora se entrega por entero a combatir por la causa que va a llenarle todo el resto de su vida, siempre en favor de dos categorías de "parias", como ella se había llamado a sí misma, los de más bajo en la escala social, agobiados por diversas tribulaciones, como lo son el trabajador y la mujer.
En un momento histórico en que la lucha de clases arde al rojo vivo, chisporroteando por toda Francia, y justo cuando los obreros levantan barricadas en París, en Lyon y la acción represiva se descarga con toda su saña, Flora Tristán, -ya agotada la etapa de la contemplación previar y necesaria- se pone en contacto con las más diversas organizaciones socialistas. Las llama a todas para una urgente reestructuración de sus fuerzas.
Flora también convoca a las mujeres a luchar por la igualdad de los derechos sociales. Y dentro de su prédica, la primera preocupación la dedica al que cien años después Simone de Beauvoir, que recuerda a Flora como una de sus predecesoras, irá a llamar "el segundo sexo". Flora culpa la inferioridad de la condición femenina a la estructura de la sociedad. Y lo dice sin eufemismos: "¿Por qué no se le conceden todos los derechos a la mujer y por qué se les paga a estas unos salarios de hambre? La prostitución es una monstruosa consecuencia del estado social imperante y no desaparecerá mientras este no se modifique".
Insiste Flora Tristán en que laa mujeres tienen que rechazar todo lo que las desune, articulando una voluntad única y por eso mismo critica a su famosa contemporánea, la escritora feminista George Sand, porque para reivindicar los derechos de la mujer usa un seudónimo masculino, y a menudo se viste con trajes de hombre. Flora, al contrario, levantará esas mismas banderas, pero sin ocultar su identidad ni su sexo.
Por toda Europa nace la prensa obrera revolucionaria o reformista, surgen canciones y poesías exaltando al trabajo, y tampoco faltan los mesianistas cristianos que ofrecen a las masas trabajadoras un Jesús proletario.
En esos años de fervor, las diversas escuelas socialistas brotan en un campo fértil. Se mezclan en ellas las sobras filosóficas de Babeuf con rasgos saintsimonianos; mixturan el comunismo ateo con el de los deistas; surgen las tendencias insurreccionales de Blanqui, junto a las utópicas de Cabet.
Es la época en que el escritor Víctor Hugo exige, en 1843, "la substitución de las ideas políticas por las ideas socialistas", y Eugenio Sue populariza en sus folletines de tremendo impacto un socialismo miserabilista. Es cuando la feminista George Sand se declara simplemente comunista.
Es un período de grandes ilusiones, que sirven de presagio para los estallidos de 1848 y las revoluciones triunfantes del siglo siguiente. Balzac escribe en 1844: "La audacia con la cual el comunismo, esa lógica viviente de la democracia, ataca la sociedad en el orden moral, anuncia que, a partir de hoy, el Sam-son popular socava las columnas sociales en el subsuelo, en lugar de sacudirlas en la sala de fiestas".
Ya en 1835, en un país en donde la xenofobia nunca duerme, Flora Tristán había publicado un folleto alusivo a una situación chocante: "Necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras" se llamava. Esas páginas escritas hace más de un siglo y medio bien podrían ser releídas, aun hoy, con todo provecho, en toda Europa y sobre todo en la culta Francia, donde el maltrato a los inmigrantes es una herida siempre abierta.
Flora Tristán recurre también al arma de un género popular poco respetado por la literatura "culta": el folletín. Aquella fue la época en que ese género alcanza un éxito fulminante entre las masas.
Era en ese terreno que Eugenio Sue reinaba, manteniendo en suspenso a su público lector, un día después del otro, semana tras semana, con títulos como "Los misterios de París", El judío errante, Martín el niño encontrado, etc.
Fuertemente influida por el ambiente, Flora Tristán publica una novela folletinesca, su "Mephis", en 1936, que es un texto típico de los tiempos que se vivían. Aunque no hay que consultarlo como un oráculo, ya que ella rechazaba la teoría del "arte por el arte en si mismo". Al contrario, compartía la idea del rol social de la literatura y se sentía impulsada a transmitir su mensaje a través de ella. En las páginas de "Mephis", llenas de trucos y efectismos, variados, el personaje llamado Mariquita Alvarez resulta una proyección mal disimulada de la propia autora. Y el Caballero de Hazcal trasparenta el intercambio de sílabas que disfraza el nombre del marido repudiado.
El folletín fue el género de novela más vendido del siglo XIX, algo así como los libros de caballería lo fueron a lo largo del siglo XVI y de los que se burlaría Cervantes Saavedra en los primeros años de los 1600. Y como los libros de autoayuda lo son hoy.
Flora se toma muy en serio la necesidad de acceder fácilmente al público. Ella ve cómo se disputan por igual las entregas periódicas de Paul Feval y de Ponson du Terrail. Sabe que Sue no es Víctor Hugo, pero cómo hipnotiza al lector, tanto como el autor de "Los Miserables". Y ya sabemos que, aunque en un plano muy superior, la novela cíclica de V. Hugo, trayendo las desventuras de Jean Valjean, Cossette, Fantine y Marius, no puede ocultar una cierta familiaridad con el folletín más truculento de aquella época. Es cierto que Hugo domina por completo ese reino de lágrimas, poblado por chicas engañadas, hijos ilegales, galanes donjuanescos, separaciones que siempre son imposibles, todo en un marco brutal de anticlericalismo, miseria y explotación feroz del proletariado.
Flora siente que con ese fortísimo instrumento novelesco ella también puede exigir justicia. Y si bien es verdad que el folletín usa el cliché y que es una manufactura de frases hechas, que abusa sin piedad de los estereotipos, ella va a tratar de darle un tono directo para levantar su protesta en defensa de los oprimidos, proponiendo con todas las letras la toma de conciencia a los pobres y ofendidos por el sistema capitalista.
Es en ese momento en que una nueva obra suya, su Petición por la abolición de la pena de muerte" asombra al pueblo de París. ¿Pero por qué? ¿No es acaso Flora, como Víctor Hugo, de los que más han sostenido siempre esa postura firme? La sorpresa se explica por un asunto puramente personal y es que, lo que más asombra al público es que Flora Tristán mantiene esta postura política después de que en septiembre de 1838, su despechado marido, André Chazal -del cual se separó 13 años antes- le dispara un tiro a quemarropa en plena Rué du Bac, hiriéndola en la espalda. ¿Pero si según las Sagradas Escrituras "mil años no son más que un día a los ojos del Señor", por qué extrañarse que el repudiado todavía no la hubiera olvidado? Dicen que lo condenarán a la pena de muerte, pero Flora, todavía no totalmente repuesta de la lesión publica su punto de vista totalmente opuesto. "Le Journal du Peuple" comenta con admiración la grandeza moral de la autora que todavía quiere salvar a su agresor.
El gesto sinplemente era coherente con su ideología revolucionaria y su modo de ser.
Continuará.
Javier Villanueva. São Paulo, 3 de agosto de 2015.
Nenhum comentário:
Postar um comentário