Parte de la obra plástica de Cecília Meireles, reunida en el libro Batuque, samba e macumba – estudos de gesto e ritmo (1926-1934). Editora Martins Fontes.
Modernidades
primitivas
por
FLORENCIA GARRAMUÑO
Profesora de la Universidad de San Andrés e investigadora
del CONICET
UNA
CURIOSA OPERACIÓN CULTURAL TUVO LUGAR EN LAS DÉCADAS DE 1920 Y 1930 EN BRASIL Y
ARGENTINA: EL SAMBA Y EL TANGO, QUE HABÍAN SIDO ESTIGMATIZADOS POR SU ORIGEN
BAJO O MARGINAL, ENCUENTRAN UN RECONOCIMIENTO INESPERADO. LAS ELITES QUE
LIDERABAN EL PROCESO DE MODERNIZACIÓN VEN EN ELLOS EL SÍMBOLO DE UNA IDENTIDAD
NACIONAL VALIOSA Y LOS INTEGRAN A LA CULTURA OFICIAL. PORQUE SE TRATA DE ESTAR
A TONO CON EUROPA AFIRMANDO, AL MISMO TIEMPO, LOS RASGOS DISTINTIVOS DE LA
CULTURA LOCAL.
“Musicalmente
el tango no debe ser importante; su única importancia es la que le atribuimos.
La reflexión es justa, pero tal vez pueda aplicarse a todas las cosas. A nuestra
muerte personal, por ejemplo, o a la mujer que nos desprecia.”
JORGE LUIS
BORGES
Tango,
samba y maxixe
Cuando en 1913 corrió el rumor de que el Papa Pío X pretendía prohibir el
tango, la revista brasileña Cá e Lá publicó las siguientes
cuartetas:
“Se o Santo Padre soubesse / o gosto que o tango tem / viria do Vaticano / dançar maxixe também” [Si el Santo Padre supiera / el gusto que el tango tiene / vendría del Vaticano / a bailar maxixe también].
“Se o Santo Padre soubesse / o gosto que o tango tem / viria do Vaticano / dançar maxixe também” [Si el Santo Padre supiera / el gusto que el tango tiene / vendría del Vaticano / a bailar maxixe también].
A comienzos del siglo XX, el maxixe –uno de los ritmos que van a intervenir en la conformación del samba– era considerado una música popular y poco respetada a causa de su origen africano. Para borrar esa doble asociación era llamado muchas veces “tango”. En la Argentina, por la misma época, éste era el término supuestamente procaz que intentaba ocultarse cuando los músicos tocaban esos acordes en ambientes “elegantes”. Entonces se lo llamaba “polca”. La confusión de nombres no denota simplemente un gesto de pudor, sino que además –como ha mostrado el musicólogo Carlos Sandroni en Feitiço decente– deja entrever que el tango, el maxixe y el samba anterior a 1930 poseían una base rítmica bastante semejante.Es que el maxixe, como el tango, se había convertido en uno de los bailes que hacían furor en París. La pasión por las danzas extranjeras que arrebató a Europa a comienzos de siglo, en consonancia con la inclinación por lo “primitivo” y “exótico” que se manifestará también en otras prácticas estéticas –basta pensar en el clásico ejemplo de Las señoritas de Avignon de Picasso para la vanguardia europea–, hizo que estas formas musicales compitieran por los escenarios de las principales ciudades del viejo mundo.
En el caso
de los dos géneros brasileños, las designaciones fluctúan durante los primeros
años del siglo XX, hasta la cristalización del samba alrededor de los años
treinta. “Pelo telefone”, el primer samba urbano, se registró en 1917 como
“samba maxixe”, denominación que da cuenta de esa ambivalencia. En la cultura
brasileña, la cantidad de disputas y polémicas sobre qué es un samba
“auténtico” durante los años de su consolidación como género es semejante a las
pugnas en torno a la definición del tango “verdadero”. Ya en los años treinta,
Rossi, en su libro Cosas de negros, sostenía: “Ni el tango de ‘la
raza africana’ ni el de los lubolos ni el ‘tanguito’ de los distinguidos negros
porteños, han tenido parentesco alguno con el que, hace una docena de años,
hemos enviado a conmover las sociedades de los países civilizados y triunfa
actualmente en el pentagrama y en los salones”.
De hecho, la constitución del tango y del samba como géneros musicales coincide
con su postulación como representantes de una determinada identidad nacional,
lo que aviva las polémicas sobre la “esencia verdadera” tanto del género como
de la supuesta identidad que estaría reflejando.
Al tiempo
que el tango desembarcaba en París, en los mismos cafés y cabarets –el
Chantecler, el Alhambra, el Café de París, el Café des Capuccins– hacía su
aparición el maxixe o “tango brasileño”. A veces, incluso, aprovechando la fama
que estaba alcanzando el baile argentino en la época, se decidía abrir un local
donde, además, se enseñaba “le vrai tango brésilienne”. Y hasta las anécdotas
que se cuentan sobre el tango son a menudo confundidas con historias sobre el
samba o el maxixe. Lo cierto es que más allá de las disputas ocasionadas por
esta competencia de exotismos –que incluyen hasta peleas a trompadas entre
argentinos y brasileños en París en defensa del “verdadero” tango– esas
confluencias y el proceso de nacionalización de estos géneros iluminan una
historia posible sobre la identidad de una cultura latinoamericana y
periférica, y su modernización alrededor de los años treinta del siglo XX. Y en
ese proceso, el tango para la cultura argentina y el samba para la brasileña
van a funcionar, en muchos aspectos, de manera análoga.
Nación y
modernidad
Una de las formas más comunes –y tal vez más sencillas– de entender la
transformación del tango y del samba en símbolos nacionales ha sido leer esa
metamorfosis como un proceso de “limpieza”. Productos originariamente
populares, surgidos en el seno de las clases más bajas de la sociedad, las
“indecencias” del tango y del samba (y aquí deben entenderse sus
características étnicas y de clase) habrían sido “purificadas” mediante la
apropiación que las clases dominantes de sus respectivos países hicieron de
ellas. Así, habría habido un tango y un samba primitivos, exóticos y populares,
con fuertes características africanas –obviamente más pronunciadas en el samba,
pero también, según muchas genealogías, presentes en los orígenes del tango–,
que a través de la historia se fueron “sofisticando” por su mestizaje con otras
formas musicales y la intervención de compositores de la clase media y de la
elite.
Ahora
bien, en contrapunto con esta versión es posible conjeturar otro recorrido.
Porque en el momento en que el tango y el samba comienzan a ser aceptados en
sus respectivos países y convertidos en símbolos nacionales –alrededor de las
décadas de 1920 y 1930, e incluso la del cuarenta en el segundo caso–, ambos
géneros siguen siendo percibidos como formas exóticas y primitivas.
Si a fines
del siglo XIX ese costado primitivo es razón suficiente para expulsar al tango
y al samba de la nación, alrededor de los años treinta, cuando los dos son
canonizados, será ese mismo primitivismo –cuya significación cultural ha mudado
de signo– el que se esgrima para señalarlos como símbolos nacionales.
¿Cómo se
produjo ese cambio? Sin negar las transformaciones específicamente musicales
que determinaron su evolución como géneros, hay que señalar que el hecho de que
fueran aceptados –y aún más, canonizados– tampoco puede atribuirse a su
progresiva adecuación a las convenciones ni a la apropiación que las clases
medias y las elites hicieron de ellos. La conversión en símbolos de una
identidad nacional es un recorrido complejo que incluye negociaciones diversas
y cruces discursivos de lo más variados, y que coincide con un período de
fuerte nacionalización de las culturas brasileña y argentina, hacia los años
veinte y treinta, marcado por una acentuada tendencia a la modernización. En
este proceso ha intervenido de forma contundente una malla de discursos que,
presionados por las transformaciones culturales en las que emergieron, fueron
cambiando también las connotaciones ligadas históricamente al tango y el samba.
Lo sensual, lo primitivo, el mestizaje y la hibridez son conceptos que revelan
su carácter histórico: si en algunos momentos son vistos como signos negativos
del atraso y de la “falta de cultura”, más tarde son considerados en cambio
como formas de una cultura “originaria” –y por ello “auténtica”–.
En el
trabajo que realizaron sobre el tango y el samba los artistas y los
intelectuales comprometidos con la modernización y las vanguardias de las
décadas de 1920 y 1930 (Lima Barreto, Di Cavalcanti, Manuel Bandeira, Mário de
Andrade, Manuel Gálvez, Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo,
Emilio Pettoruti) puede leerse una estrategia común, a pesar de sus variadas
manifestaciones: se trata de elaborar el carácter “primitivo” y sensual de esos
productos como una marca de la modernidad más atildada. En otras palabras, lo
que antes era sinónimo de procacidad y motivo de expulsión se convierte ahora
en signo de una modernidad indiscutible. Habría que decir, entonces, que
ese mismoprimitivismo ya no es el mismo, dado que en
los años treinta va a connotar simultáneamente lo nacional y lo moderno.
Inmersos en esas redes culturales, el tango y el samba aparecerán como
productos anfibios, apuntando a la vez a lo nacional que vendría de un pasado
“originario” y a lo moderno de una forma que ha tenido éxito en París y en los
ambientes internacionales que dictan la moda.
Esa
ambivalencia se puede observar en una serie de representaciones visuales
alusivas. En algunos cuadros y dibujos de Emiliano Di Cavalcanti, Emilio
Pettoruti o Cecília Meireles puede leerse una combinación de lenguajes
artísticos vanguardistas y un retorno a motivos regionalistas. Esta mezcla de
elementos aparentemente contradictorios fue la manifestación más clara de una
operación que buscaba distanciarse de la representación costumbrista y realista
predominante a fines del siglo XIX.
En los
dibujos que Cecília Meireles expone en la galería Pró Arte de Río de Janeiro
sobre el samba de los descendientes de africanos puede verse esa modernización.
Ella elige representar el samba de origen bahiano, cuya relación con el samba
que se convertirá en símbolo nacional a partir de los años treinta es compleja
y polémica. En sus dibujos, la asociación con este ritmo primitivo se realiza a
partir de una operación modernizadora mediante la cual las mujeres negras con
sus trajes tradicionales son pintadas con un movimiento sumamente sofisticado
que podría ser comparado con los dibujos de figurines de moda e, incluso, de la
“moda tango” que durante los años veinte surgió en Europa y se expandió por el
resto del mundo. Esos trabajos pueden leerse como verdaderas imágenes
premonitorias que anticipan la moda bahiana instalada por Carmen Miranda.
Su dibujo
“Samba de Roda” borra del samba los matices sexuales con los cuales había sido
representado hasta entonces; y, en realidad, borra cualquier tipo de matiz. Se
trata de un dibujo en blanco y negro, en esfumado, donde todos los
participantes son mujeres. Debajo del cuadro se lee: “Dentro do carnaval
carioca, inegavelmente licencioso e grosseiro, como em toda parte, na expansão
das pessoas habitualmente civilizadas, o carnaval dos negros guarda um aspecto
único de respeito, elegância e, digamos, mesmo, distinção artística espantosa.”
[Dentro del carnaval carioca, innegablemente licencioso y grosero como en todas
partes cuando se trata de la diversión de personas habitualmente civilizadas,
el carnaval de los negros posee un aspecto único de respeto, elegancia y,
digamos incluso, distinción artística admirable.]
Si hasta
ese momento la representación dominante del samba de los descendientes de
africanos había enfatizado sus rasgos sensuales, primitivos y “salvajes”, en
los dibujos de Cecília Meireles se trata, en cambio, de mostrar cuánto tiene de
moderno lo primitivo. Así, estas obras proponen un modo de resolver la tensión
que la recuperación de lo primitivo podía traer a una cultura en pleno proceso
de modernización.
Legados
ambivalentes
Esa coincidencia paradójica de lo primitivo y lo moderno se entiende si
recordamos que en América Latina la modernización se identifica con un momento
fuerte de nacionalización de sus culturas. En ese marco, primitivo y moderno no
son necesariamente términos opuestos, más bien habría que pensar que el primitivismo
les permite a las culturas argentina y brasileña conectarse con una idea de
nación que puede asociarse con la modernidad, sin caer en la estructura de un
mito fundacional. Fue así una de las estrategias elegidas para construir el
carácter nacional de la modernidad brasileña y argentina.
La
figuración del tango y del samba en los discursos de los artistas e
intelectuales de la época muestra, entonces, que la problemática de la
identidad nacional estaba íntimamente ligada con la cuestión de lo moderno.
Desde ya, también la industria cinematográfica tendrá una importancia decisiva
en esa asociación simultánea del tango y del samba con lo nacional y lo
moderno. El primer largometraje argentino (Tango, de Luis Moglia Barth)
escoge como tema el mundo del arrabal para iniciar en el cine una tradición
propia, la del film de tango. También el samba dará lugar a un género local, el
film de carnaval. Figuras de una modernidad alternativa, estos tópicos
atravesarán los filmes de Carlos Gardel y de Carmen Miranda.
El tango y
el samba, en el marco de esos regímenes primitivistas construidos por la
cultura de la época, instauran, además de una cierta imagen de modernidad, una
contraposición respecto del canon europeo. Se presentan así como estrategias de
construcción de una modernidad nacional que, precisamente por eso, se quiere
diferente de la europea. De allí que ese proceso haya estado plagado de
ambivalencias y divergencias. •
© Los
dibujos de Cecília Meireles pertenecen al Condominio de los propietarios de los
derechos intelectuales de Cecília Meireles.
Los dibujos de Cecília Meireles están publicados en Batuque, Samba e
Macumba - Editora Martins Fontes.
Derechos cedidos por Solombra Books (solombrabooks@solombrabooks.com)
Publicada
en TODAVÍA Nº 9. Diciembre de 2004
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