Operación Lava Jato
La
operación Manos Limpias en Brasil
¿Podría tal vez el combate que los diferentes órganos judiciales
brasileños están llevando a cabo contra la corrupción de la política terminar
en algo parecido a como acabó la Operación Manos Limpias -o la Tangentopolis- italiana
que hace más de 20 años demolió todo el sistema político que había tardado medio siglo en ser construido y para alcanzar el poder en la península?
Como bien lo han notado ya los ideólogos de las clases dominantes
brasileñas –notoriamente los medios de comunicación que
más promueven y alientan a la Operación Lava Jato y a su
figura central, el juez de Curitiba Sergio Moro– entre una y
otra situación hay bastantes coincidencias que son muy importantes. Y esas
semejanzas asustan a los analistas de la derecha liberal que se agrupan atrás
de la Rede Globo y la revista semanal Veja.
También existen, claro, algunas diferencias relevantes que voy a tratar de
describir acá.
Recordar los hechos de la Manos Limpias en Italia y el
contexto en que la vasta operación se produjo puede resultar útil para entender
lo que podría estar pasando –realmente, de fondo y por detrás de los
reflectores de la prensa–, o lo que llegaría a ocurrir si determinadas
circunstancias se repitieran en el Brasil de hoy, en medio de la crisis
desatada.
La operación Manos Limpias, o Tangentopolis –que viene de la palabra tangente, que es como se
llama en Italia a la comisión que se paga a los políticos a cambio de sus
favores ilícitos– empezó de modo oficial en febrero de 1992,
cuando Antonio Di Pietro, un fiscal del tribunal de Milán hasta entonces
desconocido, detuvo a Mario Chiesa, un dirigente de cierta importancia del
Partido Socialista Italiano (PSI), justo cuando estaba guardando en su caja
fuerte un sobre con un valor equivalente hoy a 8 mil Euros que acabara de
entregarle Luca Magni, un empresario de Módena.
Ese valor era lo que el pequeño empresario milanés le tenía que pagar
periódicamente para obtener el permiso necesario para implantar un proyecto de
construcción; esa sería la última de las muchas comisiones –la tangente– que Magni había estado pagando durante los últimos años.
Cansado de ser extorsionado y de pagar, el empresario denunció el
chantaje a la justicia y se dispuso a conversar con Chiesa llevando un
micrófono oculto para producir una detención in fraganti. Chiesa, por
tanto, fue sorprendido con las manos en la masa. El fiscal Di Pietro lo llevó a
la cárcel, pero mantuvo el hecho oculto de la prensa hasta que, algunas semanas
después, ocurrieron las elecciones generales en Italia.
Los comicios italianos en esa ocasión, y como ocurría desde hacía medio
siglo, los ganaron los democrata-cristianos. El Partido Socialista, sin
embargo, obtuvo los votos necesarios para que Bettino Craxi –el líder do
PSI de 1976 a 1993 que ocupó el cargo de primer ministro de Italia de 1983 a
1987 y fue el primer socialista, a hacerlo– pudiera seguir encabezando la
coalición con ellos.
El bloque político DC-PSI dominaba todos los resortes del poder central
en la península y representaba una clase política caduca, encerrada en sí
misma, que a los ojos del pueblo aparecía como incapaz de cambiar. Pero seguía
ganando las elecciones gracias a un sistema electoral concebido al final de la
2ª guerra mundial, en 1945, única y exclusivamente para que nadie, y en
particular la izquierda comunista, pudieran reemplazarlos jamás en el ejercicio
del poder parlamentario.
Además, la casta creada con el beneplácito de los generales de la intervención de los
EEUU y el Vaticano durante la post-guerra estaba corrompida por el poder
económico y las comisiones ilegales hasta el tuétano.
La corrupción en Italia
en aquellos años de 1990 ya era un mega-sistema regulado hasta sus más mínimos
detalles, que enredaba a miles de políticos del PSI y la Democracia Cristiana,
y a buena parte de los empresarios del país, incluyendo entre ellos a los más
importantes, y a la propia Mafia legendaria, claro.
Los dirigentes máximos de la DC y del PSI, –Giulio Andreotti, que
algunos años más tarde sería condenado por complicidad en un crimen de muerte
de la Mafia, y Arnaldo Forlani, de un lado, y Bettino Craxi, de otro– se
repartían las área de influencia de cada partido en ese sistema de corrupción
organizada, y coordinaban las operaciones al nivel más alto. Craxi llegaba
incluso a recibir maletines llenos de dinero en su propia oficina de trabajo, un poco
al estilo descarado de lo que se vio en Brasil al inicio del Mensalão, con los sobornos en Correos, pero al más alto nível del estado.
Luego de las elecciones, el fiscal Di Pietro informa públicamente la
detención de Chiesa. Inmediatamente, Craxi dice que el PSI no tiene nada que
ver con las prácticas corruptas, y el detenido, que se siente abandonado,
empieza a delatar abiertamente todo el esquema para poder librarse de la
cárcel. En una secuencia imprevisible, caen presos varios empresarios y diversos
políticos.
El escándalo sale de la órbita menor de Milán y se desparrama hacia
otras ciudades de la peninsula. Varios de los políticos delatados y presos, que
forman parte tanto del PSI como de la DC, amplían a su vez aun más las
delaciones, y por el mismo motivo de Chiesa, pues se sienten abandonados por su
partido.
El esquema escandaloso estalla en todos los medios de comunicación de
masas ya que, hasta entonces y desde hacía mucho tiempo, toda Italia sabía que
la corrupción crecía a sus anchas a lo largo de todo el mundo político; pero la
ley de silencio, típica de las mafias de todos los estilos, se había impuesto
sin fallar hasta ese momento.
A pesar de ello, en la nueva situación ya había indicios muy claros de que el muro
de silencio se estaba resquebrajando. Como consecuencia inmediata, ni Andreotti ni Craxi consiguieron en el congreso los votos necesarios para
lograr la presidencia del gobierno. Al mismo tiempo, también la unidad interna
de los partidos se estaba deshaciendo. Y dos nombres que aparentemente se
mantenían lejanos a la cadena de corrupción, como el demócrata cristiano Pier
Luigi Scalfaro y el socialista Giuliano Amato reemplazaron a sus jefes, tanto
en sus cargos en los respectivos partidos como en el gobierno.
En septiembre de 1992 ocurre el primer suicídio, cuando el socialista
Sergio Moroni se mata con un tiro, dejando una carta en la que se confiesa
culpable; y en los dos años siguientes habrá, por lo menos, otros treinta
suicidios.
También en ese período, paralelamente, se desatan unas campañas muy duras de
desprestigio en contra del fiscal Di Pietro. La opinión pública, sin embargo, se
pone abiertamente de su lado. Y en diciembre, el fiscal Di Pietro
procesa al primer ministro Bettino Craxi
Hasta acá, pocas diferencias relativas si se compara la operación Manos Limpias en la Italia de los
años 90 con nuestro Lava Jato en el Brasil de 2014 a 2016.
Allá como acá, cada día aparecen nuevos descubrimientos, delaciones,
revelaciones, detalles y cuentas que confirman que el dinero de la corrupción
no iba a parar solamente a los partidos sino también a algunos políticos y sus
operadores, o intermediarios financieros individualmente. No pocos entre ellos
amasaron extraordinarias fortunas ilegales. Y allá en Italia hace 20 años, como
acá hoy, esos patrimonios producto del robo al estado son devueltos a
los cajas fuertes del gobierno central.
Y en este punto es que tenemos que parar para pensar mejor y sacar
nuevas conclusiones: en Brasil, hasta ahora, solo se ha investigado a un único
partido, el PT, y a los aliados más próximos del gobierno federal. En Italia el
descabezamiento de las estructuras partidarias forjadas a lo largo de medio
siglo alcanzó a dos partidos aliados.
En Brasil, hasta hoy al menos
-25/03/2016- y a pesar de las diversas acusaciones alcanzando al PSDB, nada se
ha investigado entre los acusados que pertenecen a la oposición al gobierno
federal.
Y aquí es que viene el temor de gran parte de los políticos de la base
aliada rebelde al gobierno brasileño –el PMDB– y de la oposición del PSDB: que las
investigaciones del Lava Jato los alcancen. Algo que ya se nota en las crónicas de la Globo.
Pero volvamos a Italia: en abril de 1993, el gobierno –que continuaba
siendo de coalición entre los democratas cristianos y los socialistas– aprueba
un decreto que despenaliza las prácticas de corrupción. Los jueces –el fiscal
Di Pietro ya no está solo a esa altura, porque junto con él trabajan decenas de
magistrados en una operación que ya se conoce en Italia y fuera de ella como Mani
pulite (manos limpias)– se presentan desesperados a las redes de
televisión, y logran que Scalfaro, el presidente de la república, se niegue a
convalidar el decreto que sería exculpatorio.
La gente sale entonces masivamente a la calle, en Italia, para apoyar el Mani Pulite. Lo mismo ocurre hoy en Brasil con nuestra clase media, y mientras
tanto, la justicia sigue en su avance –en Italia, hace 20 años, procesando a
más de 2.500, entre políticos y empresarios– abriendo secretos de sumario para
los medios de comunicación, que incentiva e impulsa los apoyos de la hoy vasta
clase media brasileña a los jueces del Lava Jato, y en especial al controvertido Sergio Moro.
Pero sigamos comparando, porque en la Italia de 1994 cae el gobierno y
se convocan a nuevas elecciones. Y es en ese momento que aparece Berlusconi, el
mayor empresario de la península, que aunque lleva décadas corrompiendo a políticos, logra emergir ileso de la catástrofe, no sin que el fiscal Di Pietro haya
tratado de procesarlo en varias y diversas ocasiones.
Berlusconi, personaje aventurero y populista –comparable con un Collor
de antaño, o con el Trump de hoy en los EEUU– gana las elecciones,
inponiendo una nuestra estructura política de poder, de la que desaparecen
tanto la hasta entonces poderosísima Democracia Cristiana como el también
influyente Partido Socialista, que son borrados del mapa político.
Vamos a parar um instante y compararlo
todo con nuestro Brasil en crisis de 2016:
No hay dudas, para quién tiene más de
16 años de edad y alguna experiencia o preocupación y estudio de la política,
que hay un golpe en curso hoy en el país. Pero está claro que ese golpe no es
necesariamente igual a aquel al que le tienen miedo los gobernistas y la izquierda que defiende la democracia. Se trata de un
golpe más profundo y nocivo que la mera caída de Dilma y su eventual reemplazo por
Temer, o la caída de ambos y el llamado a nuevas y arriesgadísimas elecciones (para la oposición
tanto como para el gobierno).
Los blancos, aunque pueda parecer
paradójico, son dos: tanto la Presidencia de la República y el PT como opción
política de masas que se busca destruir ("fora Dilma e leva o PT")
y la propia Operação Lava Jato. Se trata
de un tablero de ajedrez bastante complejo.
Ciro Gomes dio una entrevista en el
programa Timeline, de la Gaúcha, en la que hizo
una exposición bastante precisa de lo que está ocurriendo con la crisis
política en Brasil, sobre todo en los gabinetes de la capital federal,
Brasília: muchos políticos, dice Ciro, están asustados con el curso de los acontecimientos,
y con la relativa autonomía del juez Sergio Moro. Y están interesados en parar la Lava Jato, y no son solo los políticos del PT, que hasta ahora son los únicos
afectados por las investigaciones. En las próximas fases, la Lava Jato va a acercarse
a los otros partidos, sobre todo al PMDB y el PSDB. Por eso la urgencia por
terminar cuanto antes las investigaciones.
Un acuerdo tratado muy discretamente
en las bambalinas del congresso diseña un cuadro en el que el vicepresidente
Michel Temer asumiría la presidencia en la forma de un mandato-tapón,
comprometiéndose a no participar en un proceso de reelección en los comicios
programados para 2018, en el que José Serra del PSDB sería su ministro de
economía, tratando de repetir el éxito obtenido 22 años atrás por el dúo
formado por el vicepresidente de Collor después del Impeachment, Itamar Franco,
y Fernando Henrique Cardozo en la Hacienda.
Para que todo este plan resulte, es
necesario que salga lo más rápido posible el Impeachment de Dilma. ¿Por qué?
porque el cambio tan esperado tiene que ocurrir antes que la operación Lava Jato llegue con su terremoto desvastador para las
reputaciones de decenas de líderes políticos de la actual oposición.
El juez Sergio Moro se equivocó feo al precipitarse a
divulgar las grabaciones de las llamadas telefónicas de Lula, y todavía más al
hacerlo con las que incluyen a la presidenta Dilma, sin haber realizado la
consulta previa al Supremo Tribunal Federal.
Esto le permitió al gobierno la
contraofensiva actual en la que se concentra en machacar con el tema de las grabaciones ilegales
para desmoralizar al juez Sergio Moro y reducirle el poder que se mostró letal
hasta ahora, tanto para el PT como para Dilma y Lula.
Si los caciques del PMDB y del PSDB
consiguieran sacar a Dilma de la presidencia con la velocidad que el presidente
de la cámara de diputados Cunha quiere darle al proceso de Impeachment,
seguramente van a detener todas las investigaciones del Lava Jato en nombre de la pacificação nacional.
Un último elemento a la hora de hacer comparaciones entre el Lava Jato y el terremoto que generó en Italia,
20 años atrás, el Tangentopoli es que este fue
posible gracias a que la clase empresarial italiana –en sus más altos niveles,
pero también en los bajos– ya no estaba dispuesta a soportar más el sistema de
corrupción que imperaba en el país. Esta salud moral no es lo que más se parece
con lo que se ve hoy en el médio empresarial ni en la clase media propietaria
brasileña, desde el médico que cobra sin pasar recibos hasta el panadero que
vende sin emitir facturas.
Javier Villanueva. São Paulo, 25 de marzo de 2016.
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