sexta-feira, 25 de março de 2016

Lava Jato. ¿La operación Manos Limpias en Brasil?




Operación Lava Jato
La operación Manos Limpias en Brasil

¿Podría tal vez el combate que los diferentes órganos judiciales brasileños están llevando a cabo contra la corrupción de la política terminar en algo parecido a como acabó la Operación Manos Limpias -o la Tangentopolis- italiana que hace más de 20 años demolió todo el sistema político que había tardado medio siglo en ser construido y para alcanzar el poder en la península? 
Como bien lo han notado ya los ideólogos de las clases dominantes brasileñas –notoriamente los medios de comunicación que más promueven y alientan a la Operación Lava Jato y a su figura central, el juez de Curitiba Sergio Moro–  entre una y otra situación hay bastantes coincidencias que son muy importantes. Y esas semejanzas asustan a los analistas de la derecha liberal que se agrupan atrás de la Rede Globo y la revista semanal Veja. También existen, claro, algunas diferencias relevantes que voy a tratar de describir acá. 
Recordar los hechos de la Manos Limpias en Italia y el contexto en que la vasta operación se produjo puede resultar útil para entender lo que podría estar pasando –realmente, de fondo y por detrás de los reflectores de la prensa–, o lo que llegaría a ocurrir si determinadas circunstancias se repitieran en el Brasil de hoy, en medio de la crisis desatada.
La operación Manos Limpias, Tangentopolis –que viene de la palabra  tangente, que es como se llama en Italia a la comisión que se paga a los políticos a cambio de sus favores ilícitos–  empezó de modo oficial en febrero de 1992, cuando Antonio Di Pietro, un fiscal del tribunal de Milán  hasta entonces desconocido, detuvo a Mario Chiesa, un dirigente de cierta importancia del Partido Socialista Italiano (PSI), justo cuando estaba guardando en su caja fuerte un sobre con un valor equivalente hoy a 8 mil Euros que acabara de entregarle Luca Magni, un empresario de Módena. 
Ese valor era lo que el pequeño empresario milanés le tenía que pagar periódicamente para obtener el permiso necesario para implantar un proyecto de construcción; esa sería la última de las muchas comisiones –la tangente– que Magni había estado pagando durante los últimos años.
Cansado de ser extorsionado y de pagar, el empresario denunció el chantaje a la justicia y se dispuso a conversar con Chiesa llevando un micrófono oculto para producir una detención in fraganti.   Chiesa, por tanto, fue sorprendido con las manos en la masa. El fiscal Di Pietro lo llevó a la cárcel, pero mantuvo el hecho oculto de la prensa hasta que, algunas semanas después, ocurrieron las elecciones generales en Italia.
Los comicios italianos en esa ocasión, y como ocurría desde hacía medio siglo, los ganaron los democrata-cristianos. El Partido Socialista, sin embargo, obtuvo los votos necesarios para que Bettino Craxi  –el líder do PSI de 1976 a 1993 que ocupó el cargo de primer ministro de Italia de 1983 a 1987 y fue el primer socialista, a hacerlo– pudiera seguir encabezando la coalición con ellos.
El bloque político DC-PSI dominaba todos los resortes del poder central en la península y representaba una clase política caduca, encerrada en sí misma, que a los ojos del pueblo aparecía como incapaz de cambiar. Pero seguía ganando las elecciones gracias a un sistema electoral concebido al final de la 2ª guerra mundial, en 1945, única y exclusivamente para que nadie, y en particular la izquierda comunista, pudieran reemplazarlos jamás en el ejercicio del poder parlamentario.
Además, la casta creada con el beneplácito de los generales de la intervención de los EEUU y el Vaticano durante la post-guerra estaba corrompida por el poder económico y las comisiones ilegales hasta el tuétano. 
La corrupción en Italia en aquellos años de 1990 ya era un mega-sistema  regulado hasta sus más mínimos detalles, que enredaba a miles de políticos del PSI y la Democracia Cristiana, y a buena parte de los empresarios del país, incluyendo entre ellos a los más importantes, y a la propia Mafia legendaria, claro.
Los dirigentes máximos de la DC y del PSI, –Giulio Andreotti, que algunos años más tarde sería condenado por complicidad en un crimen de muerte de la Mafia, y Arnaldo Forlani, de un lado, y Bettino Craxi, de otro– se repartían las área de influencia de cada partido en ese sistema de corrupción organizada, y coordinaban las operaciones al nivel más alto. Craxi llegaba incluso a recibir maletines llenos de dinero en su propia oficina de trabajo, un poco al estilo descarado de lo que se vio en Brasil al inicio del Mensalão, con los sobornos en Correos, pero al más alto nível del estado.
Luego de las elecciones, el fiscal Di Pietro informa públicamente la detención de Chiesa. Inmediatamente, Craxi dice que el PSI no tiene nada que ver con las prácticas corruptas, y  el detenido, que se siente abandonado, empieza a delatar abiertamente todo el esquema para poder librarse de la cárcel. En una secuencia imprevisible, caen presos varios empresarios y diversos políticos.
El escándalo sale de la órbita menor de Milán y se desparrama hacia otras ciudades de la peninsula. Varios de los políticos delatados y presos, que forman parte tanto del PSI como de la DC, amplían a su vez aun más las delaciones, y por el mismo motivo de Chiesa, pues se sienten abandonados por su partido.
El esquema escandaloso estalla en todos los medios de comunicación de masas ya que, hasta entonces y desde hacía mucho tiempo, toda Italia sabía que la corrupción crecía a sus anchas a lo largo de todo el mundo político; pero la ley de silencio, típica de las mafias de todos los estilos, se había impuesto sin fallar hasta ese momento.
A pesar de ello, en la nueva situación ya había indicios muy claros de que el muro de silencio se estaba resquebrajando. Como consecuencia inmediata, ni Andreotti ni Craxi consiguieron en el congreso los votos necesarios para lograr la presidencia del gobierno. Al mismo tiempo, también la unidad interna de los partidos se estaba deshaciendo. Y dos nombres que aparentemente se mantenían lejanos a la cadena de corrupción, como el demócrata cristiano Pier Luigi Scalfaro y el socialista Giuliano Amato reemplazaron a sus jefes, tanto en sus cargos en los respectivos partidos como en el gobierno.
En septiembre de 1992 ocurre el primer suicídio, cuando el socialista Sergio Moroni se mata con un tiro, dejando una carta en la que se confiesa culpable; y en los dos años siguientes habrá, por lo menos, otros treinta suicidios. 
También en ese período, paralelamente, se desatan unas campañas muy duras de desprestigio en contra del fiscal Di Pietro. La opinión pública, sin embargo, se pone abiertamente de su lado. Y en diciembre, el fiscal Di Pietro procesa al primer ministro Bettino Craxi
Hasta acá, pocas diferencias relativas si se compara la operación Manos Limpias en la Italia de los años 90 con nuestro Lava Jato en el Brasil de 2014 a 2016.
Allá como acá, cada día aparecen nuevos descubrimientos, delaciones, revelaciones, detalles y cuentas que confirman que el dinero de la corrupción no iba a parar solamente a los partidos sino también a algunos políticos y sus operadores, o intermediarios financieros individualmente. No pocos entre ellos amasaron extraordinarias fortunas ilegales. Y allá en Italia hace 20 años, como acá hoy, esos patrimonios producto del robo al estado son devueltos a los cajas fuertes del gobierno central.
Y en este punto es que tenemos que parar para pensar mejor y sacar nuevas conclusiones: en Brasil, hasta ahora, solo se ha investigado a un único partido, el PT, y a los aliados más próximos del gobierno federal. En Italia el descabezamiento de las estructuras partidarias forjadas a lo largo de medio siglo alcanzó a dos partidos aliados. 
En Brasil, hasta hoy al menos -25/03/2016- y a pesar de las diversas acusaciones alcanzando al PSDB, nada se ha investigado entre los acusados que pertenecen a la oposición al gobierno federal.
Y aquí es que viene el temor de gran parte de los políticos de la base aliada rebelde al gobierno brasileño –el PMDB– y de la oposición del PSDB: que las investigaciones del Lava Jato los alcancen. Algo que ya se nota en las crónicas de la Globo.
Pero volvamos a Italia: en abril de 1993, el gobierno –que continuaba siendo de coalición entre los democratas cristianos y los socialistas– aprueba un decreto que despenaliza las prácticas de corrupción. Los jueces –el fiscal Di Pietro ya no está solo a esa altura, porque junto con él trabajan decenas de magistrados en una operación que ya se conoce en Italia y fuera de ella como Mani pulite (manos limpias)– se presentan desesperados a las redes de televisión, y logran que Scalfaro, el presidente de la república, se niegue a convalidar el decreto que sería exculpatorio.
La gente sale entonces masivamente a la calle, en Italia, para apoyar el Mani Pulite. Lo mismo ocurre hoy en Brasil con nuestra clase media, y mientras tanto, la justicia sigue en su avance –en Italia, hace 20 años, procesando a más de 2.500, entre políticos y empresarios– abriendo secretos de sumario para los medios de comunicación, que incentiva e impulsa los apoyos de la hoy vasta clase media brasileña a los jueces del Lava Jato, y en especial al controvertido Sergio Moro.
Pero sigamos comparando, porque en la Italia de 1994 cae el gobierno y se convocan a nuevas elecciones. Y es en ese momento que aparece Berlusconi, el mayor empresario de la península, que aunque lleva décadas corrompiendo a políticos, logra emergir ileso de la catástrofe, no sin que el fiscal Di Pietro haya tratado de procesarlo en varias y diversas ocasiones.
Berlusconi, personaje aventurero y populista –comparable con un Collor de antaño, o con el Trump de hoy en los EEUU–  gana las elecciones, inponiendo una nuestra estructura política de poder, de la que desaparecen tanto la hasta entonces poderosísima Democracia Cristiana como el también influyente Partido Socialista, que son borrados del mapa político.
Vamos a parar um instante y compararlo todo con nuestro Brasil en crisis de 2016:

No hay dudas, para quién tiene más de 16 años de edad y alguna experiencia o preocupación y estudio de la política, que hay un golpe en curso hoy en el país. Pero está claro que ese golpe no es necesariamente igual a aquel al que le tienen miedo los gobernistas y la izquierda que defiende la democracia. Se trata de un golpe más profundo y nocivo que la mera caída de Dilma y su eventual reemplazo por Temer, o la caída de ambos y el llamado a nuevas y arriesgadísimas elecciones (para la oposición tanto como para el gobierno).

Los blancos, aunque pueda parecer paradójico, son dos: tanto la Presidencia de la República y el PT como opción política de masas que se busca destruir ("fora Dilma e leva o PT") y la propia Operação Lava Jato. Se trata de un tablero de ajedrez bastante complejo.

Ciro Gomes dio una entrevista en el programa Timeline, de la Gaúcha, en la que hizo una exposición bastante precisa de lo que está ocurriendo con la crisis política en Brasil, sobre todo en los gabinetes de la capital federal, Brasília: muchos políticos, dice Ciro, están asustados con el curso de los acontecimientos, y con la relativa autonomía del juez Sergio Moro. Y están interesados en parar la Lava Jato, y no son solo los políticos del PT, que hasta ahora son los únicos afectados por las investigaciones. En las próximas fases, la Lava Jato va a acercarse a los otros partidos, sobre todo al PMDB y el PSDB. Por eso la urgencia por terminar cuanto antes las investigaciones.

Un acuerdo tratado muy discretamente en las bambalinas del congresso diseña un cuadro en el que el vicepresidente Michel Temer asumiría la presidencia en la forma de un mandato-tapón, comprometiéndose a no participar en un proceso de reelección en los comicios programados para 2018, en el que José Serra del PSDB sería su ministro de economía, tratando de repetir el éxito obtenido 22 años atrás por el dúo formado por el vicepresidente de Collor después del Impeachment, Itamar Franco, y Fernando Henrique Cardozo en la Hacienda.

Para que todo este plan resulte, es necesario que salga lo más rápido posible el Impeachment de Dilma. ¿Por qué? porque el cambio tan esperado tiene que ocurrir antes que la operación Lava Jato llegue con su terremoto desvastador para las reputaciones de decenas de líderes políticos de la actual oposición.

El juez Sergio Moro se equivocó feo al precipitarse a divulgar las grabaciones de las llamadas telefónicas de Lula, y todavía más al hacerlo con las que incluyen a la presidenta Dilma, sin haber realizado la consulta previa al Supremo Tribunal Federal.
Esto le permitió al gobierno la contraofensiva actual en la que se concentra en machacar con el tema de las  grabaciones ilegales para desmoralizar al juez Sergio Moro y reducirle el poder que se mostró letal hasta ahora, tanto para el PT como para Dilma y Lula.

Si los caciques del PMDB y del PSDB consiguieran sacar a Dilma de la presidencia con la velocidad que el presidente de la cámara de diputados Cunha quiere darle al proceso de Impeachment, seguramente van a detener todas las investigaciones del Lava Jato en nombre de la pacificação nacional.


Un último elemento a la hora de hacer comparaciones entre el Lava Jato y el terremoto que generó en Italia, 20 años atrás, el Tangentopoli  es que este fue posible gracias a que la clase empresarial italiana –en sus más altos niveles, pero también en los bajos– ya no estaba dispuesta a soportar más el sistema de corrupción que imperaba en el país. Esta salud moral no es lo que más se parece con lo que se ve hoy en el médio empresarial ni en la clase media propietaria brasileña, desde el médico que cobra sin pasar recibos hasta el panadero que vende sin emitir facturas.
Javier Villanueva. São Paulo, 25 de marzo de 2016.

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