En 1543 entró
en la provincia de Santiago del Estero, Argentina, la primera expedición
española, comandada por el adelantado capitán Diego de Rojas. En esta
incursión, los conquistadores se enfrentaron con los aborígenes, ocurriendo la
muerte del capitán.
A medida que
fueron llegando más tropas españolas, hallaron tierras densamente pobladas por
grupos de procedencia, costumbres y lenguas distintas. Sin embargo los
confundieron entre sí y los llamaron genéricamente "Juríes".
El nombre viene de Xuri, voz quichua que
significa ñandú, nombre que les
dieron a los nativos que se vestían con un taparrabos de plumas de avestruz y
que se movían en verdaderas "bandadas". Por ello, los españoles
llamaron a la región "Los Juríes",
ignorando que los pueblos que la habitaban eran completamente distintos entre
sí. Los tres grupos más importantes eran los Diaguitas, los Lules y
los Tonocoté al cual pertenecían los
hoy extinguidos Matará.
La Cruz de
los indios Matará, dos veces regalada a dos Papas.
En abril de 1987 unos seminaristas santiagueños, —aprovechando
la visita a Córdoba, Argentina, del Papa Juan Pablo II— le entregaron al sumo
pontífice una réplica de una cruz, que en la época en la que fue realizada tuvo
una clara finalidad catequística y evangelizadora, y que sigue siendo
importante para recordar la historia del pueblo y del medio ambiente en el que el
repetido regalo surgió.
Desde mi punto de vista, a la historia la hacen los pueblos
y no apenas sus sectores dirigentes, o más “iluminados”; por eso prefiero
hablar sobre la comunidad indígena Matará, arraigada en la región del Salado y del Chaco Santiagueño, en una época en
que Santiago
del Estero era la capital del antiguo Tucumán. Ocupada originalmente por los Matará y después por los Villela y
varios otros grupos chaqueños, todos ellos con una cultura de hábitos
semisedentarios, se
consideraba a sus habitantes como parte del pueblo Tonocoté, y ocupaban las
costas del río Bermejo.
En 1584, una
partida de conquistadores españoles provenientes de la población cercana de
Talavera de Esteco secuestró a muchas familias indígenas y las trasladó a
orillas del río Salado, donde establecieron una encomienda, a la que llamaron, irónicamente Matará —que, además de ser el
nombre de la etnia original, significa “asesinará” —.
En 1585, este
centro esclavista pasó a depender de la población española de Concepción de
Buena Esperanza.
Entre 1592 y 1593,
los Matará fueron catequizados por los misioneros Francisco Solano —quien
recorrió la provincia de Santiago del Estero durante esos dos años— y Alonso
Barzana o Bárcena, quien puede haber sido el promotor de la realización de la
Cruz de Matará que data de 1594 y que fue hallada en la población de Matará en
1971.
En los dias de hoy, Matará es una
pequeña localidad de 1200 habitantes, ubicada en el departamento Juan
F. Ibarra de la provincia de Santiago del Estero, en el cruce de las
rutas provinciales 56 y 21, y a 6 km del río Salado.
La Cruz de
Matará, que
Macri le “re-regaló” al Papa Francisco —recordemos que ya había sido ofrecida a
Juan Pablo II tres décadas atrás— es la cruz más
antigua hallada en América.
Anualmente
se realiza una peregrinación en homenaje a ella pero, aparte de lo relacionado
con la cruz, lo más importante que se puede decir hoy de Matará es que en 2012 hubo
un terremoto con epicentro en la localidad de magnitud 6,4. La principal actividad
económica es la producción de leña y madera, y el pueblo originário Matará está
extinguido.
La Cruz
encontrada
En 1971 se
localizó la cruz en las proximidades del río Salado. Hay una tradición que dice
que los grupos indígenas que vivieron allí —los Matará— consideraban que la cruz tenía poderes sobrenaturales. Data del siglo
XVI, o sea, unos cien años después de la llegada de los españoles a América, y
está realizada en madera de mistol, original de la flora regional.
Como ya
dijimos antes, es la cruz más antigua conocida en América y fue encontrada justamente
en Matará, Santiago del Estero, que es la cuna de la evangelización argentina, según
explica reiteradamente la Fundación Gottau en su sitio oficial. Esa es la única
referencia y documentación sobre el regalo de los seminaristas cordobeses a
Juan Pablo II, repetido como obsequio a Francisco Iº por Macri en su corta visita
al Vaticano en la que el Papa evitó cualquier gesto de simpatia, alegria o
agrado por la presencia del nuevo presidente argentino.
La historia
de La Cruz de Matará
Un grupo de
misioneros llegó a la actual provincia de Santiago del Estero en el año 1554.
Allí vivía una tribu de indígenas Matará, que estaban asentados a la orilla del
río Salado. Cuenta la
Fundación Gottau que los misioneros aprendieron el idioma de los indígenas
para comunicarse mejor y empezar un rápido y exitoso proceso de evangelización.
Los jesuitas
y los aborígenes tallaron el Evangelio en la Cruz de Matará como testimonio de
la primera evangelización en América.
La cruz
original está hecha con un madero de mistol
de 47 centímetros y uno de 17, unidos por dos espigas. En su superficie
aparecen la imagen de Cristo, su crucifixión, el Vía Crucis y la Virgen María.
La Cruz de
los indios de Matará, que fueran esclavizados y catequizados en el siglo XV, es
considerada por los sectores más conservadores de la iglesia argentina como un
símbolo fuerte de la evangelización de la cultura aborígen. A juzgar por los
símbolos grabados, se supone que la cruz fue tallada alrededor del año 1594.
Y yo acá, cuestionando
siempre la conquista y colonización española y la catequización paralela
realizada por la iglesia, veo que en la parte inferior de la cruz se destaca
una “extraña figura vestida aparentemente con plumas”, que podría representar a
un cacique en actitud de súplica, con los brazos cruzados sobre el pecho. El
conjunto simboliza a un jefe tribal implorando a María Santísima su intercesión
“para salir del Purgatorio —representado por las cuatro
lenguas de fuego— y “la salvación de su alma a través del martirio de Cristo”.
Vale
recordar que el obispado castrense de Argentina —sí, la delegación de la iglesia
dentro del ejercito represor argentino— se
representa con la Cruz de Matará, de tal modo que toda la poca información que se
puede encontrar en Internet sobre los indios y su cruz, dos veces regalada al
Vaticano por el distraído Macri y sus asesores, la proporciona Monseñor Baseoto,
quien fuera obispo castrense y obispo de Añatuya, localidad más cercana al
antiguo pueblo, tristemente extinguido hoy, como ya fue dicho antes, de los
Matarás.
Para
terminar, digamos que en 1583 había cerca de 15.000 aborígenes en Santiago del
Estero y 270 mil en toda la antigua Gobernación del Tucumán.
Durante los
siglos XVII y XVIII los indios fueron “pacificados” y evangelizados
mediante reducciones o entregados en encomiendas.
La falta de controles y los abusos de los encomenderos fueron tantos que
derivaron en la explotación lisa y llana, y el exterminio de los indígenas de la región.
Durante el
siglo XIX e inicios del XX, las etnias locales fueron combatidas militarmente
por el ejército argentino y prácticamente exterminadas. Fue realizado mediante la
construcción de fortines de defensa contra los malones, la colonización de la llanura chaqueña sobre la margen oriental
del río Salado, el asentamiento de nuevas poblaciones de inmigrantes y la
llegada del ferrocarril.
Todo esto se asentó en las campañas militares para
combatir a los nativos —paralelas a la llamada "Conquista del Desierto" en que 800 mil km² fueron expropiados a los tehuelches, ranqueles y mapuches— y en el progresivo desmonte y destrucción de su hábitat
natural, el Gran Chaco.
Quién sabe el Papa Francisco, mejor informado e intencionado que los asesores de Macri conociera bien esta historia toda. Tal vez su mala cara durante la visita se debiera a la sangre nativa que manchó la cruz, dos veces regalada.
Javier
Villanueva. São Paulo, 2 de marzo de 2016.
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