quarta-feira, 13 de julho de 2011

Juan Gómez y Los catorce de la fama en la guerra de Arauco




capítulo treinta y dos

Ahora ya la línea de pensamiento de mi viejo en sus manuscritos de los “Laprida” abandonó casi por completo el recorrido histórico o el análisis político y social para meterse de cabeza en la ficción, en relatos cada vez más mágicos. O tal vez, y pensándolo mejor, lo que hace es romantizar un poco más la Historia, agregándole los valores universales del amor y de la entrega personal, con todos los matices mágicos e irreales de una pasión no correspondida:

São Paulo, 2 de enero de 1982


“A Victoriano le gustaban mis cuentos; pero nunca le hice saber que tal vez querría ser un escritor, ni lo dejé saber que quería largar la arquitectura; no me lo hubiera perdonado porque, en el fondo, el viejo era una especie de ingeniero frustrado, un maestro de grandes obras que podía proyectar las más fantásticas construcciones civiles, diques, carreteras, o hacer cálculos de peso, palancas, poleas, roldanas capaces de mover toneladas de tierra o piedras, y levantar una represa con el mínimo de gastos posible. Otro admirador familiar del viejo era Raúl, que era chico cuando el abuelo murió; Raúl, que es actor y director de teatro, lo admiraba tanto que, hasta el día de hoy, es capaz de crear personajes basados en la personalidad controvertida de Victoriano Unzaga.


Raúl, el hermano menor de Muñeca, llegó al sanatorio al caer la tarde; o por lo menos a mí me parecía que la habitación ya estaba casi a oscuras hacía tiempo, y sólo entraba la luz difusa y oblicua desde el corredor a mi derecha. Raquel y Graciela charlaban en voz baja, y la visita de mi primo las hizo ponerse más alegres, y de a poco empezaron a reírse como no las oía hacerlo desde hacía varias semanas.

––¿Conocen la historia de la guerra de Arauco, en los años de 1540 en Chile?–– les preguntó. Mis dos hermanas viven en la Patagonia, y conocen muchos chilenos que no podrían haber dejado de hablarles de sus hechos patrióticos, y la historia de la Araucana es algo que ellas debían conocer; pero no dijeron nada y se dispusieron a escuchar lo que Raúl les quería contar.


––Hace algunas noches vengo tratando de escribir este relato, después de haber leído “Inés, ¡alma mía!” de Isabel Allende, que compré el mes pasado en un viaje relámpago a Buenos Aires. ¡A ver si les gusta!–– dice mi primo.


La voz de Raúl se vuelve teatral cuando empieza a contarnos la gesta de Juan Gómez; al parecer, convencido por Graciela y el médico de la guardia nocturna, que dicen que yo no estoy muerto ni padezco de un coma profundo, ya se dio cuenta que puedo oir su relato, y me da la impresión de que está tratando de llegar muy al fondo de mi conciencia con cada frase de su historia de Juan Gómez:


“––¡No me voy a bañar todos los días como los salvajes!...¡no soy indio para meterme en el agua de los ríos y del mar, no!–– murmuraba en delirio Juan Gómez mientras, por ironías de la vida, yacía con su cuerpo semisumergido en las aguas pantanosas de una triste laguna al sur del Bío-Bío. Caía la noche y las heridas en las piernas y los brazos le ardían. Ni la fiebre, ni el dolor atroz provocado por las flechas y las chuzas, ni el frío del agua casi escarchada, ni el miedo a resbalarse hasta el fondo de la ciénaga que antes ya había engullido a algunos de sus camaradas, eran tan fuertes como el terror de estar solo y desarmado, a merced de los mapuche, organizados por Lautaro en disciplinados pelotones y batallones, vestidos con gruesas armaduras y cascos de cuero, montados encima de bien adiestrados caballos.

––El terror se le volvía pánico a Juan al notar que, a menos de diez metros de la laguna, y a medida que las sombras se pintaban de un negro azabache, más claro se oían los pasos lentos de la tropa de Lautaro, medidos con cautela, más parecidos a los de pumas en acecho que a los de hombres, buscando a los soldados españoles escapados de la masacre del fuerte–– cuenta Raúl.

La armadura, una coraza de hierro casi cruda, forjada por las manos y el fuego del fraile que después sería obispo de Santiago, le rayaba la piel, torturada por la fricción constante en las largas horas de batallas. Y es que la pobreza extrema de la conquista de Chile les había quitado hasta las últimas prendas de algodón o de lana, cosidas y remendadas decenas de veces. Y qué decir de las heridas en carne viva, expuestas ahora a las lodosas aguas del pantano.


––Don Pedro de Valdivia había ido hacia el sur con la tropa a combatir al cacique Michimalonco, dejando 55 españoles en Santiago, entre ellos el capitán Juan Gómez–– dice mi primo. En septiembre de 1541 la ciudad fue arrasada por los indios, que finalmente se retiraron al ver que sus caciques habían muerto. Inés de Suárez, sirvienta primero y después mujer de don Pedro de Valdivia, cortó la cabeza de los caciques y se las mostró a los indios que decidieron retirarse. La ciudad de Santiago fue siendo reconstruida muy de a poco.

––Tres pasos largos, muy lentos; luego un cuarto paso, a menos de doce metros, según podía calcular. Con la certeza de que el guerrero que se acercaba no lo había visto todavía, y sintiéndose protegido por las sombras de la noche sin luna ni estrellas, Juan estiró el brazo que le sobraba afuera del lodo y arrancó con sumo cuidado una paja larga, una tacuarita hueca, que se metió en la boca antes de esconder la cabeza atrás de unos yuyos ralos, y zambullirse hasta los ojos, dentro del barro–– sigue el relato.


Casi veinte horas antes, todavía en el fuerte Puren, el comandante Alonso Corona había comprendido que el alzamiento mapuche era de suma gravedad, y había pedido más refuerzos a Santiago. ––En los días tensos que precedieron a la tragedia, había llegado a Puren, viajando desde Concepción y con el peregrino propósito de enriquecerse buscando oro, don Juan Gómez de Almagro, y Corona le había ofrecido, sin más ni menos, el mando del fuerte–– teatraliza con gestos amplios y voz empostada, Raúl. 

Don Pedro de Valdivia siempre lo mandaba como adelantado al capitán Juan Gómez en las primeras corredurías que hacían hacia al sur de Santiago para ir allanando y calmando la tierra, cuenta Raúl. Era la Guerra de Arauco, la Araucania, que durante tres siglos enfrentó a los mapuche, dueños de la tierra, con los conquistadores españoles, y luego con los gobernantes chilenos. ––Juan Gómez fue el primero que derrotó a los indios y al cacique que asaltó el primer fuerte de Nabalquevi, a siete leguas de la ciudad de Santiago, atrayendo después a los indios del lugar a la servidumbre de los españoles, pasando con ello grandes penalidades y hambre por servir a Su Majestad–– dice mi primo.


Algunos días después de la llegada de Juan, se presentó un indio. En realidad, aunque parecía más un yanacona que un mapuche, era un nativo chileno; y además, uno de los tantos espías de Lautaro, como el mismo jefe mapuche lo había sido en casa de Valdivia. El indio, después de observar en detalle las defensas del fuerte, fue descubierto y capturado; con malicia les informó a los españoles, que creyeron que la confesión era fruto de la tortura, que el fuerte de Puren sería atacado.


––De hecho, la información se verificó, y culminó en un desenlace bélico fulminante, el 14 de diciembre de 1553. En ése dia, centenares de mapuches, que los españoles prefirieron imaginar más tarde que habían sido miles, se lanzaron sobre la plaza fuerte, y fueron rechazados por cargas de las tropas a caballo al mando de Gómez de Almagro–– continúa la historia.


Vuelven a la carga los españoles algunas horas después, obligándolos a huir a los mapuches en completo desorden. Pensando los conquistadores haber obtenido una contundente victoria, sin tardar y como era de rigor, se la comunicaron al jefe de la conquista de Chile, Valdivia. Este, que se encontraba en Quilacoya, de inmediato le ordenó a Gómez de Almagro que marchara para encontrarlo en Tucapel el 25 de diciembre, para reconstruir el fortín que había sido incendiado.


––Pero el genio militar de Lautaro ya había previsto otro final, fatal e irremediable, para Juan Gómez y su jefe. Al capturar a otro indio espía y después de aplicarle los tormentos de rigor, supo Juan Gómez que Puren sería nuevamente atacado por miles de guerreros de la nación mapuche–– dice Raúl. Le bastó a Juan mirar al horizonte hacia los cuatro puntos cardinales para ver, amenazantes, las grandes polvaredas que confirmaban lo que le decía el prisionero. Pero la orden dada por Valdivia desde Quilacoya debía ser cumplida; y Juan Gómez, después de dejar una guarnición de españoles no muy bien armados y un grupo de indios yanaconas, juntó el pequeno destacamento de 13 jinetes y marcharon hacia Tucapel. Ni bien llegaron se dieron cuenta de que habían viajado apenas para ser testigos de la derrota sufrida por sus compatriotas, en la cual fue muerto cruelmente el mismísimo conquistador de Chile, Pedro de Valdivia.


––Desolado por el tremendo dolor de la derrota, decidió Juan Gómez descansar en las ruinas del fuerte de Tucapel. Pero ni siquiera llegaron sus soldados a apearse, porque desde los cuatro vientos aparecieron sendos escuadrones de lanceros mapuches. La larga batalla fue desigual y desesperada, y duró hasta caer la noche. Por fin, las sombras les permitieron a Juan y sus 13 jinetes huir por milagro, y dirigirse de vuelta hacia Puren, pero murieron en el camino la gran mayoría de los soldados–– dice.


Al final, como lo han comprobado los largos años de Guerra del Arauco, la astucia mapuche y el genio militar de su jefe, Lautaro, eran la contraparte de la persistencia y el tesón de los conquistadores ibéricos. En esa batalla de equivalentes ingenios enfrentados, la que les tocó vivir entre Tucapel y Peruen, quién salió vencedor fue Juan al salvar la propia vida por un pelo, medio desnudo, semicongelado en las escarchas del pantano, y con una cañita de tacuara en la boca febril, para respirar mientras le encogía el cuerpo a las chuzas mapuches. Juan Gómez de Almagro, que es conocido como el godo que salvó su vida gracias a que los indios le perdieron el rastro después de matarle el caballo.


––En diciembre de 1553 después del combate en Purén, el capitán Juan Gómez recibió una carta de Pedro de Valdivia pidiéndole que se juntasen en el fuerte de Tucapel. El capitán Juan Gómez de Almagro salió con catorce jinetes (algunos dicen que eran trece y catorce con el jefe) hacia Tucapel para reunirse con el gobernador Valdivia, dejando al resto en el fuerte de Purén, a cargo de don Pedro de Avendaño. Al llegar a los llanos de Tucapel vio que el día anterior, el 25 de diciembre de 1553, los indios habían matado a don Pedro de Valdivia y a los cuarenta hombres que iban con él, en una emboscada armada por el indio Lautaro. A Juan Gómez lo pillaron de sorpresa al amanecer los mismos que habían matado al gobernador, agrandados por la victoria sobre Valdivia; eran muchos, y luchó con ellos en los llanos de Tucapel desde el amanecer hasta después de mediodía; viendo que no podían llegar al fuerte y que ya habían matado varios españoles, empezaron la retirada hacia Purén, a seis leguas con un camino pleno de cuestas, ciénagas con tierras movedizas, arroyos y sendas muy apretadas y riesgosas, y recorrieron todo el camino luchando contra los indios que los siguieron hasta la cuesta de Elicura, en el valle de los Mapuche, a una legua del fuerte de Tucapel–– cuenta Raúl .

––Son hostigados por flecheros desde las ramas de los grandes árboles a la vera del sendero, desde los flancos de la cordillera por honderos, mientras desde las alturas de las cuestas empinadas les largaban rocas enormes, poniendo la vida de los españoles en grave riesgo. Allí los indios cercaron y mataron seis españoles y sus caballos, que ya estaban muy cansados. Juan Gómez, mal herido, se defendía a pie, porque le habían matado el caballo también, hasta que cayó la tarde, se metió en los matorrales donde estuvo toda la noche, tratando de volver al fuerte de Purén. Y gracias a la valentía y ánimo del capitán en acaudillar a sus hombres, pudieron escaparse el resto de los soldados, en la gesta memorable digna y merecedora de una gran merced por parte de Su Majestad el Rey–– dice Raúl que leyó en los archivos de AGI, Justicia, Autos fiscales de Lima. Pleito de Juan Gómez de Almagro.


––Juan fue hallado en el campo, malherido y desnudo, y al ser llevado a Puren, en su dramático retorno pudo llegar a ver a decenas de mujeres, ancianos y niños de la nación mapuche que aún movían gajos y refregaban gozosamente ramas contra el suelo, levantando una gran polvareda. ¡Los mapuches habían logrado engañar a los españoles, llevándolos a pensar con un simple ardid, que aquella nube de polvo era producida por los míticos 30 mil guerreros que asaltarían el fuerte de Puren para la Navidad! El truco ingenioso de los indios les impidió a los conquistadores auxiliar al jefe Pedro de Valdivia que luchaba solitario en Tucapel–– cuenta Raúl. ––Juan salvó su vida pero no pudo ayudar al jefe; aunque su proeza lo puso en la historia, junto con sus soldados muertos, “Los 14 de la Fama”–– completó Raúl su relato, y Graciela y Raquel lo festejaron con ruidosos aplausos, hasta que llegó el médico de guardia y les pidió que no hicieran tanto ruido.

La tarde ya cierra en la ventana del sanatorio del Paseo Sobremonte en Córdoba, y pronto el cielo oscuro de nubes descarga una terrible tormenta eléctrica de lluvias torrenciales, y los vientos sacuden violentamente los gigantescos robles; y yo sigo en coma, con fiebre, delirando e imaginando que ruge el viento en la floresta al sur de Chile, en medio de los riachos, lo que permite a los españoles reagruparse brevemente y llevar al jefe Juan Gómez, mal herido, bajo un arbol de amplia copa.

Leia mais em "Crónicas de Utopías y Amores, de Demonios y Héroes de la Patria" (JV, 2006)

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