sexta-feira, 29 de julho de 2011

La guerra del guano y del salitre



En 1856 las disputas por las grandes reservas de guano de pájaro de las islas peruanas del Pacífico estuvieron a punto de desatar una guerra. En las Islas Lobos, toneladas de excrementos, utilizado por los agricultores como fertilizante, hizo que el Congreso de los EEUU, temiendo que Perú pudiera controlar los precios, aprobara una ley por la cual sus ciudadanos podían ocupar cualquier isla o islote rocoso del Pacífico que contuviera reservas de guano.

La consecuencia inmediata fue un gran despliegue de barcos de guerra en toda la zona, y una gran cantidad de islas de un total de 4000 en todo el Pacífico, fueron ocupadas por aventureros descubridores norteamericanos. A tal punto que los improvisados empresarios empezaron a importar mano de obra china para recoger el guano de las rocas. Miles de chinos trabajaban semidesnudos en las islas, sin recibir ningún sueldo y sin que se les diera permiso para pasar a tierra firme.

En el triángulo formado entre Bolivia, Perú y Chile, tres especies de aves –la guanay, el piquero y el pelícano- defecaban en la costa del Pacífico por aquel entonces boliviano y peruano. Ese guano, un poderoso fertilizante, formaba verdaderos montes de hasta 30 metros de alto. Chile no tardó en poner los ojos en esa riqueza natural por la facilidad con que se volvía en dinero vivo en el mercado externo.

Aunque su Constitución determinaba que el territorio chileno llegaba hasta el desierto de Atacama, por medio de una ley de 1842, Chile se declaró propietario de "las guaneras de Coquimbo, del desierto de Atacama y de las islas adyacentes".

El presidente boliviano Ballivián envió una misión diplomática a Chile para pedir la derogación de la ley, pero no consiguió nada. En 1863, las fuerzas navales chilenas tomaron posesión de Mejillones para imponer la propiedad que les permitía la ley mencionada. Enseguida, el 5 de junio de 1863, el Congreso boliviano, deliberando en Oruro, autorizó al Ejecutivo a declarar la guerra a Chile si no consiguiera el desalojo por vía de la diplomacia. Aprobó también dos disposiciones secretas, una para crear un acuerdo con Perú, a cambio del guano de Mejillones; y otra para nuevos pactos con potencias amigas.

Perú dudó en apoyar a Bolivia, mientras que Gran Bretaña, a la que Bolivia pidió un préstamo, ofreció mucho menos dinero del que el país esperaba. Lo único que restaba era lograr un acuerdo pacífico con Chile.

España, como si los problemas de la región fueran pocos, inconforme con la pérdida de sus antiguas colonias, declaró guerra a Perú y a Chile. Para Chile, el apoyo boliviano hubiera sido vital porque las fuerzas ibéricas se aprovisionaban en el puerto boliviano de Cobija, lo que ponía en posición de gran fragilidad a Chile.

Pero ocurrió que los giros políticos en Bolivia en 1864 cambiaron el curso de la historia. Mariano Melgarejo -que derrocó a José María Achá- envió tropas de apoyo a Chile y derogó la ley anterior que le declaraba la guerra. Los españoles tuvieron que irse y Melgarejo, con una oportunidad fabulosa para definir, del modo más favorable, los límites con Chile, no supo aprovechar la ocasión. Chile le ofreció el grado de general de su Ejército y una propuesta de declaración de guerra al Perú quitarle Tarapacá, Tacna y Arica, dejándole a Bolivia los dos últimos territorios.

Bolivia no lo aceptó y en 1866 firmó un tratado de límites con Chile que dividía el Litoral en dos en el paralelo 24, una parte para Bolivia y otra para Chile. Además, las riquezas de Mejillones y Caracoles, entre los paralelos 23 y 24 -donde luego se descubrirían ricos yacimientos de plata- se compartirían entre ambas naciones.

El presidente de Bolivia, Morales, sucesor de Melgarejo, intentó recuperar lo perdido, pero no lo logró. Chile, negociaba pero, al mismo tiempo, ayudaba al general boliviano Quintín Quevedo, a tratar de derrocar a Morales. Ayudado por Chile, desembarcó en Antofagasta para iniciar un golpe pero no pudo avanzar y terminó refugiándose en un blindado chileno. El incidente generó nuevas protestas y amenazas entre Chile y Bolivia. Morales, apoyado por Perú cuando derrocó a Melgarejo, hizo una alianza de defensa con el antiguo aliado del norte, que esta vez sí aceptó la unión por el temor de que Bolivia se uniera a Chile en su contra.

Si bien Perú y Bolivia firmaron un pacto, no llegaron a armarse, y el Congreso boliviano rechazó el pedido del Ejecutivo para comprar dos buques blindados para defender las costas. Con ello, la guerra de 1879 halló a Bolivia desarmada.

Chile, al conocer el acuerdo, firmó en 1874, un nuevo tratado de límites con Bolivia, por el que se mantenía la frontera en el paralelo 24, y la medianería entre los paralelos 23 y 24, estableciendo que Bolivia no cobraría impuestos por la explotación de minerales durante 25 años ni aumentaría los impuestos de los inversores chilenos.

A las viejas riquezas de la discordia -el guano y los minerales- se agregó el salitre, también fertilizante poderoso, para completar el trío de las codicias de la época. Una febril actividad de los ingleses surgió en el desierto alrededor del salitre. La compañía anglo-chilena de salitres y del ferrocarril de Antofagasta se volvió dueña y señora de la enorme región.

Los intereses ingleses se mezclaron con la política chilena. Tanto, que los británicos empujaban a Chile a apropiarse de Antofagasta y los territorios cercanos. La política criolla y el capitalismo imperial europeo terminaron en la Guerra del Pacífico en el año 1879.

Pero volviendo dos años para tras, en mayo de 1877, las todavía bolivianas Antofagasta, Cobija, Mejillones y Tocopilla fueron abatidas por un terremoto. Casi un año más tarde, y tras comprobar la magnitud del desastre, en febrero de 1878, Bolivia aprobó una ley que establecía que la empresas salitreras deberían pagar 10 centavos por cada quintal explotado, destinado a la recuperación arrasada por el sismo.

Las salitreras, que tenían entre sus accionistas a los ministros chilenos de Relaciones Exteriores, Alejandro Fierro, de Guerra, Cornelio Saavedra, de Justicia, Julio Segers, al comandante del Ejército, Rafael Sotomayor, al ex ministro de Guerra, Francisco J. Vergara y al banquero Agustín Edwards se negó a pagar el impuesto y el gobierno chileno asumió su defensa porque “ violaba el tratado de fronteras de 1874”.

Otro conflicto también vinculado a los impuestos, agrió un poco más las relaciones. La municipalidad de Antofagasta decretó que los propietarios de inmuebles -entre ellos las salitreras- pagaran un impuesto para la iluminación pública. Las salitreras nuevamente se negaron a hacerlo alegando otra vez la violación del tratado de límites. La Junta Municipal dispuso apresar al gerente de la salitrera, Hicks, que se había refugiado en el consulado chileno, pero finalmente terminó pagando la deuda. Aún así, pidió ayuda militar a Chile, que llegó rápidamente con tres buques blindados a Antofagasta.

El 14 de febrero de 1879, que había sido señalado como el día para el remate de los bienes de la salitrera, amaneció con el Blanco Encalada, el blindado chileno, en la costa de Antofagasta. La guerra, en la que Perú y Bolivia perderían sus tierras en el litoral del Pacífico, estaba empezando.

Veja e leia mais em “La Guerra del Salitre”, de 13 de maio de 2011, em:
http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com/2011/05/la-guerra-del-salitre.html

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