terça-feira, 29 de outubro de 2013

El derecho al delirio literario.



-Hola. Te llamé ayer porque quería que me trajeras un libro de tu viaje- me dijo Daniel. Pero yo no estaba viajando. En realidad la de Daniel fue la primera voz que escuché, nítidamente, aquel año. Daniel es un tipo inteligentísimo: estudió filosofía y psicología al mismo tiempo, y se recibió en las dos materias, casi en la misma época y en el plazo justo para cada disciplina. No se conformó con la doble titulación y se metió de cabeza en medicina, para especializarse en psiquiatría en menos de cinco años. 

Pero había un problema: agobiado con los estudios, empezó a usar marihuana; convencido de que la droga era apenas un remedio que lo ayudaba a relajarse de tantas tensiones, adhirió con entusiasmo a las teorías en boga sobre la liberación total de las drogas; se entusiasmó con los avances de la ciencia en el sistema de liberación controlada con bupivacaína racémica en el bloqueo del nervio ciático en ratones y otros descubrimientos, que lo dejaban muy exitado. 

Ocurre que, además de la alucinante capacidad de Daniel para el estudio y el raciocinio lógico y científico, había un invitado de piedra que el mismo Daniel desconocía, y que solo se le presentó, en su plenitud, a los 19 años, en plena carrera de estudiante brillante: el disturbio de humor, más conocido hoy como bipolaridad. Y -sumados al uso excesivo del cannabis y al inicio de una adicción compulsiva al alcohol- los brotes de momentos de manía elevada, o de profunda depresión lo llevaron en pocos meses a un estado físico y mental deplorable.

Sí, la de Daniel fue la primera voz que escuché en esos días, en los que el joven estudiante, trastornado por el exceso de estudio y sus disturbios de humor, me llamaba cada tres o cuatro días para contarme sus cuitas. Pero hubo también otros llamados de un par de voces más. Solo que la de Daniel fue la única de tipo telepática durante meses.

Debo decir, para que ninguno de mis lectores piense que estoy alucinando, que nunca creí que esa comunicación a distancia - directamente de mi joven amigo estudiante hacia mi mente- existiera de verdad.
Y para comprobarlo, cuento que en dos o tres ocasiones agendé unos encuentros con Daniel, en lugares públicos -un café y dos pizerías de Caballito, cerca de donde vivo- y siempre con la presencia de mi amiga Vivi a pocas mesas de distancia, para servirme de testigo. Mi amigo no fue. Cuando lo cuestioné sobre sus ausencias al vivo siempre -las tres veces- me contestó lo mismo: "-Si me presentase por fuera de nuestra comunicación telepática habitual, la romperíamos. Sigamos así nomás, que así estamos bien". Juro que no me convencía.

Pero pese a su negativa a aparecer en público, al vivo y en directo -luego supe por medio de su padre que Daniel estaba internado con un brote esquizofrénico- nunca faltaron los contactos mentales e incluso los mensajes por medio del facebook y por e-mail.

Y fue en uno de sus mensajes y posts en facebook que apareció Elena, amiga antigua que conocí en Nicaragua, en mi viaje de 1979. Nunca entendí muy bien cómo fue que Elena terminó siendo amiga de Daniel en facebook, ya que el joven estudiante bien que podría ser un hijo muy joven tanto mío como de mi amiga.
A partir de ese extraño contacto electrónico, moderno y confiable -aunque ni yo ni la mayoría de los usuarios conozcamos ni entendamos sus mecanismos íntimos- empezó también Elena a sumarse a la conexión telepática, mecánica esa sí, que yo iba comprendiendo cada vez más y mejor en mis charla al vivo con Yuyo.

Con mi viejo amigo Yuyo fuimos compañeros de luchas entre treinta y cuarenta años atrás, y la nueva relación de paciente y psicólogo a veces me molestaba. Sobre todo porque yo había leído toda su obra científica: "Parte de guerra" primero, y "La Telépata" después, aparte de sus numerosos artículos y tesis, y tenía una enorme confianza en sus opiniones, pero sobre todo en su praxis. No nos olvidemos que quien bebió en las fuentes del materialismo dialéctico puede renegar después de parte de sus postulados científicos, pero aunque lo niegue, siempre tendrá una tendencia a echar mano a sus primeras y más sólidas convicciones.

Yuyo, en su psicoterapia, fue mostrándome que un objeto irreal -una voz, por ejemplo- que es percibido como real, es un delirio, una alucinación. Pero yo le contestaba diciéndole que, si yo lo reconozco como no real, o por lo menos desconfío profundamente de esa percepción, entonces no es delirio. Y eso, aunque yo tenga la íntima convicción que esas imágenes, o sonidos en mi caso- no están al alcance de mis sentidos, las voces siguen allí, puntuales, dos o tres veces por semana. Y los e-mails?

Yo le contesté a Elena varios de sus mensajes electrónicos y llegamos a agendar un encuentro. Esta vez no se lo mencioné a Daniel, porque aparte de que seguramente faltaría a la cita otra vez, era capaz de convencerla a Elena para no ir. Elena fue a las citas -fueron dos encuentros- e incluso hablamos de las voces que yo escuchaba por medios telepáticos. O sea, hablamos del contenido de esas conversaciones, no del medio en sí, no de la telepatía o alucinación. Y en cada tema, en cada contenido recordado, ella dio claras muestras de seguirme el hilo, de no haber perdido el hilvanamiento de nuestras charlas mentales.

Llegué a notar, en uno de estos encuentros reales, al vivo con Elena, que ella articulaba suavemente, pero lo suficientemente claro como para que lo notase en sus labios, cada una de las palabras que yo iba a pronunciar, fracciones de segundos antes de mí, contándole nuestras charlas telepáticas. Claro que, repito, nunca le dije que nuestra conversación real seguía de cerca -o lo antecedía- al mundo paralelo de nuestros encuentros a distancia, por medio de voces que a veces se entrecruzaban con las de Daniel y otras no. Puede Haber sido algo sobreentendido, no dicho, pero sí claramente compartido con Elena.

Lo que más me intrigó durante el largo período de mi tratamiento con Yuyo es que, a veces -también él, que era mi analista- murmuraba medio segundo antes las palabras que yo iría a pronunciar enseguida. Tanto fue así que empecé a crear un juego -infantil, lo reconozco- para tratar de pescarlo en la confabulación de Elena y Daniel. Varias veces amagué con decir una palabra y pronuncié otra. No era difícil, porque siempre fui bueno con los sinónimos y los antónimos. Por ejemplo, si yo fuera a decir "la conversación fue inútil", lo pensaba primero y enseguida decía: "la charla fue innecesaria".

Y así fue que lo agarré a mi amigo y terapeuta Yuyo en una serie de situaciones en las que él también esbozaba en sus labios las palabras que yo había pensado primero, para luego, casi de inmediato, decidirse por las segundas, las sinônimas, o a veces incluso antónimas, por las que yo había optado después.
Esto no disminuyó en absoluto mi confianza hacia el terapeuta y antiguo camarada. Al contrario, pense que, en vez de tratarse de una confabulación con Daniel y Elena, Yuyo debería estar aprendiendo las armas y tácticas de guerra psicológica de mis dos amigos, para ayudarme mejor, claro.

Continuará,

Javier Villanueva, São Paulo, 29 de octubre de 2013. Basado en hechos reales e irreales.

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