Más de seis décadas después de la capitulación del Tercer Reich, que ocurrió el
8 de mayo de 1945, el Hotel Edén de La Falda, en Córdoba, todavía espera hoy –a la fecha de estos apuntes, mayo
de 2006- una solución milagrosa que lo saque del estado fantasmagórico en que
se halla.
En ruinas desde hace décadas, y casi a un punto del derrumbe,
sus viejas paredes mal empapeladas esconden el secreto de lo que podría ser –o
haber sido- el epílogo de la corta gloria del imperio criminal de los nacional-socialistas alemanes; o peor aun, el prólogo a la historia negra de los nazis refugiados en la
Argentina, protegidos por el primer gobierno peronista.
Walter Eichhorn y su esposa, Ida, que eran los dueños del
hotel durante la 2ª guerra, habían sido amigos personales de Adolf Hitler y
algunos de los oficiales de su estado mayor, y por eso, el 17 de setiembre de 1945 el
FBI llamaba la atención del gobierno de los EEUU sobre la pareja y su hotel: “Si
el Führer tuviera problemas en algún momento, él podría encontrar un refugio seguro
en La Falda, donde ya han hecho todos los preparativos necesarios".
El documento tiene fecha de cuatro meses y una semana
después del suicidio de Hitler en el búnker de la Cancillería, en Berlín, y es
parte de una investigación del FBI sobre la supuesta fuga del jefe nazi hacia Argentina,
una hipótesis que no es necesariamente disparatada.
Dieciocho meses en estado de coma, preso en una cama de hospital en Córdoba, me dieron condiciones suficientes para empezar a armar el rompecabeza del hotel. Por desgracia, la salida del coma me mezcló todo lo que había juntado en mi memoria, y todavía hoy, siete años después del acontecimiento, no logro rearmar las ideas a las que había llegado en mi larga convalescencia.
Capítulo veinticuatro
Las Invasiones Inglesas, El Graf Spee, y los amores imposibles
“Pablo llegó ayer de la Patagonia para
encontrarse con Graciela y hacer unos trámites en la universidad; viene a verme
y se queda impresionado con mi buen estado general; mi sobrino es médico y su comentario
me deja un poco más tranquilo:
—Se lo ve
mejor que a otros pacientes en coma de los muchos que he visto— dice. —Además, parece
que hubiera rejuvenecido, como si estuviera descansando, sin sufrimientos o
dolores físicos o espirituales, ¿no te parece?—. Mi sobrino llegó
en los días del festejo de 200 años de la tentativa inglesa de tomar el territorio
que hoy es argentino. Oír el tema de las invasiones es como un gatillo que me
dispara la memoria; y de recuerdo en recuerdo, me voy durmiendo y soñando:
—El ejército y
la armada ingleses invadieron Buenos Aires en 1806, y en 1807— declaraba cada año, ceremoniosa, la
directora de la Escuela N º
2, “República de Méjico”, de la ciudad bonaerense de San Martín, en el acto de la Reconquista de la
ciudad. —Y con ello,
queriéndolo o no, Inglaterra ayudó a apurar la independecia del más joven
virreinato americano de España, el Río de la Plata — completaba su discurso la docente.
—La
flota inglesa partió hacia el Plata con 1.600 soldados de desembarco,
comandados por William Beresford, un militar que había luchado en la batalla de
Bailén contra Napoleón, igual que San Martín. Al llegar a Montevideo, en junio
de 1806, y ver los muros fortificados que protegían la ciudad, el Comodoro
Popham optó por copar Buenos Aires, que tenía entonces unos 50 mil habitantes— nos dicta, con voz pausada, silabeada
y melodiosa, para que nosotros lo copiemos en nuestros cuadernos Lancero, de
tapa azul, la maestra del 5º grado “B”, señorita Malena Gonzaga.
—El
25 de junio de 1806, los ingleses desembarcaron cerca de Buenos Aires, en el
pueblo de Quilmes, próximo a donde 200 años antes, la nación india que le dio el
nombre –Kilmes– había llegado a pie desde Catamarca, castigada con el destierro
por su rebeldía contra los españoles. El Marqués de Sobremonte, Virrey del Río
de la Plata , al
saber de la invasión huyó hacia Córdoba con las arcas del Tesoro— recita mi compañero Flores, activista
de la Comisión Interna de los metalúrgicos de Córdoba, en el acto patrio que el
gremio organizó para los hijos de los obreros que están en la olla popular del
Smata y el Sitrac-Sitram, días antes del Viborazo.
—Los patriotas
defendieron la ciudad, rechazaron a los invasores, fusilaron al marqués y se pusieron
a pensar en serio en separarse de España y crear una Patria de los criollos— declama Julián, hijo del coronel
Gutiérrez, en la obra de teatro que las esposas de los oficiales con mando de
tropa del Operativo Independencia organizaron para despedirlos de sus familias
antes que marchen hacia Tucuman, decididos a cercar y aniquilar la guerrilla socialista
del ERP.
—Pero si pocos
desconocen estos hechos históricos, más son los que ignoran que los ingleses, vencidos
por los criollos en dos tentativas de invasión, dejaron en Buenos Aires decenas
de jóvenes prisioneros, muchos oficiales, rubios, altos, extremamente
atractivos para las niñas criollas, en cuyas fincas y estancias fueron
internados— les cuenta el Gringo Juarez a sus
hijos, que estudian con un grupo de argentinos y chilenos, exiliados en
Higienópolis, cerca del centro de São Paulo, donde la Curia Metropolitana les
presta auxilio.
—Diversas
pasiones nacieron, amores incomprendidos y frustrados algunos, aunque muchos
otros terminaron en exitosos matrimonios, gestando estirpes mestizas, en las
que la vertiente criolla, a través de las niñas enamoradas, aportaba el poder
agrícola y ganadero y la fuerza política de la aristocracia pampeana. Mientras
el recién llegado, preso por haber participado en la frustrada tentativa de
invasión inglesa, ponía su gallardía albiónica, sus ardientes deseos de
progreso, de rápido enriquecimiento, y de un seguro acceso a las dulzuras del
poder en las extensas pampas subtropicales— preparaba su clase del día siguiente
la señorita Cristina Pacheco, mi maestra del 5º grado en la Escuela Nº 2.
—En los
municipios del sur del Gran Buenos Aires, en varios parajes cerca de la zona del
primer desembarco británico de 1806, un grupo de familias proviene de los
prisioneros, capturados durante las invasiones, y que decidieron no volver a
Inglaterra y quedarse en el país. Los fundadores de la familia Bartlon, por
ejemplo, habían llegado con las tropas invasoras; compraron tierras en 1815, en
las que plantaron ciruelas y damascos.
Otros prisioneros ingleses, luego de ser liberados, se dedicaron al comercio, afincándose en los
alrededores de Buenos Aires, donde se casaron con mujeres de tradicionales familias
criollas. Así, por ejemplo, Jorge Bartlon se casó con Federica Etchague y se
radicaron en los campos de Quilmes— cuenta el coronel Hugo Bezerra, jefe de los oficiales del III Cuerpo de
Ejército, con sede en Córdoba, que se disponen a invadir a cualquier momento Santiago
de Chile a las órdenes del general Luciano Benjamin Menéndez, en 1978.
—La hija de
Jorge Bartlon fundó en Rivadavia una escuelita rural, mientras que la familia
de los Kidd-Robertson se estableció en San Vicente, y doña Eufemia Kidd, casada
con Mr. Wilde, tuvo nietos y bisnietos que se radicaron en Burzaco, como los
Smith. Uno de los Robertson, viajero y comerciante, llegó hasta el Paraguay en
sus andanzas, e incluso lo conoció a Artigas en su paso por Corrientes— relata la directora del curso para
los hijos de exiliados políticos uruguayos y argentinos, que el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados mantiene en Campinas, a cien
km de São Paulo.
—No hay que
olvidarse de la familia de los Loraylson, que empiezan a ser propietarios rurales
en 1824, también en la actual localidad bonaerense de Burzaco— completa Victoriano la lectura de la
larga lista de apellidos de los ingleses que se afincaron, después de que hubieron
sido derrotados y aprisionados por los criollos en la Reconquista de Buenos
Aires, en 1806.
—Pero si muy
poca gente, fuera de Uruguay o Argentina, conoce esta gesta de principios del
siglo XIX, menos son los que han oído hablar de otro hecho bastante original en
las muchas guerras de la vieja Argentina— agrega teatralmente Raúl, que llega
al sanatorio y entra a mi habitación en el mismo instante en que mi hermana
termina su lectura.
—Me refiero,
claro, a aquella gesta que cuenta otra batalla de los ingleses en el Plata,
pero esta vez en pleno siglo XX, y no contra argentinos, sino contra los marinos
alemanes que luchaban a las órdenes del Alto Mando de Hitler— lee desde lo alto de su púlpito el
párroco castrense, Rdo. Domingo Sabio, capellán militar de Campo de Mayo, un poco
antes de bendecirles las armas a los
oficiales que se preparan para tenderles la emboscada mortal y definitiva a los
guerrilleros del ERP que van a tratar, pocas horas más tarde, de tomar el
cuartel Viejo Bueno, de Monte Chingolo, en diciembre de 1975.
—El Graf Spee
era un minúsculo acorazado alemán que, allá por los años de 1939, se dedicó a
hacerles la vida un infierno a las flotas aliadas que patrullaban las aguas del
sur, antes y durante la 2ª guerra, atacando incluso a las naves brasileñas,
cuyo gobierno no se definía de qué lado del conflico estaba— gesticula, se expande en amplios gestos y cuenta,
Raúl. —Fue
perseguido y acorralado por los ingleses después de la batalla del Río de la
Plata en aguas uruguayas, país que tampoco quería entrar en la guerra,
manteniéndose totalmente neutral. Por obra de la presión de los aliados EEUU y
Gran Bretaña, Uruguay se negaba a autorizar los arreglos que el acorazado tenía
que realizar en Montevideo después del combate; las reparaciones llevarían unas
dos semanas según calculaba el capitán alemán; mientras, por otro lado, se
sucedían las presiones de la embajada del gobierno de Hitler para que se le
permitiera una tregua, para hacer lo que era necesario— les dicta, pausado y monocorde, el
profesor Von Dietrich a sus alumnos, gremialistas peronistas que participan en el
curso de dirigentes de la UOCRA, que están becados en la escuela de la AFL-CIO
de los EEUU.
—Reparado
el Graf Spee, por fin, pudieron huir en rápida fuga hacia aguas fluviales en las
que suponían que estarían a salvo, o al menos más protegidos, ya en territorio de
Argentina, país también neutral como Uruguay, pero con gobernantes sabidamente
más favorables a los hombres de Hitler. No nos olvidemos que quién dirigía los
destinos del país era en aquel entonces el G.O.U., grupo militar simpatizante
de Mussolini y del Eje, el mismo que, algunos años más tarde, y tras un nuevo cuartelazo,
terminaría controlado por el ambicioso coronel Juan Perón–– declama, entusiasmado con la atenta compenetración
de su audiencia familiar, mi primo Raúl.
––Luego
de ser recogidos de las aguas frías del Plata por barcos de la prefectura naval
argentina, el grueso de los marineros y oficiales alemanes fue llevado, muy pronto
y en sigilo, a un pueblito serrano de Córdoba. Muchos otros de ellos fueron concentrados
en diversas fincas en las sierras de la provincia mediterránea, la mayoría en
Villa General Belgrano, y algunos otros en el Valle de Punilla, La Cumbre y La Falda, ubicadas en la misma provincia, más de 740 km al norte de Buenos Aires–– les informa a su grupo de caza nazis el
delegado de Simón Wiesenthal, que viajó a Buenos Aires para coordinar la
búsqueda del prófugo Menguele, al que el Mosad supone protegido por la Policía
Federal, que lo ha provisto incluso de una nueva identidad.
—¿Esto
significa acaso que los que viven en nuestra querida Villa General Belgrano son
todos nazis, aunque se hayan integrado en la vida de la comunidad, trabajando y
conviviendo con las personas que ya estaban radicadas en el local?–– les preguntaba, desolado, el intendente de
la pequeña población serrana a los trabajadores de la prensa.
—Bueno, en los
años 20 y 30 ya había planes de los nazis alemanes para separar la Patagonia y
crear una nación pro germánica; y luego de la caída de Hitler, muchos huyeron a
Argentina, sobre todo a las sierras de Córdoba y hasta más al sur de Bariloche,
en la zona andina de lagos como el Nahuel Huapi, en donde descubrieron al ex-oficial
de las SS, Erich Priebke, que fue extraditado en 1995 para Itália, juzgado y
condenado por la matanza de las Fosas Ardeatinas, en Roma, al final de la 2ª
Guerra— comenta el
profesor Humberto Unzaga, exiliado político de los años 70, que se radicó en el
estado de Ceará, en Brasil, y ahora dicta sus clases particulares de historia moderna
y contemporánea en la ciudad de Fortaleza.
—Varios
amores crecieron entre los marineros u oficiales alemanes internados en las
sierras, y las niñas cordobesas tal como había ocurrido, 140 años antes, con
los británicos capturados durante las invasiones. Muchos de ésos romances
terminaron bien, creándose nuevas familias e inaugurando estirpes al gusto germánico,
más arianas y menos criollas, que pudieron florecer además, alejadas del infierno
de la guerra europea; sobre todo, salvándose de los horrores y las infinitas miserias
en las que millares de jóvenes perdieron sus mejores años, como soldados y
oficiales, o como prisioneros en la gesta sin gloria de Hitler— cierra el libro y se saca los
anteojos de lectura mi abuelo Victoriano, luego de haber hojeado, al azar, varios
trechos del tomo de Historia de la Enciclopedia Salvat que le llevé en mi
último viaje a Catamarca.
No logro conciliar más el sueño después que Pablo y Raúl salen del
cuarto del sanatorio; es difícil imaginarse cómo puede ser el descanso de un
enfermo en coma; a veces, el soñar y el pensar se confunden y se completan, como
en una secuencia; por eso pienso -y me imagino- cómo se habrá sentido el
comandante del Graf Spee después que los jefes alemanes le dieron la orden de
hundir su nave. Sueño, pienso o me imagino, no lo sé, cómo sería para ese oficial
entregarse a su enemigo, o morir, a tan enorme distancia de su país; pienso, y
me llega el sueño, y ahora sí, me duermo”.
JV. São Paulo, mayo de 2006. Trecho de “De
Utopías y amores. De demonios y Héroes de la patria”.
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