Se aprende mucho en la frontera: se
reaprende historia y geografía; se repasa la lingüística y la filología. Se
aprende, claro, que como decía Goethe, no hay "peor orgullo que querer
conocer el espíritu de un pueblo sin haberse familiarizado con su lengua". Un poco, por lo menos, pero con cariño.
Y se aprende que "el
Otro" también tiene sus límites, sean bien trazados o no; sus fronteras
son geográficas, lingüísticas e históricas; y entendemos que, si queremos una
integración humanista, debemos aprender a respetar las diferencias, la
diversidad.
Siento odio al ver el desprecio del turista "medio pelo",
argentino o brasileño, por el pueblo paraguayo, con su carga histórica de
humillaciones y derrotas a manos de las oligarquías estúpidas de ambos países.
Rabia contenida cuando el guía turístico muestra el Puente de la Amistad y dice: "los brasileños entramos con el puente, y los paraguayos con la amistad". Se olvida que las elites mandonas argentinas y brasileñas entraron, eso sí, con la masacre a un pueblo al que no le sobró más que la astucia comercial. Ese es el resultado de la victoria de la Triple Alianza, de la invasión y ocupación de las tropas imperiales brasileñas a Asunción.
Y siento pena de mi odio, porque no
entiendo bien los 520 años de desencuentros y encuentros, de guerras, esclavitudes y
pisoteos de los derechos humanos en América. Porque me olvido de los
Bandeirantes, bisabuelos de los coxinhas de hoy, y me sorprendo al ver que, los
mismos que antes -30 o 10 años atrás- todavía contrabandeaban whisky falsificado de Puerto Stroesner, ahora
son especialistas en vinos, safras, enografía y enometría; pero ignoran la
gesta vergonzosa del bandidaje bandeirante contra el pueblo guaraní y los crímenes de
Caxias y Bartolomé Mitre.
Tengo que estudiar más y mejor al
ser humano.
Javier Villanueva. Foz do Iguaçu, Puerto Iguazú y Ciudad del
Este, 18 de diciembre de 2013.
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