sábado, 7 de dezembro de 2013

La saga de los viejos marranos y las distracciones del Negro Barrionuevo




La saga de los viejos marranos y las distracciones de don José, el Negro Barrionuevo

Las distracciones de la familia Barrionuevo parecen remontarse a tiempos antiguos. Tanto que se pierden en las tinieblas de las épocas en que los judíos conversos adoptaban diversos nombres que sonaban como castellanos en sus juderías, algunos en Toledo, otros en Navarra o en Jeréz de la Frontera. Es que el 31 de marzo de 1492 -el mismo año en que las carabelas españolas del genovés Cristóbal Colón llegaban a las costas de lo que luego se llamaría América- los mismísimos Reyes Católicos que financiaban la empresa de navegación, firmaron el Edicto de Expulsión de los Judios de España. Isabel la Católica, reina de Castilla, y Don Fernando de Aragón acababan de expulsar a los moros que -según la particular visión castellana que duraría desde aquella lejana época de 1492 hasta hoy- habían "invadido" la península Ibérica durante siete siglos.

Primera idea errónea que es bueno aclarar solo para entender mejor la historia que cuento y saber de lo que vamos a hablar: los árabes o moros invadieron militarmente los reinos ibéricos cristianos en el año 711, y por más de 700 años -la mitad de lo que hasta aquel momento había durado la era cristiana- permanecieron allí, y se fusionaron con casi todos los diferentes pueblos celtas, íberos y "bárbaros" que, a su vez, también eran invasores llegados a las futuras España y Portugal desde el norte.

Del mismo modo, los judios sefardíes de la diáspora -una de las dos grandes rama del pueblo israelí en su dispersión- llegaron antes y sobre todo durante la permanencia de los árabes en el suelo ibérico, y formaron una parte intrínseca e indivisible de la masa popular de lo que serían más tarde los pueblos españole y portuguueses.

La distracción, una cualidad centenária de los Barrionuevo, se remonta entonces a los años en que ni los grandes del judaísmo –como Abravanel Abraham Señor, con sus valiosos servicios prestados a los Reyes Católicos, como la financiación de la caída del último reino moro de Granada y el viaje de Colón que posibilitó la llegada al Nuevo Mundo- se salvaban, y mucho menos los pequeños judíos españoles, comerciantes o artesanos, que se vieron obligados a vender sus bienes y productos a precios miserables. "Daban una casa por un asno, y una viña por un poco de lienzo o paño", cuenta el cronista Andrés Bernáldez.

Los hebreos ibéricos que estaban en una buena situación financiera no podían liquidar rápidamente todos sus negocios, lo que los dejaba prácticamente en las manos de los cripto-judíos, también llamados "judíos conversos" o “cristianos nuevos”, “marranos” y otros varios apelativos, que eran los nombres que se les daba a los que habían sido obligados a abjurar de la fe y los ritos judíos y fueron bautizados por la fuerza de la cruz y la espada.

Y fue en este clima de terror que las grandes masas de hebreos comenzaron a emigrar hacia el más liberal y tolerante reino de Portugal, y a crear el puente que llevaría cientos de miles de cripto-judíos é incluso cristianos nuevos hacia el nuevo continente, por la ruta entre Brasil y Buenos Aires, cuando la odiosa y temida Inquisición finalmente llegó al pequeño reino de Lusitania.

E incluso, fue en este ambiente terrible de desconfianzas y de alerta constante, en el que vivieron los primeros Villa Nueva, o Vila-Nova, familia de cristianos nuevos que mantuvieron ocultas la fe y sus "prácticas judaizantes". Todavía en el año de 1135, los Vila-Nova ocuparon la llamada Donación Olgacema, en la "judería" Estella, situada entre dos castillos, donde hoy solo se conservan los restos de un minúsculo barrio comercial. Estella en Navarra, tenía una de las aljamas o "juderías" españolas más importantes.

En 1144, por pura distracción, los Vila-Nova -desde entonces llamados Villanueva- perdieron la sinagoga, que se convirtió en la Iglesia de Santa María, ahora conocida como Jus del Castillo, cerca del convento de los Dominicos, casi a los pies del antiguo gheto de la judería. Es que Xavier Villanueva, encargado de pagar los impuestos del templo judaico, se olvidó de hacerlo durante más de tres semestres, lo que casi lo llevó a la ruina.

Pero uno de los Villanueva, el hijo benjamín de Xavier, se casó con la primogénita del recibidor y recaudador de impuestos –Don José Barrionuevo- y desde entonces  ambas familias están vinculadas, cruzando sus destinos en la península primero, y luego en las Américas. Don Juce Bairro Novo, nieto de José, fue el tributador de bolsas y peajes del pequeño reino lusitano, un hombre muy cercano al rey Carlos III, y el que le financió la construcción del palacio de la ciudad.

La cepa judía de los Villanueva y de sus primos cercanos, los Barrionuevo, partió un dia de España a Portugal, y desde allí llegó a Colonia del Sacramento,  en el Uruguay de hoy. 
El tataranieto de Xavier Villanueva y de José Barrionuevo cruzó el Río de la Plata después. Sin embargo, lo hizo en etapas sucesivas; de puro distraído, tomó un barco que hacía una pequeña escala antes de llegar a las tierras del Buen Ayre; así fue que desembarcó, sin querer, y primero ocupó la Isla Martín García, hasta que luego decidió instalarse en Tucumán, para finalmente llegar a San Isidro, en Catamarca.
En esas lejanas bandas, los cripto-judíos perdieron sus viejas costumbres "judaizantes" primero, y luego casi todas las tradiciones, y hasta la religión de sus antepasados más tarde.

Quinientos años después de que fueran obligados a convertirse en "cristianos-nuevos" o "marranos" -cerdos, para los cristianos viejos- ya se habían olvidado por completo de sus raíces. Casados con los hijos e hijas de una familia de vascos de vieja estirpe, los Unzaga, y con los tehuelches Jaime, llevados a la fuerza por las tropas de Julio A. Roca de la Patagonia hacia los ingenios del norte, los Barrionuevo se convirtieron en, simplemente, criollos.

Y toda esta saga, en realidad llena de casualidades, distracciones y olvidos, se transmitió de generación en generación hasta el antepenúltimo de los José Barrionuevo –si no me equivoco todavía hay un nieto y un bisnieto con ese mismo nombre- que no dejó por menos y se especializó, a lo largo de sus 87 años de vida, en dejar para la posteridad diversas anécdotas en las que se pintan sus dotes de distraído. 

Como la de aquel día en que dejó el auto en una calle cualquiera de Córdoba, y solo se despertó de la siesta para descubrir que le habían robado el vehículo. Sin preocuparse, pensando que tal vez se lo hubiera llevado la grua municipal, se volvió a la cama. Dos noches después, su hija Raquel casi muere de un ataque al corazón cuando la policía, en medio de la madrugada, le golpea la puerta para preguntarle si conocía a José Barrionuevo. Era el coche, claro, que habían encontrado, abandonado después de un asalto en el que lo habían usado los ladrones. Pero José era tan suertudo –"tarrino", diría él- que recibió un auto totalmente reacondicionado por los ladrones: gomas nuevas, incluso dos ruedas de auxilio y un gato nuevo.

Sin contar otras decenas de distracciones, como la de la banderita de los obreros de vialidad que se llevó de Santa Catarina en uno de sus viajes a Brasil, pensando que era un recuerdo. No, era la seña para autorizar el paso de los vehículos en una región de reparos camineros. O la vez que llegaron unos amigos del primo Orlando a darle una serenata a doña Tina, la de las premoniciones, y sale la joven señora con toda discreción y la luz apagada, a espiar por entre las cortinas a los cantores. Pero el Negro –así le decían al más famoso de los Barrionuevo- no tuvo mejor idea que prender la luz, con lo que Doña Tina, para que no la vieran desde afuera en camisón, se arrojó veloz a la cama, con tanta mala suerte que se cayó al piso, con gran estruendo, y llenándose de moretones.

O las incontables veces que se olvidó las llaves del auto dentro del porta-equipajes, en medio de las valijas, o incluso en el baúl del coche, viéndose obligado a desempacar y buscar durante largos minutos para poder empezar el viaje.
Tan distraído era el viejito, que se olvidó de contarme cómo se hace para recordarlo sin saudades, sin morriñas, que en realidad son las viejas nostalgias del destierro, del exilio y la pérdida de la patria; son las añoranzas de un tiempo antiguo, tan antiguo como la época de los Vila-Nova y los Bairro-Novo, en sus tristes juderías ibéricas. Pero eso ya es otra historia.


Javier Villanueva, São Paulo, 7 de diciembre de 2013. Homenaje a los cuatro meses de la partida de José, el Negro Barrionuevo.


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