-Alguma vez fez amor durante uma viagem de
avião?- me preguntó la brasileña, 1,65m de altura y 52 kg –calculé rápido-
y me demoré un par de segundos para contestarle, veloz. El viaje de Madrid a
Ezeiza estaba demorando más que lo previsto y la travesía sobre el Atlántico
parecía durar horas interminables.
-Ah, bom, não, e suponho que nem na praia tem graça; um amigo me contou que já fez amor no
meio do mato e uma formiga vermelha o mordeu na bunda. Mas suponho que num
avião deva ser uma loucura; nas viagens antigas para a Europa o avião parava em
Dakar, uma hora, e o aparelho demorava antes de ser invadido pelas moças da
limpeza; suponho que ai dava o tempo certinho...mas não, nunca fiz uma besteira
desse tipo- contesté,
púdico.
Además -pensé, pero no se lo comenté a mi vecina eventual de
asiento- según me contó Sebastián, la puerta del bañito se puede abrir por afuera; un primo, que es piloto de avión, le dijo que levantando el cartelito de
ocupado hay una traba. Mejor ni pensar en una zoncera de ese tipo.
Llegué a Buenos Aires antes de la madrugada, y la brasileña
audaz y decidida se escabulló entre las colas de la inmigración. Nada serio, y otra
anécdota más para contarle algún día a mis nietos.
Dos horas más de vuelo y otros 55 minutos de avión y bajo en Córdoba.
-Cómo lo siento- me dice Carlitos, compungido al enterarse de la muerte del Viejo, mientras tomamos un café en un bar enorme y frío de la avenida Humberto Primo. No el Carlitos de
años después, no el Fessia, de Vialidad y del cuartito de las conspiraciones, en
frente a la Plaza de Alta Córdoba. No, el otro, el primer Carlos, mi mejor
amigo de las Escuelas Pías.
-Tu viejo era un maestro y siempre me acuerdo de él. Un tipo bueno, afable quiero decir,
seguramente emprendedor y recio en lo que debía hacer- Todos los que lo conocieron al
Viejo dicen lo mismo o piensan parecido.
-Vos heredaste esa
condición. Con tus modales suaves demostraste temple y convicciones. Un hacedor-
continúa Carlos, y yo pienso que esas definiciones valen para el Viejo, sí,
pero no para mí- los admiro, me dice
Carlos, el de las Escuelas Pías, y yo pienso qué diría si lo hubiera conocido
al outro Carlitos, el Fessia, él sí que fue un hacedor, con temple y convicciones de acero.
-Esa foto marplatense,
la del heladero con su triciclo Laponia, es ya de por sí toda una promesa- me dice, y me jura que va a leer la crónica que le mandé por e-mail.
-Cuando nos vimos, en tu primer viaje a Córdoba, ya recordamos un poco a la Tía Gringa.
Inolvidable. Hace poco y por esta vía le contaba a un amigo mi valoración, y mi recuerdo perenne, de
hechos minimalistas, de pequeños sucesos, experiencias aparentemente
insignificantes u ordinárias y breves, y en cambio el olvido de algunos
presuntos grandes eventos, visiones y visitas- continúa Carlos, el de las Escuelas Pías, -y es obvio que enmarcado en la
nostalgia y -desgraciadamente- un poco en la melancolía. La leche al pié de la
vaca de la tía Gringa; su alboroto porque en algún rancho cercano andaba Jorge
Cafrune; sus ojos celestísimos, clarísimos -hoy velados, qué crueldad sin
culpables!- y su piel blanca como la harina, su bonhomía y sonrisa permanente
para con nosotros- me cuenta Carlos, y agrega que, claro, en esa época uno soñaba y sacaba fotos en color, tan
sensible era la película que todo nos impresionaba.
-Pensá que tu Viejo se
sentía orgulloso de vos, estoy seguro. De tu capacidad para inventarte dos o
tres vidas, de cambiarlas si no te venían bien- dice Carlitos, el de las Escuelas
Pías, y yo pienso que sí, que puede tener algo de razón; y que si en aquellos años en que
nos conocimos y empezamos nuestra amistad de adolescentes -50 años atrás?, ya?- yo no hubiera dejado de besar la reliquia con el calzoncillo del santo, como decía el Mario Cech, quién sabe yo creería todavía en milagros, en la vida postmortem, en santos, paraisos compensadores e infiernos punitivos.
Pero no, Viejito; no, Carlos: a los 13 años dejé de creer en lo sobrenatural; y ahora no puedo llorarte, Viejo, como lloran los creyentes, imaginándote en otro lugar. No, te lloro con cada molécula, cada átomo, neurona, célula epitelial y con cada uno y todos los libros que leí, los que soñé y los pocos que escribí. Con los que leíste y entendiste, y aun con los míos que te llevé y no comprendiste exactamente lo que quería decirte a travéz de mis historias descabelladas, de mis memorias de tonto, de Funes distraido.
Pero no, Viejito; no, Carlos: a los 13 años dejé de creer en lo sobrenatural; y ahora no puedo llorarte, Viejo, como lloran los creyentes, imaginándote en otro lugar. No, te lloro con cada molécula, cada átomo, neurona, célula epitelial y con cada uno y todos los libros que leí, los que soñé y los pocos que escribí. Con los que leíste y entendiste, y aun con los míos que te llevé y no comprendiste exactamente lo que quería decirte a travéz de mis historias descabelladas, de mis memorias de tonto, de Funes distraido.
Continuará
JV. São Paulo, noviembre de 2013.
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