quinta-feira, 28 de novembro de 2013

Viajes de avión y otras historias




-Alguma vez fez amor durante uma viagem de avião?- me preguntó la brasileña, 1,65m de altura y 52 kg –calculé rápido- y me demoré un par de segundos para contestarle, veloz. El viaje de Madrid a Ezeiza estaba demorando más que lo previsto y la travesía sobre el Atlántico parecía durar horas interminables.

-Ah, bom, não, e suponho que nem na praia tem graça; um amigo me contou que já fez amor no meio do mato e uma formiga vermelha o mordeu na bunda. Mas suponho que num avião deva ser uma loucura; nas viagens antigas para a Europa o avião parava em Dakar, uma hora, e o aparelho demorava antes de ser invadido pelas moças da limpeza; suponho que ai dava o tempo certinho...mas não, nunca fiz uma besteira desse tipo- contesté, púdico.


Además -pensé, pero no se lo comenté a mi vecina eventual de asiento- según me contó Sebastián, la puerta del bañito se puede abrir por afuera; un primo, que es piloto de avión, le dijo que levantando el cartelito de ocupado hay una traba. Mejor ni pensar en una zoncera de ese tipo.

Llegué a Buenos Aires antes de la madrugada, y la brasileña audaz y decidida se escabulló entre las colas de la inmigración. Nada serio, y otra anécdota más para contarle algún día a mis nietos.

Dos horas más de vuelo y otros 55 minutos de avión y bajo en Córdoba.

-Cómo lo siento- me dice Carlitos, compungido al enterarse de la muerte del Viejo, mientras tomamos un café en un bar enorme y frío de la avenida Humberto Primo. No el Carlitos de años después, no el Fessia, de Vialidad y del cuartito de las conspiraciones, en frente a la Plaza de Alta Córdoba. No, el otro, el primer Carlos, mi mejor amigo de las Escuelas Pías.

-Tu viejo era un maestro y siempre me acuerdo de él. Un tipo bueno, afable quiero decir, seguramente emprendedor y recio en lo que debía hacer- Todos los que lo conocieron al Viejo dicen lo mismo o piensan parecido.

-Vos heredaste esa condición. Con tus modales suaves demostraste temple y convicciones. Un hacedor- continúa Carlos, y yo pienso que esas definiciones valen para el Viejo, sí, pero no para mí- los admiro, me dice Carlos, el de las Escuelas Pías, y yo pienso qué diría si lo hubiera conocido al outro Carlitos, el Fessia, él sí que fue un hacedor, con temple y convicciones de acero.
-Esa foto marplatense, la del heladero con su triciclo Laponia, es ya de por sí toda una promesa- me dice, y  me jura que va a leer la crónica que le mandé por e-mail.

-Cuando nos vimos, en tu primer viaje a Córdoba, ya recordamos un poco a la Tía Gringa. Inolvidable. Hace poco y por esta vía le contaba a un amigo  mi valoración, y mi recuerdo perenne, de hechos minimalistas, de pequeños sucesos, experiencias aparentemente insignificantes u ordinárias y breves, y en cambio el olvido de algunos presuntos grandes eventos, visiones y visitas- continúa Carlos, el de las Escuelas Pías, -y es obvio que enmarcado en la nostalgia y -desgraciadamente- un poco en la melancolía. La leche al pié de la vaca de la tía Gringa; su alboroto porque en algún rancho cercano andaba Jorge Cafrune; sus ojos celestísimos, clarísimos -hoy velados, qué crueldad sin culpables!- y su piel blanca como la harina, su bonhomía y sonrisa permanente para con nosotros- me cuenta Carlos, y agrega que, claro, en esa época uno soñaba y sacaba fotos en color, tan sensible era la película que todo nos impresionaba.

-Pensá que tu Viejo se sentía orgulloso de vos, estoy seguro. De tu capacidad para inventarte dos o tres vidas, de cambiarlas si no te venían bien- dice Carlitos, el de las Escuelas Pías, y yo pienso que sí, que puede tener algo de razón; y que si en aquellos años en que nos conocimos y empezamos nuestra amistad de adolescentes -50 años atrás?, ya?- yo no hubiera dejado de besar la reliquia con el calzoncillo del santo, como decía el Mario Cech, quién sabe yo creería todavía en milagros, en la vida postmortem, en santos, paraisos compensadores e infiernos punitivos.
Pero no, Viejito; no, Carlos: a los 13 años dejé de creer en lo sobrenatural; y ahora no puedo llorarte, Viejo, como lloran los creyentes, imaginándote en otro lugar. No, te lloro con cada molécula, cada átomo, neurona, célula epitelial y con cada uno y todos los libros que leí, los que soñé y los pocos que escribí. Con los que leíste y entendiste, y aun con los míos que te llevé y no comprendiste exactamente lo que quería decirte a travéz de mis historias descabelladas, de mis memorias de tonto, de Funes distraido.

Continuará

JV. São Paulo, noviembre de 2013.

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