Veinticinco años atrás, paseando por las callecitas de São Paulo, me detuve a ver unos libros en la Librería Española E Hispanoamericana y lo primero que vi foi un Ekeko.
El Ekeko, me informaron en la Librería, es el símbolo de la
prosperidad, y tiene origen antiguo según algunos, o no tanto, por lo que dicen
otros; pero eso sí, posee comprobados poderes. Según revela la tradición, es
muy celoso, y si llega a caer en manos de una mujer, ya no se separa más de ella.
Vive con el cuerpo cargado de miniaturas –casas, autos, televisores- pero el
Ekeko no se conforma con pequeñeces.
Para investigar un poco más sobre los orígenes y las
historias de este personaje -una de cuyas representaciones en yeso compré en
Chile más de veinte años atrás, y luego otra en Bolivia, ambas grandes, de más
de 35 cm. de altura, y otras menores en Perú y Argentina- digamos que a
principio es un típico alasitero. Las Alasitas
es una feria artesanal que tiene su origen en la ciudad de La Paz, en Bolivia. Alasita significa
“cómprame” en el idioma aymara. Dicen los bolivianos que la tradición nace en
1781 cuando el gobernador Sebastián Segurola ordena celebrar una fiesta anual
en honor al Ekeko, al que consideraba una deidad, y ya veremos enseguida por
qué.
Pero en um viaje al Perú, por otro lado, supe que el dia 24
de enero se celebra el Día del Ekeko, que para quién no lo sepa, es un muñeco
con forma humana, del cual se dice que representa la abundancia, la fecundidad
y la alegría de vivir.
Según los peruanos, el Ekeko forma parte de la mitología
andina y, diferente del Muki -que es
un duende maligno que habita en las minas, y al que dicen que hay que
matar a latigazos para quedarse con su oro- el Ekeko es bonachón y concede
todos los deseos con tan solo pedirlos. El muñeco, generalmente de yeso, como
los míos, representa a un hombre sonriente de unos 50 años, de cara arrugada y
ojos vivos, con una boca abierta en una mueca de risa. El Ekeko extiende sus
brazos como si nos ofreciera eternamente un abrazo fraterno, contagioso de
alegría.
Se viste con el atuendo típico de la región -un sombrero, un chullo, bufanda y poncho – y siempre va
cargado con todo tipo de cachivaches en miniatura: casas, billetes de dólar,
electrodomésticos, autos y alimentos.
Me cuentan –ya me lo habían contado en Chile en 1988 cuando adquirí
el primero- que el Ekeko debe ser regalado y nunca comprado para que sea
efectivo en sus poderes.
Pero volvamos a La Paz, Bolivia, y a las Alasitas, en donde
paso por el sector de Los Decanos, el de los artesanos más antiguos, y veo que
hay apenas dos puestos que me ofrecen el famoso Ekeko.
Salgo de las Alasitas y
me voy al Museo de Etnografía y Folklore –el Musef de La Paz- y allí me cuentan que el Ekeko es absurdamente
celoso, sobre todo con las solteras; dicen que una mujer sin marido no puede
salir con un hombre, porque el ídolo se enoja. Estas chicas casamenteras,
incluso llegan a ponerlo de espalda para que el Ekeko no presencie las visitas
de los pretendientes.
Los bolivianos, tanto en el Musef, como en la feria de las Alasitas, insisten en tratar de
convencerme que el Ekeko habría sido el Tunupa - dios de los
rayos- y se lo representaba con la figura de un hombrecito jorobado. La cultura
popular boliviana lo vincula entonces al Ekeko, primero con el rayo y, más
tarde, con figuras de la iglesia católica, como el Tata Santiago, Santo Tomás y San Bartolomé.
El área de influencia del Ekeko se extiende por los Andes peruanos
hasta Bolivia, llegando a la Argentina y Chile; y según la gente del Cuzco, en
Perú, su origen se remonta a los antiguos Tiahuanaco que
creían que el muñeco ahuyentaba la desgracia de los hogares. Después de la
anexión del territorio al imperio de los incas, estos adoptaron al Ekeko como a
uma deidad, que es símbolo de la fertilidad y la buena suerte.
Pero, volviendo a Bolivia, en el Musef me cuentan que antes de 1781 el Ekeko se llamaba Iqiqu y
tenía un papel medio ambiguo, aunque siempre vinculado a la prosperidad y la
fertilidad. Incluso por este motivo, los investigadores suponen que tuvo un par
femenino, la Warmi Iqiqa.
Y son las vendedoras de la feria de las Alasitas que me cuentan, entusiamadas y desde lo alto de sus tronos
atrás de los mostradores, la leyenda que inmortalizara Antonio D.
Villamil en su obra “Leyendas de mi tierra”, con inusitados tintes
románticos.
La historia ocurre en 1781, en plena crisis de hambre de los
habitantes de La Paz por causa del cerco de las tropas indígenas de Túpac
Katari, y cuenta que uno de los rebeldes, Isidro Choquehuanca, salvó de la
muerte por inanición a su amada Paulita Tintaya, que era criada del gobernador
español Sebastián Segurota, rompiendo el cerco y entregándole los alimentos
necesarios. La muchachita repartió el preciado tesoro de los alimentos con sus
patrones, pero les dijo –para ocultar la presencia furtiva de su amado- que se
trataba de un regalo del Ekeko, su illa protector.
Pero, bueno, digamos para ser fiel a la verdad que, además
de otras herejías que cometí en relación al Ekeko –como la de comprarlo, y hacerlo
cuatro veces, en vez de recibirlo de regalo- lo hice abstemio, como yo,
contrariando la tradición, que dice que cuando uno se responsabiliza por un
Ekeko debe charlar con él una vez a la semana. Y me informaron hasta el
día “preciso” del rito -que varía, según las distintas versiones en las que no
se ponen de acuerdo si es el lunes, martes o viernes-. Dicen que hay que
darle su cigarrillo y alcohol los lunes...pero nada, yo no le doy nunca. Es que
después de una breve abstinencia de 18 años, ya nunca más me pidió cigarro ni
bebidas.
Pero todavía no conté mi última herejía en relación al santo
Ekeko, y es que, a pesar de las opiniones muy bien fundamentadas y respetables
de la gente del Musef y de las Alasitas, y de tantos otros
investigadores peruanos y bolivianos -que se disputan la paternidad del muñeco,
así como uruguayos y argentinos se lo disputan a Gardel, que en realidad los
une más que los separa- yo, personalmente creo en la otra versión popular, la
que oí en el norte de Chile y más tarde en su región paralela, en los Valles
Calchaquíes de la Argentina. Para mí el Ekeko es un vendedor ambulante sírio-libanés
que se gastó todos sus ahorros ayudando a amigos y conocidos, y finalmente, ya
maduro, tuvo que empezarlo todo desde cero. Por eso ahora lleva todos sus
bienes a cuesta.
Además, y por si acaso los celos del Ekeko empiezan a
jorobarle la vida a alguna niña casamentera, les cuento que la tradición y la
cultura popular establece tres modos de deshacerse de un Ekeko: regalarlo,
dejarlo en un museo o, simplemente, tirarlo al río.
Javier Villanueva, São
Paulo, 9 de noviembre de 2013.
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