Navidades de
Antaño
Era muy niño y no tenía claro que la
Navidad era la llegada del otro niño, el
hijo de Dios. Todos mostraban un gesto, una sonrisa de alegría, de querer ser buenos.
Nadie pensaba en Papá Noel ni en los regalitos. Los regalitos llegarían recién con
los Reyes Magos, el seis de enero, y según hubiera sido nuestro comportamiento.
En varias familias tenían la
costumbre de armar para estas fiestas los pesebres, que ya
contaban con una cierta celebridad. Todo
con la mayor realidad posible, y siempre en diminutivo: el
niñito, la virgencita, el burrito, y una serie de
personajes muy parecidos a los lugareños.
Luego de la misa del gallo,
porque no había cena ni brindis, quizás algunos cuetes, los vecinos salían a visitar los pesebres que no eran
pocos; y así hasta la madrugada. Cuando la asistencia ya se consideraba suficiente,
daba comienzo el rezo entre Aves María y
letanías:
“Virgo
Veneranda”…“¡Viva Doña
Aberanda!”, respondía por lo bajo algún jovencito atrevido, haciendo
alusión a una virtuosa vecina ya entrada en años, con mapas de arrugas en su piel.
Luego del solemne acto, empezaban los juegos. Algunos tenían
tanta inocencia como el botón-botón, o las prendas que había que
pagar.Y otros no tanto, como el juego de las campanas,
que jugaban los varones. Consistía en
colgar de la cintura dos cucharas,
una por delante y la otra por detrás: el participante tenía que moverse abriendo las piernas, hasta que chocasen las
cucharas y las campanas sonasen.
Más no recuerdo, porque a esas horas, yo
ya dormía en los brazos
de mi madre.
Autor: Luis Unzaga, Córdoba, diciembre de 2013.
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