quarta-feira, 11 de dezembro de 2013

Las grandes manifestaciones de junio en Brasil


Este artigo foi produzido a inícios de agosto de 2013 e publicado pelo jornal Vanguardia Socialista, da Argentina. A versão digital demorou para sair e o conteúdo do texto pode parecer desatualizado hoje, quatro meses depois.
Ainda assim, ofereço a leitura de modo de participar do debate aberto pelos acontecimentos das últimas semanas em Córdoba e Tucumán, sobretudo, onde houve ações de violência e saques em consonância com greves policiais e graves acusações vinculando as polícias provinciais argentinas ao narcotráfico e outros crimes contra a população.
JV.

Las grandes manifestaciones de junio en Brasil

En Brasil las grandes manifestaciones del mes de junio -que en este momento ocurren esporádicamente en diversos puntos del país, sobre todo en Rio de Janeiro y São Paulo- son en gran parte el resultado de diversos cambios sociais, bastante exitosos en diveras áreas económicas y de la política. En la última década, Brasil dobló el número de universitarios, provenientes de familias muy pobres, al mismo tiempo que hubo una fuerte reducción de la pobreza y de las desigualdades del país. Son conquistas muy importantes pero los jovens, especialmente aquellos que más lograron -un trabajo estable, educación completa y acceso a la cultura que sus padres nunca tuvieron- exigen todavía más.

Las de junio fueron las primeras movilizaciones en los últimos 20 años, precedidas por las grandes manifestaciones de los años 60 en las que las capas medias urbanas se movilizaron detrás de consignas conservadoras que terminaron en al golpe de 1964; por las concentraciones de los años 80, a favor de las elecciones “directas ya”; y las de inicios de los 90 exigiendo el impeachment de Collor.

Los jóvenes ahora movilizados no vivieron la represión de la ditadura militar de 1964 y los años de plomo de 1970. Ni conocieron la inflación de los 80, y recuerdan poco de los primeros años de 1990, cuando la recesión y la desocupación deprimían toda la vida social y cultural del país. Muchos adhieren a un anarquismo genérico, ideológico y apolítico. Otros que están creciendo se organizan en grupos de inspiración extranjera dudosa: Anonymus, Black Block y otros, en los que no faltan componentes rabiosamente antipetista y anticomunista. Vale recordar que las manifestaciones callejeras –muy diferentes de los “cacerolazos” de la clase media argentina- empezaron pacíficas en São Paulo, hasta que el 17 de junio la policía militar (PM) atacó violentamente a periodistas y manifestantes, creando reacciones de protestas internacionales y sacando al periodismo de la neutralidad. La denominación de “vándalos” pasó a dar lugar a la de “manifestantes”, dejando el término peyorativo solo para los actos menores de violencia localizada. El 18/7, sin embargo, grupos pequeños quemaron vehículos de la prensa e intentaron tomar la municipalidad. La policía solo actuó tres horas más tarde, cuando empezaron los saqueos de grupos más chicos y marginalizados a comercios del centro de São Paulo.

Como conjunto, los jóvenes de junio exigen servicios públicos de calidad. Millones de jóvenes de la nueva clase media emergente –la llamada clase C- compraron su primer auto e hicieron su primer viaje en avión en los últimos tres años. La política desarrolista de Dilma expandió la industria automobilística, lo que empeoró aún más el transporte público, hoy completamente ineficiente, y muy visible a los ojos de los jóvenes. El crecimiento desordenado agravó la crisis de explosión urbana que en Brasil es similar a la de las ciudades chinas o de la India. La vida en las grandes metrópolis brasileñas es muy difícil para los jóvenes y sobre todo para los más pobres, que demoran dos, tres o hasta cuatro horas diarias apenas para llegar al trabajo, y otras tantas para volver a casa o al curso nocturno.

Pero las quejass de los jóvenes no son solo reivindicaciones materiales concretas. Exigen otras, menos palpables: más aceso al ocio y a la cultura, o accesibilidad para los “cadeirantes” (usuarios de sillas de rueda), etc. Pero principalmente, quieren instituciones políticas transparentes, sin las distorciones del actual sistema político-electoral de Brasil, anacrónico y que se niega –sea por la derecha, pero a veces también por la izquierda- a cualquier tipo de reforma. A eso quiso darle respuesta el plebiscito propuesto por Dilma.
La democracia popular no se hace en silencio, ni deja espacios vacíos. La sociedad democrática está siempre en constante cambio, para debatir y crear prioridades y desafios; los jóvenes “junistas” exigen una búsqueda constante de nuevas conquistas. Si un indio pudo ser presidente de Bolivia, en una democracia popular; si un  negro norteamericano es presidente de los EEUU en una democracia autoritaria y más conservadora, por primera vez; si un obrero y luego una mujer pudieron ser elegidos presidentes de Brasil, por qué no profundizar más todavía el nível de exigencias?

Pero la historia también muestra que cuando los movimientos de masas empujan y partidos políticos se callan, la solución se imponen por la fuerza, y los resultados son desastrosos, creando condiciones para guerras, dictaduras de derecha y la persecución de las minorías. Sin partidos políticos que representen a las varias clases, o a los segmentos de estas, no puede haber democracia verdadera. Pero los jóvenes en Brasil no quieren solamente votar cada cuatro años. Quieren una interacción más directa, e incluso diaria, con los municios y los estados; quieren participar en la elaboración de políticas públicas, dar opiniones sobre las decisiones que les afectan a diario.

En resumen, quieren ser oídos, lo que es un gran desafío para los líderes, sobre todo de las izquierdas. Esto exige mejores formas de participación popular y de comunicación de los partidos con los movimientos sociales -a través de los medios modernos y no solo los tradicionales- para fortalecer la interacción con los líderes comunitarios, y también con los llamados sectores no organizados, cuyas necesidades y ganas de participar no deben ser menos respetados porque no tengan las formas tradicionales de organización y expresión.

El mismo PT, que contribuyó de un modo fundamental para modernizar y democratizar la política en Brasil en los últimos 34 años, sabe que necesita renovarse y recuperar sus lazos con los movimientos sociales de base, ofreciendo nuevas soluciones para los nuevos problemas, sin tratar a los jóvenes con paternalismo. Se le critica a Dilma desde el centro, pero también desde la izquierda, haber respondido a las protestas con celeridad, pero también burocráticamente, con propuestas apresuradas que no le salieron bien y dejaron mal parados al gobierno y al PT.

Es bueno que los jóvenes no sean conformistas, apáticos o indiferentes a la vida pública. Incluso los que piensan que odian la política están comenzando a participar. Los jóvenes de los años 60 y 70 crearon en Brasil un partido, cuando vieron que el congreso no tenía representantes de la clase obrera. A través de esa nueva política se pudo restaurar la democracia, consolidarla, aprovechar la estabilidad económica del Real, y crear millones de puestos de trabajo. La incorporación de 40 millones de trabajadores a la clase media efectiva –con departamento, auto y curso universitario- es un resultado de este fenómeno. Todavía queda mucho por hacer. Es bueno que los jóvenes quieran luchar por el cambio social exigiendo un ritmo más rápido.

La otra buena noticia es que la presidenta Dilma Rousseff, propuso un referéndum para promover la reforma política, según sea necesario. También propuso un compromiso nacional a favor de la educación, salud y transporte público, por medio del cual el Gobierno Federal ya empezó a proporcionar grandes volúmenes de recursos para dar un apoyo financiero y técnico importante a los estados y municipios. Al congreso, sin embargo, le pareció que el poder ejecutivo le estaba pasando la bomba de los conflictos para que la desactiven los partidos y no el propio gobierno.

El movimiento, que empezó en São Paulo como una simple resistencia al aumento del transporte, y terminó en “passeatas” sin precedentes en los últimos veinte años, tuvo resultados sorprendentes. Vamos a tratar de extraer algunas conclusiones iniciales, que son las que parecen más claras.

La anulación del aumento de 30 centavos -que era el mínimo necesario según los cálculos iniciales de las municipalidades de São Paulo y Rio de Janeiro- fue una victoria del movimiento MPL (movimento passe livre) y sirvió como una muestra de la fuerza de las manifestaciones, sobre todo cuando ellas parten de núcleos de bases y además se apoyan en un reclamo justo.

La victoria refuerza la idea de cómo las movilizaciones populares sensibilizan a la gente y pueden servir como un factor de fuerte presión sobre los gobiernos. Además, el movimiento puso en discusión un tema clave en la lucha contra el neoliberalismo, que es la polarización entre los intereses públicos y lo privado; y abrió la discusión sobre quién debe financiar los costos de un servicio público esencial que no debe ser sometido a los intereses privados con meros fines de ganancia para algunas pocas empresas, sean públicas o particulares.

La conquista de la cancelación de los aumentos se traduce en beneficios para los más pobres de la población, que son los que usan el transporte público. Pero esto es nada más que la punta del iceberg: amplios sectores de la juventud que no están cubiertos por las políticas gubernamentales, hasta ahora no habían encontrado formas específicas de manifestarse políticamente. Esto puede ser una de las consecuencias de una movilización más permanente.

Los gobiernos de los estados más importantes –São Paulo, Rio de Janeiro, Minas Gerais, Paraná y Rio Grande do Sul, y los de sus capitales, todos de diferentes partidos -algunos de derecha y otros más a la izquierda- demostraron grandes dificultades para relacionarse con las movilizaciones populares. Así fue que tomaron incluso decisiones importantes sin consultar a los interlocutores populares y luego, cuando tienen que enfrentar la resistencia popular, tienden a reafirmar sus decisiones con argumentos tecnocráticos, como la  falta de recursos, de presupuesto, etc. Solo después de muchas protestas y el desgaste de la autoridades, se tomaron algunas decisiones más o menos correctas.

La cobertura de los medios de comunicación, por otro lado, también fue rechazada por casi todos los movimientos callejeros. Los viejos medios –TV Globo, Folha, Veja-, en un principio se opusieron, como suelen hacer con toda manifestación popular. Luego, cuando se dieron cuenta de que esta actitud podría suponer desgastes del gobierno –lo que sería conveniente a los intereses que representan- promovieron abiertamente lãs manifestaciones y trataron de insertar en ellas, o em la interpretación de ellas, sus directrices “editoriales” contra el gobierno federal. También estos intentos de manipulación y manoseo han sido rechazados explícitamente por los líderes del movimiento, a pesar de un alto componente ideológico reaccionario presente en grandes sectores desorganizados –e incluso, como se vio últimamente- en uma parte de los de los manifestantes más organizados.

Hubo sorpresa en los gobiernos y gran incapacidad para comprender el potencial explosivo de las condiciones de vida urbana y de la ausencia de políticas de juventud por parte del gobierno federal que, no nos olvidemos, es resultado de una coalición entre el PT y el antiguo PMDB, un partido de caciques regionales, que por ahora no se preocupa con el poder central, y que viene acompañando a todos los gobiernos desde la recuperación de la democracia. Los cuerpos estudiantiles tradicionales –UNE, centros académicos- también fueron sorprendidos y estuvieron completamente ausentes en los movimientos.

Dos actitudes se manifestaron en los gobiernos de los estados y municipales, tanto en el petista Haddad, de São Paulo, como en el de Alkimin, del PSDB durante las movilizaciones: la tentación de oponerse a la movilización. Por parte de la prensa tradicional, mientras hacía oídos sordos a la denuncia de las manipulaciones de la derecha, la acción de esos medios de comunicación tradicionales pasó de pronto al lado contrario, con una exaltación acrítica del movimiento, como si este tuviera proyectos muy claros y propuestas para el futuro. Proyectados estos pensamientos y actitudes ambiguas del stablishment sobre la izquierda, vemos que ambos están equivocados. El movimiento surgió de reclamos correctos y justos, de parte de sectores de la juventud, en sus reales estados de conciencia y con todas las contradicciones que un movimiento de esta orden contiene.

La actitud correcta es estar dentro de las manifestaciones y aprender del movimiento a actuar junto con él, para ayudarle a tener una conciencia más clara de sus objetivos, de sus limitaciones, de los problemas planteados y la forma de llevar adelante el debate sobre su significado y las mejores maneras de hacer frente a sus consecuencias.

La mayor importancia del movimiento se volverá más claro con el tiempo. La derecha estará interesada en sus preocupaciones electorales inmediatas y en sus esfuerzos desesperados por llegar a una segunda vuelta en las elecciones presidenciales.


Las lecciones que el movimiento en sí y para la izquierda, sus partidos, movimientos populares y gobiernos, para que entienda y adopte las enseñanzas de la experiencia. No hay interpretación anteriores por la complejidad y la novedad del movimiento. Probablemente, la mayor consecuencia es la reintroducción del tema de la importancia política de la juventud y de las condiciones concretas de vida sostenibles y las expectativas en el Brasil del siglo XXI.

Javier Villanueva. São Paulo-Córdoba. 9 de agosto de 2013.

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