segunda-feira, 20 de junho de 2011

La breve historia de Doña Dorinha Fontes y Malena Gutiérrez

Entre la página 196 y la última carilla del tercer cuaderno de apuntes de papá, aparece un injerto de 16 páginas, un pliego completo de un tamaño de hoja más grande que el “Laprida”, doblado prolijamente en cuatro, en el que el viejo vuelve al tema de Carlos Prestes y su tentativa de encontrarlo a Villanueva para pasarle los pasaportes y el dinero para sus compañeros de exilio en Argentina. Lo leo por encima, pero prefiero concentrarme en los apuntes sobre su retorno a Argentina; él contaba que había pasado más de dos días viajando, primero en ómnibus hasta Foz do Iguaçu, dónde se encontró con el Negro, que lo ayudó a vencer el miedo de cruzar la frontera; y más tarde tomaron un micro de Costera Criolla que iba a Rosario, donde su padre había dejado el auto. Desde de allí manejaron hasta Córdoba, muertos de susto cada vez que la gendarmería o la policía caminera los paraban y les pedían que mostraran los documentos y abrieran las valijas.

Córdoba, octubre de 1981
“Volví por fin a Argentina después de dos años. Pensé que irían a pasar por lo menos tres o cuatro; y tampoco me imaginé nunca que cuando lo hiciera sería para buscar los papeles de mi residencia en Brasil: la Modelo 19, el paso previo a la permanencia definitiva. En fin, aquí estoy de nuevo, en un café de la Avenida Colón, mirando las veredas iluminadas por el sol fuerte de la primavera, mientras espero que mi viejo me lleve al Cabildo a ver si un tipo conocido suyo de la policía de Córdoba me consigue un “laises passer” para volverme a Buenos Aires sin riesgos; los milicos siguen en el poder y no hay que jugar con fuego; sigo escribiendo:

“Doña Dorinha Fontes había nacido en 1903, en Belem do Pará, hija de una hermosísima maestra primaria y de un circunspecto y pasajero agregado militar a la embajada argentina. De la madre había heredado la belleza rara de sus raíces portuguesas y de indios ribereños. Traía del padre la fascinación por los uniformes, las medallas de guerras inexistentes y por las influencias políticas nacidas en el fragor de las armas que sólo se usaban contra el pueblo y jamás se apuntaron contra un agresor extranjero.

La señora Dorinha había pasado también, como tantos espíritus encandilados por el militarismo en el Brasil del principio del siglo XX, de las pretensiones oligárquicas al encanto por las causas populares. Del padre argentino, Dorinha Fontes heredara la atracción por el misterio de la muerte, la fascinación por el destino de los héroes populares de la nación platina, que difícilmente encontrara en los trópicos, y que en todo caso la hacía mirar con más simpatía a los prohombres garibaldinos de Rio Grande do Sul, y los más modernos, como Luis Carlos Prestes y su columna itinerante gloriosa.

A los 19 años, contradiciendo la mala voluntad de su progenitor en recibirla en su retiro de militar jubilado en Carmen de Patagones, al sur de Buenos Aires; y oponiéndose a la firme resistencia de su madre, que no quería ni oír hablar del viejo conquistador uniformado, Dorinha tomó el barco y se fue muy al sur: “peguei o ita no Norte e foi no Rio morar” canturreaba Dorinha , riéndose de la mentira. El ita era el barco fluvial con el que, en vez de parar en playas cariocas, como en la música de Dorival Caym, Dorinha llegó al puerto de Santos, en el estado de São Paulo. En el puerto de la ciudad, la jovencita paraense alquiló una piecita de pensión en una casa para “moças de familia com boas referências” y en tres semanas ya tenía más de diez alumnos a los que les daba clases de portugués y matemáticas, aparte de algunos rudimentos de música que había traído en sus cuadernos de partituras desde el Norte.

Antes de cumplir los 20 años, Dorinha había juntado más de dos “contos de rei” en su billetera de cuero de yacaré, y ya preparaba de nuevo la valijita de cartón, ahora más llena de ropas que antes de salir de Belém. Nuevo viaje y nuevo puerto: en Montevideo pasó otro año y medio, aprovechándose de su belleza y su cultura bilingüe –al final, el rencor de la madre por su fugaz progenitor no había podido impedir que se interesara por el idioma castellano y lo estudiara hasta hablarlo a la casi perfección– oficiando de traductora en el consulado brasileño de la capital uruguaya.

Dos o tres viajes cortos en ferry-boat a la capital argentina la convencieron que Buenos Aires, y no la lejana y fría Carmen de Patagones era su destino final. Y por fin, el 20 de julio de 1926, una semana antes de cumplir 23 años, Dorinha se instaló en una pensión de la calle San Martín, a media cuadra de las Galerías Pacífico, en Florida. Daba clases de portugués a los hijos de los funcionarios de Itamaraty que se habían establecido en la capital porteña, o a los que venían de vacaciones de verano o de invierno desde Montevideo y no querían perder el idioma de la familia.

Así lo había conocido a Luis Carlos Prestes. El perfeccionamiento de su español escrito, tan naturalmente como lo dominaba al hablarlo, le había permitido llegar, antes de los 25 años, a ser maestra en el Normal N°5 en San Martín, partido industrial del Gran Buenos Aires. Fue en ésa época que se hizo amiga de Malena Gutiérrez, que estudiaba en el último curso del secundario, en la misma escuela. La madre de Malena había nacido en Pernambuco, una capitanía del norte brasileño que aguantó las guerras contra los holandeses desde 1630, el año de la invasión, hasta 1654, época de la restauración. Dicen que era tataranieta de Henrique Dias, el jefe de campo de las tropas negras en aquellos conflictos armados, cuyo nombre se eternizara en los batallones de Pretos que surgieron en las capitanías después de su muerte, em 1662. El Tercio, o cuerpo de milicianos de Henrique Dias, exclusivamente formado por negros, contaba con 17 compañías formadas por más de 1.500 hombres. Ésa era la estirpe de Malena, porteña de raíces brasileñas y africanas.

“––Doña Malena Gutiérrez, la ex alumna de 97 años que volvió a visitar el Normal N°5 del partido de San Martín, fue a charlar con los maestros de la escuela donde se graduó hace casi 79 años. Durante su visita, Malena vio las antiguas aulas de la escuela primaria en la que hizo su primera práctica docente, con los alumnos de segundo grado–– me lee Muñeca la noticia de la “Primera Plana” que mi mamá se dejó olvidada sobre la mesita de luz del cuarto del sanatorio. ––Cuenta la anciana que era una clase de lectura, en la que ella les explicaba las palabras, una por una, y el tema que irían a leer los alumnos, y luego los chicos leían en voz alta–– agrega. También hacían algunos trabalenguas, para poder soltarse más y perder la vergüenza que les daba leer en público–– lee Muñeca. ––Malena rememoró que en la escuela había mucha disciplina. En el recreo, las chicas jugaban a la mancha o corrían por el patio. Pero cuando tocaba el primer timbre, se quedaban duras como estatuas. Al segundo, iban a formar fila y tomaban distancia, y al tercero, marchaban a las aulas.

La viejita dejó la escuela con la hija menor, que la acompañaba, y fueron a sentarse en el café de la esquina de la plaza, enfrente a la estatua de San Martín. Se distrajo unos minutos mirando al señor que sacaba fotos con una antiquísima cámara con trípode, y que debía haber heredado el puesto de su padre, el fotógrafo que doña Malena había conocido, más de medio siglo atrás. Enseguida abrió la cartera y le mostró a Marta un paquetito amarillento; lo desató y sacó tres pasaportes, dos pasajes de Pluna, y unas libretas de enrolamiento antiguas:

––Ésto me lo dio Luis Prestes, ¿sabés?, eran para Villanueva, pero nunca lo pudo encontrar; después lo llevaron preso, a Prestes digo, y lo deportaron de vuelta a Brasil–– le comentó, sin mucho entusiasmo, y cerró los ojos por causa de la luz fuerte que reflejaban los parabrisas de los autos cuando giraban en la esquina de la plaza.”

Capital Federal, 23 de abril de 2006, once y cinco de la noche.
Mientras espero en el Aeroparque Jorge Newbery, leo un par de noticia en el Clarín, en papel, aprovechando la ocasión de escaparme un poco de la Internet y poder hojear el suplemento cultural del domingo; lo leo y releo, y el vuelo a Córdoba no se define. Veo que empieza un movimiento extraño en los tableros electrónicos del panel de llegadas y partidas, y de pronto, todos giran enloquecidos con el ruido de un tableteo de ametralladoras. Enseguida, en donde se leía “vuelo tal de la compañía aérea equis”, se lee ahora “cancelado, cancelado, cancelado”, o sea: ¡huelga general de los controladores de vuelo! Ni siquiera trato de acercarme a los mostradores de Aerolíneas Argentinas y de Varig, empresas en las que compré mis combinaciones; guardo en el bolsillo el tícket aéreo que ahora no va a servirme de nada, salgo corriendo a la parada de remises y me voy a Retiro, a ver si encuentro un pasaje en ómnibus. En el auto vuelvo a la lectura del cuaderno “Laprida” con las anotaciones del viejo:

“––Mirá, fijate bien, parece que estuviera soñando–– dice Graciela. ––Parece que mueve los párpados, fijate!–– repite, bajito, y corre a llamar al médico.

––No, no puede ser–– le contesta Raquel, pero su hermana ya salió de la habitación en busca de ayuda. ––El doctor Fuentes dijo que el paciente en coma no sueña–– completa su frase inútil Raquel.

Anibal Fuentes, muy estudioso desde jovencito, era lo que se llamaba en aquellas épocas un verdadero sabelotodo, y se pasaba los fines de semana encima de los libros de medicina. Para mandarse la parte, decía mi mamá; pero yo creo que él realmente se preparaba con dedicación en aquellos largos estudios anticipados que iban desde la siesta hasta muy entrada la madrugada. Y era de él que había sacado Raquel que los enfermos en estado de coma emocional no podían soñar. Anibal se lo había dicho, y ahora él era el doctor Fuentes; sabía lo que hablaba y Raquel se lo creía a pies juntillas.

Leia mais em: "De Utopia e amores, de Heróis e demônios da Pátria", JV. Córdoba, 2006.

Um comentário:

  1. Raquel me corrigió un error, que pienso que es de uso -tal vez no gramatical- en una frase: vean que cambié "fueran a pasar..." por "irían..." y "fuera para buscar..." por "sería para..."

    Quedó así:

    Pensé que irían a pasar por lo menos tres o cuatro; y tampoco me imaginé nunca que cuando lo hiciera sería para buscar los papeles..(...)

    Gracias Raquel.

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