domingo, 5 de junho de 2011

Pecadillos de juventud

Epílogo


Llovía pesado en toda la región de la casona serrana. Los bananeros se doblaban bajo las aguas en ese final de diciembre que, como Javier Villanueva bien lo sabía desde hacía 32 años, es siempre igual en São Paulo: frío, lluvia, un sol de soplete al mediodía y humedad helada a la noche. Los ipês con los gajos pelados, las pitangueras y los coqueros, llenos de frutitas disputadas con estruendo por bandos de cotorras y, un par de veces al día, por parejas de loros barranqueros y hasta dos o tres tucanes de pico verde, unos ahuyentando a los otros, todos atrás de las pitangas, las moras y mangos del verano raro que siempre empieza igual.

Esa mañana temprano, cuando todavía estaba seco y apenas asomaba el sol, tres papagayos enormes volaron por encima de la cabeza de Javier, abriendo dos pares de alas verdes, rojas y amarillas, enormes, ruidosas, lindas.

Pero cuando ocurrió lo inesperado, empezaba la noche y llovía, y a Javier le pareció raro que, atrás del ruidito monótono del agua corriendo por las tejas y goteando fuerte por las canaletas de desagüe, de vez en cuando se oyera el roznar del pastor ovejero. Como si algo o alguien estuviera entre las sombras y lo asustase al perro guardián.

“––Varias veces paré de escribir; aguzaba el oído y escuchaba el gemido del ovejero y enseguida un gruñido. Pensé incluso que podía no ser el perro, y decidí asomarme al ventanal. Entonces lo vi; detrás de las plantas de mandarinas estaba él. Mojado, porque llovía mucho. No parecía haber envejecido casi nada, a pesar de los 33 ó 34 años que pasaron desde que lo había visto por última vez–– cuenta Javier.

––Respiré hondo, tomé coraje y abrí la puerta de la cocina; el perro no parecía estar nervioso con la presencia del Viejo, curioso tal vez. Parece que sabía que éramos antiguos conocidos, quizás viejos compañeros; pero no, el perro no podía saberlo. Israel había perdido poco pelo de su cabellera antes negra y ondulada, ahora encanecida. Los bigotazos prietos de los años setenta eran más blancos que grises, y yo me distraje pensando, menos mal que me había afeitado el mío, no aguantaba verme con bigotes de Santa Claus. Pero a Israel Vilhas no le quedaban mal. O era yo, quién sabe, que todavía veía alguna belleza en esa cara sufrida, arrasada por el dolor de la traición. Ojos chiquitos, negros, sefarditas, pícaros, inteligentes–– discurría y se justificaba Javier.

––Pero...pasá, digo, sentáte, Israel, ¿cómo estás? ¡cuánto tiempo!

––Mucho; mirá, vine a explicártelo todo; vos escribiste algunas cosas sobre mí, y Yuyo también; pero Uds. no lo saben todo–– dice Javier que le largó el Viejo, serio e intimidado, muy cauteloso primero, más simpático y seductor enseguida, cambiando de a poco, como con algún pudor, con miedo de que Villanueva recordara sus modos, su estilo. ––Ya soy viejo, no te olvidés que tengo la misma edad de Fidel, ¿no?–– le larga de pronto Vilhas.

––Sí, y la de mi viejo, y la de Videla y Menéndez...¿Qué tiene que ver, Israel? Mi generación y la tuya sólo tienen 20 ó 25 años de distancia, pero pasamos por las mismas alegrías y por los mismos horrores. ¿Qué tiene que ver con lo que hiciste?–– le devolvió Javier Villanueva, impaciente.

––Tuve mucho miedo Javier; me habían amenazado las Tres A en el '74, y otra vez en el '75–– se justificó Vilhas.

––Sí, y a mí también, y a media Argentina, y además mataron a miles de los nuestros, ¿y qué tiene que ver éso?–– lo acorralaba Javier a Vilhas con sus preguntas.

––Yo tenía ése dinero y lo necesitaba; ¡habían matado a mi sobrino, lo desaparecieron en la frontera; mi mujer y mi hija estaban aterrorizadas!–– trata de explicarse Israel Vilhas.


––Todos estábamos así, Israel, todos nos moríamos de miedo. Pero ésa plata no era tuya, era de todos nosotros. La necesitábamos igual que vos, para pagar los alquileres y comprar comida para más de doscientos compañeros clandestinos que no podían trabajar. La necesitaba Mauricio, de Materfer, ¿te acordás? Y el negro Tony, del Sitrac, y yo, y el Pelado, el Caballo, el Vasquito, el gordo Chupete, y etcétera, etc. Pero además, sobre todo, la necesitábamos para soltarlo al trosko Salvatierra, el tucumano que tanto te admiraba desde los años del Malena, ¿te acordás de él, no? El que siempre hacía bromas cuando nos encontrábamos: ¿vives todavía?, decía; era su forma de espantar el miedo. Precisábamos mucho de esa plata que te llevaste sin permiso, sin avisarnos siquiera; la necesitábamos para dársela a un milico que lo iba a soltar a Salvatierra sin que lo supieran sus superiores en Campo de Mayo, ¡y vos te fuiste al exterior con la guita, Israel!

––Javier, tenés que entender, ¡yo ya había hecho mucho! Después del golpe los milicos iban a lograr lo que no habían podido hacer las Tres A: ¡secuestrarme, torturarme y finalmente matarme! entendélo–– casi lloraba el Viejo.

––¡Y no pedís perdón Israel!, te justificás con el miedo que todos sentíamos, con el terror que a algunos los paralizaba, y a otros nos impulsaba a seguir pedaleando cuesta arriba, contra todas las evidencias–– lo apretaba Javier al Viejo, y se acuerda de Chico Buarque: era el momento exacto en que todos los barcos se llaman a puerto porque la tormenta que se viene es terrible.

––¿Y tu actitud dos semanas antes de que desaparecieras? Cuando el Pelado Rafa, -el Polo, ¿te acordás?- contó que el Bocha estaba muy asustado, que a pesar de todo su esquematismo e inflexibilidad -que a veces lo hacían parecer inquebrantable- el Bocha se había quebrado; el miedo y el instinto de sobrevivencia habían superado sus dogmas ideológicos y políticos. El Bocha se iba a Italia. Y todos nosotros dijimos …¡y bueno!, qué se le iba a hacer, tener miedo es humano, y antes de más nada éramos hombres de carne y hueso: que si quería irse que se fuera, y le daríamos incluso cobertura y contactos con los italianos–– le recuerda Javier al Viejo.

––Pero vos no, Israel; vos reaccionaste con rabia, lo criticaste duramente, dijiste que el Bocha era un traidor, que abandonaba la lucha en el peor momento. Y quince días después, vos desapareciste, diferente del Bocha que se reconoció quebrado y con miedo; vos no, te fuiste en silencio, tal vez después de haber negociado desde dos o tres semanas antes, tu fuga a la tierra de tus ancestrales, al refugio seguro del estado que lleva tu mismo nombre, y dónde tampoco te sentiste bien, porque nunca dejaste de ser un contestador, claro, y a ésa altura no te ibas a poner a inventar teorías para justificar o hacer de cuenta que no veías los crímenes contra el pueblo palestino, ¿no?

––En vez de decir claro “necesitaba dinero, tuve miedo y me dio vergüenza de decirlo porque 15 días antes había condenado al Bocha que se iba a Italia. Tuve pudor, porque condené a Bocha cuando se fue, y dije que era una defección, a diferencia de todo el resto de nosotros”–– insiste en apretarlo al viejo y esperar su arrepentimiento, Javier.

––¡Andate, por favor! Te pido que te vayas Israel, y que no le cuentes a nadie que nos vimos, porque si respondieras en público con nuevas incongruencias, y esto se volviera una polémica, voy a tener que abrírsela a otros compañeros de aquél tiempo, y ellos se sentirán con todo el derecho de hacerla pública. Y aquí mismo decido que no quiero realmente hablar más con vos, y que voy a tratar de enterrar tu fantasma de una buena vez, a menos claro, que ocurra el milagro de verte contando la parte de verdad que te toca–– se arrepiente Javier de haber tratado alguna vez de contactarlo al viejo, y de esperar que se avergonzara de lo que hizo.

––Además, Israel, te aviso que Pancho desapareció; junto con el Esquizo y Salvatierra -¿te acordás? el dirigente azucarero tucumano- fueron presos y secuestrados y no delataron a nadie, mucho menos se los vio en la calle entregando compañeros. Pancho, que te idolatraba hasta la obsecuencia, no señaló a nadie y la mentira que dijiste –que te fuiste porque uno de ellos podía marcarte en la calle- me indigna, porque jamás nadie comentó nada sobre esto, en una época en que la paranoia de los secuestros y colaboraciones de algunos pocos presos con los militares era tema de intercambio de informaciones entre todos los que sobrevivíamos. Si hubiera sido comentado, cierto o injusto, yo y muchos de los que estamos aún vivos lo hubiéramos oído–– se exalta, se contiene, y lo aprieta Javier al viejo Vilhas.

Y el viejo sale, con la mirada fija en la nada, con los ojos vacíos de quién ya no ve el futuro. Israel se aleja callado, debajo de la lluvia que ahora está más suave, y se da vuelta despacio. Javier no puede dejar de sentir pena, tal vez la misma compasión judaico cristiana de fondo que los Villanueva traen desde lejos en sus genes, desde que sus antepasados, como los de Israel Vilhas, 500 años atrás tuvieron que elegir entre dejar España, sus propiedades y el oro, o abandonar su religión y poder quedarse en el país y conservar parte de los bienes; y eligieron lo último.

Tal vez allí haya comenzado la pusilanimidad, la tendencia a doblarse, a cambiar los principios por el bienestar del prestigio y los efímeros goces materiales, que algunos lograron vencer, y otros como Vilhas, no.

Leia mais em: "De Utopías y Amores, de Héroes y Demonios de la Patria", JV. 2006.




Um comentário:

  1. El Yuyo se acuerda que, cuando el viejo se fue, y la leyenda negra de Israel empezó a crecer porque las evidencias eran muchas y totales, un obrero de Rosario le dijo: “no te hagás mala sangre, que si eso nos pasa a nosotros, te imaginás las cosas que ocurren en la derecha ¿no?”; y Yuyo dice que claro, el metalúrgico no lo había mistificado al viejo; para él, Vilhas era un tipo de carne y hueso...se asustó y se fue, como cualquier humano con miedo.

    ResponderExcluir