sexta-feira, 2 de dezembro de 2011

Guayaquil y la decepción de San Martín



No logro conciliar más el sueño después que Pablo y Raúl salen del cuarto del sanatorio; es difícil imaginarse cómo puede ser el descanso de un enfermo en coma; a veces, el soñar y el pensar se confunden y se completan, como en una secuencia; por eso pienso -y me imagino- cómo se habrá sentido el comandante del Graf Spee después que los jefes alemanes le dieron la orden de hundir su nave. Sueño, pienso o me imagino, no lo sé, cómo sería para ese oficial entregarse a su enemigo, o morir, a tan enorme distancia de su país; pienso, y me llega el sueño, y ahora sí, me duermo.

capítulo veinticinco

Releo un par de veces lo últimos textos que mi viejo escribe en el “Laprida”. Sigo leyendo, y esta vez el tema vuelve a ser la historia con la H mayúscula, ahora con otros dos héroes, uno de ellos inmaculado e incuestionable para cualquier argentino o chileno, el otro, no tanto:

La decepción y el retiro definitivo, después de la entrevista de Guayaquil

“La enfermera de las 6h entra con el diario “Los Principios” debajo del brazo, deja la bandeja y dice: —17 de agosto, día del Padre de la Patria, y a mí se me disparan la imaginación y los recuerdos. ¡Son tantas lecturas sobre el Libertador de Chile, Perú y Argentina! Me acuerdo incluso del dibujo que hice en tercer grado: San Martín, en medio de la cordillera de los Andes, con el caballo blanco que apoyaba las dos patas delanteras en suelo chileno, y las dos traseras en las piedras nevadas de Mendoza, ¡con una montaña pinchándole la barriga!:

San Martín volvió a viajar hacia el norte, rumbo a la provincia de Guayaquil, siempre pensando en lograr los mismos objetivos que se había propuesto para el fracasado encuentro de febrero de 1822. Había llegado a Puná el 25 de julio, en la “Macedonia”,  y allí mismo lo saludó el jefe Bolívar, que ya estaba en Guayaquil esperándolo días antes sueño que me cuenta Cacho Fuenzalida.
Pero el libertador de Venezuela y Colombia no había perdido su valioso tiempo y Guayaquil ya estaba anexado a su mando, sin considerar que el deseo del territorio, después de su autonomía en 1820, era unirse a Perú; lo preveían los miembros de la Junta, y habían declarado tanto a Bolívar como a San Martín que la Provincia se agregaría a cualquiera de los estados que iban a organizarse terminado el caos de las luchas independentistas. Lo que pedían era que se les dejara elegir.completa mi tío Pibe.
 En la carta de bienvenida a la llegada de San Martín, Bolívar lo convida a ser agasajado “en el suelo de Colombia”. Típica astucia política de Bolívar: anticiparse con un hecho consumadodice  el Pibe; lo que, en este caso, se oponía al deseo del Protector del Perú de permitirle a Guayaquil la libre determinación de su destino:
Con suma satisfacción, dignísimo amigo, doy a Ud el título que hace mucho tiempo mi corazón le ha consagrado. Amigo le llamo y este nombre debe quedarnos por vida porque la amistad es el único título que corresponde a hermanos de armas, de empresa y de opinión.  Tan sensible me será que no venga a esta ciudad como si fuéramos vencidos en muchas batallas; pero no, no burlará el ansia que tengo de estrechar en el suelo de Colombia al primer amigo de mi corazón y de mi patria.
¿Cómo podría venir de tan lejos y dejarnos sin la posesión efectiva en Guayaquil del hombre singular que todos anhelan conocer? No es posible. Lo espero a Ud e iré a encontrarle donde quiera esperarme; pero sin desistir de que nos honre en esta ciudad. Pocas horas como Ud dice bastan para tratar entre militares; pero no serían bastantes para satisfacer la pasión de amistad que va a empezar a disfrutar de la dicha de conocer el objeto caro que amaba sólo por la opinión, sólo por la fama”.  
Firma: Simón Bolívar

San Martín llegó a Guayaquil, y se alojó en una casa sin lujos frente al muelle, en la que lo esperaba Bolívar y todo su estado mayorle cuenta el Pibe al Chacho Rubio.
El libertador de Venezuela y de la Gran Colombia le dijo...Al fin se cumplieron mis deseos de estrechar la mano del renombrado general San Martín”.
Fueron al salón un poco después, y hablaron en privado, poco menos de dos horas. Luego Bolívar dejó la casa y San Martín saludó a la gente y le devolvió la visita al Libertador en su residencia, donde volvieron a hablar un rato a solascuenta el Pibe. Al otro día, San Martín repitió el encuentro con Bolívar; y en seguida pidió que le arreglaran el equipaje y dejaran todo listo para volver  al Perú esa misma noche le agrega Carlitos Fressie.
El nuevo encuentro fue esta vez en casa de Bolívar desde la una hasta las cinco de la tarde y, como antes, estuvieron todo el tiempo encerrados, sin ningún testigo de lo que se tratóle pasa el mate al Pibe, Carlitos. Al fin de la reunión, con la casa plena de políticos, militares y figuras invitadas del venezolano a un convite ofrecido en honor del Protector del Perú, Bolívar levantó su copa:

Brindo por los dos hombres más grandes de América del Sur: San Martín y yo”. —Y dice el Chacho que San Martín le contestó: “Por la pronta terminación de la guerra, por la organización de las nuevas repúblicas del continente americano y por la salud del Libertador”.
Después del baile, San Martín le pidió a Guido que salieran lo más rápido posible, que ya no podía “soportar más el bullicio”. Bolívar los llevó al puerto sin que fueran notados, y en el muelle se despidieron para siempre le dice el Chacho al Pibe. José de San Martín, el libertador de tres países, embarcó en la goleta sin volverse a mirar hacia trás, y partió hacia el Perúcompleta su historia el tío Pibe.

Cierro el “Laprida” y recuerdo cuánto habremos discutido en la escuela este tema, y cúanto nos entristecía pensar que el “desencuentro” de Guayaquil pudo haber sido un paso enorme para la patria latinoamericana, y al final significó nada más que el exilio de nuestro héroe, el padre de nuestras patrias chicas. ¿De qué habrían tratado en la famosa entrevista? Durante años quedó guardado bajo siete llaves el secreto de Guayaquil y se supusieron o se inventaron diversas hipótesis; sólo se supo en aquellos días que San Martín había resuelto autoeliminarse del escenario americano dejándole a Bolívar la tarea final, y la gloria de acabar de limpiar del Perú a las últimas fuerzas realistas. Retomo la lectura otra vez:

––Bueno, por fin, parece que el misterio se resuelve en 1844 cuando el marino Lafond de Lurcy obtuvo informaciones y documentos valiosos que guardaba San Martín, y publicó su “Voyages dans les deux Amériques”, sobre el prócer en las guerras de la emancipación–– me cuenta Carlitos Fressie que leyó en la enciclopedia Salvat que mi viejo le llevó a la cárcel de Encausados.  ––El francés publicó en su obra la carta que San Martín le mandó a Bolívar el 29 de agosto, al volver a Lima después de Guayaquil, y ya preparándose para el Congreso del Perú, en el cual dejaría el cargo de Protector y marcharía al exilio final––agrega Carlitos. Y le comenta Juan a Fressie, ya entusiasmado con el tema: ––La carta que Lafond publicó, aún en vida del general San Martín, fue traducida por el argentino Juan Bautista Alberdi en 1844, y dice así, leo:

“Lima, 29 de agosto de 1821.
Excmo. Señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar.
Querido general:
Dije a Ud en mi carta del 23 del corriente que habiendo reasumido el mando Supremo de esta república, con el fin de separar de él al débil e inepto Torre-Tagle, los problemas del momento no me permitían escribirle con la atención deseada; ahora no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter sino con la que exigen los altos intereses de América.
Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy íntimamente convencido, o que no ha creído Ud. que sea sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes, con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.
Las razones que Ud. me expuso: que su delicadeza no le permitiría jamás mandarme, y que aún en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida estaba seguro que el Congreso de Colombia no autorizaría su salida del territorio de la república, permítame que le diga, no me han parecido plausibles. La primera se refuta por sí misma. En cuanto a la segunda estoy muy persuadido que la manifestación suya al Congreso sería acogida con unánime aprobación cuando se trata de finalizar la lucha en que estamos empeñados con la cooperación de Ud. y la del ejército a su mando, y el honor de ponerle término refluirá tanto sobre Ud. como sobre la república que preside.
No se haga Ud. ilusiones, general. Sus noticias de las fuerzas realistas son equivocadas: ellas suman en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden reunirse en dos meses. El ejército patriota, diezmado por las miserias de la guerra, no podrá poner en línea de batalla sino 8.500 hombres, una gran parte formada por reclutas. La división del general Santa Cruz, cuyas bajas según él me escribe no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones en su larga marcha por tierra, debe sinificar una pérdida considerable, y nada podrá emprender en la presente campaña. La división de 1.400 colombianos que Ud. envía será necesaria para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima.
Por ello, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación por Puertos Intermedios no podrá conseguir las ventajas que debían esperarse, si fuerzas poderosas no llaman la atención del enemigo en otra parte, y así la lucha se prolongará por tiempo indefinido. Digo indefinido porque estoy íntimamente convencido que sean cuales fueren las vicisitudes de la guerra, la independencia de América es irrevocable; pero también sé que prolongarla causará la ruina de sus pueblos, y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males.
En fin, general; mi partido está tomado. Para el 20 del mes entrante he convocado el primer congreso del Perú y al día siguiente embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es lo único que le impide a Ud. venir al Perú con el ejército de su mando. Para mí sería el colmo de la felicidad terminar la guerra de independencia a las órdenes de un general a quien América debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse.
No dudando que después de mi salida del Perú el gobierno que se establezca reclamará la activa cooperación de Colombia y que Ud. no podrá negarse a tan justa exigencia, remitiré a Ud. una nota de todos los jefes cuya conducta militar y privada pueda ser de utilidad a su conocimiento.
El general Arenales será encargado del mando de las fuerzas argentinas. Su honradez, coraje y conocimiento, estoy seguro lo harán acreedor a que Ud. le dispense toda consideración.  Nada diré a Ud. sobre la unión de Guayaquil a la república de Colombia. Permítame que le diga que no era a nosotros a quienes correspondía decidir este importante asunto. Concluida la guerra los gobiernos respectivos lo hubieran transado sin los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos estados de Sud América.
He hablado a Ud., general, con franqueza, pero los sentimientos que expresa esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia. Con el comandante Delgado, dador de ésta, remito a Ud. una escopeta y un par de pistolas juntamente con el caballo de paso que le ofrecí en Guayaquil. Admita esta memoria del primero de sus admiradores.  Con estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea Ud. quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud, se repite su afectísimo servidor.
Firma: Don José de San Martín.

Guardo el cuaderno con los apuntes del viejo y me quedo pensando en la carta de San Martín; la impresión que me da es que el general establecía, estoico y preciso, su meta en la entrevista, que era la pronta terminación de la guerra, un tema para el cual, según Bolívar y repitiéndolo a San Martín, “bastaban pocas horas para tratar entre militares”. Y realmente fue muy corto tiempo el que usaron en Guayaquil los libertadores hablando sobre la ayuda que San Martín fue a pedirle inútilmente a Bolívar. Sigo leyendo:

––La carta muestra la opinión de San Martín sobre la difícil situación del Perú, explicándole al jefe venezolano su plan final de campaña–– dice Victoriano. ––Era indispensable, según San Martín, el apoyo decidido del ejército de Bolívar. Y los 1.400 hombres que éste le ofreció, a duras penas cubrían las tareas cotidianas, de orden policial en Lima y en el puerto del Callao–– le agrega Carlitos. ––La operación que San Martín proponía era desembarcar en Arica una fuerte división venezolana, más exactamente en Puertos Intermedios, y quebrar la conexión entre los godos de la Sierra con los del Alto Perú, atacando directo al centro de la tropa española–– dice Victoriano Unzaga. ––Sí, y a su vez hostigarlos sin tregua desde el norte argentino con los gauchos de Güemes y los socorros que San Martín ya había estado gestionando con Buenos Aires–– insiste Carlitos Fressie.
––Pero para haber un triunfo definitivo, precisaba una fuerza poderosa del ejército de Colombia que asaltara la Sierra por Pasco y parase las tropas del virrey reunidas en Jauja–– le agrega don Victoriano. ––Lo que, en los planes de San Martín, era el mejor modo de impedir que se juntaran a las que serían atacadas de frente por la expedición de Puertos Intermedios, en Arica–– completa mi abuelo.
––Los ataques anteriores al enemigo fueron malogrados por la inferioridad de recursos de los criollos–– teoriza Juancito, –y lo chico del ejército peruano–– dice el Indio. ––Es así que había sido con la primera excursión de Miller y con la de Gamarra, derrotado en Ica por sus muchos errores militares, además de la insuficiencia de tropas y de armas–– concuerda Victoriano.

––Se sabe que Bolívar le oyó a San Martín un definidísimo plan para evitar la dolorosa dilación de las batallas que ocurrían en gran parte de Sudamérica para afirmar la emancipación. Acabar más rápido la guerra apresuraba el triunfo patriota, y representaba la gloria de dar fin a la cruenta campaña de la independencia–– agrega Juan, emocionado, al comentario de mi abuelo. ––San Martín rebatió una por una las objeciones tercas que Bolívar le oponía, ofreciéndose incluso a combatir bajo sus órdenes con el fin de lograr la anhelada cooperación–– termina Carlitos. ––Bolívar tampoco lo aceptó, y San Martín vio que no podría compartir el honor de liquidar rápido la guerra, y que él mismo era el único gran obstáculo. La salida que el amargo suceso le imponía era apartarse para siempre de la gloria militar, y San Martín lo aceptó con el temple del deber. Era acatar el destino, a lo que siempre transigía, resignado–– se emociona visiblemente, cierra el libro y lo deja sobre la mesa de luz de mi cuarto del sanatorio, Juancito.

––Parece que San Martín le notificó a Bolívar su firme decisión de renunciar, y éste se lo hizo saber enseguida al vicepresidente Santander, en carta del 29 de julio enviada desde Guayaquil, dos días después de haberse vuelto al Perú–– prende un chala, deja el mate y comenta, Victoriano.  ––Sí, es verdad, y también le pedía que guardara secreto con la misma discreción con la que él se autoeliminaba de la política y de la guerra, sin jactarse del sacrificio que iba a valer la tan aspirada terminación de la lucha en América del Sur–– dice Carlitos.
––¡Esto fue entonces, la famosa entrevista de Guayaquil!–– cambia el tono de la voz y se lo ve más serio a Victoriano.  ––Y hablarían también sobre las formas de gobierno de las nuevas naciones, y del proyecto monárquico de Bolívar, que en carta a Santander, llamaba una simple “proforma”––  agrega Carlitos. ––San Martín, viviendo ya en Bruselas en 1827–– cuenta Victoriano ––escribió un documento en el que relata con detalles la entrevista con Bolívar:

“Mi viaje a Guayaquil no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra en el Perú; auxilio que una justa retribución lo exigía por los que el Perú tan generosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia.
Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada, cuanto el ejército de Colombia, después de la batalla de Pichincha se había aumentado con los prisioneros–– que eran todos criollos, naturales de América, agrega Victoriano ––y contaba más de 9.600 bayonetas. Pero mis esperanzas fueron burladas al ver que el Libertador me declaró que haciendo todos los esfuerzos sólo podría desprenderse de tres batallones con un total de 1.070 plazas. Estos auxilios no eran suficientes para terminar la guerra, pues el buen éxito de ella no podía esperarse sin la activa y eficaz cooperación de todas las fuerzas de Colombia. Así es que mi resolución fue tomada en el acto, creyendo de buena fe que era mi deber hacer ése último sacrificio en beneficio del país. Al otro día, ante la presencia del vicealmirante Blanco, le dije al Libertador que, habiendo convocado el congreso para el mes siguiente, el día de su instalación sería el último de mi presencia en el Perú; y añadía: ahora le queda a Ud, general, un nuevo campo de gloria en el que va a poner el último sello a la libertad de América. (Yo lo autorizo y le ruego a Ud. que le escriba al general Blanco para ratificar este hecho). A las dos de la mañana del siguiente día me embarqué habiéndome acompañado Bolívar hasta el muelle y dándome su retrato como recuerdo de su sincera amistad. Mi estadía en Guayaquil no fue más de 40 horas, el tiempo suficiente para el objeto que llevaba”.

En carta a Ramón Castilla, el presidente del Perú, de septiembre de 1848 en Boulogne-Sur-Mer, le hablaba San Martín otra vez sobre Guayaquil, y le comentaba:

“He ahí, mi querido general, un corto análisis de mi vida pública en América; yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndole puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia del Perú pero mi entrevista en Guayaquil con Bolívar me convenció, no obstante sus promesas, que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército a su mando, era mi presencia, la del general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme a sus órdenes, con todas las fuerzas de que yo disponía”.
“Si algún servicio tiene que agradecerme América es mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y reputación sino que era tanto más sensible cuanto que sabía que con las fuerzas reunidas de Colombia la guerra de la independencia hubiera terminado en 1823.  Pero este costoso sacrificio y el nada pequeño de tener que guardar un silencio absoluto y necesario en aquellas circunstancias, por los motivos que me obligaron a dar este paso, son esfuerzos que Ud. podrá calcular y que no está al alcance de todos el poder apreciarlos.
Firmado: Don José de San Martín.

––Sí loco, tenés razón; pero yo anduve leyendo la versión del otro lado, la de los bolivarianos, que piensan que el gobierno de San Martín en el Perú era un desastre, que no lo apoyaba nadie más que el ejército argentino-chileno, y que la oligarquía limeña lo hostilizaba–– dice el Indio, y el Chacho está de acuerdo.

––Está bien, pero toda la documentación en la que se apoyan los estudiosos de la entrevista indica que no fue una  visita de cortesía sin objetivos fijos, como se podría pensar si sólo tuviéremos  en cuenta la versión de Bolívar, sus allegados contemporáneos y los historiadores que, en su admiración al libertador caraqueño, no ven cuántos aspectos que quedarían sin explicación.  Por ejemplo, faltaría un motivo coherente para el retiro de San Martín del Perú antes de haber concluido la guerra, cuando la situación interna, política y militar, era tan crítica, como lo leí en “La caída del gobierno español en el Perú”, del canadiense Timothy E. Anna–– le retruca Juancito al Indio.

––Y entonces, ¿sería Bolívar el responsable de la decisión de San Martín? Timothy Anna muestra tres causas para lo que él llama “el fracaso de San Martín”: sobrevalorar la posesión de Lima y querer hacer la guerra del centro hacia el interior. Su salud durante la estadía en el Perú, debilitada por la tuberculosis, y el uso de opio, remedio recetado por su médico como el único analgésico de aquellos tiempos. Y en tercer lugar, la política económica que agravó la situación que se vivía en el Perú y  especialmente en Lima. Pero como cuenta T. Anna: “Los hechos de la realidad llevaron a este hombre pragmático a darse cuenta que la ayuda proveniente de fuera del Perú era necesaria para completar la lucha por la independencia. El movimiento de Bolívar, apoyado como lo fue por la renuente, pero no obstante impresionante ayuda de la Gran Colombia, continuaba siendo la mejor posibilidad

––Esto confirma que San Martín, como militar que era, fue a Guayaquil para lograr la unión de los dos ejércitos libertadores, pensando incluso en resignar el mando del que sería el ejército unido.  Los documentos dicen que San Martín viajaba con éste plan preconcebido. El secretario de Bolívar, J.G. Pérez cuenta que San Martín le dijo a Bolívar “que pocas horas en tierra serían suficientes para explicarse” –– insiste Juan.
––Por otro lado, los venezolanos dicen que hay historiadores que tuercen la posición de Bolívar diciendo que el libertador caraqueño no quiso dar la ayuda solicitada porque él quería coronar personalmente la hazaña, a pesar de que Bolívar en varias ocasiones le había prometido apoyo a San Martín en su lucha por la independencia del Perú. Como en carta de agosto de 1821, en la que Bolívar le decía:

Quiera el cielo que los servicios del ejército colombiano no sean necesarios a los pueblos del Perú, pero él marcha penetrado de la confianza de que, unido con San Martín, todos los tiranos de la América no se atreverían ni aun a mirarlo”. Y en correspondencia enviada desde Quito en junio de 1822, le repite: “Pero no es nuestro tributo de gratitud un simple homenaje hecho al gobierno y ejército del Perú, sino el deseo más vivo de prestar los mismos, y más fuertes auxilios al gobierno del Perú, si para cuando llegue a sus manos de V.E. este despacho, ya las armas libertadoras del sur de América no han terminado gloriosamente la campaña que iba a abrirse en la presente estación. Tengo la mayor satisfacción en comunicar a V.E. que la guerra de Colombia está terminada, que su ejército está pronto para marchar doquiera que sus hermanos lo llamen, y muy particularmente a la parte de nuestros vecinos del sur, a quienes por tanto títulos debemos preferir como los primeros amigos y hermanos de armas”.

––Pero también queda claro que Bolívar no pensó en juntar ambos ejércitos  bajo un solo comando para completar la guerra contra los españoles en Perú. En cartas a su vice Santander de junio y julio de 1822, Bolívar consideraba enviar tropas auxiliares hacia el sur. Escribiéndole desde Quito en junio de 1822, le dice: “He prometido mandar tropas al Perú, siempre que Guayaquil se someta y no nos de más cuidados”. Y sigue machacando en su obsesión luego realizada de someter a Quito: “Si Guayaquil se somete mandaré un par de batallones al Perú, como lo indica Mosquera, primero, para que no sean más generosos que nosotros nuestros vecinos; segundo, para auxiliar al Perú antes de una desgracia; tercero, por economía, pues aquí no tenemos con que mantener tanta tropa; cuarto, para empezar a llenar las ofertas de recíprocos auxilios”; y le convenía también para que Perú le mandase  tres batallones de refresco una vez terminada la guerra. –– deja Carlitos Fressie el libro de C. Malamud y se suma a la polémica.
––Sí, y el historiador Francisco Encina  sostiene, basado en correspondencia de Bolívar, que en julio de 1822 éste había desistido de cruzar personalmente al Perú, dejando de lado su deseo de llevar a cabo tal tarea. Esta nueva actitud se debía, según el autor, a la negativa del congreso colombiano a darle licencia, además de la imposibilidad de formar un ejército lo bastante poderoso como para aniquilar al realista.  La inestabilidad política en Quito, Guayaquil, Cuenca y Pasto, también era un buen motivo, junto a la también tambaleante situación de Colombia, que podía exigirle de un momento a otro su regreso a Bogotá–– dice Carlitos 
––Bolívar tenía conciencia del poco peso militar del ejército de San Martín en Perú y le temía a las dificultades para cooperar de las logias masónicas, además del prejuicio que sentía contra los jefes argentinos y peruanos, a los que el libertador venezolano consideraba unos antibolivarianos exaltados–– cuenta Juancito y refuerza su simpatía por San Martín. ––Además, la propuesta de San Martín lo desconcertó a Bolívar, que no esperaba la posición humilde del argentino. Por ser tan directa y pedir contestación inmediata, San Martín debió sentirse desanimado ante la falta de una respuesta como la que él esperaba, conciente de la crítica situación de Perú––.
––Por otra parte, mientras San Martín tenía todos los poderes en el Perú, y ejercía lo que sus detractores consideraban una verdadera dictadura como Protector, Bolívar -también con gran prestigio e influencia-, como Presidente de Colombia estaba más sometido a las leyes de su país–– le retrucan Carlitos y el Indio a Juan 
––En cambio San Martín ejercía los poderes en Perú según el Estatuto  de octubre de 1821: “Mientras existan enemigos en el país, y hasta que el pueblo forme las primeras nociones del gobierno por sí mismo, yo administraré el poder directivo del Estado, cuyas atribuciones sin ser las mismas, son análogas a las del poder legislativo y ejecutivo”.  El gobierno del Perú dependía plenamente del Protector San Martín, y su accionar no tenía más límites que sus propios ideales y rectitud de conciencia. En cambio Bolívar estaba supeditado al Congreso y a la Constitución, que le dictaban: “Celebra los tratados de paz, alianza, amistad, treguas, comercio, neutralidad y cualesquiera otros, con los príncipes, naciones o pueblos extranjeros; pero sin el consentimiento y aprobación del Congreso no presta ni deniega su ratificación a los que están ya concluidos por los plenipotenciarios”; y también: “El Presidente no puede salir del territorio de la república durante su presidencia, ni un año después sin permiso del Congreso”–– lee el Indio.
–– La apelación de Bolívar al Congreso, dicen los historiadores defensores de la actitud de Bolívar, está tanto en la versión de San Martín y sus confidentes como en la del edecán y secretario de Bolívar. Tomás Cipriano de Mosquera cuenta que frente a la propuesta de San Martín, Bolívar le contestó: “tendría mucho gusto de hacerlo si la República se lo permitía”. Felipe Larrazabal también sostiene que el Libertador, al ser invitado por San Martín para que pasase al Perú y tomase la dirección de la guerra, le dijo: “que no podía hacer ni una cosa ni otra sin la autorización del Congreso”. Más tarde el Libertador pidió permiso para pasar al Perú, y el congreso colombiano fue contrario a autorizarlo. El vice Santander, en carta del 21 de mayo de 1823 le decía al Libertador: “El senado ha dudado mucho del partido que debía tomar en orden a permitir el viaje de Ud. al Perú y senadores hubo que aventuraron la opinión de que ya Ud. se había ido sin esperar la resolución”.

––Sí, y tanto parece ser así, que el decreto del Congreso Peruano de mayo de 1823, expresa: “Por cuanto se halla enterado el Congreso de que a pesar de la repetida invitación del Presidente de esta República al Libertador Presidente de Colombia para su pronta venida al territorio, la suspende por faltarle la licencia del Congreso de aquella República.”–– agrega Carlitos. ––El mismo Bolívar responde a la invitación del Congreso Peruano, por medio de un oficio de mayo de 1823, diciendo: “Ya habría volado a sacar mi espada por nuestros aliados y compañeros de armas, si un religioso respeto a la letra de nuestras instituciones no me hubiese retenido en la inacción que me atormenta”.
––San Martín le extrañó y lo desconcertó la actitud  dubitativa de Bolívar, y se desilusionó con los resultados de la entrevista, decidiendo volver al Perú, al no tener más sentido seguir las conversaciones. Según los defensores de la actitud de Bolívar, el venezolano sintió que San Martín había ido con planes poco determinados, dejando la impresión de una simple visita informal.  La Relación oficial al gobierno de Bogotá dice: “Si el carácter del Protector no es de la frivolidad que aparece en su conversación, debe suponerse que lo hacía con algún estudio. E. E. no se inclina a creer que el espíritu del protector sea de esta carácter, aunque tampoco  le parece que estudiaba mucho sus recursos y modales”–– lee el Indio.
––Pero la versión sanmartiniana se centra en el objetivo militar como eje de la entrevista. San Martín no viajaría a Guayaquil en momento tan crítico sólo para charlr sobre la situación de Guayaquil o el futuro de Hispanoamérica. Como dice el historiador José Pacífico Otero: “en la mente de San Martín predominó como asunto principal la ayuda que Colombia podía y debía prestar al Perú para dar fin a la guerra. Todo lo demás fue secundario, materia de simples diálogos o de cambios de ideas en las conversaciones”.
–– Y aún fracasado el objetivo de San Martín, el Protector de Perú trató de sacar el máximo provecho de la entrevista en lo que para él era central: el apoyo militar. El Protector también se mostró a favor de la federación, que era uno de los proyectos políticos principales de Bolívar, pero San Martín centra en los beneficios militares: “porque juzga que las tropas de un estado al servicio de otro deben aumentar mucho la autoridad de ambos gobiernos con respecto a sus enemigos internos, los ambiciosos y revoltosos. Esta parte de la federación es la que más interesa al Protector y cuyo cumplimiento desea con más vehemencia”–– según se lee en Relación Oficial al Gobierno de Bogotá, dice Juan.
––Todo esto lleva a reafirmar que el tema militar fue el punto central de la entrevista y que el desencuentro produjo también el desencanto. Ambos quedaron insatisfechos con la entrevista y en sus testimonios traslucen desconcierto y desilusión–– trata de mantenerse en el centro de la polémica el doctor Anibal Fuentes.
––También fue tema de conversación la forma de gobierno para los nuevos estados hispanoamericanos. Cuentan los estudiosos venezolanos que San Martín argumentó su posición contraria al sistema republicano y defendió la monarquía constitucional, con un príncipe de alguna dinastía europea. Bolívar –siempre según sus adeptos- defendió la superioridad de la república, señalando que la base de la política “debe ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y  los privilegios”. Para él, lo ideal era un gobierno unitario, con un  Ejecutivo fuerte, una Cámara de diputados elegida por el voto, un Senado hereditario, un poder judicial autónomo y una iglesia encargada de la virtud de la sociedad–– lee Carlitos y lo provoca a Juan 

––Dicen los bolivaristas que para San Martín la república no combinaba con la realidad y la idiosincrasia hispanoamericana, habiendo una ignorancia tan general en el pueblo. Además él creía que el sistema republicano sólo generaría una “espantosa anarquía”, lo que llevaría a la tiranía. Fueron esos principios lo que explica el monarquismo de San Martín y no un interés personal. Y de eso estava convencido el mismo Bolívar, como lo manifiesta en sus testimonios personales–– le devuelve Juancito.
––Pero no todo fue desacuerdo entre los dos libertadores. Algo en que sí estuvieron de acuerdo fue sobre la inconveniencia del federalismo en los nuevos estados de la América española, que ellos consideraban nefasto para la región y como prueba mostraban la experiencia “anarquizante” de las Provincias Unidas del Plata–– insiste el Indio.
––Asuntos como la negociación de paz con España y la política en los países de Hispanoamérica fueron temas de conversación durante las seis horas que duraron las entrevistas. Sobre las negociaciones con España estuvieron de acuerdo en pactar el fin de la guerra pero asegurando la independencia, la integridad territorial de los estados, y la salida inmediata del ejército español del suelo americano–– agrega Anibal Fuentes.

capítulo veintiseis

Parece que ahora se olvida mi viejo un poco de San Martín. Y leo en el quinto cuaderno que, mientras su secretario se preparaba para volver desde Catamarca a Córdoba, Luis Carlos Prestes se desesperaba en la pensión de doña Manuelita, en donde Fuenzalida lo había dejado. Prestes todavía no sabía nada de lo que le había pasado a Villanueva, y pensaba que tal vez Saldanha lo hubiera encontrado en Catamarca y pudiera haberle pasado por fin los pasaportes, los pasajes y la plata que sus camaradas esperaban para poder seguir viaje hasta La Quiaca y Villazón, y después, de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, volver a Corumbá y de allí a São Paulo.

Lea más en "Crónicas de Utopías y Amores, de Demonios y Héroes de la Patria" (JV, São Paulo, 2006)

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