terça-feira, 12 de junho de 2012

El amor *


Cuando eras pequeña –no me lo contaste nunca, tan solo me lo imagino- soñabas con el príncipe azul. Estoy seguro.
Como en las fantasías que tuve en una larga niñez y durante mi corta adolescencia nunca entraron princesas ni jóvenes nobles y altivos, tengo que suponer apenas que te lo imaginabas alto a tu príncipe, tal vez de ojos claros, pero sobre todo muy romántico, inteligente, siempre divertido, y atento...sobre todo muy atento.

Con el tiempo te diste cuenta que la realidad es muy diferente y que los hombres no son siempre los perfectos caballeros, uno de los cuales creías merecerte.
La verdad es que descubriste incluso que un príncipe puede parecerse en la vida real más a un sapo, porque la belleza se desvanece con los años, con el trabajo y la rutina. Y a veces la cortesía y la alegría se vuelven un tanto nebulosas con el cansancio, o van quedando marcadas con las cicatrices que nos dejan las tristezas de las luchas y las pérdidas cotidianas.

Pero, aunque lo hayas entendido -y te duela menos ahora que si te lo hubieras imaginado cuando eras una niña- nada impide que dejes de esperar del hombre una cierta heroicidad, una determinación y una firmeza varonil en la pareja, que tome las iniciativas y que dé muestras fuertes e inequívocas de cariño ¡aunque sin pedirle la luna, claro, puesto que hace décadas que las revistas avisan que con éso, ellos casi siempre salen corriendo! 

Y es que ningún tratado de sociologia podrá nunca abarcar los cambios en las prácticas del amor; y aunque los estudiosos sociales me digan hace años –muchísimos años, de verdad- que los avances de la mujer en la economía, los puestos de trabajo y de mando, lo han puesto al hombre en un ocaso, sigo sin creérmelo. Por suerte soy de los muchos hombre que luchamos por ideales firmes, que incluyen esos cambios de la mujer en su papel en la sociedad. ¿Y a qué hombre con las ideas y las prácticas que vivimos en estos 40 años se le ocurriría que la mujer debe ser una sensual puta doméstica, buena de cocina y cama, fiel educadora de los hijos que le hacemos parir a cada tanto? A mí no, por cierto.
Y bueno, a una mujer moderna, trabajadora lado a lado con el hombre, o incluso más, porque siempre fue más responsable y organizada; ¿a quién se le ocurriría hoy querer relegarla al papel de nuestras abuelas, hace 50 o 60 años atrás?

Siempre me acuerdo de Mario Vargas Llosa, contando las contradicciones de un joven revolucionario peruano en los años de 1950, que en un ataque de celos la encierra a su novia y le impide  salir a las acciones callejeras que la organización había planeado.
Todo cambió, y los que tenemos la suerte de vivir en países más o menos democráticos, ya no tenemos que luchar en las barricadas ni guardar stocks de molotovs en nuestras casas. Hacemos vida simple, aburguesada y feliz; pero si los hombres volvimos a parecernos a nuestros padres y abuelos en gran parte de nuestras funciones, no ocurrió lo mismo con las mujeres de cada familia.
Una mujer puede salir sola y el marido no necesita encerrarla a cuatro llaves para tener seguridad de su fidelidad. En absoluto. Puede y debe trabajar y su marido o novio va a ser el primero a exigir que se la respete como persona igual y con los mismos derechos y obligaciones.

Por eso, volviendo al tema del romanticismo y a las formas del amor, creo que los hombres hoy somos también más maduros, porque somos más frágiles y lloramos si hace falta, nos ponemos atrás de la falda de una mujer si ella es la que tiene la razón, bajamos la cresta y nos subordinamos si estamos equivocados, ante la novia, la esposa o la jefa en el trabajo. Y hasta elegimos presidentes mujeres para gobernarnos.

¿Y no habrá cambiado entonces también el concepto de lo que es romántico y –de fondo- lo que es el amor? Cuando era jovencito, yo por lo menos, no sabía lo que era el amor. La pasión sí, ¡quién no lo sabe! Pero el amor…ni idea.
¿Cambié yo y toda mi generación, o cambió el concepto, la práctica del amor? Mi teoría es que los dos cambiamos –o mejor dicho, todos: mi generación, yo, mis hijos, y el concepto del amor entre hombre y mujer.

Ya sé que las mujeres se quejan que el marido o el novio se quedan para atrás, o que son superficiales si se los compara con la agilidad femenina. Es verdad. Pero sigo rehusándome a aceptar la idea del crepúsculo del macho, justamente porque formé parte de los que libramos duras batallas juntos y en igualdad de condiciones con las mujeres; y si la mujer está en su amanecer dorado, el hombre solo puede estar acompañándola, a su lado.

El amor, hoy lo sabemos –o por lo menos yo lo aprendí así- se construye como una obra de arquitectura, de abajo hacia arriba, de a poco, sin urgencias ni deslumbramientos. 
¿Príncipes azules? ¿Y para qué princesas serían?
No, el macho no está en su crepúsculo. Tal vez hagan falta nuevos poetas y fabulistas, que inventen una prosa y un verso para las nuevas formas del amor, un amor maduro e igualitario. ¿Menos romántico? bueno, si se trata del romanticismo antiguo sí; pienso en un amor más de todos los días, más compañero, más coherente con el padre que cambia los pañales y le da mamadera al hijo y con la mujer que trabaja, lucha, compite en el mercado de trabajo, que es jefa y manda.
Amor es poesía, es ilusión de querer estar con la persona amada, es esperar que lea lo que uno escribió, esperar que dé el mismo cariño que espera recibir. Es, y eso no cambió, mirar hacia el mismo horizonte en vez de mirarse solamente a los ojos. Es tener objetivos y acciones comunes y concluyentes, es camaradería, aparte de la pasión y las ganas de estar juntos. Es construir una vida.

* JV. 12 de junio de 2012. Día de los novios en Brasil.

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