quarta-feira, 13 de junho de 2012

La emigración

23 de abril de 2006, cinco y veinticinco de la tarde.

Entrego la tarjeta de embarco y subo la escalinata del avión; me olvido del tiempo y del cielo cada vez más nublado en el aeropuerto, que puede arruinarme el viaje; me siento, ajusto el cinturón y me enfrasco en la lectura. El manuscrito se pone interesante, pero sigo sin entender el hilo del relato. Recuerdo haber leído que, entre otras notas pintorescas de la inauguración del monumento a Garibaldi, sobresalió un inusitado indulto presidencial, que si no estuviera bien documentado, se podría decir que no pasó de una simple anécdota; y es que fue un perdón sin antecedente el que Roca decretó desde lo alto del palco, luego de una rápida charla con Mitre; Roca no debe haber podido eludir su decisión en aquella oportunidad, y puso en libertad inmediata a Vicente Malpelli, un compatriota de Garibaldi, que había luchado en sus campañas libertadoras, y que estaba preso en Buenos Aires por diversos delitos comunes, que no eran de origen político o social.

Pienso en las vueltas de la vida: Roca, héroe de la “conquista del desierto”, un enorme territorio que hasta 1879 era de hombres libres, “salvajes” mapuche, mujeres y niños tehuelches, pampas que ignoraban el miedo de los gobernantes argentinos a Chile; indios que eran los argentinos y los chilenos más genuinamente dueños de la Patagonia, al este y al oeste de la frontera de los criollos, la misma línea helada de los Andes que los españoles no se habían atrevido a disputarle al mapuche. Y Mitre, el verdugo de miles de hombres y niños paraguayos, ¿fue un prócer de la guerra de la Triple Alianza?¿La Historia nos obliga a perdonar?¿o nos permite olvidar? Sigo leyendo en el “Laprida” los apuntes del viejo:

San Pablo, Brasil, 13 de septiembre de 1979
“––Argentina empezó su formidable expansión con la “Campaña al Desierto” de 1879 de Julio Roca, que los indios prefieren llamar “conquista” de la Patagonia, y que la historia oficial ve como “la última guerra por la conquista definitiva del territorio nacional”–– cuenta Victoriano. ––Hasta entonces se frenaba los furiosos malones que desolaban la pampa con recursos ingenuos, como cavar un foso de más de 600 kilómetros. Mientras el país se ataba cada vez más al Imperio Británico, su flamante ejército y marina seguían el molde rígido del modelo militar  prusiano–– carraspea, le da el mate a Victoriano y sigue, académico, doctoral, Anibal Fuentes. ––La elite, mezcla única de expatriados españoles e italianos de cultura afrancesada, imaginaba a Argentina, tal vez sin darse cuenta de lo que eso significaba, como la nueva Europa de las Américas–– alarga su perorata Anibal. ––Además, Sarmiento había llenado el país de escuelas ejemplares, con maestras venidas desde la mismísima Inglaterra, como el Normal de Catamarca–– agrega el doctor, y le da el mate a doña Eufemia. ––Después de más de ciento treinta años -con nuevas políticas y sucesión de próceres, héroes y bandidos- los partidos en el poder también han cambiado, variando sus diferentes discursos. Esto fue gradual en las raras primaveras democráticas, o abrupto, por vía de golpes militares; incluso en los pocos años de agitación casi revolucionaria, como en la primera mitad de los 70. Pero los sujetos anónimos, la masa de inmigrantes por ejemplo, un mero instrumento de la ocupación territorial después de la invasión al Desierto, no ha podido formarse aún una identidad nacional  y que le sea propia. Los nietos del inmigrante de ayer, hoy quieren irse; sueñan con volver a emigrar, pero ahora hacia Europa, la vieja seductora de siempre. El bisnieto del antiguo inmigrante busca la doble ciudadanía, se desespera por el pasaporte de sus abuelos, que ya no es un papel ocre en el que cien años atrás se veía una cara triste, con la mirada de un ser casi sin esperanzas, que venía a América a rescatarse y tratar de encontrarse como ser humano. No, lo que desean ardientemente ahora los nietos de aquél anacrónico desesperado de otro siglo, cuando Europa entera pasaba por hambrunas feroces y se debatía entre la paz y la guerra, es el salvoconduto de la Unión Europea–– completa Anibal.”

Capítulo cinco


23 de abril de 2006, seis menos veinte de la tarde.
El avión de la Varig carretea unos trescientos metros, pero se para de golpe antes de llegar a la cabecera de la pista y baja la potencia de los motores, gira y se vuelve lento, exasperante, hacia el aeropuerto. Supongo que debe haber algún desperfecto serio, pero nadie informa nada y yo tampoco me preocupo demasiado, aunque pierdo el sueño que normalmente me ataca en los despegues del avión; y vuelvo al “Laprida” de 200 hojas con los manuscritos de mi viejo:

San Pablo, Brasil, 19 de septiembre de 1979
“––El mundo entero cambió, y aquella Argentina de los hombres del 80 es un sueño que se deshace, hundiéndose de a poco–– dice Fuenzalida cuando le parece que el doctor Anibal Fuentes hace un descanso en su discurso sociológico. ––Y la desilusión y el fracaso del pobre, o del hombre de clase media, brasileño o argentino, se repiten en centenas de lugares en todo el mundo. Pero, por otro lado, cuando un inmigrante negocia sus productos de contrabando en cualquier callecita de Europa, listo para huir de la policía, queda claro que, muy pronto, el viejo continente va a ser tan mestizo como lo son América o Asia––  agrega.  ––Y por racionalismo o mera culpabilidad, habrá acabado en Europa la odiosa pretensión de hegemonía egoísta que sacude en ciclos de terror al resto del mundo desde el medioevo––  lo mira de reojo a Anibal, nota que Victoriano hace una mueca imperceptible de cansancio o de fastidio y se calla, Cacho Fuenzalida. 
––Perder la memoria de la inmigración nos hace olvidar que mitad de nuestros bisabuelos llegaron al país, engatuzados con las falsas promesas de tierra y libertad, radiantes actores de una monumental fuga en masa, nunca vista antes, de la población europea pobre hacia América–– insiste Anibal Fuentes. ––Aquí pedían mano de obra barata, y nuestros antepasados, plantadores o artesanos pobres, sobraban en el centro y el sur europeos, que seguían muy lentos en sus industrias. Huían de países asolados por la estupidez de las eternas guerras. Sus patrias, sin salidas pacíficas y duraderas, les abrían un ideal de aventura, que traía el dolor del exilio, la emigración y la nostalgia–– dice Anibal, cuyos padres llegaron de Barcelona un mes antes que las tropas fascistas de Franco tomasen la ciudad y fusilasen al abuelo, militante anarquista.”
Desde mi cama de enfermo, sin poder intervenir en la charla, pero sin perderme palabra de lo que se habla, me desvío por un lado más humano y cómico del tema, recordando que después de la caída de la República, miles de españoles cruzaron los Pirineos hacia el sur de Francia, esperando solidariedad del gobierno socialista de León Blum, que por fin los encerraría en campos de refugiados. Y así fue que a los españoles en Francia, a medida que salían del confinamiento y se ponían a trabajar, con cariño o con desprecio, los conocieron como “espangouin”.
––Sí, así es–– dice Anibal–– les decían “pingouin espagnol”, porque la mayoría, al llegar a París, trabajaban de mozos y camareros en restaurantes, de frac, en blanco y negro, como los pingüinos–– y se extiende otra vez, entusiasta en su floreo enciclopédico, nuestro docto Dr. Anibal Fuentes.

Siento que me vuelve de a poco la fiebre, y me acuerdo que Anibal decía que, al final de la guerra de España, como muchos combatientes obreros jugados por la República, Juanjo, un hermano de su abuelo, había entrado al PCE. El tío abuelo del doctor sintió en la propia carne la ferocidad de Franco para exterminar a los vencidos. Fue preso en los campos de trabajo forzado en el norte de África. Se fugó, refugiándose en Argelia, donde trabajó como oficial metalúrgico.  Aprovechó un indulto y volvió a España en 1957; en Madrid entró en la fábrica Perkins. Como otros muchos luchadores de las Comisiones Obreras, Juanjo Fuentes fue juzgado por el Tribunal de Orden Público franquista y enviado a prisión. Saldría de la cárcel diez días después de la muerte de Franco, pero todavía lo detuvieron una vez más, en diciembre 1975. Y la enfermera entra con los remedios mientras Victoriano sale despacio, y yo siento que me adormezco y sueño.

23 de abril de 2006, seis y diez  de la tarde.
 Bajamos del avión y volvemos a las salas de espera; nadie explica nada y sigo leyendo. Aunque no entiendo bien hacia adónde apuntan las anotaciones del viejo en el “Laprida”, sí coincido con sus conceptos. Y es que la inmigración que él describe, de millones de miserables europeos entre el siglo XIX y el XX, fue precedida aquí por un racismo despiadado que idealizaba todo lo que era del viejo mundo, mientras postergaba y ultrajaba a nuestros criollos y mestizos. El Martín Fierro denuncia esa política que prepara la aniquilación del indio y la marginación del gaucho, acciones que irían a inaugurar esa nueva realidad social.
Casi me duermo con el cuaderno en las manos, hasta que los parlantes anuncian por fin, después de dos horas de espera en el zaguán de Guarulhos, que el vuelo de la Varig São Paulo-Porto Alegre-BsAs va a salir dentro de 45 minutos; vuelvo al manuscrito:

“––La América mestiza se fue forjando desde Méjico hacia el sur, como el más asombroso efecto del nuevo mundo: los millones que hoy hablan portugués y castellano, sintetizan centenas de culturas, nativas o importadas, que fueron proscritas y doblegadas por la fuerza de la espada y de la cruz. Todos fueron sometidos: como luego lo serían los indios acá, también lo eran los propios colonizadores allá en Europa, ya que en su mayoría venían del sur miserable de España–– dice Fuenzalida, ––y muchos de esos conquistadores rudos eran árabes o judíos, cristianizados a los porrazos. Marginados, los cristianos nuevos, judíos en realidad, lograron pasar a través de Portugal y llegar hasta aquí, escondiendo su calidad de conversos. Y más relegados eran los negros traídos en cadenas, o los chinos llevados a Chile y al Perú, cuando se les acabaron los esclavos negros. Por fin, también fueron sometidos y degradados los italianos, vascos, gallegos y catalanes inmigrantes, todos expulsados de Europa, porque sobraban en la producción, que allá en sus patrias no tenía donde más aprovecharlos–– remarca mi primo Raúl, le devuelve el mate a Eufemia, y termina su largo comentario.
––Argentina y toda America Latina son el fruto mestizo de una cultura de sometidos, y olvidarlo es negar nuestra esencia–– chupa el último trago del chala, exhala el humo azul y dice, muy bajo, Victoriano.”

23 de abril de 2006, siete y veinticinco de la tarde.

Otra vez el avión carretea por la pista pero esta vez despega sin más demoras; a pesar del problema que no fue informado, salimos sin otros imprevistos; el comandante informa que en pocos minutos llegaremos a la altura de crucero, los 10 mil metros, y van a servir el almuerzo; salgo de la modorra y voy al baño a mojarme la cara; ni bien entro, empieza una cierta turbulencia y me vuelvo al asiento. Retomo la lectura del “Laprida”, que cada vez parece más un conjunto de apuntes sin una línea clara de pensamiento. Sigo la lectura:

San Pablo, Brasil, 22 de septiembre de 1979
“––Es muy probable que los inmigrantes genoveses hayan sido los primeros italianos que llegaron a Buenos Aires–– dice el tío Luis, y se acerca a la rueda del fogón después de calentar otra pava para el mate dulce. ––En los años de la Revolución de 1810, había tan sólo 42 “tanos” en toda la ciudad; pero parece que después de los cruentos conflictos de 1820 y 1821 en Italia, con Génova anexada a Cerdeña  muchos se expatriaron al Río de la Plata, en el Riachuelo, donde formaron la Boca, un pueblo de ligures–– cuenta Victoriano, y agrega que en 1838 había casi 9 mil genoveses en la región, y más de 3 mil en la navegación, justo cuando la flota de guerra francesa bloqueaba el puerto de Buenos Aires. ––Lo que los obligaba a los xeneixes de La Boca a esquivar el cerco naval disfrazándose con las insignias de Saboya, lo que a Rosas, entonces facultado en las acciones exteriores de la Confederación, como gobernador de Buenos Aires, le venía muy bien–– agrega don Julio Ovejero, amigo de Victoriano, que entró silencioso a mi habitación en el sanatorio y ahora está sentado cerca de la rueda del fogón.
––Y así, de a poco, los genoveses levantaron en La Boca un pequeño puerto italiano, con sus casas pobres de chapas coloridas, llevando en sus naves los negocios del país hasta el Brasil y los EEUU–– agrega el tío Luis. ––Y esto impulsó de inmediato numerosos astilleros, armadores y almacenes navales; que en 1864, por ejemplo, armaron el primer vapor a ruedas, el “Félix Colón”, que luchó contra los paraguayos en la Guerra de la Triple Alianza como “Itapurú”–– le recibe el mate a don Ovejero y completa, Victoriano.
 ––Esta elite emergente de los italianos ya tenía un tremendo peso político al surgir el movimiento nacional en la península, con ideas que eran fuertes también en Argentina–– cuenta Fuenzalida. ––Las afinidades entre los nacionalistas, masones y anticlericales de Italia, y el nuevo caudillaje político rioplatense, fue emparentándolos y creando lazos fuertes, culturales y económicos–– agrega el tío Luis.

––Los pioneros italianos lograron mantener por décadas el liderazgo sobre la vasta comunidad gringa, gracias a su poder económico y lazos políticos–– recibe el mate de Luis, se arregla el sombrero y completa, Victoriano. ––Pero todo cambió decisivamente con el progreso de las clases medias y la agitación obrera y popular que crecía con las muchedumbres de inmigrantes, recién  llegados  desde  Italia–– dice Raúl, me arregla el brazo donde gotea el suero con los remedios, y se levanta para entreabrir la ventana del cuarto del sanatorio que da al paseo Sobremonte.
––La nueva elite porteña lucró mucho con la ocupación de la Patagonia, que hasta 1879 había sido de los indios pampas. Los terratenientes les tomaron más de 800 mil km2 a las naciones tehuelche y mapuche, y forjaron patrimonios gigantes en una economía con fuerte predominio británico, que les daba superioridad sobre los tanos–– le dice Ovejero a Fuenzalida. ––Sí, la ocupación del Desierto fue financiada por la Sociedad Rural Argentina y de esa conquista, los Martínez de Hoz recibieron 2,5 millones de hectáreas en tierras. Aparte de los indios muertos, muchos quedaron esclavos de las familias de la alta sociedad, lo que agrandó una vez más el deterioro fatal de los inmigrantes, a los que una ola tras otra de nuevos llegados los volvía cada día más miserables y degradados. Además, la elite italiana originaria no logró superar a los nuevos colonos galeses y vascos, que también estaban ocupando extensas áreas–– dice Raúl.  ––Y luego, la expansión argentina hacia el sur y el centro oeste, auxiliada por los trenes ingleses, convirtió a los nuevos inmigrantes en unos molestos advenedizos, hordas de plebeyos invasores, llegados de ultramar, y que anticipaban el “aluvión zoológico” de pobres que años después invertiría la marea de llegada de los más miserables, y vendría en impetuosa migración desde el norte y el noroeste, jodiéndole de una vez por todas a la elite porteña sus sueños de ser la Europa Austral–– se ríe, se ahoga con el mate, tose, y larga una carcajada, mi abuelo.
––Y todo esto pasó–– continua su relato Victoriano ––porque durante todo un siglo, entre los años 1876 y 1976, hubo un brutal desplazamiento humano, que llevó a que salieran de Italia más de 25 millones de personas–– me mira fijo, como si recién ahora viera a su nieto inmóvil en una capa de hospital, aspira lentamente el humo del chala mientras Eufemia le acerca otro mate, y completa su relato, mi abuelo. ––Y una gran parte se radicó en Argentina––.”

 

Capítulo seis

 

Córdoba, mayo de 2006.

––La inmigración es una apuesta–– pienso yo desde mi cama, mientras los oigo a mi abuelo y a Fuenzalida hablando de los italianos. Es una jugada definitiva, una osadía sin retorno, y no se puede fallar; es como venderle el alma al diablo: se apuesta, pero no se permite perder; fracasar es volverse, es la vergüenza; el exiliado se siente siempre desterrado, y más tarde o temprano, vuelve a su patria imaginaria; el inmigrante no, él se queda en su segunda patria, real. ¿Los escucho, o los recuerdo y rememoro mi propio exilio, mi emigración y destierro? No lo sé, tal vez porque estoy hace meses en esta cama de hospital, y los sueños, los pensamientos y los recuerdos se mezclan, se me confunden... ¿pero qué importa? la enfermedad me obligó a un descanso, y la verdad es que me estoy divirtiendo, como hacía años que no me ocurría.

“––La joven nación parecía irse pacificando de a poco––dice mi abuelo Victoriano. ––Era la “larga paz argentina” de Roca, armoniosa, como el juego de palabras cretino que se le ocurrió a un periodista, recordando que el “héroe de la Conquista del Desierto”, dejara a sus hijos el legado de tres estancias:La Larga”, “La Pazy “Argentina”; lindo, ¿no?–– agrega con ironía Anibal Fuentes. ––Terminaba por fin la guerra civil, domando a las milicias montoneras, con arreglos entre federales y unitarios, se aniquila la amenaza de un esplendor soberano de Paraguay; y el país empieza a crecer, con el esfuerzo de esta pobre gente esperanzada, trabajadora y humilde, que llega de ultramar––  agrega el doctor Fuentes. ––El país iba asimilándola en un gran cruce de pueblos, volviéndose una sociedad más abierta, el famoso “crisol”: una colosal movilidad social, que tapa la visión racista de la clase dominante y arma un discurso nacional a su semejanza y beneficio, bajo la hipocresía que niega las raíces indias y oculta la presencia de los mulatos y negros, mientras los somete al mestizaje forzado, ataca sus culturas y les homogeneiza los comportamientos sociales.–– le devuelve el mate a Eufemia, le sonríe y le dice que gracias, que ya no va a tomar más, se arregla el nudo de la corbata y tose, Cacho Fuenzalida. ––En 1914, media Buenos Aires era gringa. Entre 1871 y 1900 llegaron a la Argentina más de tres millones de inmigrantes, y se radicaron dos millones; los “golondrinas” trabajaban temporarios en las colectas, y volvían a sus pueblitos de origen. Y entre 1900 y 1914 llegaron otros tres millones más, de los que permanecieron, por la misma razón laboral, tan sólo la mitad.  Y hacia el inicio de la guerra de 1914, entre los casi ocho millones de argentinos de entonces, la mitad era de extranjeros, de ellos, mitad italianos, el 20 por ciento españoles, un 10 por ciento franceses y el resto ingleses–– completa Victoriano su larga y detallada perorata.”

Buenos Aires, Ezeiza, 23 de abril de 2006, 9:05 de la noche.

El avión llega sin atrasos a Buenos Aires y en el hall principal me encuentro con Malena; son nada más que veintidós minutos que me sobran hasta tomar el transfer que va al aeroparque Jorge Newbery. En realidad ella vino a traerme un segundo cuaderno que me había dejado olvidado entre unas ropas viejas, y de paso, los libros de Marta Harneker, F.H. Cardozo y Faletto, y de Mónica Peralta Ramos, del tiempo en que me había escondido un par de semanas en la casita de sus viejos en el  antiguo Ramos Mejía, atrás de los túneles que pasan por debajo de las vías del tren, un lugar rodeado de misterios e historias de diablos y de aparecidos.
Malena se va rápido y me quedo en la cola del micro que va a la capital; no resisto la curiosidad y me salteo la lectura que estaba haciendo del “Laprida” nº 1; empiezo a leer el cuaderno que dejó mi amiga:                               
                                           
São Paulo, 3 de octubre de 1979

El miedo                                
“Se fue instalando entre nosotros de a poco, como una semilla diminuta que penetra en un terreno fértil, y empieza a crecer, casi sin que se la note. El miedo se metió en nuestras vidas como un inquilino indeseable, y creció hasta ocupar todo el espacio que pudo, o que le dejamos sin querer. El miedo se acomodó en nuestro quehacer cotidiano, y fue aumentando de tamaño como un carozo, una pepa gigante, un tumor al que sólo se lo puede extirpar con una determinación audaz e irrevocable. No saber qué puede ocurrir de un momento a otro es siempre peor que saber que algo malo va a pasar. Terror es no tener control del miedo, de la amenaza prevista cuando ignoramos en qué momento ella ocurrirá. Aún así, seguimos peleando, confiados en que en cinco o seis años, la dictadura asesina va a hacer agua, y las luchas populares van a llevarnos de nuevo a la cresta de la ola. Y quién sabe ahí sí, podamos empezar a preparar una revolución que venza al miedo de una vez.

Javier Villanueva. São Paulo, febrero de 2012. Fragmento de novela: Crónicas de utopías y de amores. 2006.

Nenhum comentário:

Postar um comentário