quinta-feira, 28 de junho de 2012

El Vivorazo y la deuda del pusilánime.

1.

No conseguía mantenerme despierto de tanto que había trabajado durante el día. Llegué al hospital Nove de Julho, en la avenida del mismo nombre, vecino a la avenida Paulista, poco antes de las 11 de la noche; a las doce, cuando me pusieron la inyección con el sedativo, casi ni sentí el pinchazo; me dormí enseguida. Traté de despertarme cuando ya estaba en la camilla, camino al quirófano; aunque apenas se me abrían los ojos, los párpados estaban pesados y me aplastaba un sueño plomizo. Pero al entrar en la sala de operaciones lo vi.
Estaba sentado como una lechuza, encima de la rueda del reflector de iluminación. Lo reconocí de inmediato: los bigotes y el pelo, canosos y espesos a pesar de la avanzada edad, los ojos estirados como los de un árabe o un judío palestino. Nadie más lo vio y yo, anestesiado y perdiendo los sentidos, me olvidé del viejo. ¿Era realmente Israel Villas la figura que había visto, o era el Malo? ¿O eran los dos en una sola figura?
No tardó el Malo, encarnado en la figura del Viejo Villas en aparecerse de nuevo; no lo iba a despistar yo tan fácil con la disculpa de la operación y la anestesia.

Vos me debés algo y este es un buen momento para que me pagues- me soltó el Malo, apretando los dientes y lanzando chispas por los ojos. Pero la mirada seguía siendo la de Israel y a mí no me iba a impresionar.

– Yo a vos no te debo nada, al contrario, vos me debés a mí y a mucha gente, ¿o ya te olvidaste lo de los 150 mil? – le largué sin mirarlo a la cara, pero tratando de dejarle claro mi disgusto por su presencia.
– Córdoba, un 12 de marzo de 1971 en el Barrio Güemes, en Córdoba, ¿te acordás ahora? En el medio de las barricadas del Viborazo, justo cuando la policía montada y la federal los había cercado, a vos y a Juancito, apareció la moto con side-car del gordo Lowe, ¿te acordás? La manejaba un pibe rubio, bajito, que militó en el sindicato apenas un par de meses; te largó la moto y se metió corriendo por un pasaje, y Uds. se subieron y salieron por otra cortada, sin que la policía los agarrase. ¿Te acordaste ahora? El rubito era yo, el Supay, y me debés la vida, Javier – ahora sí volvía la sonrisita irónica, la mirada seductora, el palabrerío estirado y firuleteado del Viejo en la piel del Malo.

– Bueno, pero con el Juancito y el gordo Lowe nos escapamos de varias, y no tengo porqué deberle nada a nadie, todo fue a nuestro proprio riesgo, así que no se habla más de eso – quise prepearlo al Malo, que se levantó como leche hervida, creció de golpe hasta casi la altura del techo del hospital, dio un rugido y me levantó, con cama y todo, desconectándome todos los tubos, aparatos de presión y otros cables que me ayudaban en el post operatorio.

– Hace más de treinta y cinco años que vivo en el exilio. Mi nombre, de a poco, se fue desvaneciendo, borrándose de la vida pública. Pero aún así, hubo quién ya me llamó "testigo del  siglo" – afloja la tensión el viejo, se pone sentimental y reblandecido, baja la cama al piso, y trata de ponerme de su lado, diplomáticamente.

– No viejo, vos sabés que lo que hiciste fue imperdonable– le retruco, pensando que no hay nadie, entre todos los que lo conocimos en aquélla época, ahora lejana, que lo justifique.

Y quién sabe, por los efectos de la anestesia que empezaba a pasar, me acordé de Jorge Carrión, que al comentar “J.V. se arranca los ojos”, de Juan Villoro, en El testigo, cuenta que Un hombre joven dice una mentira. El rendimiento emocional que de ella extrae es tan gratificante que no rectifica ni confiesa: sigue adelante. Todo el mundo comienza a creer que su carrera profesional es otra. Su vida entera deviene otra. Al cabo de veinte años, tanto su esposa como sus padres, sus hijos o sus suegros creen que es otra persona. Un día uno de ellos comienza a sospechar; y termina por desenmascararlo. Y él los asesina. A todos. No puede tolerar la existencia de esa mirada nueva de sus únicos testigos. Podría ser el argumento de una novela, pero es sólo un caso real entre muchos otros”.

– ¿Lo leíste Israel? – le pregunto al Viejo Villas, pero ya sé que me va a decir que sí, él lo leyó todo y lo sabe todo. No por nada el pelado Rafa decía que Israel era “el humanista”, al que nada de lo humano le era ajeno.
– ¿Me entendiste lo que quiero decirte? – insisto en provocarlo – que igual al JV del cuento de Villorio, vos también te armaste un verso; sí, un cuento. O una novela completa, en la que sobran los heroísmos: no sólo te persiguieron las 3A (como a todos nosotros y al resto de los argentinos decentes y luchadores de aquélla época, dígase de paso) y los milicos (ídem), como que toda tu familia es un árbol de próceres y prohombres criollos, españoles y judíos, pero te olvidás siempre del detalle: ¿a quién le contaste que habías decidido exiliarte, y además llevarte “prestados” 150 mil dólares, que nadie te hubiera negado si lo hubieras consultado? – le digo y le repito lo que ya le había escrito en un mail, años atrás.

– Te cuento, Javi: siendo yo un adolescente, asistí a varios hechos de coraje de mi padre; como ocurrió en un acto proselitista en Constitución, mi padre había hablado, y le tocaba la palabra al candidato a presidente de la república, cuando un grupo de provocadores trató de romper la manifestación; mi padre, al frente de un puñado de seguidores avanzó hacia ellos, y sacó un facón de mango de plata, y el grupo de asaltantes se abrió y huyeron, despavoridos – se emociona Israel, recuerda al padre, y se acuerda del hermano Daví, corajudo, valiente y peleador; y tal vez se avergüence de su pusilanimidad, de su cobardía.

–Porque todos tenemos derecho a tener miedo Viejo; todos nos moríamos de miedo en esos años, pero teníamos principios; y uno de ellos era el de hablar entre los compañeros, el de la democracia interna. Y vos eras de la dirección política Israel. Ninguno de nosotros teníamos el derecho ni la disculpa del miedo para irnos sin avisar. Y menos aún llevándonos el dinero que era de todos – lo bombardeo.
– ¿Sabés, Javier? te puede parecer que tengo una imagen de mi viejo medio parecida a la de un malevo de suburbio, tipo Juan Moreira, pero no, era al contrario; era un hombre elegante, caudillo típico del radicalismo, buen mozo, fino, buen conversador, siempre burlándose de sí mismo. Pero era de un gran valor físico, y se disponía a demostrarlo cuando fuera necesario – era un torrente irrefrenable de memorias el Viejo Villas, tratando de tapar el sol de sus flaquezas y debilidades con el tamiz de la valentía de su padre, el juez radical que defendió a los peones insurrectos de la Patagonia Trágica, y que debe haber sido una marca para sus hijos varones.
– Me acuerdo que viajé con él en una gira política por el norte de Santa Fe que en esa época era conocido como el Chaco Santafecino, y allá se armó una trifulca en la que un tipo, armado con un tridente hirió de gravedad a otro. Mi viejo lo desarmó a puro golpes de puños, y se lo cargó al herido y lo llevó en auto, manejando durante horas hasta el hospital más próximo. Lo internó, y avisó a la familia – ni me escucha Israel Villas cuando trato de cortarle el hilo de los recuerdos; y yo pienso otra vez en lo que me decía Pili Rocha: ¿es justo que yo venga ahora, 35 años después de los acontecimientos, a acusar a un viejo que hizo tanto en su época? ¿y es justo condenar a alguien que empieza a despedirse del mundo sin lograr hacerse su espacio en la historia? Pili diría que no. Diría que sigue siendo una visión estrecha y sectaria. Midiendo con la regla de los años de 1970 a un hombre que hizo sus aportes importantes y que luego fue engullido por las sombras, y ahora ya está demasiado viejo para defenderse.

–– Te cuento, Javi, a mí no me resultó nada raro cuando me contaron que, en el segundo gobierno de Yrigoyen lo encargaron a papá de llevar a Jujuy los títulos de propiedad de los indios, a los que les devolvía los derechos sobre las tierras que les que habían sido despojadas; también empezó gestiones de ese tipo en los territorios federales del Chaco y Formosa. Además, para probar cuánto valía su palabra para los indios, cruzó el río Pilcomayo atado a la cola de un caballo –– se extravía Israel Villas y se pierde en las nostalgias del viejo juez radical. Y yo me acuerdo de la más que reconocida intemperancia del otro hijo, Daví, y de lo que contaba el negro Dardo, que a la Alicita la invitaron a dar una charla a una mesa redonda en la que iban a estar León y otros intelectuales provectos, viejos colegas de Israel y de mucha chapa, de la época de  Contorno. Entonces ella preguntó: ¿y a mí porque porqué me ponen ahí?, y le contestaron "porque a vos Rozitchner no te va a pegar". Y lo mismo era con Daví, el hermano de Israel, que hasta Beatriz Sarlo se le escapó una vez de un programa de televisión, muerta de miedo de sus denuncias rigurosas. Pero él, Israel Villas no era así; siempre había sido un negociador, un vueltero, centrista en toda polémica fuerte y abierta, un conciliador nato.

–– ¿Vos sabías Javier, que en los años de la revista Contorno casi ningún autor se animaba a usar el “vos” en la Argentina? La única excepción era Arlt, con su “rajá, turrito”?. En todo el ámbito rioplatense se hablaba de “vos”, pero en los diarios y las revistas se escribía de “tú”. Incluso en las cartas familiares la gente decía “tú” y no “vos”, ¿lo sabías Javi? – y yo lo sabía, sí; pero sobre todo sabía que el Viejo trataba otra vez de embanderarse con su vanguardismo, el de su revista Contorno, que había hecho época, para defenderse de sus cobardías posteriores, de su pánico al tener que enfrentar la realidad.
–– ¿Vos lo sabías Javi? – vuelve el Viejo a hablarme con su tonito pedagógico, sobrador, y yo voy perdiendo la paciencia, olvidado por completo de que estoy recién operado, saliendo de la anestesia, y que Israel se me presentó en la piel del Demonio – a mí la Argentina se me relativizó bastante ante el exilio; me trajo la humildad de ver a mi país en dimensiones más realistas, y al castellano como un idioma de menos proyección en el mundo; también vi mis ideas políticas en un contexto más vasto y así, a mis héroes de la infancia –como San Martín y Belgrano- los vi también, en una perspectiva más amplia, volverse más modestos. Y a mí mismo, ¿sabés Javi? imagináte que al llegar al “mercaz clita”, a donde nos mandaron a vivir al llegar a Israel, vino a vernos un miembro del gabinete; eso fue todo un aprendizaje de modestia, Javier –– me miente Israel, y finge una falsa modestia que me irritaY me habla sin rubor de lo que más me duele, de su huída a Israel, y se olvida de lo que fue realmente más grave que todo lo anterior: la oficina de la calle Corrientes, en la que se escribía y editábamos la revista Manifiesto, de Orientación Socialista, estuvo abierta hasta una noche después de la desaparición de Israel Villas; el gordo Chupe y yo fuimos a cerrarla, a limpiarla de papeles y otras cosas más comprometedoras.

–– Claro que nadie se habría olvidado allí 150 mil dólares Israel, por lo menos no en aquéllas circunstancias –– le digo al viejo, y de golpe empiezo a notar un proceso de metamorfosis: del cuerpo decrépito y gastado de Israel Villas se separa lentamente, la figura del Supay:
–– Basta Israel, me cansé; vinimos a juzgarlo a Javier porque me dijiste que te debía un favor y se lo íbamos a cobrar con su alma eterna. Pero veo que vos también vas a ser juzgado, viejo. Quiero oírlos a ambos; voy a escuchar cada argumento, cada opinión, y yo voy a decidir el castigo a uno u otro –– nos largó el Demonio de repente, mientras el viejo Villas se volvía cada vez más débil, más deprimido y taciturno.
–– ¿Sabés? charlando con Américo Cristófalo sobre mi experiencia política en los años setenta, él me recordaba cómo yo había analizado con gran lucidez la dureza que el golpe de estado que se acercaba podía desatar, una consideración que no todos los grupos de izquierda tuvieron entonces y que muchos, incluso, descartaron como posibilidad –– argumenta Israel para desviar el tema, o para adjudicarse un logro más, algo que no era suyo solamente, sino de toda la organización en la que militábamos; y no sólo la nuestra: era la opinión de toda la izquierda socialista, que en ese momento crítico de finales del 75 e inicios del año del golpe, se había concentrado en Poder Obrero por un lado, y Orientación Socialista por el otro. Y me acuerdo también que Cristófalo en esa época era Quito, que poco antes había discordado con la opinión mayoritaria de Orientación, y se separó junto con un grupo de compañeros de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Quito se fue a Europa y sus posiciones, tal vez más correctas que las nuestras en ese momento, pueden haberse desarrollado más en otras tierras, pero no en Argentina; no en ésos años críticos por lo menos, ya que él ya se había exiliado. Y por eso no puede decir tampoco que la acusación al Viejo Villas era una infamia. Él no estaba allá, no vivió el drama de Israel desaparecido por una semana, y la sorpresa de saberlo huido, sin avisar a nadie y, además, llevándose un dinero que tanto necesitábamos.

2.

–– Los que vivimos hace años en los alrededores del antiguo loteo de Ramos Mejía, sabemos que los pasajes oscuros y húmedos que corren por debajo de las vías de la estación del tren son unas de las tantas entradas que vienen del infierno, ¿sabís? –– recuerdo que me contaba Israel cuando nos encontrábamos, en los primeros años después de mi vuelta a Buenos Aires, al salir de la cárcel de Encausados. Y yo me acordaba que en el valle de Traslasierra, en Córdoba, hay otra entrada famosa a las cuevas del Mandinga, un desfiladero hondo y estrecho, por donde a la noche se mueven las almas en pena de los indios comechingones que no quisieron rendirse a los soldados españoles, hace más de cuatrocientos años, y se arrojaron cuesta abajo, por el despeñadero, con sus hijos en brazos, prefiriendo la muerte antes que la esclavitud.

La fiebre está aumentando, el viejo Israel Villas y el Demonio desparecieron, y los recuerdos se me convierten en delirio; la enfermera de la media noche entra a la habitación y controla mis datos vitales.
Sueño, y la fiebre me hace acordar de una cueva que vimos un día con Victoriano, en la espesura del monte en la Falda, donde se pierde toda orientación y el cerro parece ser igual en todas las direcciones. Vimos una entrada secreta, oculta entre las breñas, cuidada por dos pumas feroces.  Nos fuimos sin entrar, pero después me contaron que lleva a una cueva amplia y lóbrega, donde baila el Mandinga cuando se celebran aquelarres y orgías. Las viejas y los viejos se transforman en jóvenes, los enfermos sanan, y la fealdad se tapa con la hermosura.
Dicen que la Salamanca es el lugar donde el Supay les enseña sus malas artes a las brujas, que  se reúnen allí tres veces por semana. Pero la fiebre se disipa, y vuelvo al viejo Israel Villas:

– Oíme bien, Israel: Pancho desapareció junto a otro compañero, el Esquizo; los dos eran tus asistentes en la oficina en la que se reunía la dirección de OS y se redactaba Manifiesto. Pancho, Esquizo y el dirigente azucarero de Tucumán -Heraldo Salvatierra, pienso yo en medio del delirio de la fiebre; el trotsko Salvatierra, que había sido dirigente del MLN, después del PRT, y se incorporó a Orientación Socialista- cayeron presos y secuestrados y no delataron a nadie, mucho menos se los vio en la calle en la tarea de entregar compañeros  le retruco al Viejo, que había murmurado bajito que se había ido “de urgencia” de la Argentina porque le habían dicho que el Pancho andaba en la calle, delatando gente de la militancia.

– Pancho te idolatraba, Ismael, casi hasta la obsecuencia; él no señaló a nadie y esta mentira tuya me indigna, porque jamás nadie comentó nada sobre esto, en una época en que la paranoia de los secuestros y la colaboraciones de algunos presos con los militares era tema de intercambio de informaciones entre todos los que sobrevivíamos y tratábamos de seguir luchando. Si hubiera sido comentado, cierto o injusto, yo y muchos de los que estamos aún vivos lo hubiéramos oído – casi le grito a Israel, y el Diablo nos mira, callado y pensativo.

– Es otra cortina de humo, Israel, la más malvada de todas. Porque pretende ocultar lo real: vos no le avisaste nada a nadie sobre tu exilio repentino, caso contrario me dirías ahora mismo a quién y en qué circunstancias lo hiciste, Viejo – me exaspero al límite de cualquier control, lo miro al Malo y veo que sigue pensativo y me callo.
 Pero el viejo  Israel  sabe que nunca será juzgado, ni entre nosotros ni en la justicia de la democracia, porque su salida del país al estilo "desaparición" (¿un delito? ¿error? ¿una simple debilidad?), que tanta gente vio de cerca, prescribió hace algunos años.

–– Lo correcto sería que contaras tu verdad; que dijeras, por ejemplo, "necesitaba dinero, tuve mucho miedo y me dio vergüenza de decirlo porque 15 días antes había condenado al Bocha cuando dejó la dirección y se fue a Italia –– el Bocha, que era uno de los dirigentes más “duros”, había sentido el apretón del miedo, dos semanas antes de la “desaparición” del viejo Villas. Lo había dicho abiertamente y, aún en desacuerdo, lo ayudamos a irse, en ese que era el primer exilio entre los camaradas más próximos–– Tendrías que reconocerlo ahora, Israel, y decirlo con todas las letras: “tuve vergüenza porque cuando Bocha se fue dije que era una traición, una defección, a diferencia de todo el resto de la dirección". 

–– Si esto fuera dicho por Israel Villas ahora, tal vez algunos entre nosotros lo entenderíamos y perdonaríamos porque después de tantos años, sólo unos pocos, entre los sobrevivientes de aquella época, nos interesaríamos por él ––Lo miro al Diablo y lo desafío: no quiero más hablar con Israel, ni sobre él; y voy a tratar de enterrar ese fantasma de una buena vez, a menos claro, que ocurra el milagro de verlo contando la parte de la verdad que a él le toca.

El Malo no se inmuta con mi desplante. Pero lo mira al viejo que, empequeñecido, derrotado por el derrumbe físico y moral de los años, se calla y se traga todo el resto de orgullo y vanidad. El Supay lanza entonces un rugido atroz y una humareda de azufre hediondo y azulado por la boca y la nariz; lo fulmina a Israel Villas con una mirada de fuego, que es de desprecio; da una risita y desaparece de mi cuarto de enfermo en el Hospital Nove de Julho. La fiebre me vuelve, llega la enfermera de la madrugada. El ruido de la avenida 9 de Julho es ensordecedor. Villas también se esfumó. Trato de relajarme y dormir.

Fin. Javier Villanueva, São Paulo, 19 de fevereiro de 2012

Variaciones sobre el mismo tema de la traición imperdonable: 



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