quinta-feira, 26 de julho de 2012

Rodolfito y el 26 de julio de 1952





Al Memorioso se le mezclan los recuerdos a veces, y no sabe decir con exactitud si un suceso ocurrió antes o después del otro; pero sí se acuerda clarito de los dos, y sabe que estaban muy próximos uno del otro. Así le pasa con Rodolfo y Evita y sus desapariciones, ambos en plena juventud, en el año de 1952.

Rodolfo Unzaga era rubio y de ojos verdes, levemente azulados. O tal vez eran ojos azules, tenuemente verdosos como ocurría, alternadamente, entre algunos de los hijos de don Victoriano. El viejo los tenía de un azul marino, sin medias tintas; a veces claros, a veces oscuros. A Doña Eufemia le brillaban un par de ojos castaños verdosos, medio grisáceos, como los de Liz Taylor. Pero los de Rodolfito eran definitivamente de un indefinido color verde.

Y las mujeres de medio San Antonio se deshacían de amores por ese par de esmeraldas y por las mechas rubias doradas. Pero él no se aprovechaba de la situación, al contrario. Tenía una clara preferencia por chicas no tan jóvenes, solteronas declaradas a veces; y sobre todo, siempre se acercaba a aquellas que decididamente no habían sido favorecidas por la naturaleza en materia de bellezas. O sea, en las fiestas del pueblo de San Antonio, Rodolfito solo sacaba a bailar a las feas, a las que nadie invitaba a la pista.

Rodolfo Unzaga era divertido y conversador; seductor a su manera, muy especial, dejaba siempre felices a las chicas del pueblo con sus cortejos inocentes.
Pero en aquella última fiesta, desde que empezó el baile, Rodolfito insistía en una de sus bromas favoritas. Hacía poco que había terminado el carnaval, y sobraban serpentinas y papel picado. Y al rubio se le había dado por enroscar a las chicas y sus amigos con las largas tiritas de papel colorido. “El que quede más enroscado con las serpentinas va a morirse este año”, decía; y como pasaba con todas las bromas y juegos de Rodolfo, este de las serpentinas y el destino también entusiasmó a las jovencitas, que en pocos minutos casi no podían moverse de tan enroscadas que estaban entre las cintas de mil colores. Y el más enroscado fue Rodolfito.

Pasaron pocas semanas y Saro -el tío que Javier imaginaba en aventuras selváticas y con sombrero de corcho- lo llamó a Rodolfo para un viaje por la cuesta de Ancasti. Irían en dos camiones, llevando frutas para una finca en la cima de la montaña. Cuando Saro volvió solo, ya todos se lo imaginaban: el camión de Rodolfito se había desbarrancado en un precipicio y nunca más lo veríamos. Su alegría juvenil se había terminado en el viaje trágico, cumpliéndose la profecía del juego de las serpentinas.  

Pocas semanas después –por lo menos en las remembranzas del Tonto Memorioso-  moría en Buenos Aires la mujer más importante, la más querida y la más odiada de su época, Evita. El año de 1952 fue muy triste para todos.

Javier Villanueva. Crónicas de Utopías y de Amores. São Paulo, marzo de 1988.





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