Franco y los franquistas en su infierno.
El dia 26 de abril de 1937, a las cuatro y
media de la tarde, la ciudad española de Guernica, en el país Vasco, fue
bombardeada durante más de tres horas, muriendo unas 300 personas, según los
historiadores, ya que nunca hubo cifras oficiales.
La cabeza de un caballo junto a varios cuerpos
desmembrados, una madre con su hijo muerto y una lampara, son algunas de las
figuras que Pablo Picasso usó en su cuadro más famoso para describir el
bombardeo de Guernica, ocurrido durante la Guerra Civil Española.
Pintado en las varias gamas del gris, y en
blanco y negro, el cuadro Guernica se convirtió en el símbolo de una ciudad
devastada por las bombas de la
Legión de Honor alemana Condor y la Aviación Legionaria italiana
que combatían a favor del general Francisco Franco.
Los bombardeos, que fueron los primeros de la
historia sobre una población civil, tenían como objetivo cortar la retirada y el
aprovisionamiento de las tropas de la República en el frente de Vizcaya. Era un
test para las fuerzas de Hitler que luego desatarían toda su furia sobre la Europa invadida y
sobre Londres durante la
Segunda Guerra Mundial.
Aún con este motivo y muchos otros, sabemos que
no todos detestaban a Franco, el general golpista que gobernó España durante
cuatro décadas. Y todavía hoy, por lo menos entre los que gobiernan el país,
hay quienes lo admiran.
Pero quienes lo detestan y abominan lo que su
figura representa, lo hacen con una intensidad fuera de lo común, y esto lo
convierte al tirano en uno de los personajes más odiados de toda la historia
del siglo XX.
Cuando Franco murió, el 20 de noviembre de 1975,
los comunistas de España desparramaron por las calles de Madrid, Barcelona,
Cádiz, Sevilla, Vigo, Córdoba, Bilbao y otras ciudades, miles de panfletos con
el famoso poema de Pablo Neruda: “El general Franco en los infiernos”.
Las maldiciones de Neruda a Franco fueron tan
resonantes que causaron sorpresa y perplejidad; y muchos se llevaron la hoja
a sus casas, para mostrársela a sus parientes y amigos.
El panfleto contaba que la Segunda República Española
había sido derrotada con el golpe de los generales rebeldes comandados por
Franco, que desató la cruenta Guerra Civil de 1936 al 39 y preparó las
condiciones para las atrocidades de Hitler y Musolini en la 2ª Gran Guerra
Mundial.
El primer gobierno socialista y republicano fue
elegido popularmente y era una experiencia que ofrecía la esperanza de un nuevo
orden. La República abría las posibilidades de una sociedad comunal en la cual
las antiguas clases sociales y castas, sus políticas de represión y
desigualdades deberían desaparecer.
Ya desde antes de la guerra Hispano-americana
con los EEUU, España había dejado de ser una fuerza mundial respetada en el
ámbito político y económico; tal vez por esto mismo, las promesas que ofrecía la Segunda República ganaban
el interés y un apoyo ideológico combativo de todos los espíritus que
compartían una visión progresista.
En América Latina toda, los políticos
progresista y la intelectualidad buscaban otra España, radicalmente diferente
de aquella conquistadora, y opuesta a su colonialismo cultural, para extender
su apoyo al pueblo, y muchos escritores contribuyeron a los esfuerzos
republicanos.
Así lo hicieron las voces literarias de César
Vallejo y Pablo Neruda. Los dos vivieron de cerca la destrucción física y
psicológica que la rebelión franquista provoco en el pueblo español, y ambos
sintieron la responsabilidad de relatar lo que vieron y sintieron.
Las obras que resultaron: “España, aparta de mi
este cáliz”, de Vallejo, en 1937, y “España en el corazón”, de Pablo Neruda en
1938, presentan una multiplicidad de hechos, imágenes, visiones y mensajes de
simpatía por la República, y de esperanza, ya que se escribieron y publicaron
ambos libros antes del final de la guerra. Representaban el anhelo de hacer conocer
la lucha de los trabajadores y el pueblo español contra el fascismo.
La presencia del nombre de Franco en una obra de
Neruda y su total ausencia en la de Vallejo nos muestra como se diferencia el
tratamiento dado por los dos intelectuales a los protagonistas de la Guerra Civil.
Para Vallejo, a diferencia del chileno Neruda,
los golpistas son tan detestables que ni siquiera merecen ser nombrados, y solo
aparecen como “ellos” u otra denominación ambigua.
Pablo Neruda, por su parte, les pone adjetivos
fuertes, tachándolos de “bandidos”, “chacales”, “víboras”, “crueles”,
“sedientos de sangre”, y los insulta repetidamente de “traidores”. Y en
la comparsa traicionera incluye a los banqueros, a los altos oficiales del
ejército junto con los jerarcas de la iglesia católica, y a los miembros de la
clase alta que contribuyó, apoyado y facilitado el derrumbe del legítimo
gobierno popular.
EL GENERAL FRANCO EN LOS INFIERNOS
Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo
devorante,
ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando
con voz de mujer muerta te escarbe la barriga.
buscando una sortija nupcial y un juguete de
niño degollado,
serán para ti una puerta oscura,
arrasada.
En efecto.
De infierno a infierno, ¿qué hay?
En el aullido de tus legiones, en la santa leche
de las madres de España, en la leche y los senos
pisoteados
por los caminos, hay una aldea más, un silencio
más
una puerta rota.
Aquí estás. Triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado
esputo, cifra
de traición que la sangre no borra. Quién, quién
eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra.
Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno, los círculos
del dolor palidecen.
Maldito, que solo lo humano
te persiga, que dentro del absoluto fuego de las
cosas,
no te consumas, que no te pierdas
en la escala del tiempo, y que no te taladre el
vidrio ardiendo ni la feroz espuma.
Solo, solo, para las lágrimas
todas reunidas, para una eternidad de manos
muertas
y ojos podridos, solo una cueva
de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
No mereces dormir
aunque sea clavados de alfileres los ojos: debes
estar
despierto, general, despierto eternamente
entre la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas en Otoño. Todas, todos los tristes
niños
descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
Niños negros por la explosión,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos,
en la
misma actitud
de atravesar la calle, de patear la pelota,
de tragar una fruta, de sonreír o nacer.
Sonreír. Hay sonrisas
ya demolidas por la sangre
que esperan con dispersos dientes exterminados
y máscaras de confusa materia, rostros huecos
de pólvora perpetua, y los fantasmas
sin nombre, los oscuros
escondidos, los que nunca salieron
de su cama de escombros. Todos te esperan
para pasar la noche.
Llenan los corredores como algas corrompidas.
Son nuestros, fueron nuestra
carne, nuestra salud, nuestra
paz de herrerías, nuestro océano
de aire y pulmones. A través de ellos
las secas tierras florecían. Ahora, más allá de
la tierra,
hechos substancia
destruida, materia asesinada, harina muerta,
te esperan en tu infierno.
Como el agudo espanto o el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito
seas,
solo y despierto seas entre todos los muertos,
y que la sangre caiga en ti como la lluvia,
y que un agonizante río de ojos cortados
te resbale y recorra mirándote sin término.
Pablo Neruda, “España en
el corazón”, 1936-1937.
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