quinta-feira, 15 de novembro de 2012





Reflexiones después del cacerolazo en Argentina y las elecciones municipales en Brasil.
Conversaciones privadas –y semipúblicas ahora- con un antiguo compañero de la Izquierda Socialista.

Hace unos dos años leí la reedición del libro “Hombres y Mujeres del PRT-ERP”, que me pareció una especie de "repensarlo todo", por parte de Luis Mattini, el último secretario general de la principal guerrilla marxista argentina en los años de 1970, después de la muerte de Santucho. Y aunque su balance histórico es un poco más que fotográfico, en el prólogo a la última edición sí hace una autocrítica a fondo. Y es exactamente en esa línea que desarrollo ahora algunas ideas a partir del pensamiento –mucho más desplegado que el de Luis Mattini- de un camarada de la antigua Izquierda Socialista argentina, que me hizo llegar estas opiniones que voy a transcribir enseguida.

Lo repensé -al prólogo de Mattini, digo- a lo largo de los últimos años, y tal vez por lo mismo que mi amigo de la izquierda socialista -que me dice "no tengo ganas de dedicar energías a estos asuntos; prefiero hacerlo en torno a temas y movimientos con los que sí me siento involucrado"- no quise salirme hasta ahora de la vieja línea de rever el pasado argentino, e incluso las experiencias brasileñas, con el mismo mirar ideológico que vengo tratando de hacer evolucionar desde 1968. 

Reconozco que a veces me siento un poco incoherente, claro; es que al haber entendido que el trabajo no lo es todo -y mucho menos el dinero y el confort que la vida laboriosa a veces trae- y por haberme metido de cabeza en los relatos históricos o fantásticos e histórico-fantásticos (y divertirme bastante con ellos, es verdad) al mismo tiempo voy descubriendo que el viejo anticapitalismo anarquista -o incluso el espartaquismo luxemburguista, como dirá mi amigo a continuación- estaban tanto más cerca de una visión correcta que la que teníamos en los lejanos años de 1960 y 70.
Pero aún así, siguen las contradicciones en mi cabeza: ¿por qué el revolucionário espartaquista alemán Karl  Liebknecht, oponiéndose a la evaluación correcta de Rosa Luxemburgo de que no se debía intentar tomar el poder en ese momento, se lanza a la huelga e insurrección revolucionaria de los obreros en 1919? Probablemente por el puro seguidismo de la "vanguardia" intelectual a las masas; o porque un revolucionario no puede jamás abandonar a la clase obrera, aún cuando está yendo de cabeza al abismo, como lo fue en esa ocasión, directo a la derrota.

Tal vez al querer meterme en la literatura realista, me cuesta salirme de nuestra justificación más antigua: los  militantes revolucionários argentinos quizás nos equivocamos fiero, si, pero si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría todo igual, en circunstancias similares o parecidas. Pero ¿por qué me cuesta tanto entonces definirme con lo de Argentina de hoy? En 1975 y 76 yo no tenía dudas (¿te acordas, compañero?) y pensaba que había que defender la legalidad y lo poco que sobraba de democracia, aún a riesgo de parecer que apoyásemos a Isabelita –e incluso que algunos camaradas más puristas, como el Bocha, me acusase medio en chiste, medio en serio, de ser “peronista”- si eso nos servía para retrasar el golpe militar y darle tiempo al pueblo para organizarse mejor.
Hoy pienso exactamente igual que un foro español que publicó en estos dias sobre el super-cacerolazo del “8N” en Argentina: la defiendo a Cristina con sus grandes errores y todo, porque fue la voluntad popular, y aunque más no fuera por su política de castigo a los genocidas de la dictadura; pero le doy todo el derecho a la gente a reclamar, aunque sepamos que un 90% de las lideranzas opositoras son de la derecha más asquerosa y peligrosa. Y aún así, confieso que defenderlos a los K me dá un cierto escalofrío. 
Creo sinceramente que la postura de mi amigo de la vieja Izquierda Socialista –y la de Mattini- sobre la descentralización del poder en “muchos poderes” es la más correcta y se viene delineando así en el mundo entero, incluso creando esciciones dentro de la vieja “nueva izquierda” y dentro del propio centro-derecha. La gente del PV en Brasil, por ejemplo, se divide entre los que históricamente apoyan al PSDB -cada vez más conservadores- y el grupo de Marina Silva.

Y sobretodo, coincido con Matinni y ahora con mi viejo, camarada en reconocer que, por desgracia, el viejo ciclo de “lucha-reformas-revoluciones-retrocesos-nuevas luchas” tal vez nunca termine. Quizás la historia no sea realmente aquella flecha progresista lanzada hacia la definitiva liberación de la sociedad y la creación de un Hombre y Mujer Nuevos.
Probablemente la antigua idea positivista de los liberales de los siglos XVIII y XIX, y la otra más cercana a mis simpatias, la de los anarquistas y socialistas revolucionários del siglo XX, no sean tan realistas, sino un deseo progresista –o un desarrollismo de izquierda- que quiere ver a la ciencia ocupando el lugar de la superstición y los fanatismos religiosos, y a las clases trabajadoras arrancando lo mejor que producen –las riquezas materiales y culturales- de las manos de los parasitos sociales.

Tal vez, repito, la idea más correcta sea aquella de Mario Benedetti, que un buen día descubrió que la Utopía no es un paraíso, ni mucho menos una estación terminal o final del tren de la historia. Quizás la Utopía sea, como dice Benedetti, una línea, o un mero punto en el horizonte para seguir andando siempre, para nunca parar, para jamás bajar los brazos de la guardia y resistir, siempre atrás de un objetivo mejor para el ser humano, parte indivisible de la naturaleza terrestre y el universo.
JV.



El 10 de noviembre de 2012 me escribió mi amigo:

Querido JV,

(...)
Es verdad que la memoria juega un papel decisivo en la vida. Borges afirma que lo único que nos pertenece es el pasado. Y coincido, porque el presente no es más que un flujo ininterrumpido de vida, del cual -por obvios motivos- no podemos tomar distancia y saber -de verdad- qué cosas estamos afirmando en cada acto. Y el futuro, ni se diga: es una indeterminación absoluta, como no sea algunas previsibles derivas, producto de fuertes trazos de personalidad combinados con circunstancias materiales.”

(Y acá mi amigo viejo y querido de la antigua Izquierda Socialista habla específicamente de nuestra experiencia revolucionaria en los cortos años de 1969 a 1979.JV)

“Otra cosa es si hubiéramos sido capaces de plantear -y así y todo dudo de que hubiera prosperado, por la falta de una praxis común y quién sabe también de sintonía de pensamiento- aprovechar nuestra experiencia para poner en tela de juicio algunas nociones fundamentales que poblaron nuestro accionar político, como por ejemplo:

- la inspiración teleológica (finalista) del marxismo (incluido el trotskysmo y las tendencias más radicales de esta corriente de pensamiento), que le hace concebir el tiempo como una flecha del pasado al futuro, en nítida réplica de matriz hegeliana de creer que hay progreso en la historia. Esto tiene por lo menos dos consecuencias gruesas:

a) no ser capaz de hacerse cargo de la condición trágica de la existencia humana, y trabajar para "el progreso" de la humanidad. Si esto fuera correcto, habría que poder responderse porqué desde Prometeo hasta el presente ha habido gente que se ha resistido a la opresión, sin que se haya conseguido acabar definitivamente con ella. Y no se conseguirá. Y así como es una lucha de la que cuesta averiguar cuándo comenzó, tengo la certeza de que nunca acabará. Esta constatación, en vez de entristecernos, deprimirnos y llevarnos a la inacción, precisamente convoca a redoblar nuestros esfuerzos para ampliar y oxigenar la vida y la existencia. Quien no tiene "ilusiones" o “esperanzas” (etimológicamente viene de sperare) no tiene porqué caer en el escepticismo y la inacción, éstas son hijas de la desilusión, no de la lucidez. Eso sí, no hay "paraíso", ni "futuro" por construir, como no sea que se lo esté haciendo desde la existencia presente, actual e inmediata (inmanentismo). Algunas semanas atrás asistí a un seminario de pensadores posmarxistas en el que pude constatar cómo intentaban encontrar ese lado que llamaron "lo siniestro" de la conciencia humana -paradójicamente- apelando a Freud y a Lacan, dos pensadores claramente escépticos respecto de cualquier movimiento colectivo;

b) en el campo político, su matriz filosófica lo aleja de las nuevas tendencias ecologistas y de economías sostenibles que -afortunadamente- empiezan a abrirse paso con fuerza. Y eso se ve con claridad p,.e. en los conflictos surgidos de um tiempo a esta parte en Argentina con el tema de la megaminería a cielo abierto. Los sindicatos y los compañeros privilegian "el desarrollo" y "el trabajo", mientras los pueblos originarios y los militantes ecologistas, el ecosistema.
Esta misma cuestión aparece exacerbada en Bolivia; lo que pasa es que Evo y García Linera son infinitamente más piolas y de izquierda que Cristina y el FPV, y son capaces de operar esas realidades políticas en complicacio con la maestría de verdaderos revolucionarios (en estos días leí una entrevista bien ilustrativa de esto, realizada por Página12 a García Linera*). A propósito, recomiendo la lectura de "La Pachamama y el humano", de Eugenio Raúl Zaffaroni (Ed. Colihue y también disponible en PDF por Internet);

- de modo similar: la fantasía de la posible existencia de un "hombre nuevo" que nutrió nuestro ideario, subproducto necesario de lo anterior y de una cierta "religiosidad" de la concepción marxista, donde la iconografía y el teleologismo cristiano están bastante bien sustituidos por una iconografía plebeya y atea, pero no por ello menos religiosa (en el sentido de religare): el comunismo (como paraíso a conseguir), el agente de transformación sería la clase obrera, que vendría a ser lo mismo que "los últimos serán los primeros";

- la noción de "mundo centrado" con que trabaja el marxismo, responde a uma fuerte herencia aristotélico – platônica que padece toda la filosofia clásica occidental y de la cual  el marxismo no consiguió despojarse. Hoy pienso que el mundo es acentrado, de formación rizomática y nomádica (y no bajo la forma del Árbol de Porfirio, como tradicionalmente se lo ha representado);

- también cambió el capitalismo. Pero no sólo de fordista a neoliberal, sino en que se ha convertido en una máquina de capturar flujos en alucinante frecuencia velocitaria. Bueno, pero no voy a seguir con esto porque sería larguísimo.

Por las dudas, te aclaro que mi actual distancia filosófica con el marxismo no me coloca en la vereda de enfrente, sino a su lado. Le debo casi todo lo que aprendi acerca del capitalismo y jamás olvidaré las reveladoras páginas del Manifiesto, así como la asociación que realiza entre trabajo asalariado y el capital, de la cual deviene la plusvalía (una de las nociones más lúcidas y reveladoras en la historia del pensamiento occidental, y una noción imprescindible para cualquier política revolucionaria). Por no citar La preciosidad de “El fetichismo de la mercancia”, entre otras muchas ideas y conceptos que le debemos a Marx.

En el terreno de las concepciones propiamente políticas, entendidas como praxis:
- el papel de las vanguardias en el proceso revolucionario: tengo la impresión de que eso ha cambiado radicalmente en el presente, y ya no hacen más falta (si es que alguna vez, -de verdad- lo hicieron); con lo cual toda la concepción leninista de partido y dirección se vería cuestionada. Creo que -a diferencia de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht- Lenin tenía una profunda desconfianza hacia las masas y al antenteponerle el "partido de cuadros" esa desconfianza se patentiza. Y tengo la impresión de que hoy en día, una revolución sólo será posible con el concurso de las mayorías (reales, no imaginarias);

- tampoco creo que haga más falta "el partido. Me parece que la izquierda aún no ha sido capaz de sacar las conclusiones necesarias que debería a partir del Mayo ´68 francés y europeo. En esa época nadie -obviamente me incluyo (yo era troskista)- fue capaz de entender uno de los mensajes más claro que dejaba ese movimiento: la profunda crisis de la noción de representación. Y todavía hoy la izquierda sigue sin entenderla. Entre otras cosas, por ese motivo la izquierda española cuestiona al 15-M por supuesta "falta de definición ideológica" (afirmación de una ignorancia y pelotudez grandes como una casa).

Y concretamente, en el caso argentino -y para que no piensas que sólo "me voy por las ramas"- creo uno de los temas fundamentales sobre el que habría que hacer un balance claro y colocar en un justo punto sería el papel de la experiencia guerrillera en el proceso político general. A mi juicio fue nefasta y trajo consecuencias profundamente negativas. Aceleró artificialmente contradicciones y promovió una brutal represión sobre los sectores populares más expuestos -y de mayor importancia- en el proceso político general. Sin contar la soberbia de haber pretendido  sustituir y/o superponerse a la acción de quienes eran los verdaderos agentes revolucionarios: los trabajadores.
De todos modos, quizá por el hecho de -en términos existenciales- estar "lejos" de la tierra que me vio nacer, tampoco tengo ganas de dedicar energías a estos asuntos; sinceramente prefiero hacerlo en torno a temas y movimientos con los que sí me siento involucrado y me hacen sentir presente y vivo: el 15-M, los movimientos sociales autogestionarios que día a día crecen, la posible coordinación de lucha de resistencia intereuropea, "el decrecimiento" (original teoría, aplicable -si es que lo fuera- a los países llamados desarrollados), etc., etc.
Bueno, dejo por aquí. Naturalmente, podría seguir con demasiadas cosas más, pero tengo también otro montón de asuntos pendientes. Me preguntaste "qué tal" y que qué me parecía lo sucedido. Esta es mi respuesta, al menos parte de ella.

Un abrazo fuerte,
Tu gran amigo de la vieja Izquierda Socialista argentina.

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