segunda-feira, 8 de julho de 2013

La Maga y Belle de Jour

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La Belle de Jour y la Maga.

Ya ves,
nada es serio ni digno de que se tome en cuenta,
nos hicimos jugando todo el mal necesario
ya ves, no es una carta esto,
nos dimos esa miel de la noche, los bares,
el placer boca abajo, los cigarrillos turbios
cuando en el cielo raso tiembla la luz del alba,
ya ves
Julio Cortázar

Julito había pasado más de cuatro horas vagando por las callecitas aledañas a la playa de Boa Viagem cuando la vio; se acuerda todavía de la muchacha bonita, una chica luminosa en el medio de la tarde, paseando sin prisas, un domingo azul. ¿Sería Belle de Jour la de la playa de Boa Viagem? 

A ella –a la que Julito llamó de inmediato “la bella de la tarde”- el poeta no le causó gran impresión. La cara ancha y los ojos separados, como los de un bovino; su aspecto de niño malvado y, en fin, la edad indefinida del escritor, no fueron elementos que pudieran encantar a la linda mujer vestida de azul.

Pero Julito, no; él la vio y pensó que era la niña más linda de toda la ciudad de Recife, y que sus ojos azules eran como la tarde suave en aquel paisaje playero, cercado de palmeras. Y hasta la rambla y la gran barrera de arrecifes de coral y sus piletas naturales, todo, todo combinaba con la visión angelical de aquella linda mujer.  

Mientras tanto, Zé Ramalho y la Maga todavía se buscaban por las calles cercanas a los jardines de Luxemburgo, y se perdían entre las mesas de las librerías del Barrio Latino, en los bares Boul'Mich y Old Navy, o el Quai de Jemmapes.

Pero fue exactamente en una droguería de la estación Saint-Lazare que Zé se encontro de cara con la Maga. No hablaron mucho, apenas lo suficiente para que Zé quedase completamente encantado, y la siguiera más tarde, desde el muelle de Conti hasta las puertas del cementerio de Montparnasse, donde Muñeca Sánchez se encontró un atardecer cualquiera con Julio Cortázar.

Zé Ramalho y la Maga, igual que Cortázar y la Belle de Jour –me fui dando cuenta después, con el pasar de los años y la llegada inexorable y despiadada de la vejez- no son más que meras fantasías románticas que la imaginación del pintor lleva a su paleta, para darle más color a las letras pobres del escritor. La Belle de Jour -toda de azul, pelo rubio oscuro, ojos combinando con el vestido- era la ficción de amor que Julito había soñado noches enteras en su departamentito parisino desde su legada hasta los años setanta. Y la había hecho concreta en una playa de Recife, en los trópicos brasileños.

Zé persigue a la Maga hasta la rue Monge, la espía disimuladamente, sentado en la boulangerie, especula que es allí que se ha instalado su musa, en la famosa rue Monge, la misma en la que aparecieron, cien años atrás, parte de los restos de las Arenas de Lutecia, el último vestigio aún visible del paso de los romanos por la antigua París, antes llamada Lutecia.  

-Las ciudades son siempre mujeres para mí, mi relación con ellas ha sido siempre la de un hombre con una mujer- le dice Zé Ramalho a Cortázar, que la mira embelezado a Belle de Jour, que se ha hecho amiga de la Maga, que se le escapa a Zé.

- Supongo que buscamos algo así, pero casi siempre nos estafan o estafamos. París es un gran amor a ciegas, todos estamos perdidamente enamorados, pero hay algo verde, una especie de musgo, qué sé yo- le contesta la Maga a Zé Ramalho, que se acuerda de Recife y de la Belle de Jour, que se olvida del poeta argentino, que recuerda que en realidad, él está perdidamente enamorado de la Maga.

Fin

Javier Villanueva. São Paulo, 8 de Julio de 2013.

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