Antonio
Conselheiro y las empanadas. 2ª parte.
Hacia los finales
del siglo XIX la escritora Cabello de Carbonera y otras escritoras peruanas y
argentinas que siguieron sus ideales feministas a lo largo del siglo XX, fueron
completando la obra de nuestra primera novelista y gastrónoma popular
argentina, doña Juana Manuela Gorriti.
Mercedes
Cabello de Carbonera, nacida en Moquegua en 1842 y fallecida en Lima en 1909,
es otra de las intelectuales más esclarecidas de la generación del 70,
la misma que escribe un poema irónico de seis estrofas en la forma popular de
la letrilla, que es leída en una de las veladas literarias de Juana Manuela
y luego se publica en la revista “El Almanaque de La Broma” en el
año de 1877.
“Mujer
escritora” muestra, en seis letrillas de doce versos hexasílabos a una narradora
que encara la distinción entre géneros, los roles e imágenes de lo femenino y
lo masculino, los prejuicios de la sociedad peruana –y latinoamericana toda- que
marcaban las identidades de la mujer, pero que también lanzaban un nuevo tipo
de mujeres, luchadoras e intelectuales que quieren ser tratadas como sujetos
pensantes y dueñas de sus propios actos. “Mujer escritora” ataca la retórica
masculina de la esclavitud de la hembra humana en el mundo familiar; es el
primer poema feminista en el Perú del siglo XIX y golpea con fino humor al patriarca
todopoderoso. La primera estrofa presenta a un hombre convencido de su superioridad
que planea su casamiento y repudia a la mujer intelectual; la segunda, tercera
y cuarta estrofas describen a Camilo, el novio casamentero y sus ideas sobre el
ama de casa; la quinta y la sexta estrofas muestran la clara conciencia de
Cristina, una mujer educada que subvierte la ideología machista de la sociedad
peruana.
“Me cuentan que un día
el joven Camilo
muy serio pensaba
entrar en el gremio
feliz de casado.
Y así meditando
pensó desde luego
dejar ya la vida
de alegre soltero
mas dijo, jurando,
no quiero por nada
mujer escritora”.
Y así nace el desencuentro ideológico
entre Camilo y la altiva Cristina. La primera estrofa marca la distancia
abismal entre la juventud del varón y su alegría existencial con una receta del
matrimonio y un ama de casa ajustada a su sueño felicidad que
excluyen por completo a la mujer intelectual y libre: “no quiero por nada mujer escritora”. Y sigue Cristina en
la voz de Mercedes Cabello de Carbonera:
“Yo quiero, decía
mujer que cocine
que planche y que lave,
que zurza las medias,
que cuide a los niños
y crea que el mundo
acaba en la puerta
que sale a la calle.
Lo digo y repito
y juro que nunca
tendré por esposa
mujer escritora”.
Pero, pero, ¡ay! Camilo…la altiva Cristina tiene otros planes
para su vida, que incluyen la profesión de escribir como ser pensante, y le lanza a la cara la verdad
de sus conocimientos:
“Atenta escuchaba
la altiva Cristina
tan grandes dislates
y luego le dijo
con risa burlona
Qué sabia es natura
que así ha separado
con ojo bendito,
del grajo a la alondra,
del cuervo a los cisnes,
del bruto ignorante,
mujer escritora.
Los topos reniegan
del sol que ilumina
y encuentran hermosa
su oscura topera.
El negro gusano
que surca en el suelo
no siente el perfume
riquísimo y suave
que exhalan las flores.
Así para el necio
no tiene atractivo
mujer escritora”.
Y es que si pensamos en la historia de su amiga y mentora, Juana
Manuela, veremos que, aunque lo cuente en broma, ella misma dice que su marido Belzu
la repudió por celos; lo curioso es que en el escrito en que el bolivano
justifica la anulación del matrimonio abundan otros argumentos, como cuando la
acusa de “indiferencia conyugal y falta de imaginación en el lecho”. Y todavía
dice que “su presencia en la cocina era insufrible” por causa de “el indigente
repertorio de carne sancochada, empanadillas insulsas, arroces lánguidos y aves
de corral asadas a la que te criaste”. El presidente Belzu no vacila incluso en
llamar de “bazofia” al puchero que preparaba la Gorriti y que le servía “de día
y de noche”.
Y parece que no es un invento, porque la propia Juana Manuela
lo cuenta como una anécdota en el prólogo de su “Cocina Ecléctica”, donde confiesa haber cometido el error de
frecuentar más las lecturas de Plutarco, Virgilio, Racine y Corneille, en lugar
de darle atención al estómago del bravo y celoso marido.
Otra de las amigas de Juana Manuela Gorriti, la arequipeña Beatriz
Llosa, agrega a la larga lista de “Cocina
Ecléctica” la receta que sigue; y es en este momento en que Juana Manuela
empieza a investigar decididamente los textos incongruentes, en portugués o en español
que se mezclaban, sin ton ni son, al tema de la culinaria que era el objetivo
del libro:
El ESTOFADO AREQUIPEÑO
“Tomar un trozo grande de carne de vaca, una rabadilla de
cordero, media gallina y un buen chorizo. Acomodarlos en la olla y agregar
cabezas de cebolla partidas en dos, un ramito de perejil, garbanzos remojados,
una buena porción de mantequilla, dos dientes de ajo, pimienta molida y entera,
una onza de chocolate rallado, una botella de vino tinto abocado, media de
agua, seis cucharadas de buen vinagre blanco, sal y una pizca de comino. Cocer
a fuego lento durante cuatro horas en cacerola de hierro tapada. No revolver
sino dejarlo quieto. La novela cuenta la historia de Antonio el Consejero, un
hombre misterioso que recorría el Sertón de Bahía, predicando la palabra del
Buen Jesús y anunciando el fin del mundo. Era seguido por un grupo de hombres,
y en cada pueblo que entraban restauraban iglesias y cementerios. En su andar
se le unieron João Abade, un cruel cangaceiro buscado por la policía. João
Grande, un negro errante que había matado a la mujer que lo crió; Antonio, el
Beatito, joven con vocación religiosa y un gran amor por el prójimo; Pajeú,
cangaceiro con una enorme cicatriz que le dibujaba la cara por entero; Antonio
Vilanova, comerciante que había quebrado tres veces; el León de Natuba, deforme
y pequeño, que caminaba como animal, escribía com una letra hermosa y por eso
se convirtió en el escriba de Canudos; María Quadrado, mujer que había
peregrinado a Monte Santo por haber matado a hijo; y vários otros seres miserables
y desposeídos.
El Consejero y su gente se asentaron en Canudos, la tierra
prometida, llamada Belo Monte; construyeron un gigantesco templo de piedra para
el Buen Jesús. Rechazaban el casamiento civil, la separación de iglesia y estado,
el censo, el papel dinero y el sistema métrico decimal. Pasaron varios años hasta
que se enteraron las autoridades y mandaron una comitiva para traer al jefe de
la rebelión. Los pobladores de Canudos los corrieron, dándoles una buena
paliza.”
Beatriz Llosa, de
Arequipa.
Antes de leer la última ficha, y después de haber quedado intrigadísima con el texto -ahora en español, antes en portugués, sobre un tema que nada tenía que ver con la coletánea gastronómica- Juana Manuela recibe una carta desde Salvador de Bahía, en la que Joana Floresta, hija de la también escritora y feminista Nísia Floresta, le habla sobre Antonio Conselheiro en Canudos. Y solo entonces empieza Juana Manuela Gorriti a entender que las fichas en portugués y estas últimas, en español, habían llegado mezcladas, en los mismos sobres en que Mercedes Cabello de Carbonera le manda sus recetas y las de "El estofado arequipeño" de Beatriz Llosa. Es que Beatriz, natural de Arequipa, había visitado a Joana Floresta que estaba preparando un extenso relato sobre los graves hechos ocurridos en Canudos. Juana Manuela empieza de a poco a entender el misterio:
"Cuando la gobernación de Bahía supo que en un pueblito del
interior del sertón se había levantado una rebelión contra la república, no demoraron
en enviar una partida de treinta policías en busca de los cabezas de la insurrección.
Pero se encontraron con que, en vez de entregar al Consejero, unos doscientos
hombres –jagunços los llamaban- se
les echaron arriba y los masacraron. Casi de inmediato pasó lo mismo con un
regimiento del ejercito de Bahía a cargo de Pires Ferreira, que fue absurdamente
derrotado, cuando lo sorprendió un grupo entre quinientos y mil hombres que iban
en procesión, pero que en realidad se dirigían a expulsarlos, lo que
consiguieron. Entonces fue enviado un ejercito seis veces superior al anterior,
con artillería pesada, comandado por Febronio de Brito. La ayuda ofrecida por
los desertores de Canudos a la tropa no fue suficiente. En la primera fase de
la batalla, los militares lograron resistir y avanzar, pero una hora más tarde
fueron atacados en el mismo campamento, y sin darles tiempo a organizarse,
fueron arrasados por los insurrectos.
La próxima vez las autoridades mandarán un inmenso regimiento
dirigido por el coronel Moreira César. Iban muy confiados pero, antes de empezar
a luchar, las cosas empeoraron. El coronel, que estaba enfermo, consigue hacer
que el batallón resista a las emboscadas, pero cuando atacan Canudos, el
batallón ES duramente golpeado hasta que el propio Moreira César cae herido de
muerte. El resto de los oficiales, ante el gran número de bajas, decide
retirarse. Más tarde, otros militares profesionales, policías y voluntarios, en
un total de cinco mil hombres y con una artillería que se consideraba suficiente,
se preparan para entrar en Canudos.
Esta vez los jagunços
hacen barricadas, y todos los herreros se disponen a fabricar balas. Todos los
días parten expediciones de unos treinta hombres que van minando la resistencia
y los nervios de la tropa y, de paso, les roban comida e intentan destruir la matadeira, el poderoso cañón, que por
fin sería el verdadero destructor de Canudos.
De a poco los jagunços
progresan de tal modo que consiguen armar una gran emboscada al regimiento que
lleva la comida y las armas, provocándole grandes bajas y consiguiendo quitarles
las provisiones. Ante la falta de alimentos, sumada a las bajas y al hecho de
que en la enfermería ya no quedaban ni medicinas, no hubo más remedio que
desalojar a una parte de los heridos que luego morirían por el camino. Pero
poco a poco se va tomando Canudos. La confianza resurge en cada bando cada vez
que se consigue, en el caso de los jagunços
de Conselheiro robar una cierta cantidad de comida y en otros arrancar a los
insurrectos un poco más de terreno.
La crueldad de los combates llega hasta tal punto que cuando
el Beatito decide dejar la guerra con un grupo de jagunços y sus familias, y los militares les abren el paso, sus
propios excompañeros los acribillan por traidores.
El batallón fue reforzado por otro de cinco mil hombres, y
ocurrió entonces que Canudos fue finalmente arrasada. Murieron cerca de tres
mil soldados y veinticinco mil habitantes del mítico poblado de Canudos.
Continuará.
Javier Villanueva, São Paulo, 24 de julio de 2013.
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