domingo, 12 de junho de 2016

Cristina Bajo, la voz del interior.




Alfredo Barrionuevo me hizo acordar hoy de Cristina Bajo, escritora cordobesa, autora del famoso Como vivido cien veces. Y fui corriendo a buscar este artículo de Página/12, en el que se cuenta un poco sobre quién es y qué piensa esta escritora. Lo que confirma el por qué de la opinión generalizada que se tiene en Argentina sobre el cordobés, y su mezcla rara de conservador (en las clases altas, claro) y revoltoso subversivo en las clases populares y en gran parte de su intelectualidad. Algo que ella resumió muy bien en el artículo que coloco al final de este texto* de  Claudio Zeiger. (JV)



La voz del interior

Pasó más de treinta años a solas frente a una máquina de escribir, hasta que un buen día pensó que se podía morir sin que sus hijos supieran qué hacía. Así publicó Como vivido cien veces, una primera novela que se convirtió en el best-seller más extraño de 1995. La noticia llegó a Buenos Aires, desde donde acudieron desesperados a contratarla. Ahora, cuando acaba de publicar Sierva de Dios, ama de la Muerte, su tercer libro, Cristina Bajo explica por qué escribe novelones históricos al mejor estilo Lo que el viento se llevó y lo difícil que es ser famosa desde el interior.

POR CLAUDIO ZEIGER


Se podría pensar en varias tradiciones posibles para rastrear la estirpe de la escritora cordobesa Cristina Bajo. Una, desde luego, es la de las mujeres escritoras que en el silencio del cuarto propio tejieron sus novelas por años, a hurtadillas, alejadas del mundanal ruido de la república de las letras y que ahora pueden disfrutar, no sin malicia, del discreto encanto de la venganza: un mercado editorial absurdo que las confinó por años al ostracismo, ahora viene a pedirles a gritos que escriban novelas históricas con heroínas mujeres, porque el público ahora es femenino y hay que saciarlo de ficciones con las que puedan identificarse. 
Pero hay otra tradición más recortada aún en la que puede incluírsela: la de los escritores tardíos, esos para quienes la vida recién empieza a los cincuenta o más. De toda esa genealogía, frente a Cristina Bajo, uno se acuerda de la dama de las intrigas policiales con investigación forense: P.D. James. En parte porque Cristina Bajo es una incansable lectora de novelas policiales, y además porque su último libro cuenta la fascinante historia de una envenenadora de comienzos del siglo XVIII en Córdoba, una intriga detectivesca sin detective, pero con abundancia de jesuitas, obispos, corregidores, familias españolas venidas a menos, monjas y fieles sirvientes que llegan a matar por sus amos. Es, como le gusta decir a ella, un novelón. Irresistible para el lector de largo aliento y con título de telenovela brasileña: Sierva de Dios, Ama de la Muerte.
Una salvedad necesaria: la de Bajo no es una historia de maldad, indiferencia y ensañamiento por parte del mercado editorial. Muy por el contrario: esta historia comenzó cuando ella, después de treinta años de escribir en secreto, se preguntó si nunca nadie iría a leer lo que escribía. Y ni siquiera entonces se le ocurrió presentarse a un concurso o a una editorial nacional.


QUEHACERES DOMESTICOS

 “Yo escribía como una especie de terapia. Tuve muy diversos oficios: vendí madera, hice ropa artesanal y puse una boutique, tuve una librería, y fui maestra rural. A la editorial le encanta hacer hincapié en lo de maestra rural, no sé por qué, pero la verdad es que lo hice por poco tiempo. Hemos pasado algunos momentos difíciles en mi familia, que a lo mejor comparado con lo que le pasa a otros quizá no fue para tanto, pero que igual me shockearon mucho. Perdí mi casa, vino la ruptura de mi matrimonio, y yo, que soy una persona bastante descentrada y apasionada, escribo como para tener un ancla a tierra. Escribiendo me olvidaba de todos los problemas que tenía, especialmente los económicos, porque empezaba a vivir la vida de mis personajes. Yo escribo desde siempre, y hace treinta años había empezado a hacer una novela histórica, y entre tanto fui escribiendo otras cosas, incluso los primeros capítulos de la novela que acaba de salir. De vez en cuando le daba algo a leer a alguna amiga, y veía que lo leían con tan pocas ganas que me desalentó y dejé de mostrar. Mientras tanto yo seguía escribiendo. Al final ya no me importó. El último tiempo antes de editar, cuando estaba terminando la primera novela, me puse a pensar: Me voy a morir y mis hijos, que me han visto toda la vida sentada frente a la máquina de escribir, no saben qué estuve haciendo tantos años. Capaz yo muero y queman todo. Empecé a pensar en dejarle todo a alguien para que a lo mejor algún día lo leyera, pero sin pasar por una editorial, ni mandar a un concurso. Siempre pensé en la literatura como un trabajo doméstico.”
Cristina Bajo ostenta el raro mérito de ser una escritora de provincia a quien una gran editorial nacional fue a buscar a su lugar de origen para, a continuación, “nacionalizarla”. Esto fue lo que ocurrió con esa novela que ella estuvo escribiendo tanto tiempo y que finalmente fue publicada con el título Como vivido cien veces, primer best-seller cordobés y luego el fenómeno literario más raro del año 1995. “Pienso que es el destino, porque cuando buscás una cosa no te llega nunca y después, hagas lo quehagas, te llega todo, aun lo que nunca te atreviste a pedir porque te parecía imposible”, cree la autora.
Todo había empezado en Córdoba. Cristina Bajo había estado muy enferma, y un buen día, mientras se recuperaba, le dijo a su amigo Javier Montoya, que en ese momento estaba desocupado: “Javier, ¿por qué en vez de trabajar en estupideces comerciales, no hacemos algo con los libros?”.
Había pensado en poner una librería de viejo, o de saldos. O una distribuidora. Su amigo finalmente se animó con una editorial: Ediciones del Boulevard. Entre él y su esposa convencieron a Cristina para que les diera la novela. Ella aun se resistía. Aducía que faltaba el final. Le dijeron que si la daba a publicar, arrancarían la editorial con su libro. Y así fue. Agotó cinco ediciones en poco más de un año, un record para Córdoba (y, en verdad, para la Argentina toda).
“La gente de distribución de Atlántida avisó para Buenos Aires que había algo en Córdoba que estaba causando revuelo. Para ese entonces otra editorial de Buenos Aires me llamó, pero a pesar de ser bastante pajuerana me pareció que me estaban ofreciendo demasiado poco: 4 mil pesos con el compromiso de hacerles cuatro novelas. Me pareció que pensaban que era más zonza de lo que soy. Desde entonces es que tengo contestador automático. Yo decidí no hablar más con las editoriales y derivarlos a Javier, mi editor cordobés. Atlántida inmediatamente ofreció mucho más, y lo acepté aunque sea una editorial mucho más comercial que la otra.”
Si una señal inequívoca de que un libro se vende mucho es que la gente lo lleva encima, lo lee en un bar o en el colectivo, eso es lo que enseguida percibió un directivo de Atlántida cuando viajó a Córdoba: ya en el avión vio a dos personas leyendo Como vivido cien veces durante el vuelo, y en un bar escuchó a dos chicas conversando sobre la novela. “Parecía una escena preparada: todos tenían el libro”, se ríe Cristina Bajo. Obviamente, el hombre quedó impresionado. Tan impresionado como la propia autora cuando empezaron a pararla en la calle o como cuando un día llamó por teléfono a una amiga y le dio equivocado. Ella había preguntado por Marta, y del otro lado de la línea le respondieron: “No, está equivocado. ¿Pero cómo le va, Cristina?”. “¿Cómo sabe?”, reaccionó ella. “Le reconocí la voz”, le contestaron.
Cristina Bajo, cabe aclararlo, tiene un programa de cultura por radio, (“le dedico una emisión entera a un autor, la mayoría muertos”) y enseña literatura para distintos públicos. “Enseño gratis en los centros culturales de Córdoba, sea gente mayor o estudiantes, y hago labores gratis cuando considero que son deberes sociales. Ahora, si me llaman de un colegio privado, que paguen y si no, no voy. Menos estrés.”

LA HORA DEL NOVELON “Estoy harta de escuchar gente que hace literatura, buena o mala, alta o baja, pero que hablan de lo que hacen como si fuera literatura intocable y excelsa, sólo para iniciados”, dice Cristina Bajo cuando se le pregunta por qué califica a sus propios libros como novelones. “Creo que no uso mal el lenguaje; incluso en una universidad de Córdoba están estudiando las distintas formas en que hablan las distintas clases sociales en Como vivido cien veces. Cómo habla un blanco con un blanco y cómo cambia el lenguaje cuando habla con un negro o dos negros hablan entre ellos. Son esas cosas que uno hace no para que se note, pero que si no lo hace, es un desastre. Yo creo hacer un buen trabajo dentro de lo que me gusta hacer, y antes de que digan que son novelones, lo digo yo.”
A la hora de hacer precisiones, no duda: “Un novelón es algo al estilo de Lo que el viento se llevó, Por siempre ámbar, algunas novelas de John Le Carré también son novelones. Vicki Baum hacía telenovelas escritas. Son libros con 200 o 300 personajes. Obviamente soy un ávida lectora de novelones. Cuando era chica rompía las muñecas para saber por qué decían mamá. Y eso creo que me ha quedado: ahora empiezo al revés, como si yo armara la muñeca, escribiendo para descubrir el mecanismo. Me fascina cómose arma un libro, cómo se arma una película y cualquier artefacto intelectual. En los libros policiales lo que más me apasiona son dos cosas: por qué el asesino llega al crimen y cómo se descubre. Lo que pasa en el medio no me preocupa tanto. Al escribir el libro, como soy muy desperdigada, me planteo un punto dónde pararme y centrarme, y ese ancla es el mecanismo. Yo siempre escribí para tener un ancla que me permita vivir y al mismo tiempo para poder escribir necesito un ancla dentro de lo que estoy escribiendo. Ese es el resumen”.

EL CAMINO Y LA POSADA El libro que acaba de publicar Cristina Bajo es, en consecuencia, el tercero de sus novelones: dos de la saga histórica de una familia llamada Osorio (Como vivido cien veces y En tiempos de Laura Osorio) y ahora la historia de Sebastiana, una joven enigmática que protagoniza una novela de misterio y avenvturas con marco histórico. “Lo único que tenía claro era que el lector y no los personajes que la rodean a ella sospecharan que era asesina. Mata ella o alguien mata por ella, y ella, ¿sabe que matan por ella? ¿Es una instigadora o sólo deja hacer? ¿O no lo sabe? Si es culpable, ¿la entrego a la Justicia? Son preguntas que exceden lo literario, son incluso morales.” La autora, que hasta el momento se había abocado al siglo XIX, se encontró con un terreno más incógnito: el siglo XVIII en sus albores, y además, la necesidad de empaparse de un terreno más familiar para los autores de intrigas: venenos, pócimas y, en suma, el asesinato como una de las bellas artes.
“Un amigo que distribuye libros me acercó un día El libro de los venenos de Antonio Gamoneda, un autor contemporáneo español que hizo una recopilación de textos de antes de Cristo, poco después de Cristo y de la época de Colón; son todos textos basados en envenenamientos, pócimas y contrapócimas. El primer texto es de Kratevas, envenenador oficial de Mitrídates Eupator, rey del Ponto, de un siglo antes de Cristo. Ese tipo cuenta en forma muy concreta cómo mata: usaba esclavos para probar los venenos. Es un poema del asesinato: horror y hermosura al mismo tiempo. La investigación necesaria para escribir un libro es maravillosa. Había un amigo que refiriéndose a otro tema, más erótico, solía decir: Es mejor el camino que la posada.”
Como todas las pasiones, la de los libros se suele cultivar desde la infancia, y en ese caso nada mejor que haber tenido una buena biblioteca familiar a mano. Y, como el caso de Cristina Bajo, además, un padrino librero. 
“Mis padres tenían una muy buena biblioteca. Pienso en los que eran los best-sellers de esa época y, comparando con los de la actualidad, es para morirse: Aldous Huxley, Graham Greene, o por qué no, Sartre. Pero el primer libro me lo regaló mi padrino, que era Morena, el dueño de unas enormes librerías de Córdoba que llevaban su nombre. Era un libraco enorme para pintar, pero no de esos que tienen una muñeca, un autito, un osito. Tenía escenas que transcurrían adentro del camarote de un barco pirata, o de un castillo, o una escena de batalla de los cruzados. Esas figuras desataban la imaginación de un chico. Después me regaló Los papeles de Pickwick, que ni bien lo terminé volví a empezarlo de nuevo, y después seguí con todo lo que había al alcance. Mi formación principal es la literatura del siglo XIX: pasé a Balzac, Stendhal, Zola. En casa, cada uno tenía su propia biblioteca. A los pies de la cama papá nos había hecho a cada hijo un mueble ancho y allí teníamos nuestros libros. Hoy en mi casa tengo cinco bibliotecas de cuatro metros de alto, y una de libros de cocina en la cocina. Tengo pasión por la historia y por la literatura. Pero la verdadera pasión es leer. Siento que si ya no tuviera ganas, o fuerzas, podría dejar de escribir sin mayor conflicto. Pero no podría dejar de leer.”



HISTORIA DE DOS CIUDADES 

Cristina Bajo admite que su curioso periplo desde el anonimato provincial a la publicación en la city le ha acarreadoalgunas situaciones difíciles. Dice que ha habido roces y que, en definitiva, por eso sale a decir que lo suyo son los novelones. 
“Como decía mi mamá: Antes que alguien lo diga, decilo vos. Y la fama, allá, se agiganta de una manera que trae conflictos con los otros escritores. Se ha creado una situación rara: me convertí en un problema para los demás. Cuando hay algún evento literario es como si dijeran: Te invitamos porque no hay más remedio, porque soy La Conocida. Si no me ponen es como que me dejaron de lado y entonces creen que voy a quejarme amargamente. Los escritores varones no tanto, he tenido más problema con las mujeres. En parte porque los varones escritores no proliferan en Córdoba, y además, conmigo, han sido más generosos. El último año casi no fui a presentaciones de libros. A Buenos Aires vengo poco, y eso tiene su pro y su contra. El pro es que hago lo que quiero, y la contra es que pasa lo mismo que en Córdoba con respecto a la gente del interior de la provincia. Si yo no estoy en Buenos Aires, ¿quién se acuerda de mí? De cualquier forma, conque me dé para comer y la satisfacción de ver mis libros y que la gente los lea, ya estoy contenta. No persigo tanto la fama.”

No es fácil ser cordobés, porque nacimos de una desobediencia, porque nos castigaron con una injusticia y porque nuestros fundadores eran algo raros: traían más libros que armas, cargaban vides, limoneros, olivos, higueras y los primeros rosales de la Argentina.

Siendo una de las últimas en fundarse, Córdoba abrió la primera universidad sin descuidar el levantar molinos y fábricas, donar conventos, cultivar la mala vida, dar a luz al primer poeta y propiciar que nuestros paisanos no tuvieran que depender de los terratenientes para vivir.
Por aquella desobediencia y aquella injusticia, porque tuvimos que luchar contra políticas nacionales que no siempre veían con tranquilidad que creciéramos, los cordobeses resultamos rebeldes, impacientes, con una gran capacidad de trabajo y una propensión volátil a estallar.
Tenemos a Dios y al Diablo en el cuerpo: somos clericales y ateos, populistas, clasistas, conservadores y reformistas, y generalmente marchamos a contrapelo del país.
Eso sí, nunca llegamos en silencio; más de una vez nuestras explosiones, para bien o para mal, han cambiado el curso de la historia.
Esto hace que a veces -no siempre de la mejor manera-, nos mostremos superiores por el solo hecho de ser cordobeses, aunque tenemos a nuestro favor que distinguimos el orgullo de la soberbia, siendo que el primero puede ser virtud, y la segunda siempre es defecto.
Pero si algo nos redime, es el humor. A veces socarrón, otras irónico, de vez en cuando agudo y siempre ocurrente, nos emparenta con los andaluces que traían vides, rosas y libros, y con cierta cualidad ladina, buenamente taimada, de nuestros indios.
Es este un humor vivo, que abarca todas las clases sociales, que se palpa en los barrios, que florece en los cátedras, que discurre por los pasillos tribunalicios, que parpadea en el médico más serio, en el chico de la calle, en las vecinas primorosas y en los paisanos de a caballo o en bicicleta.
Como ya dije, no es fácil ser cordobés, pero el humor ayuda.
Cristina Bajo. Escritora cordobesa.

Nenhum comentário:

Postar um comentário