quarta-feira, 7 de março de 2018

La muerte de "La Muerte"


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La muerte de Benjamín Menéndez, sentenciado 13 veces a cadena perpetua, obligó a muchos de nosotros a recordar al genocida que hizo desaparecer a miles de argentinos. El jefe militar asesino que en los 70, por ejemplo, diezmó a la familia de la ex embajadora argentina en México, se fue a la tumba sin contar dónde escondieron los cuerpos de tantos compañeros. Ni la identidad de tantos niños robados. 
Martín Ezpeleta nos relata una experiencia, parecida a otras que pasaron algunos compañeros, al encontrarse, años atrás, al genocida paseándose impúnemente por las calles de Córdoba. JV. 

La muerte de "La Muerte"


Por Martin Ezpeleta /hijo
28 de febrero de 2018.
Me lo crucé a Menéndez en el Banco Suquía. Creo que era en el 98. Nos cruzamos en la puerta. Él, con su mujer. Yo, con mi estupor. No sabía qué hacer. Ellos se pararon en la vereda de la Rafael Nuñez, a saludar a gente que se le acercaba. Todavía era "mi General" para muchos, pero estaba acechado por la justicia y las denuncias de robos de bebés. Ya no lo invitaban a los palcos.

Cuando encararon hacia la esquina, decidí seguirlos. No me perdonaría dejarlo ir, así nomás. Me le acerqué por detrás, sin ningún plan. A menos de un metro, casi sobre su hombro, le digo con voz baja: - Hijo de puta. Hijo de puta. Hacete cargo. Cobarde. Asesino.

Ellos como si nada, como si lo estuviesen esperando, como si el insulto fuese parte de su sombra pública.

No me animaba acercarme más - temía que estuviese armado. Fui subiendo la voz, repitiendo lo mismo - como un mantra para invocar a la justicia: - Hijo de puta.

Cuando llegan a la esquina y están a punto de doblar, se da vuelta la mujer. Yo ya estoy a los gritos, parado a un par de metros de distancia. La mujer me mira con asco: - Miralos a estos comunistas- , dice con desdén.

- Callate vieja de mierda que no estoy hablando con vos!- le respondo.

Ahí recién se da vuelta Menéndez. Me mira fijo. Y yo me quedo callado. Siento como si esa mirada fuese un escaner, como si instantáneamente supiese todo. De nuestro exilio. De los abuelos maternos de mis hijos, desaparecidos en el 76. De mi participación en H.I.J.O.S.

Omnisciente. Omnipotente. Omnipresente.

No dijo una sola palabra. Me miró unos segundos y luego se dieron vuelta y se fueron paseando por la vereda. Impunes.

Yo, en la esquina. Más solo que nunca.
Llorando, como también lloré muchos anos después cuando - estando en Suecia y por radio - escucho su primer condena a prisión perpetua. 

Para mi, ahí fue que comenzó a morir y cada condena lo fue enterrando. 
in ceremonia. Sin flores. Sin honores.
En comparación, su muerte física no me afectó casi nada. Ya era una sombra.

Martin Ezpeleta /hijo. 28 de febrero de 2018.

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