La conquista romana de Hispania duró casi doscientos años. Dos siglos en los que a lo largo de un duro proceso los pueblos célticos, ibéricos y celtibéricos terminaron formando parte de Roma.
Durante ese largo período se sucedieron episodios históricos y grandes momentos épicos y de heroísmo: la Segunda Guerra Púnica, las Guerras Celtibéricas y Lusitanas, las Guerras Sertorianas, la Guerra de César y Pompeyo, las Guerras Cántabras.
En todo este proceso y como paradigma de la resistencia nativa ante los avances de la conquista romana, surgen las luchas de un líder, Viriato, y de un pueblo, Numancia. Lusitanos y Celtíberos frente a los invasores romanos, un líder guerrero y una ciudad, pequeña e indomable. Dos nombres para la Historia.
Viriato, héroe lusitano. ¿Solo portugués, o también español?
Hablar del caudillo lusitano Viriato, símbolo de la resistencia celtíbera contra las invasiones romanas supone remontarnos hasta siglo II a.C, tiempos en los que no existían ni España ni Portugal como las naciones y países que hoy conocemos, sino la provincia romana de Hispania.
Lusitania fue creada oficialmente por Augusto en el año 27 a.C, y era la zona geográfica del centro-occidente de Hispania que comprendía el actual Portugal y las actuales provincias españolas de Salamanca, Zamora, Cáceres y parte de Toledo. Sin embargo, algunas áreas de Andalucía estaban incluidas en el concepto primitivo de Lusitania, cuya denominación, con el pasar del tiempo terminó asociándose exclusivamente al territorio portugués aunque realmente nunca fue así.
"Cuando pensemos en el origen de Viriato debemos pensar en un territorio que no es con toda seguridad portugués", le explica al reportero del diario español ABC el historiador Amílcar Guerra, de la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa.
"No hay que reclamar un origen portugués o español a Viriato, que era un lusitano, de un territorio que englobaba zonas a ambos lados de la frontera actual", agrega.
Es difícil determinar quiénes eran en aquella época de las guerras celtíberas contra Roma los lusitanos. Justamente, "lusitano" fue un término creado por los propios romanos que "revela una dificultad en identificar las poblaciones locales".
El historiador luso remarca que fue sobre todo en los años 80 cuando se empezaron a estudiar las fuentes latinas y griegas y "subrayaron el hecho de que la geografía de la las luchas de Viriato era bastante diferente a la que la historiografía normalmente refería".
Es decir, hasta los años 80, la historiografía estaba muy condicionada por una asociación antigua que decía que Lusitania era el antiguo Portugal, cuando en los primeros conceptos se la reconoce mucho más hacia el sur de la península.
Pero, volviendo a la figura de Viriato, cuenta el historiador romano Lenón, que el héroe lusitano era tan fiero que hasta los animales salvajes huían al verlo, y que bastaba una mirada suya para dejarlos paralizados, sabiendo que frente a él era mejor claudicar que luchar.
Igual pensaban los romanos, una vez que Viriato los había derrotado en cuanta batalla le pelearon, aniquilándoles legiones enteras y forzando al Senado a firmar tratados de paz a contragusto.
Pero no fue el lusitano quien venció a Roma, sino ella la que vio a su enemigo derrotado. Sin embargo, su espíritu rebelde sobreviviría al tiempo y al espacio para renacer en una ciudad ibérica que hasta ese momento se había mantenido ajena al epicentro de la guerra: Numancia.
A inicios del siglo II a.C., Hispania era prácticamente un dominio romano. La derrota de Cartago en la Segunda Guerra Púnica había expulsado a los perdedores de la península y el latín ya era la lengua dominante incluso en regiones hasta entonces aisladas. En una de ellas, la Lusitania, territorio entre los ríos Guadiana y Duero, rico en minerales, aunque pobre en cultivos y ganadería, sus tribus acostumbraban saquear las fértiles haciendas vecinas para llevarse lo que ellos no podían cultivar. Habían actuado de ese modo durante décadas, y pensaban los lusitanos que así continuarían haciéndolo.
Pero Roma había decidido terminar con los saqueos e imponer su ley a toda costa, y en el 151 a.C., el general Servio Sulpicio Galba lanzó un ataque a gran escala que llevó a los lusitanos a pedir la paz.
Galba dividió entonces a los lusitanos en tres grandes grupos, prometiéndoles rehubicarlos en tierras más fértiles. Era una trampa, y cuando miles de combatientes lusos dejaron sus armas, Galba ordenó a sus tropas rodearlos y darles muerte, eliminando ancianos, hombres, mujeres y niños.
Unas 5 mil personas murieron en la emboscada y otras 9 mil fueron esclavizadas.
La masacre causó repugnancia hasta a los mismos romanos, como al cronista Apiano que escribió: "Pagó la traición con traición, un romano indigno que imitó a los bárbaros". Traición era era el tema, porque se refería a que los lusitanos que dejaron las armas mientras otros de sus compañeros exigían seguir la lucha, puesto que nada bueno debían esperar de Roma.
Extrañamente, entre los que no pensaban así estaba Viriato, caudillo de la sierra de la Estrella que ya había obtenido varias victorias contra los romanos por lo que los celtíberos en general, y los lusitanos en particular, le tenían gran aprecio.
Viriato confiaba que los romanos los dejarían en paz y por eso concordó con la entrega de las armas y la reubicación de las familias que lo desearan. Pero cuando llegó a sus oídos la mala noticia de la matanza, el sentimiento de culpa lo invadió, huyendo a las montañas por la vergüenza que le daba encarar las miradas de sus compañeros.
Pero el odio y el ansia de venganza superaron enseguida la vergüenza y Viriato volvió a su gente, ordenando juntar en una noche de luna llena los restos incinerados de los asesinados, y metido hasta la cintura entre las cenizas de los muertos, juró pelear contra los romanos, del mismo modo que décadas atrás el cartaginés Aníbal jurara contra los mismos invasores su odio eterno.
Durante diez años el lusitano Viriato guerreó contra las legiones que enviaron desde Roma para combatirlo, venciéndolas siempre.
En la lucha los lusitanos llevaban armaduras livianas y un escudo corto que, con una espada curva -la llamada falcata-, les daban un poder temible. En las espaldas llevaban una lanza que arrojaban con habilidad, atravesando las corazas enemigas a muchos metros de distancia.
Viriato conocía muy bien la disciplina y la mejor formación de su enemig romano, por lo que sus tácticas eran siempre la de presentar pequeñas escaramuzas rápidas para, enseguida, simular una desbandada y atraer a los romanos a los desfiladeros o barrancos en donde podría emboscarlos y eliminarlos más fácilmente.
De este modo venció a las tropas del cónsul Vetilio en la sierra de Ronda, a las del general Quinto Fabio Máximo Emiliano en Osuna, a las de Plaucio en Segóbriga.
Sobre esta última batalla el historiador Frontino dice: "Viriato envió unos hombres para que les quitasen a los segobrianos sus rebaños. Cuando los soldados lo vieron, salieron corriendo a toda prisa en gran número. Entonces los asaltantes huyeron, conduciendo a los segobrianos hacia una emboscada en donde fueron destrozados".
JV. São Paulo, junio de 2011
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